La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La ovetense que destapó la mentira musical de los nazis

La directora Susana Gómez actualiza para el Teatro Real una ópera infantil que se convirtió en símbolo de resistencia durante el Holocausto

El cartel de la representación de "Brundibár" en Terezín.

Por si no fuera suficiente con desatar el horror, por encima le echaron la más espesa capa de cinismo y mentira edulcorada. Durante la II Guerra Mundial, los nazis enseñaron al mundo la supuesta ciudad ideal que habían creado en una antigua guarnición militar de Terezín (Checoslovaquia). Era el ejemplo de lo bien que el Führer estaba tratando a los judíos. En esta fortaleza, un antiguo puesto avanzado del Imperio austrohúngaro con planta de estrella de David (funesta premonición), llegaron a recluir a 144.000 judíos. Para las visitas extranjeras y de inspección de la Cruz Roja, primero redujeron el hacinamiento (vía trenes hacia Auschwitz) y después abrieron bonitos cafés, teatros y, por orden del comandante del "lager", se representaron algunas óperas. Una de ellas fue "Brundibár", obra infantil que desde hoy y hasta el día 24 se representa en el Teatro Real de Madrid en una versión escénica a cargo de la directora ovetense Susana Gómez.

La ópera fue interpretada en aquella ocasión por un grupo de niños de los 15.000 que llegaron a vivir en Terezín. De toda esa población infantil sólo sobrevivió un centenar. El mismo destino siguió la mayoría de ocupantes de ese gueto supuestamente privilegiado y que, en realidad, sólo era una parada previa a los hornos crematorios. La historia que se cuenta en "Brundibár", cuyo autor Hans Krása también fue exterminado en Auschwitz, no puede ofrecer mayor contraste con las condiciones en las que fue representada en aquel campo de concentración. El argumento cuenta la historia de dos hermanos, Aninka y Pepicek, que necesitan comprar leche para su madre enferma. Como no tienen dinero, se les ocurre imitar a Brundibár, el organillero del pueblo, para sacar unas monedas. Pero éste no quiere competencia alguna y los echa. Los niños encuentran la ayuda de un gorrión, un gato y un perro y, con el auxilio de otros niños del pueblo, consiguen el dinero que necesitan gracias a la interpretación de una hermosa canción de cuna. Brundibár les quita lo ganado, pero los niños se unen contra el malvado, recuperan la recaudación y lo echan el pueblo. Para festejarlo, cantan un alegre himno de victoria.

Los niños supervivientes de aquella representación, como Dagmar Lieblová, que ha viajado a Madrid estos días para asistir a las representaciones del Teatro Real, recuerdan que entonces, sobre las tablas, aun envueltos en aquella industrialización de la muerte, llegaban a pensar que "frente a todas las adversidades, el bien vencería al mal". Juntos los niños vencerían a Brundibár. Digo Hitler.

Aquella victoria costó millones de muertos y aunque ha marcado el mundo actual, la versión de Susana Gómez se ha distanciado del mundo del Holocausto. La directora ovetense quiere actualizar el mensaje. Así lo explica: "Esta obra se escribió y se interpretó por primera vez en un orfanato de Praga. Luego fueron las circunstancias las que hicieron que se transformara en un símbolo de la resistencia de los judíos en los campos de concentración frente a la dominación nazi. Pero lo que intento ahora es recuperar la idea inicial de la importancia de la solidaridad y del apoyo mutuo para conseguir lo necesario. Quería hacer hincapié en la necesidad de la solidaridad, sobre todo entre los pequeños. Hacer ver que son los niños los que pueden dar las soluciones en un mundo en el que los adultos muchas veces somos incapaces de encontrarlas".

El personaje de Brundibár, el organillero, se convirtió, en virtud de las representaciones que tuvieron lugar en Terezín, en un trasunto de los nazis. En el montaje que desde hoy puede verse en el Teatro Real se transforma en un showman, un embaucador que seduce a los niños contándoles sus historias, una figura "que aparece con toda una parafernalia gigantesca y que tiene embelesados a los niños". Sí, en este mundo actual "en que los niños están bombardeados por estímulos y rodeados por objetos", sigue habiendo muchos "brundibares" como aquel cabo austriaco que empezó llenando de adeptos las cervecerías de Múnich y acabó llenando convoyes ferroviarios rumbo a Polonia. El Brundibár de Susana Gómez "hipnotiza a los niños", quieren estar con él, "comprar cosas, ser como él". La historia se repite, se repite, se repite.

"Cuando entramos en el mundo de Brundibár siempre tenemos en mente esa historia tan terrible que ocurrió (el Holocausto). Fue algo terrorífico. Los niños pueden conocer esa historia por las referencias que les hemos dado, pero no deja de ser algo histórico. No les afecta directamente. Lo que sí les afecta es que, en la calle o en la televisión, sí ven niños en situaciones terribles y están realmente anestesiados frente al sufrimiento que tienen al lado de su casa. Era importante subrayar eso. Para que se den cuenta de que lo que les pasaba a aquellos niños (los de Terezín) está ocurriendo también ahora". También ahora pasan trenes, nos sugiere Susana Gómez.

Adentrarse en la historia de esta ópera es sumergirse en uno de los episodios más indignantes (si cabe) del Holocausto. La ficción que los nazis crearon en torno al campo de Terezín no tiene ningún detalle que no resulte absolutamente hiriente. A un sturmbannfürher (jefe de unidad de asalto) de las SS llamado Hans Günther se le ocurrió grabar un documental sobre aquel "reasentamiento judío". El objetivo era demostrar que aquellas personas vivían mejor que los soldados que estaban en el frente. Querían disfrazar Terezín en un saludable "sanatorio" para los judíos. Günther presupuestó la obra en 35.000 marcos y la financiación salió, cómo no, de los bienes que se habían confiscado a los propios judíos. Aquel documental se rodó y el título oficial fue "Theresienstad: un documental sobre el reasentamiento judío". Nada creativo. Sin embargo, el nombre con el que pasó a la historia fue "El Führer regala a los judíos una ciudad". Este cambio parece redoblar aún si cabe la intensidad del insulto y la infamia. El escritor alemán Rudolph Herzog, no obstante, sostiene en un reciente estudio sobre la comicidad y el humor en el III Reich que semejante apelativo es, en realidad, una invención de los propios prisioneros del campo. "Un ejemplo típico de ese humor negro que estaba tan extendido entre los judíos de los campos de concentración". A los ojos de hoy, parece mentira que aún en aquellas circunstancias hubiera un resquicio para la creatividad, para la risa. "Brundibár" es un ejemplo. Ahí va otro: hubo un cabaret en Terezín. Su creador, el judío Kurt Gerron, lo bautizó como Das Karrusell, el carrusel. Porque Theresienstad era un carrusel que catapultaba a la gente hacia los hornos crematorios.

Compartir el artículo

stats