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La mirada de Lúculo | crónicas gastronómicas

No era mamut, ni perezosa

Entre las cenas que han pasado a la historia una de ellas ha recibido décadas después el desmentido de la ciencia; se trataba, claro está, de una broma propia de la imaginación de Conan Doyle

No era mamut, ni perezosa

Hay cenas famosas que la historia mantiene vivas en el recuerdo, otras producen simplemente regocijo por el truco que encierran. El grupo de Bloomsbury vivía en círculos -el mapa de sus residencias en Londres define perfectamente esta vocación circular- y amaba en triángulos. El más creativo de todos ellos involucraba a Clive y Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf) y Duncan Grant, que, además de tener un romance con ella, mantenía relaciones con John Maynard Keynes. El más complejo, sin embargo, fue el de Lytton Strachey, Ralph Partridge y Dora Carrington. El primero amaba al segundo y la tercera estaba apasionadamente enamorada del primero. En esta especie de nudo gordiano emocional, la comida era una constante liberación.

Carrington era una buena cocinera, sus cartas estaban llenas de promesas seductoras para agasajar a los amigos con halagos: "La cena fue indescriptiblemente magnífica", escribía a Strachey cuando él estaba ausente. "Pollo cubierto con hinojo y salsa de tomate, un risotto con almendras, cebollas y pimientos, seguido de crema quemada, vino tinto y café royal, calentado perfectamente". Todo así. El 22 de junio de 1940, los Woolf cenaban con T. S. Eliot, William Plomer y John Lehmann cuando llegó la noticia de que Francia había caído en mano de los alemanes e Inglaterra se enfrentaba a la invasión. Se produjo un terrible silencio. El Blitz estaba a punto de comenzar, y con él el racionamiento.

A Arthur Conan Doyle, que recreó el vértigo de la prehistoria en El mundo perdido, aquella fascinante novela sobre una expedición a la Amazonia venezolana en la que aún habitaban pterodáctilos y arcillas azules, seguramente le hubiera gustado asistir a las cenas anuales del Club de los Exploradores de Nueva York o fabular con ellas. De acuerdo con la leyenda o la publicidad más extendida y a lo largo de una dilatada vida social que se remonta a los inicios de la década de los cincuenta, allí se han venido comiendo platos que podrían incluirse en el menú de "Indiana Jones y el Templo Maldito". Claro que la leyenda es leyenda, y para comprobarlo sólo hace falta asistir al reciente dictamen científico de unos profesores de la Universidad de Yale que siete décadas después han llegado a la conclusión de que la carne de mamut congelado de Alaska que supuestamente comieron los exploradores en la histórica cena de 1951 del Hotel Roosevelt de Manhattan era simplemente de tortuga marina, algo que no es muy corriente pero sí de este mundo. Ni siquiera pertenecía al megatherium, una especie de perezosa gigante que desapareció hace 8.000 años, versión oficial del Club después de que las crónicas divulgasen la por medio de sus lanzaderas mediáticas la historia del mamut.

Un miembro del club que no pudo asistir a la cena, Paul Griswold Howes , solicitó que se reservara un trozo de carne para exponerla en el museo. Nadie pilló entonces la broma del organizador del banquete, el empresario teatral Wendell Phillips Dodge, de que tenía en su poder la fórmula para convertir la tortuga marina en carne de perezosa gigante. En fin, todo ello sirvió para poner en circulación la idea de que se podía comer carne de animales extintos y prehistóricos conservados en el permafrost -la capa de suelo permanentemente congelada característica de las tierras árticas- del mismo modo que los chuleteros de vaca vieja maduran meses en las cámaras bajo atenta observación. Pero, ya ven, al final el análisis del ADN aplicado a los restos del banquete dio tortuga marina. Otra cosa bien distinta.

Alguno vez he tonteado en esta página con la carne de tortuga. Conocida por su alto valor nutritivo, se ha consumido desde hace cientos de años. Sus huevos eran un manjar en la cocina imperial china y todavía se consumen, aunque más excepcionalmente como uno de los platos más exquisitos en diversos lugares de Asia. La tortuga, de todas las clases, se ha frito, horneado y guisado en el Lejano Oriente. Nunca vi tantas variedades distintas como en el mercado nocturno de Hong Kong, cuando Hong Kong era aún colonia británica. Con las tortugas no hay que olvidarse del mito saludable. Su grasa ha sido tradicionalmente utilizada en la medicina china para el tratamiento de enfermedades relacionadas con el sistema cardiovascular y también en el noreste de Brasil para el tratamiento del dolor de oído, el reumatismo y el malestar de garganta. Igualmente se considera beneficiosa para combatir las anemias.

Se cree que la carne de tortuga contribuye al enriquecimiento de la sangre y proporciona un efecto de enfriamiento en el cuerpo. A la sopa que se prepara con ella se le atribuyen propiedades curativas en algunos tipos de cáncer, incluyendo los de hígado y estómago. La sopa puede considerarse un capítulo culinario aparte. En China todavía la sirven en restaurantes tradicionales y exquisitos con la mismísima tortuga de concha blanda y orejas rojas patas arriba sobre el plato. Pero la más famosa de las sopas es la turtle soup cocinada según la fórmula del desaparecido London Ship and Turtle's Restaurant, de Leadenhall Street, un local frecuentado por la aristocracia financiera de navieros y piratas: "la Inglaterra conservadora de sólido paladar y seco beber". Charles Dickens, en su diccionario del Londres victoriano, cita el London Ship, donde los camareros observaban con hostilidad y, cuando menos, con una distancia superior a lo acostumbrado a los clientes extraños.

La sopa de una tortuga de diez kilos se cocinaba para veinte comensales. En la preparación se utilizaban pedazos de buey y de gallina, manos de ternera y una amplia muestra del especiero: pimienta negra de Cayena, clavo, romero, tomillo, albahaca, mejorana, laurel, perejil, apio y cebolla, además de un litro de vino de Madeira. La sopa tradicionalmente consistía en un caldo espeso de intenso sabor sobre el que sobrenadaban los trocitos de tortuga. En realidad mucho más interesante que el mamut y la perezosa gigante de la gran broma del Club de los Exploradores. Sin frigo.

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