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Paseo artístico por el tiempo y por tres edificios del Oviedo antiguo

El Museo de Bellas Artes de Asturias ha ampliado su colección, de manera que ya pide más de una visita para conocerla, y la ha reordenado de forma que se puede recorrer cronológicamente

El paseo por el espacio de 4,5 kilómetros cuadrados de exposición por tres edificios del casco antiguo de Oviedo que, en sus 9 kilómetros cuadrados construidos, unen por dentro la calle Santa Ana con la de la Rúa ya es una buena caminata. Son 783 obras de pintura, escultura, artes gráficas e industriales y fotografía en su mayoría relacionadas con Asturias en algún grado, pero con representación de artistas que completan el paisaje plástico español. Antes de la ampliación de esta semana eran 450. Si ya conocía el museo y aún no ha ido a ver su ampliación le espera un tercio de novedades.

El paseo por el tiempo no para de crecer. Cuando se abrió hace 35 años, el museo sólo era el palacio de Velarde, que se había cerrado diez años antes como colegio del Santo Ángel de la Guarda, y las 80 obras que contenía representaban del siglo XVI al XX. Ahora, hay obras desde el XIV al XXI. El museo ha crecido tres siglos en algo más de tres décadas.

La reordenación que acaba de completarse permite un paso cronológico fácil de seguir y que sirve para hacerse una buena composición de lo que fue el arte a lo largo de los siglos. Eso que llaman diacrónico.

En "El Ministerio del Tiempo", la serie de TVE, se entra en la historia de España abriendo una puerta. En el Museo de Bellas Artes hay tres edificios, pero sólo dos puertas. La entrada por la calle Santa Ana aboca al arte más antiguo y en la escalera misma el visitante se topa con las tablas del retablo de Santa Marina, fechado en torno a 1500, que tiene mucho que ver.

A partir de ahí, por salas y corredores en torno al patio, se va avanzando por la pintura gótica, renacentista y manierista italiana y española hasta llegar a El Greco y ese Apostolado de El Greco hecho en Toledo, comprado en Sevilla, guardado por el monasterio de San Pelayo, adquirido por el marqués de San Feliz y llegado al museo por Aceralia (hija de Ensidesa, casada con Arcelor-Mittal ).

Una sala más allá planta en el Barroco, en el "Cristo muerto en la cruz" de Zurbarán, el "San Pedro" de Murillo, la Inmaculada de Luis Fernández de la Vega y el retrato de "Carlos II a los 10 años", un niño rey enfermo que en el reflejo del espejo parece un cadáver.

"El descanso de la huida de Egipto", de Eugenio Cajés, fue restaurado por Clara González-Fanjul, la jefa del departamento de conservación y restauración del museo, desde un estado que el director confesó que le daba asco. Ahora da gusto verlo.

El pie de la escalera que lleva a la planta segunda nos deja a principios del siglo XVII. Estilísticamente estamos en el Barroco. Narrativamente, el visitante ha visto poco más que la Biblia -desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo-, algunos retratos de la nobleza, el alivio cromático de unos floreros y algunas escenas mitológicas. El Barroco deja esa lectura tan católica de la mujer, que o es Inmaculada o es Magdalena. Las dos siempre muy jóvenes. Una virgen y la otra, no, no y mil veces no. Sin cambiar de planta dos mujeres se matan en tres cuadros. Dos son de Andrea Vaccaro: "Cleopatra dándose muerte" y "Lucrecia dándose muerte", del XVII, separados por, al menos, unos 15 años. Otra Lucrecia se mata para el taller de Guido Reni.

Tras el entrante religioso, subir la escalera abre el apetito y en la planta 2 hay una docena de bodegones, nueve de ellos de Luis Meléndez, y escenas de cocina. Como en la cocina mediterránea, la base de esta pintura es el aceite (óleo). Ahora que se dice que la gastronomía hace arte con la comida es bueno recordar que la pintura lo hizo siglos antes.

Junto a los cuadros de comida, los que comían: "El Papa Pío VII", de Antonio Solá; "el rey Carlos IV en traje de corte", de Francisco de Goya, un retrato que cada año se esfuerza más en parecerse a su descendiente Juan Carlos I, y el ministro e ilustrado Jovellanos, del mismo autor. También hay vírgenes y santos y dioses paganos y así será hasta que entremos en el Romanticismo y en el Realismo, que van a representar paisanos y paisajes realmente existentes, hechos en el vivo y el directo de entonces, y algunas reconstrucciones de estampas históricas de las que hacen patria.

En un pasadizo se va a producir una paradoja temporal artístico-arquitectónica. Avanzamos en el arte hacia el siglo XIX, pero salimos de un palación del siglo XVIII y pasamos a una casa-palacio del siglo XVII. Es la casa de Oviedo-Portal, que durante la ampliación quedó como almacén de arte y ahora, entre su relativa angostura y que ha sido cegada a la Rúa por las contraventanas de madera que acuchillan los rayos de sol por las rendijas, parece oscura. En esa penumbra de los gabinetes están las fotografías, estampas y grabados para que no se los coma la luz. Rotarán cada pocos meses con otros almacenados para evitarles daños de exposición. Ahí están también las piezas de las artes industriales con vidrios, lozas y calcografía.

La dueña de la casa de Oviedo-Portal es la pintura asturiana del siglo XIX, desde el Romanticismo al Realismo y vamos a ver muchos burgueses parados, posando, y muchos campesinos, pescadores y obreros trabajando. El pintor Martínez Abades -también autor de cuplés y de la canción "Soy asturianín"- hace ese distingo también en las marinas, que las tiene para la contemplación como "El Rinconín ", acantilado desde el que las olas muestran que alguien ha dejado el mar encendido, hasta la industrial como "En el puerto", con sus cargueros y vapores.

En la planta de la calle, el naturalismo sube la intensidad emocional en la sala trágica de "Pobre hijo mío" (1885), "La cuna vacía" (1892) y "Después de la huelga" (1895). Hay diez años entre estas tres tragedias. El cuadro de menor formato es ese "Pobre hijo mío" de Martínez Abades que, fiel a la mar, presenta a un padre en un pedrero con su muchacho muerto en los brazos.

Frente a frente están los otros dos grandes lienzos de dos grandes pintores asturianos que conocieron bien la obra de Velázquez. "Después de la huelga" muestra a una mujer abrazando el cadáver de su marido, en el suelo del interior de una fábrica. Su hija abraza a la mujer. Por la puerta, a la derecha del cuadro, en el patio y bajo el sol, la Guardia Civil a caballo. José Uría y Uría, nacido en Oviedo en 1861, lo pintó al poco tiempo de instalarse en Valladolid, parece que inspirado en la huelga de 1892 de los Talleres de la Compañía del Norte, que tuvo mucha repercusión. Con el cuadro obtuvo una medalla de segunda clase para la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1895. El obrerismo del tema provocó críticas muy encontradas.

"La cuna vacía" es una de las novedades de la ampliación. En el interior de la casa campesina, el hombre sentado y abatido mira hacia la mujer arrodillada que llora en su pierna, vuelta de la cuna vacía detrás de la que los niños velan a un hermano muerto al que no se ve porque está en otra habitación. Es obra de Luis Menéndez Pidal, del que hay más cuadros en el museo, un pintor nacido en Pajares en 1861, que estudió Derecho en Valladolid, Madrid y Oviedo, a la vez que hacía Bellas Artes en Oviedo y en Madrid. El cuadro, que mereció una primera medalla en su momento, era propiedad de Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, el presidente del gobierno que metió a España en la OTAN. Estaba en la casa familiar de Ribadeo. La familia mostró su intención de venderlo al Museo del Prado, donde el jefe del área de conservación de pintura del siglo XIX es el mierense Javier Barón Thaigdismann. Al Prado no le interesaba, pero Barón les recomendó a los herederos del ingeniero y gobernante de UCD que lo ofrecieran al Bellas Artes de Asturias.

Hace años que el museo asturiano no tiene presupuesto para compras, pero el director, Alfonso Palacio, recordó una propuesta que le había hecho Antonio Suárez, "el rey del atún". Este ovetense de 1942 se enamoró de María Luisa Gutiérrez, la reina de América de las fiestas de San Mateo de 1965 y se fue tras ella hasta Oaxaca (México). Ahora tiene un imperio pesquero y tres nietos pequeños. Quiere regalarle a cada nieto un cuadro de entidad y, hasta que cumplan la mayoría de edad, exponerlo en el museo de Oviedo. Palacio habló a Suárez de los Calvo-Sotelo, llegaron a un acuerdo y el cuadro permanecerá en depósito al menos 15 años con su plástica tragedia.

Con el ánimo encogido se llega a la salida de la casa Oviedo-Portal, también estrecha y oscura, y de pronto la mirada se abre al diáfano e iluminado edifico de la ampliación que hizo el arquitecto navarro Patxi Mangado sobre cinco edificios de los siglos XVI, XVII y XIX y un suelo medieval ahora a la vista.

Ahí reside, en un espacio tratado con más libertad que los dos anteriores, el arte de los siglos XX y XXI, empezando por unos cuadros de Sorolla de visita muy recomendable en semanas nubladas. En el sótano, bajo las pinturas prometeicas de Zaragoza, aún sorprende la escultura de Navascués.

Conforme se suben las escaleras se llega al posimpresionismo de Valle, Piñole y demás, y a las vanguardias Aurelio Suárez y Luis Fernández para acabar en lo más alto con las últimas manifestaciones del arte, desde la Guerra Civil hasta los artistas que rondan nuestras calles y la cincuentena.

El Museo de Bellas Artes ya no se puede ver de una vez como cuando lo inauguró Ricardo de la Cierva, el historiador franquista que fue ministro de Cultura de Adolfo Suárez. El museo de Bellas Artes no se debe ver de una vez porque no hay quien digiera su contenido. El museo de Bellas Artes es gratis y se puede ver tantas veces como se quiera, con niños, sin niños, como plan o improvisando, para resguardarse de la lluvia, para entretener una espera, para ver una época, un autor, un cuadro, una escultura, una foto, un plato.

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