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El camino de Mino

Un viaje al pasado de aquellos "indígenas" de Somiedo que nacieron y crecieron en el valle de Saliencia, sin conexión con el resto del mundo

El regidor somedano en la capital del concejo. J. Izquierdo

Recuperar la "memoria histórica" tiene que ver también con reconocer, y empatizar, con la vida de nuestros antepasados. Recorrer el sendero que cosía el valle de Saliencia y lo comunicaba con el resto del mundo, ponerse en la piel de unos asturianos que no tuvieron carretera hasta hace algo más de dos décadas, es reencontrarse con los orígenes de los primeros asentamientos de la cordillera Cantábrica. Y hacerlo en primera persona, con alguien que vivió ese mundo, no tiene precio.

Hasta hace pocas décadas un porcentaje significativo de asturianos eran, lo que podríamos denominar, "indígenas". Es decir, nacían y vivían en lugares sin conexión con el resto del mundo, y no salían del valle, el hábitat natural y cultural de su comunidad, hasta la edad adulta o salvo que mediara causa de fuerza mayor. Es el caso de Belarmino Fernández Fervienza, Mino (Arvichales, 1958), actual alcalde de Somiedo, que salió por primera vez de su valle en la primavera de 1966, cuando su padre lo llevó a vacunar a Pola de Somiedo. Formaban parte de aquella primera expedición, además de su hermana Leli (1956), un caballo y Perico, el burro de la casa -toda la saga de burros de la familia Fernández Fervienza eran de la dinastía "Perico"-. Hasta ese día, Mino y su hermana, con 7 y casi 9 años, no habían visto una carretera, ni un coche, "ni una casa encima de otra". Ese día conocieron la sociedad "otra" e iniciaron, poco después, un viaje de descubrimientos urbanos.

La "generación indígena" es, hoy en día, un grupo escaso y valiosísimo de personas que vivieron en comunidades autárquicas y que desarrollaron en su infancia valores y habilidades únicas y exclusivas -ahora perdidas-, propiciadas tanto por el aislamiento como por la influencia de su comunidad cultural, que formaba a sus miembros para saber vivir por sus propios medios. Creo que no se ha dicho nunca, pero las comunidades campesinas fueron las mejores y más completas escuelas de emprendedores. O aprendías a buscarte la vida, o estabas perdido.

Los nuevos indianos

Esa generación de perspectiva vernácula resulta crucial para pensar la Asturias posindustrial. Y lo es tanto como la moderna generación urbana de jóvenes asturianos, los nuevos "indianos", que han tenido que abandonar el país para buscarse la vida en el extranjero como emigrantes económicos. Los primeros nos tienen que ayudar a diseñar las aldeas y los territorios rurales campesinos en el siglo XXI, los segundos a situar a Asturias en la economía global. Los primeros nos ayudarán a entender la raíz y a actualizar la Asturias interior con los pies en la tierra, los segundos nos proporcionarán las alas y nos ayudarán a navegar por el espacio exterior. Toda región histórica que quiera transitar con éxito hacia el siglo XXI deberá estar dotada de raíces y de alas, de identidad y de conectividad global.

Arvichales y el resto de las aldeas del valle fueron hasta 1987 -¡sí, sí, hasta 1987!- comunidades autogestionadas en las que la conexión con el mundo exterior se realizaba, por abajo, por un sendero de herradura que comunicaba con Pola de Somiedo y, por arriba, por un camino carretero que por el puerto de La Farrapona (1.709 metros) daba salida en verano a Torrestío. El de Saliencia es un valle confinado por alturas y angosturas y limitado por una climatología que le ponía cerco de trabes de nieve los más de los meses del año. Por eso es fácil comprender que el siglo XIX se prolongase, por imposición de la geografía y en contra del criterio de la historia, hasta aquel1987 que trajo la carretera, el coche, el tractor y, poco después, casi todas las novedades tecnológicas del siglo XX. El nuevo siglo tardó en llegar, pero no ha terminado todavía aunque estemos en 2016. Terminará el día que la conexión a Internet en el valle sea completa y eso marcará la entrada en el XXI.

No es de extrañar el cariño que en el valle le tienen a Jesús Arango, Consejero de Agricultura en aquellos años e impulsor definitivo de la carretera. Por cierto, Arango es desde hace tiempo firme defensor de la comunicación telemática, sin la cual las aldeas volverán a situarse fuera del mundo y en esta ocasión las consecuencias serán peores que antaño: antes las aldeas tenían su propio mundo, ahora este depende, para no desaparecer, de sus relaciones con el del exterior.

Pero volvamos a la Edad Media. Arvichales se sitúa en la parte media del valle, mirando al sur desde una ladera a los pies del farallón calizo que lo limita al norte y sólo deja un resquicio de paso, no mayor que el ojo de una aguja, por el escobio de La Güérgola, que da acceso a las brañas de verano; y al este de la angostura de La Curbichera, un desfiladero imposible al tránsito que cerraba y partía el valle por la mitad haciendo de frontera entre dos territorios: la parroquia de Éndriga, aguas arriba, y la de Veigas, aguas abajo.

El camino histórico, el original, el que se abrió a la vez que el primer asentamiento de la aldea, es el conocido allí como el del Nuecu. Un trazado que aprovecha a su favor, en su parte más aérea, la disposición de una caliza tableteada que vuela más de 150 metros sobre el río, por encima de la cueva y angostura de Curbichera y que, con nieve y hielo, debía ser sólo apto para los más avezados.

Donde suben los mios amores

Las minas y la explotación hidroeléctrica de las primeras décadas del siglo XX llevaron al valle la dinamita y eso facilitó la apertura del, hasta entonces, inaccesible paso por el desfiladero de Curbichera. El camino del Nuecu por los altos se abandonó y la caminería empezó a fluir desde entonces por la ribera. Ese será ya el camino de Mino y su generación que tomamos juntos hace unas semanas para ir caminando y charlando hasta la capital del concejo. Al salir de Arvichales, pasa por los prados de La L.lamazosa y baja por la empinada cuesta de la Curbichera ("La cuesta de curbichera / ye muy mala de subir / la suben los mios amores / cuando vienen veme a mí".)

El camino, como toda la geografía del país, está jalonado de nombres. Los topónimos son la versión indígena de los puntos kilométricos o la nomenclatura numérica de coordenadas. Dan información situándote en la geografía pero, lo que es mejor, aportan conocimiento. Explican en su etimología las razones que los provocaron. Los lugares nos hablan con sus nombres. A veces los entendemos porque el tiempo les ha sido benévolo y su raíz perdura, otras no, porque son hijos de lenguas muertas o están deformados por las voces de los caminantes. Las Cruces, La Ponte Nueva, El Pavial, el Pradón y entramos en Vil.larín. Pasamos al pie del palacio en cuyos bajos se oyó por primera vez música de tocadiscos. Y se bailó al ritmo de la electricidad y no del tambor, allá por 1975. Recuerdos del bar tienda de Antón Reguero y su hija Luz. Recuerdos de café, descanso en el camino y charla amable.

Pasamos delante de la iglesia parroquial de Veigas. El primer empleo del actual alcalde de Somiedo fue de monaguillo. A la grupa del caballo, y cogido a la sotana del cura, un praviano trotamundos e inquieto de nombre Don Francisco, cabalgaba de niño Mino los domingos y fiestas de guardar, de iglesia en iglesia del valle, asistiendo a las misas.

En Veigas, Mino se para con los vecinos. Uno le pide que arregle un camino que lleva a su casa; otra con su hija le da el parte con un asunto de aguas; un todoterreno que baja se detiene para contarle cómo está de turistas y coches La Farrapona y hablarle de no sé qué asunto. Los alcaldes cuando lo son, lo son a todas horas, sin tregua.

En este tramo el camino antiguo está ahora ocupado por la carretera. Algunos paños de muro de cuidada mampostería dan cuenta de ello. Y llegamos a Peñas Juntas, una nueva angostura del valle en donde la geología, en esta ocasión, se apiadó de los parroquianos y les hizo un favor dejando paso franco entre las peñas. Poco después el camino se despide del río, al que atraviesa por un hermoso puente de piedra, de aire medieval -el de la Ponteixina, le llaman-, y comienza a trepar en diagonal por la ladera izquierda del valle, para zigzaguear más adelante entre hayas y encinas y acabar por doblar el valle, dejando el de Saliencia y enfocando el principal de Somiedo. Pasamos por encima de la tubería que conduce el agua a la central hidroeléctrica de La Malva y descendemos por la escarpada cuesta de Las Arrodadas, que corteja sin recato con el precipicio. Mino recuerda a su madre y su severa prohibición de no pasar la cuesta subido al caballo.

Descubrir el mundo

En el último trecho del camino nos detenemos en un mirador e iniciamos la senda ahora acondicionada para minusválidos. Entramos a La Pola por esta vía y recordamos aquel día en el que Mino descubrió el mundo más allá de las cimas de Saliencia. La percepción del viaje ya no es la misma. Lo que es ahora una placida mañana de paseo de poco más de tres horas, era entonces, para un niño pequeño, una larga travesía. La impresión de aquel primer periplo está indeleble en la memoria del Alcalde.

Pasamos por delante del bar/tienda/molino de Pepe, clave en el aprovisionamiento del concejo, donde se compraban desde ataúdes a zapatillas, pasando por el servicio de inseminación que prestaba allí un toro del país. Un comercio entre la vida y la muerte. Y también intercambiador modal de transportes -se dejaba allí el burro y se cogía el coche de línea-, estafeta de correos y centro de comunicaciones telefónicas. Los actuales centros comerciales de las ciudades son la versión urbana de los bares tienda de los pueblos. La tienda de Pepe era una de las terminales de César Álvarez, el cartero de Saliencia, que unía diariamente los dos extremos del camino con una recua de mulas y caballos.

En realidad, César era el responsable de un servicio integral y diario de mensajería que trasegaba con noticias, medicamentos, paquetes, prensa,?. Sin ir más lejos, gracias a él, el padre de Mino, suscrito a LA NUEVA ESPAÑA desde siempre, leía el periódico con las noticias del día, que llegaban a Arvichales por la tarde. César daba la vida al valle a través de aquel cordón umbilical que, a modo de sendero, serpenteaba por el monte. Y sus largas caminatas, literalmente, se la daban a él: falleció poco después de jubilarse.

Para los niños la salida del valle era traumática y a veces dolorosa. Litos (Arvichales, 1960), primo de Mino, salió por vez primera de la aldea una fatídica mañana de 1971 en la que cayó y se rompió un brazo. Lo llevaron a lomos de caballo en un ¡ay! a cada paso del animal y, después de tres horas de penosa travesía lo entablillaron en La Pola y lo subieron al Alsa de las cinco de la tarde. El primer viaje de Litos en autobús fue una tortura de dolores y mareos. Eran más de las nueve de la noche cuando, por fin, lo operaron en el hospital de Oviedo.

En la memoria de la comunidad, el Alsa ocupa un lugar destacado. Todos recuerdan un olor que impregnaba el aire mezclando la acidez del vómito, el humo de los farias y el de gasolina a medio quemar y, sobre todo, las nauseas infantiles. Aquella fue la primera "generación Alsa" que se mareaba y devolvía por la ventanilla como pago del tributo por viajar a la ciudad. Nacer al otro mundo, abandonar el vientre materno del valle de Saliencia, era también un parto doloroso.

El año 1966, en el que dos niños "indígenas" de Saliencia supieron de la existencia de un mundo fuera de los paredones del valle, fue un año de descubrimientos. Leli, la hermana de Mino, le cogió gusto a los caminos y, tiempo después, se casó con Gustavo, un técnico de ADIF. Ahora vive en Arabia Saudí donde su marido trabaja en la construcción de un camino de hierro para un tren de alta velocidad que atravesará el desierto y el futuro.

A Mino le llevaron aquel verano a Gijón a pasar una semana en casa de unos familiares que regentaban un bar. Allí descubrió el mar y una "megalópolis" de rascacielos mucho mayor que La Pola. Pero esa es otra historia.

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