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Chupadores de sangre

Las garrapatas, las moscas del sapo y del corzo y la lamprea marina son algunos de los parásitos presentes en Asturias que se alimentan de otros organismos, enfermándolos o matándolos

Chupadores de sangre

La naturaleza tiene múltiples expresiones de belleza. Pero oculta un reverso tenebroso, un lado oscuro, mucho menos divulgado, del que forman parte los organismos con un aspecto, unos hábitos, unas conductas o unas funciones biológicas que, desde el punto de vista humano, son repulsivos. Entre ellos se encuentran los parásitos, cuya sola mención es causa de azoramiento. El reciente fallecimiento de una persona en Asturias por complicaciones derivadas de la picadura de una garrapata los ha puesto momentáneamente bajo la luz de los focos y ha suscitado cierta alarma social. A nadie le agrada tener un "chupasangres" en su cuerpo, ya sea una garrapata, una sanguijuela o un mosquito.

Molestias aparte, el peligro de los parásitos radica en que transmiten enfermedades (las garrapatas son vectores de la bacteria "Borrelia burgdorferi" que causa la borreliosis de Lyme, tratable pero que puede derivar en serias complicaciones cardíacas, neurológicas y articulares) y socavan la salud de sus huéspedes. Por definición, no matan al organismo (animal o planta) que los aloja, pero no todos practican ese "juego limpio": las larvas de las moscardas "Lucilia bufonivora" y "Lucilia sylvarum" nacen sobre la piel de su huésped, el sapo común, muy cerca de los orificios nasales, a los que se dirigen nada más eclosionar, utilizándolos como vías de penetración para devorar al anfibio por dentro, empezando por las cavidades nasales, y continuando por los ojos y por el cerebro. Una muerte horrenda, que lleva a la pregunta inevitable cuando se habla de estos seres: ¿para qué sirven? Como todos los organismos, desempeñan un papel ecológico, por desagradable que resulte, en este caso, principalmente, la regulación de las poblaciones de las especies huéspedes.

Por clarificar conceptos, también hay parásitos que se limitan a vivir a costa del esfuerzo de otros sin dañarlos, ya sea robándoles alimento, como hacen los págalos, unas aves marinas que actúan como piratas sobre charranes, gaviotas y álcidos pequeños, arrebatándoles la pesca (en latitudes tropicales son reemplazados por los espectaculares rabihorcados o fragatas), o "colocándoles" su prole, como hace el cuco común o cuquiellu, que pone sus huevos en nidos ajenos (el petirrojo europeo o raitán es uno de sus huéspedes favoritos en Asturias), que acaban criando a su pollo como propio, y además con plena dedicación y un ímprobo esfuerzo, ya que el truhán se deshace de los huevos legítimos nada más nacer y a los pocos días ya supera en tamaño a sus padres adoptivos.

Asimismo, hay que diferenciar parásitos de comensales, cuya dependencia de otros no implica perjuicio alguno para éstos; por ejemplo, los córvidos son comensales de los buitres en las carroñas, ya que por sí solos no podrían rasgar la piel y los tejidos de los cadáveres de gran tamaño, pero, como aprovechan piltrafas, no perjudican a las rapaces.

La nómina de parásitos es tan amplia como anónima: la mayoría pasan desapercibidos. Tenemos noción de los que nos afectan directamente (mosquitos, garrapatas, pulgas) o a nuestros intereses (por ejemplo, dañando al ganado o a especies salvajes de interés económico), y de los más obvios por la visibilidad del propio organismo, como el muérdago que infesta los manzanos (crece sobre las ramas y les chupa la savia), o la de sus efectos. El ácaro "Sarcoptes scabiei", causante de la sarna sarcóptica que ha menoscabado las poblaciones asturianas de rebeco cantábrico (también se registra en cérvidos y en algunos carnívoros, y es transmisible a las personas), cumple ambos supuestos, ya que causa una alta mortalidad en esas especies cinegéticas (y, en consecuencia, unas pérdidas económicas) y resulta obvio, pues si bien el tamaño del parásito es diminuto (no pasa de 0,4 milímetros), los animales infectados se detectan fácilmente porque presentan alopecia y evidentes heridas y costras en la piel.

Las consecuencias de la infestación de los corzos por la mosca "Cephenemyia stimulator" son menos notorias, pero los animales se ven lentos de reflejos y con mal aspecto. Es un parásito casi exclusivo de esta especie, que no mata a su huésped, pero reduce su capacidad respiratoria (las larvas, que la hembra deposita ya eclosionadas, se desarrollan en las fosas nasales y la laringe) y, con ella, la eficacia de su respuesta de huida ante los depredadores, de manera que dispara la mortalidad y ocasiona una reducción sensible de la población, que en el occidente de Asturias fue estimada en más de un 50 por ciento entre 2005 y 2008. Se trata de una patología reciente en España, detectada por primera vez en 2001 y vinculada a una introducción de corzos procedentes de Francia.

También hay parásitos entre los vertebrados, aunque son minoría. Uno de ellos habita en los ríos asturianos durante dos fases de su ciclo biológico, precisamente en las que no ejerce como tal, ya que las larvas son filtradoras (sólo algunas pueden empezar a comportarse como hematófagas al final de ese ciclo) y los adultos, una vez entran en los cursos fluviales, para procrear, dejan de alimentarse. Se trata de la lamprea marina, un arcaico pez de forma anguiliforme, caracterizado por una boca discoidal, a modo de ventosa cubierta de afilados dentículos. Es su instrumento de fijación a los huéspedes, generalmente otros peces, practicándoles una incisión en la piel para succionar su sangre.

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