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JAVIER CALZADILLA | Arquitecto

"Mi padre me enseñó que un país necesita arquitectos y albañiles, pero no puede tener zánganos"

"El ingreso en la carrera era un proceso de eliminación implacable, sabíamos que de todos, de los más de mil que estábamos en el curso - de iniciación, sólo sesenta o setenta podrían seguir en la Escuela"

Javier Calzadilla, el jueves, en Oviedo, ante los murales del arquitecto Joaquín Vaquero, en el edificio de HC Energía.

El arquitecto Javier Calzadilla nació en Tineo, en diciembre de 1941, "y allí viví hasta los 8 años, en que me vine a Oviedo para preparar el ingreso de Bachillerato. Mi madre estaba de maestra en Truébano, en Tineo, y mi padre en Oviedo, en las Escuelas del Fontán". Pasó una infancia feliz, siempre muy buen estudiante, cursó el Bachillerato en el Instituto Alfonso II de Oviedo y la carrera en la Escuela de Madrid. Durante 41 años fue funcionario de Hacienda, con algunas excedencias. Y fue decano del Colegio profesional. Jubilado, disfruta de sus múltiples aficiones y amigos y de sus siete nietos que tiene repartidos por el mundo. Así lo cuenta en sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA en esta entrega y en otra más, mañana, lunes. Conceptos clave: feliz, afortunado, intransigente con las injusticias, trabajador y poliactivo.

Una infancia feliz en Tineo. "De aquellos primeros años en Tineo recuerdo, sobre todo, a doña Beni, mi primera maestra, que me enseñó a leer y escribir, y a don Maximino, mi siguiente y último maestro. Y recuerdo también a mis compañeros de escuela, que me regalaron un libro firmado por todos cuando me fui, las carreras calle Mayor abajo, los días de matanza del cerdo, con sus berridos llenando el pueblo, las entradas furtivas en el huerto de don Benito en busca de sus peras y manzanas?, fui un niño muy feliz, y quizás en ese recuerdo se basa mi amor por Tineo, el lugar donde tengo clavadas mis raíces".

Padres inteligentes. "Mi madre había nacido en Tineo y mi padre en Candás, y eran muy diferentes, tanto como lo son las gentes de Tineo y de Candás. Los dos eran Maestros Nacionales, con mayúscula. Mi madre era inteligente y conservadora, siempre votó a Fraga, y nos inculcó la idea de esfuerzo y el arte de la conciliación: siempre intentaba que las cosas quedasen bien arregladas. Murió, completamente lúcida, hace tres años, a los 102 de edad. Mi padre era la persona más inteligente que he conocido. Era joseantoniano puro, de nacionalizar la banca y los medios de producción. Franco era casi un traidor para él. Nos enseñó a saber luchar siempre contra la injusticia. Decía que cada cual tiene unas obligaciones para consigo y para la sociedad, y que ésas son mayores cuanta más capacidad se tenga. La parábola de los talentos. Un ejemplo, cuando yo tenía 14 años me comentó que si no quería estudiar no hacía falta que lo dijese, sería así si yo, que obtenía muy buenas notas, sólo sacase aprobados, es decir, por debajo de lo que debería exigírseme. Y no pasaría nada, añadió. Tan digno y necesario es el trabajo de un arquitecto como el de un albañil; lo que un país no puede tener es zánganos. Vamos, que mi padre me enseñó que un país necesita arquitectos y albañiles, pero no puede tener zánganos".

Preparatorio en el Fontán. "En Oviedo vivíamos en la prolongación de González Besada, aún con muchas casas en ruinas por la guerra, y después pasamos al bloque de los maestros en Calvo Sotelo. Mi madre ya estaba por entonces de Maestra aquí, en Guillén Lafuerza, y mi padre seguía en las Escuelas del Fontán, en donde yo estuve un año preparando el examen de ingreso en el Instituto Alfonso II: dictado, con tres faltas de ortografía, suspenso, cuenta de dividir 'por cuatro' y algo más que ahora no recuerdo. Y después de ingresar ya decidí que quería ser arquitecto; aunque nunca supe el porqué de esa decisión. El ambiente en mi casa era de trabajo y estudio. Y ése, el de la familia en que nací, fue el primer golpe de suerte, de esa suerte que habría de acompañarme siempre en todos los aspectos de mi vida".

Profesora excepcional en el Alfonso. II. "Los años del Instituto, fuimos la primera promoción de las reválidas de 4.º y 6.º y del preuniversitario, fueron preciosos, por el profesorado y por los compañeros de clase. Entre los primeros, y dentro del altísimo nivel que había, yo destacaría a la señorita Concepción Pérez Montero, profesora de Literatura y quizá la mejor profesora que yo he tenido en mi vida, y los tuve muy buenos y muy buenas. Nos aficionó a la lectura, nos enseñó a hablar y a escribir correctamente... Un hecho que sirve para explicar lo que digo: en Preu cada asignatura tenía un tema casi monográfico, y en Literatura fue Calderón y 'El gran teatro del mundo'. Vamos que después de nueve meses con ese tema, lo normal es que aquellos chicos de 17 años hubiesen acabado odiando a Calderón, el Siglo de Oro español y 'El gran teatro del mundo'. Pues no, cómo sería de extraordinaria la señorita Pérez Montero que no solamente no pasó eso, sino que incluso creo que acabamos tomando cariño a todo aquello. Bueno, es sólo una anécdota, pero bastante significativa. Pero había, además, otros excelentes profesores: don José Bernardo Cancho, don Adolfo García, el señor Pisa, la señorita Fratarcangeli? Y más. Ah, y don Pedro Caravia, al que recuerdo no por él, sino por doña Carmen Bobes, que vino a sustituirle durante un tiempo y con la que pasamos de los 'Diálogos' de Platón de don Pedro a aquello de barbara, celarent, darii y ferio, un divertido juego didáctico que nos enseñó la señorita Bobes. Y los compañeros de Instituto, como Jaime Martínez, Alfonso Iglesias, Manolo Cosio, Pablo Díaz Matos y Fernando Correa. Fue una promoción muy buena, y todos los que acabamos allí el Bachillerato acabamos después carreras universitarias. Pero, sobre todo, éramos amigos, en las clases no había ninguna tensión, los exámenes eran pruebas y, casi sin darnos cuenta, llegábamos al final de curso. Y todo, claro, gracias a aquel magnífico profesorado".

La pedagogía de los campamentos. "Pero fuera del Instituto había vida. Desde los 9 a los 16 años fui todos los veranos a varios campamentos de Falange: Pola de Gordón, Covaleda, en Soria, Tarragona, las Rías Bajas? y jugué, desde su fundación, en el Juventud Asturiana, un equipo de fútbol fundado por Eduardo 'el gemelo' entre otros, y del que tuve la suerte de ser el primer capitán. En los campamentos y en el Juventud, aprendí muchas cosas, y una sobre todas, a convivir con muchachos de mi edad, de todos los lugares y de todas las clases sociales. Y lo que es más importante, a aprender de todos ellos. En definitiva, mi adolescencia en Oviedo, como lo había sido la de mi niñez en Tineo, fue una época muy feliz".

Casona, clave en la beca. "Para hacer Arquitectura había que aprobar previamente un curso en la Facultad de Ciencias de Oviedo. Lo hice y entonces me presenté a una prueba que hacían en la Diputación para conceder becas. Era un examen oral público, sin temario, en el que un tribunal te iba preguntando cosas, y una de ellas fue sobre mis gustos por el teatro. Yo había leído muchas cosas de Alejandro Casona, entonces aún exiliado en Argentina, porque mi padre tenía acceso a ellas a través de don José Rodríguez, hermano del autor. Así que dije que ése era uno de mis autores preferidos, y cuando vi que el sacerdote que estaba en el tribunal se incorporaba desde su respaldo y exclamaba '¡no me digas que te gusta Casona!' di por perdida la beca. Y resultó que él era un admirador de su obra, y aquello no solamente no fue perjudicial, sino que el atrevimiento de citar a Casona, estábamos en el año 1959, fue un apoyo para la concesión de la beca. Casona supo aquello por su hermano José y su tía Jovita, que vivía también en Oviedo, y me envió un libro con una dedicatoria que decía: 'A Javier Calzadilla, en el año de su beca, con mi agradecimiento'. Casona regresó a España en el año 1961, se representó ante él y la emoción de todos los presentes en el Bellas Artes 'La Dama del Alba', y yo tuve la suerte de conocerle personalmente en el colegio mayor. Una racha fatal, en cuatro años murieron su yerno, Felipe Santullano, su única hija, su mujer y él mismo".

Cumplidor con lo exigido. "La beca era de 2.000 pesetas mensuales, y el colegio Diego de Covarrubias, en el que ingresé después de un año en una pensión de Madrid, costaba entonces 1.800 pesetas; es decir, que era una beca excelente. Me exigían notable de nota media para mantenerla, y esa exigencia de todos los asturianos, que estaban pagándome buena parte del coste de mis estudios, me parecía razonable. Como razonable me parece hoy que para conceder becas o ayudas se exija un rendimiento determinado, con independencia o además de la situación económica del beneficiario. Y eso hasta podría aplicarse a todos los estudiantes universitarios, pues en definitiva todos son beneficiarios a través de nuestros impuestos. Yo me apliqué, cumplí con lo exigido, tuve mi beca durante toda la de carrera y tengo mi título con la calificación de notable.

Una vida universitaria muy rica. "En el Colegio Mayor Covarrubias viví unos años fundamentales para mi formación como persona. El director era Fernando Suárez, y José Luis Merino el subdirector. Por allí pasaron, mientras yo estuve y entre otros, Borrell, que con 18 años era ya igual de brillante que ahora; Croissier, González Seara, Solbes? Y, de Asturias, Francisco Javier Casielles, José Carlos del Rey y Manuel Martínez. Y todos los personajes públicos e importantes de la época pasaron por allí para dar conferencias o participar en coloquios como el citado Casona, Dionisio Ridruejo; monseñor Morcillo, arzobispo de Madrid; González Ruano; Alfonso Paso; Quasimodo, premio Nobel de Literatura; Raimon... Se hacían ciclos sobre Antonio Machado, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Blas de Otero; teníamos equipos de varios deportes, un coro y un grupo de teatro, hacíamos una revista oral y otra de carácter gráfico. Pero, sobre todo, allí hice un montón de amigos con algunos de los cuales aún mantengo relación. Fernando Suárez y José Luis Merino hacían que mantuvieses presente la importancia de saber respetar a los demás, de lo conveniente que es 'dar una vuelta en las zapatillas de la otra persona' cuando trates con ella, de que tu libertad termina donde comienza la libertad del otro. En la Escuela de Arquitectura de Madrid había que aprobar un curso llamado de iniciación. El ingreso en la carrera era un proceso de eliminación implacable, sabíamos que de todos, de los más de mil que estábamos en el curso de iniciación, sólo sesenta o setenta podrían seguir en la Escuela. Había sólo tres chicas en nuestra promoción, cuando en la actualidad son mayoría, y tuve profesores magníficos, buenos y regulares, pero ninguno malo del todo. Javier Carvajal, Sainz de Oiza, Fernández Alba y Domínguez Salazar estaban entre ellos".

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