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Hay dragones en Oviedo

La salamandra mantiene una relación milenaria con la parte antigua de la capital asturiana, donde se conserva una treintena de poblaciones aisladas que han sobrevivido por su viviparismo

Jorge Chachero, durante el rodaje de exteriores.

Cada noche, cuando la ciudad muda el tumulto diurno por las calles oscuras y solitarias, un pequeño y discreto animal desarrolla su rutina cotidiana. Lo viene haciendo desde que Oviedo es ciudad, hace más de doce siglos. Lo sorprendente es que se trata de un anfibio que ha logrado independizarse del agua, tan necesaria, en general, para este grupo de vertebrados y tan escasa en las grandes urbes, y que se las ha arreglado, asimismo, para sobreponerse a los sucesivos y profundos cambios y crecimientos urbanos. Para ello ha debido tomar una importante "decisión" biológica: parir crías totalmente desarrolladas en vez de alumbrar larvas acuáticas o poner huevos, y se ha visto obligado a vivir en pequeñas poblaciones inconexas, a modo de islas en un archipiélago.

"Los últimos dragones de Oviedo", un documental del realizador, editor y cámara Jorge Chachero y el biólogo David Álvarez, cuenta el "milagro" de las salamandras comunes urbanas, en el contexto de la historia de la ciudad y en relación con la mitología y las supersticiones que rodean a esta especie (y que justifican el título elegido, pues se creía que soportaba el fuego y que incluso de nutría de él). El cortometraje (25 minutos) se estrena el día 31 en el teatro Filarmónica. "Nos pareció una idea guapa unir la mitología, la historia de Oviedo y la propia historia de la salamandra como forma de dar a conocer y dar valor a sus poblaciones urbanas, y también para desterrar los prejuicios y falsas creencias que pesan sobre ella", explica Álvarez. "Le presentamos la idea al Ayuntamiento de Oviedo y a la Fundación Municipal de Cultura, les gustó y el documental se puso en marcha". Ocho meses después está acabado.

Las salamandras comunes de Oviedo pertenecen a la subespecie "bernardezi", endémica del noroeste peninsular. Su nombre se debe a su descubridor, el biólogo José Bernárdez, que en 1928 recolectó en los taludes de la antigua estación del Vasco los ejemplares que sirvieron para describirla. Por esta circunstancia se las ha denominado, en ocasiones, "salamandras de Oviedo", lo que ha creado la idea errónea de que se trataba de una forma exclusiva de la ciudad. Sí son salamandras "especiales", una de las contadas poblaciones urbanas y, además, vivíparas, esto es que alumbran crías totalmente desarrolladas. "Esta particularidad, que aparece también en las que viven en las islas Cíes y Ons, en Galicia, es lo que ha permitido su supervivencia en un entorno urbano, sin apenas acceso al agua", explica David Álvarez.

La biología de la salamandra es un pilar del documental "Los últimos dragones de Oviedo". Más aún, el corto surge del estudio que David Álvarez inició años atrás sobre las poblaciones urbanas de sacavera, nombre popular de este urodelo en Asturias. "Dentro de mi trabajo con anfibios en la Universidad de Oviedo empezamos a estudiar las salamandras, inicialmente en otras poblaciones, pero como las veíamos en el entorno de la Facultad de Biología se nos ocurrió iniciar ahí un marcaje con microchips para hacer un seguimiento", explica el biólogo. De forma paralela, David Álvarez se planteó otro proyecto, en colaboración con Guillermo Velo Antón y André Lourenço, del Centro de Investigaçao em Biodiversidade e Recursos Genéticos de la Universidad de Oporto. "Desde crío veía salamandras por el Oviedo antiguo y se me ocurrió abordar un estudio genético de las poblaciones ovetenses (hay 28 identificadas), que fueron quedando aisladas por el desarrollo urbano, para ver si presentaban diferencias entre sí. Tomamos muestras de tejido y los análisis revelaron que las del Oviedo antiguo son las que llevan más tiempo aisladas, algunas desde la construcción de la primera muralla", constata.

La salamandra aparece desde el núcleo antiguo hasta zonas del centro moderno, en sitios donde, "más que la presencia de hierba, lo determinante es la existencia de refugios: piedras o muros de piedra sin rejuntear", describe Álvarez. El análisis genético indica que las poblaciones del Antiguo son las más divergentes. "Parece deberse a una deriva genética, un fenómeno que se produce en poblaciones reducidas (la del monasterio de San Pelayo es de sólo 15 o 20 reproductores), que pierden variabilidad. Es decir, las poblaciones de salamandras de Oviedo están diferenciadas entre sí por el aislamiento, que en el caso de las que habitan en el monasterio de San Pelayo se remonta al siglo IX; son 'salamandras de clausura'", bromea. "En la Catedral ese aislamiento se rompió cuando parte de las paredes de la Cámara Santa y de los muros exteriores se vinieron abajo en 1934, lo que pudo permitir cierto intercambio de individuos con el exterior".

David Álvarez destaca la entusiasta colaboración tanto del deán de la Catedral, Benito Gallego, como de las monjas del monasterio de San Pelayo, "que nos dieron todas las facilidades para acceder a los terrenos de la basílica y del monasterio a buscar las salamandras y grabar varias secuencias del documental. Me dio una gran alegría encontrar ahí las salamandras, me parecía asombroso que hubieran podido sobrevivir en un espacio tan reducido durante más de mil años".

Filmar la vida de estos urodelos no fue sencillo. "Al tratarse de un anfibio, estábamos muy sujetos a la climatología. El otoño es la mejor época (las condiciones óptimas para la salamandra común son una humedad ambiental superior al 80 por ciento, y entre 7 y 10 grados de temperatura), pero justo el otoño pasado no llovió e hizo calor", detalla David Álvarez. Con todo, el rodaje pudo llevarse a cabo, complementado con tomas en un terrario y en un miniset que simulaba un ambiente natural. "Estuvimos mucho tiempo hasta conseguir grabar un parto", subraya el biólogo. Son imágenes muy valiosas, pocas veces obtenidas, que ilustran la peculiaridad y la clave de la pervivencia de los últimos dragones de Oviedo.

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