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JOSÉ LUIS LLAMAZARES | Exjefe de la Guardia Civil de Montaña y abogado

"Vine a Turón encantado del ambiente; mi madre lloraba porque iba a ser guardia civil entre mineros"

"Estudié en los Carmelitas siendo un número; en el internado hacía frío, se comía mal y los frailes eran distantes, pero me dieron educación y cultura"

El abogado José Luis Llamazares, ante el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. irma collín

-Nací el día de la Lotería de 1954 en Crémenes, un pueblín de León, pero digo que soy de Boñar porque allí pasé mi infancia y juventud. Mis padres eran de San Cipriano del Condado (León) y Boñar fue lo más que se pudo acercar a casa mi padre, que era guardia civil. Antes los guardias civiles no podían estar cerca de donde eran ni permanecer más de cinco años en el mismo sitio.

-¿Cuántos eran?

-Cinco hermanos, cuatro de ellos varones, los dos mayores criados por mis abuelos. La hermana que me precede es nueve años mayor. Yo fui un descuido.

-¿Cómo era su padre?

-Se llamaba Bienvenido y era tranquilo, pacífico y cariñoso. Cuando llovía iba a recogerme al colegio en la bicicleta. Se retiró a los 50 años y, con mucho sacrificio, hizo casa en Boñar. Me gustaba jugar al fútbol y mi madre me decía "tienes que estudiar". Como era juvenil no me dejaban jugar en Regional sin la autorización de mis padres. Mi padre me escondió la ficha debajo de unos libros en una cómoda, pero me dijo dónde estaba para que pudiera jugar, aclarando "yo no sé nada".

-¿Cómo era su madre?

-Se llamaba Publia y era una madre más de las antiguas. Cariñosa y muy trabajadora. Alquilaba dos habitaciones con derecho a cocina a los asturianos en verano y a ingenieros que estaban construyendo el pantano del Porma, en invierno.

-¿Cómo era la vida en Boñar?

-No teníamos televisión y la radio entró cuando la compró mi hermana al empezar a trabajar en la Telefónica. Un transistor de 2.000 pesetas en el que oíamos "España para los españoles". Estuve en la escuela hasta los 10 años. No fui buen estudiante, pero tuve un par de maestros buenos y uno de Falange y la OJE que nos ponía películas del Gordo y el Flaco y rompía con la pedagogía tradicional. También fui monaguillo con 5 o 6 años y no llegaba al altar. Tenía que estudiar el sursum en latín, que era la repera.

-¿Eran muy de Iglesia en casa?

-No, como se era antes.

-Pero se fue a los Carmelitas.

-Para estudiar tenías que salir del pueblo y mis padres no podían pagarme un instituto y una pensión.

-Sale de una familia y se mete en un internado en Valderas.

-Fue duro. No tenías más cariño que el solidario del que estaba al lado. Los frailes estaban muy lejos. Éramos ciento y pico y fui un número más -el 126- sin intimidad ninguna, durmiendo en una única sala en forma de "L" en la que, si había suerte, te tocaba un colchón Flex o uno de lana; si no, de borra y las pasabas canutas porque al hacer la cama no podía quedar como pedían y te ponían una falta. A las tres faltas quedabas sin cine -dos o tres filmes al año- y mientras los demás veían la película tú copiabas supinos. Te dejaban sin postre, sin recreo... Las ventanas no cerraban bien y hacía mucho frío. Tenías que buscarte la vida.

-¿Lo pasó mal?

-Sí, todo era anómalo y nuevo. Me habían vendido lo guapo, que iba a jugar al fútbol. Los frailes se olvidaron de avisarme y empecé en octubre. Fui el más novato de los novatos: todos tenían la pandilla hecha, me senté en el pupitre que nadie quería y no sabía lecciones que ya habían dado.

-¿Se salía en Navidad?

-No. Si tus padres podían ir a verte un día al año tenías mucha suerte y te dejaban salir después de misa, a las 11, hasta las 5 de la tarde. Muchos eran de Burgos y sus padres venían en autobús. Si un amigo te invitaba a ir con ellos, comías bien. La comida del internado era deficiente. A veces mis padres me mandaban, en una caja de zapatillas, chocolate, leche condensada, un par de latas de sardinas o de bonito, y eran manjares. En tercero repartía yo la merienda y entre el que estaba enfermo y el que no podía sobraban un par de tabletas y podías compartir con los amigos. Allí aprendí el compañerismo, a ser desinteresado, a ser persona.

-¿Qué tipo de rapaz era usted?

-Abierto y jovial. Me gustaba jugar a baloncesto, balonmano y fútbol y con eso tenías mucho ganado para relacionarte con los compañeros, jugar y ganar ligas. Nuestra copa de Champions era una caja de galletas. Jugabas con wambas de calle y camiseta blanca de tirantes. Los frailes tenían equipamientos, pero para grandes eventos. Mi primera camiseta fue del Real Oviedo, regalo de un chaval de otro curso que me apreciaba y cuyos padres debían tener dinero. Compré mis primeras botas de fútbol con el primer sueldo de guardia civil.

-En el internado aprendió a sobrevivir.

-Un vivac como ahora cuando hacemos el Anapurna o el Everest. El balance es positivo. Me dieron educación y cultura.

-En las vacaciones adolescentes, ¿notaba que había otra vida?

-Sí, pero quería seguir porque el que no estudiaba no iba a ningún sitio. Era mal estudiante -tenía poca retentiva, no era como los que tocaban la gaita, leían tres veces aquello y se les quedaba; pensaba más en jugar y divertirme-, pero debía estudiar por respeto a mis padres, que pagaron 500 pesetas al mes por mí para darme una oportunidad que no tuvieron mis hermanos. Estudiaba por aprobar y para que no me pusieran falta ni me castigaran.

-Pero iba para fraile.

-El noviciado en Reinosa (Cantabria) era religión, religión y religión, prepararse para ser fraile. Era una forma cómoda de continuar viviendo.

-En vacaciones había otra vida y chicas.

-En julio iba al baile y me gustaban las mozas como a cualquiera. Tenía ligues pero nada serio porque en agosto se hacía el campamento en Camporredondo (Palencia), donde jugabas al fútbol. Nunca pensé en ser fraile porque muchas cosas de sus vidas no me gustaban. Mi idea era continuar, hacer Filosofía y Teología y luego dedicarme a la enseñanza. Me gustaban la vida social y civil.

-¿Cómo salió?

-Mi padre murió repentinamente del corazón a los 61 años, en 1973. Iba a vender la casa de Boñar y abrir una panadería en Madrid. Mi madre quedó sola y no sabía ni dónde estaba la cartilla de la Caja de Ahorros. Me salí de los frailes el día de los Santos Inocentes para ayudarla. Di clases particulares en el instituto de Boñar y cuando llegó el momento de hacer la mili pensé que, si la hacía como todos, mi madre iba a estar pagándome algo para que viviera. Entonces decidí hacerla en la Guardia Civil.

-¿Lo normal, no?

-No. La última vez que vi a mi padre, en la estación de Boñar, me preguntó si iba a seguir en los frailes o si iba a ir al colegio de la Guardia Civil. Me contó que ya no era tan duro como cuando estaban 24 horas de uniforme y no podía llevar a mi madre de la mano. Imagino que a mi padre aquel trabajo no le gustó mucho porque se retiró en cuanto pudo. Yo le dije que no quería ser guardia.

-¿Por qué luego lo fue?

-Eran tres años, cobraba, te daban la mili y quería, desde allí, ir a la Academia General de Zaragoza, hacer carrera y salir teniente.

-Del internado al cuartel.

-Fui al examen de acceso a León con idea de suspender. Estaba a gusto en casa con mi madre, mis amigos, el fútbol en un equipo de Tercera y quería quedar cinco meses más. Pero aprobé y me tocó Baeza, de septiembre a febrero, lo más duro que he podido vivir. Había salido de los frailes diciendo "mecachis" con 20 años y estaba rodeado de hombres de 28 años, con espolones y diciendo de todo. Fue un cambio radical, voces, corriendo a todos los sitios, sin poder telefonear a la familia. Empecé mal porque me perdí y me pusieron una falta. Aprobé todo fácil porque pocos tenían COU y los temas de legislación se me quedaban. Tenías ventaja sobre los que venían del arado. Continué aprendiendo a ser compañero, pero llevé muchos palos de superiores y de compañeros por hablar sin engañar. En cinco meses pasó la academia por mí y, en febrero de 1975 y tuve la grandísima suerte de sacar un número medianamente bueno con vacantes en Oviedo, Gijón y Bilbao. Pedí Oviedo por la proximidad de León y porque a Boñar iban los asturianos y eran espléndidos y agradables.

-¿Conocía Asturias?

-Había estado en Lastres en un fin de curso del colegio a los 12 años. Vi el mar por primera vez, muy bonito, temible por las olas. Asturias me pareció melancólica porque era un día con niebla, sin la claridad pura de León. Mi preocupación era que no me destinaran a un pueblo remoto. Necesitaba gente para hablar. Cuando en la Comandancia me informaron de que iba a Turón eché a correr hacia la guía telefónica y cuando vi todos aquellos números de teléfono, con bares y discotecas, me dije: "Aquí me las den todas". Mi madre lloraba: "Vas a ir con los mineros y a las huelgas". El guardia civil era el antagonista del minero, el de los palos. A mí aquello me sonaba a chino, lo que me gustaba era que iba a encontrar ambiente y que estaba al lado de Mieres. Nuestros vecinos en Boñar eran los San Narciso. Luis, hoy director de reparto tan conocido, y yo de pequeños nos intercambiábamos el pan porque a mí me gustaba el de barra que le daban y a él el de hogaza que me daba mi madre. Hoy coincido con su madre en el comedor solidario de Mieres y su hermano juega conmigo al fútbol.

-¿Cómo llegó a Turón?

-Un día gris y helado. El cuartel estaba en el centro de la Veguina junto a dos bares, una discoteca, el cine y jóvenes por todas partes.

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