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RICARDO POCHTAR | Poeta y traductor, hizo la versión española de "El nombre de la rosa" y "El Gatopardo"

"La posición cívica de Umberto Eco era inequívoca, pero hizo una literatura conservadora"

"El principal problema que tuve para traducir 'El nombre de la rosa' fue de documentación; mi versión más satisfactoria ha sido la de 'El Gatopardo'"

Ricardo Pochtar, en el puerto deportivo de Gijón. marcos león

Alto, de frente despejada y con la melena plateada del viejo león en invierno, Ricardo Pochtar es el traductor al español de algunos de los grandes títulos de la literatura europea: de "El Gatopardo", de Lampedusa, a "La filosofía en el tocador", del Marqués de Sade, pasando por ese singularísimo volumen que es el "Zibaldone" de Giacomo Leopardi. Pero es más conocido, quizás, por la versión al castellano de dos de los grandes éxitos de la narrativa contemporánea, las novelas "El nombre de la rosa" y "El péndulo de Foucault", más popular la primera que la segunda. Umberto Eco, su autor, fue uno de los grandes intelectuales del siglo, aunque está por ver si uno de sus escritores fundamentales. Pochtar, bonaerense de 1942, habla aquí de su experiencia con los textos de Eco pocos días después de la muerte en Milán, el pasado 19 de febrero, de quien firmó títulos tan influyentes como "Obra abierta" y "Apocalípticos e integrados", entre otros.

Ricardo Pochtar vive en Gijón, ciudad a la que llegó huyendo del sol y en la que encontró, asegura, una cordialidad conversada que le decidió a avecindarse frente a la bahía de San Lorenzo. Arribó a Europa, a Francia, en 1974, como en un viaje tal vez inconsciente a la búsqueda de sus raíces europeas, aunque se siente un ciudadano del mundo. Sus abuelos eran judíos rusos que emigraron a Buenos Aires huyendo de los pogromos. Traductor, pero también un notable poeta que ha publicado varios libros de versos, el último "El resto del azar" (Amargord).

-De Argentina a Francia...

-Estudié Filosofía en Buenos Aires y en 1974 me vine a hacer el doctorado. Yo no soy un exiliado por la dictadura argentina, sino un "no regresado". Solicité una beca a través de dos instituciones y me quedé con la de mayor cuantía. No fue una buena opción, porque antes del golpe militar, la Universidad se "fascistizó" totalmente y me cortaron la ayuda. Entonces salió la oportunidad de irnos a Barcelona, en 1976, y empecé a ganarme la vida con las traducciones.

-¿Por qué alguien que estudia Filosofía se hace traductor?

-Lo que más me interesaba en aquella época era la Filosofía del lenguaje. La traducción era algo así como un banco de pruebas. De hecho había firmado ya traducciones para tres o cuatro editoriales, la más conocida Losada, cuando vivía en Buenos Aires. Como tenía ese currículum, fue por lo que busqué ese camino en Barcelona. Total que pasó el tiempo y empecé a redefinir mis planes, aunque sigo leyendo filosofía.

-¿De qué idiomas traduce?

-Del francés, el italiano y el inglés. El primer idioma que estudié fue el francés. Iba a un instituto público que tenía muy buenos profesores, de Universidad. En aquel tiempo, la lengua que se estudiaba era el francés. Luego me puse por mi cuenta con el inglés, y, ya en la Facultad, con el italiano. También con el alemán, con el que me arreglo, aunque no he llegado a dominarlo a fondo. Y también me manejo con el portugués.

-O sea, que le molestará el proverbio italiano que dice "traduttore, traditore"?

-Bueno, me hace gracia. Todas las cosas en las que hay un juego con las palabras son muy interesantes, ¿no? Ahora bien, si pretende ser una afirmación, una acusación, pues yo creo que hay de todo. Una traducción jamás puede ser el equivalente del original.

-Algunas traducciones mejoran notablemente el original...

-Es verdad. Todos coincidimos en que la traducción de poesía es un caso extremo, que se pierde muchísimo, sobre todo con algunos poetas. Recuerdo, a propósito de esto que comentamos, una estrofa de Apollinaire tan bien traducida -es, además, una clave del texto- que mejora el original en francés, fluye mejor y tiene más ritmo. He conocido a un poeta que me decía, en este sentido, que su traductor lo había mejorado.

-¿Cómo le llegó el encargo de traducir "El nombre de la rosa"?

-Había traducido ya un ensayo de Umberto Eco, que era uno de sus textos que más me había convencido porque se le había pasado ya un poco la fiebre estructuralista y todo lo que se llama semiótica o semiología. Tenía ese contacto con su obra, pero carecía de la experiencia de la traducción literaria, aunque estaba muy interesado porque las ciencias humanas me disgustaban, en aquel momento, cada vez más. La creación literaria, en cambio, se justifica por sí misma. Y me llega porque tenía relación con la editorial Lumen, que le ofreció la traducción a un compañero que no podía hacerla en ese momento. Y le sugirió mi nombre a la editora, Esther Tusquets.

-¿Una sorpresa?

-El título era ya un best-seller en Italia y había ganado el premio "Strega", pero la editorial decía que no me podía pagar más que una tarifa miserable porque era un libro grueso. Así que les dije: nada, lo dividimos en tres partes y así lo aligeramos. Las cosas quedaron ahí. Total que se publicó y fue un éxito tremendo, así que pedí a Lumen que me subiera un poco la tarifa. Y es que fue un trabajo que me llevó su investigación, bastante labor de documentación. De aquella no había Google. Así que no fue tan gratificante desde el punto de vista económico. Cuando la novela se presentó en Madrid, Eco me dejó una nota diciéndome que le habría gustado conocerme, pero ni siquiera estaba invitado.

-¿La traducción le planteó muchas dificultades?

-El problema fundamental era de documentación, porque Eco introduce en la novela personajes que existieron cuyo nombre estaba italianizado. Ahora, desde el punto de vista de la escritura, pues no. Eco no hacía experimentación literaria, no era un escritor de esos ante los que ves que están pasando cosas con las palabras. No es Joyce, claro, pero tampoco Lampedusa, por ejemplo. Con la traducción de "El Gatopardo" sí tuve problemas. Ahí hay un trabajo de estilo mucho más evidente. Y, además, para "El nombre de la rosa" me vino bien mi formación filosófica.

-¿Tuvo contacto con Umberto Eco, se cartearon?

-Lo había tenido antes, a raíz del ensayo que traduje previamente a "El nombre de la rosa". Con esta novela, Eco elaboró unas instrucciones para los traductores. Resultaba simpático que quisiera allanar el camino, pero no eran demasiado prácticas. Era una persona en la que la ironía podía más que él.

-Después le encargaron la traducción de "El péndulo de Foucault", así que debieron quedar satisfechos.

-Sí, y alguna otra cosa. Eco también preparó instrucciones de traducción para "El péndulo de Foucault". Yo había asistido ya en Buenos Aires, antes de venirme a Europa, a unas conferencias suyas, y había leído su "Obra abierta".

-¿Le gusta "El nombre de la rosa"? Hay quien dice que, siguiendo algunos de los análisis que despliega en "Apocalípticos e integrados", lo que hace es incorporar cosas de la "Midcult" y del kitsch.

-No había pensado en eso, pero sí en algo convergente. Por deontología profesional, a un traductor no se le puede escapar nada. En esa novela todos los cabos están atados, así que uno se pregunta ante el texto: ¿su autor es el famoso neovanguardista del "Grupo 63? Sé que sus posiciones políticas y cívicas -por ejemplo contra Berslusconi- fueron inequívocas, pero creo que practicó una literatura conservadora. Es un autor que no ha aportado. En las "Apostillas al nombre de la rosa" defiende una literatura amena. Al final era como si se hubiera convertido en un integrado, aunque es cierto que tenía una gran capacidad para hacer cosas.

-¿De todos los autores que ha traducido, con cuál ha disfrutado más?

-Con la traducción que más satisfecho he quedado, incluso por el hecho de que me la encargaran, ha sido con la de "El Gatopardo". Y también he disfrutado con Sciascia, que estilísticamente está en el polo opuesto. Traducir cosas fáciles, que no te seduzcan, no compensa si tienes en cuenta que pagan mal.

-Pese a que usted es poeta ha traducido, curiosamente, poquísima poesía.

-Sí, muy poco. Algo de Leopardi, en mi traducción del "Zibaldone". No me lo han encargado. He hecho algunas cosas, dispersas.

-También ha trabajado para Naciones Unidas.

-Y lo hago ocasionalmente. Sólo el dos por ciento de los traductores pueden vivir de la traducción literaria, según algunas estadísticas que circulaban por ahí. Y la cuestión es que ha ido a peor, porque antes te pagaban por hoja traducida y ahora lo hacen por palabra.

-En sus años de traductor para Naciones Unidas conoció a Juan Gelman y a José Ángel Valente?

-Sí, ahí los conocí. Tuve un buen trato con ellos. Con Gelman hemos bajado algunas botellas en mutua compañía. Coincidí con él en Nueva York, en Ginebra, en Roma, y cuando le veía me parecía estar viendo el decorado de un café de Buenos Aires. Era un hombre de raíces y convicciones muy profundas, muy buena persona. Valente era muy agudo, un gran poeta.

-¿Por qué cambio las Islas Baleares por Gijón?

-La decisión estuvo motivada por problemas de salud de mi mujer, alergias al sol. Un compañero traductor, "freelance" como yo y que había estado en Venezuela y África, me contó que vivía en Gijón y quedó en mi cabeza algo así como una tarjeta postal. Así que, cuando pensamos en un lugar sin tanto sol, recordé aquello. Estuvimos varias veces de visita, antes de venirnos a vivir definitivamente en el 2004. Lo decisivo fue que nos cayó muy bien la gente, cómo hablaba y se relacionaba entre sí. De hecho nos vinimos sin conocer a nadie y tenemos amistades de calidad.

-¿Y su relación con la poesía?

-Cuando era adolescente escribía cosas, pero después me dejé absorber por la filosofía, que es inabarcable. Al cabo de los años, en Ibiza, traducía al Marqués de Sade, "La filosofía en el tocador". Estaba trabajando en la máquina de escribir y, de pronto, sentí una rebeldía y empecé a escribir palabras por mi cuenta. Más tarde volví a Buenos Aires, donde aún vivía mi padre, para visitarlo, y a través de Gelman di con un editor. Pero aquel primer libro, no lo publicó ese editor, sino otro.

-¿Usted es de los argentinos a los que les pesa la sombra de Borges, de Cortázar, de Sábato?

-Bueno, yo soy un "outsider" que estudió Filosofía. Los poemas de Borges hablan de filosofía, pero no son filosóficos y sí lo son, en cambio, los de Pessoa. Mis lecturas no se limitan a la poesía en castellano. Una de las cosas que aprecio de mi escritura es que ha mejorado mi capacidad para leer poesía.

-En un poema suyo, "Ars errática", dice: "Tiene sus días/ este oficio". ¿Cuáles son los suyos?

-En lo personal soy tan impulsivo y desequilibrado como cualquiera, pero cada vez me gustan más las miradas de Epicuro y Spinoza. Mi ideal es poder estar finalmente ahí, tranquilo. Para mí, eso es lo que hace buenos los días.

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