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Los desconocidos "parques temáticos" que se encuentran a un paso de Luarca

Los jardines de la Fonte Baixa y el Parque de la Vida ejemplifican cómo la iniciativa privada impulsa y sostiene interesantes atractivos turísticos

Detalle de una de las piezas de la colección sobre dinosaurios de Laria en el Parque de la Vida. Gustavo García

Apenas tres kilómetros de estrechas carreteras locales separan las dos joyas del conocimiento y la divulgación sobre el mundo natural que alberga en su seno el concejo de Valdés, cerca de Luarca. A pie, media hora es suficiente para ir desde el Parque de la Vida, en La Mata, hasta el jardín de la Fonte Baixa, en El Chano. Dos lugares excepcionales, no sólo por su contenido, difícil de hallar en otros puntos de la región, e incluso del país, sino por el hecho de que han sido creados y se mantienen en funcionamiento al margen de toda ayuda o subvención pública, gracias al empeño, el tesón, y, sobre todo, los sueños de dos hombres. Luis Laria se imaginó un lugar en el que llevar la educación medioambiental a otro nivel, en el que descubrir con los sentidos el qué y el por qué de la existencia, y ahora lo mantiene abierto al público en una finca valdesana. Es el Parque de la Vida. José Rivera, quinto marqués de San Nicolás de Nora y uno de los fundadores de Panrico, soñó con un edén en plena tierra. Decidió hacerlo real cuando se quedó prendado de un enclave del litoral asturiano, a la vera de la Villa Blanca. Ahora, 20 hectáreas al borde del mar contienen el mayor jardín botánico privado de Europa. Dos tesoros únicos pero desconocidos para el gran público.

A la entrada, un cartel blanco con letras negras advierte al visitante que el Parque de la Vida "no ha recibido subvención alguna por ninguna Administración, y es únicamente un esfuerzo personal". Ese esfuerzo lleva un nombre, el de Luis Laria, presidente de la Coordinadora para el Estudio de las Especies Marinas (Cepesma). En un terreno de 52.000 metros cuadrados, Laria ha levantado un complejo a su imagen y semejanza: multidisciplinar, ordenadamente caótico y "raro", como su propio creador reconoce. "No tiene nada que ver con cualquier otro equipamiento museístico que exista en España ni en el mundo. Es tan singular en su filosofía, o más, que lo que era el Museo del Calamar Gigante. Es un museo vital, una herramienta para crear conciencia, divulgación, educación".

El Parque de la Vida es biología, geología, fauna, consumo responsable, investigación espacial, astronomía. Todo en uno. Laria llegó a La Mata hace 27 años, para convertir un terreno yermo, pantanoso, en un oasis de diversidad en el plano del conocimiento difícil de comparar. Nada se le parece, no se asemeja a nada. Una réplica del satélite soviético "Sputnik" da sombra a un gallo que picotea en el suelo, en busca de alimento, antes de adentrarse en un bosque autóctono. Cientos de dinosaurios a escala se exponen en la sala anexa a la que alberga una colección de extraños y misteriosos seres llegados desde el abismo del océano. Un robot, que además es una estación astronómica y meteorológica y que genera su propia energía solar, guía a los curiosos hasta el planetario. Un centro de recuperación de animales devuelve al mar las focas que llegan heridas a las playas asturianas. Todo dentro del mismo perímetro.

"Tratamos de abarcar desde la parte más ínfima del conocimiento de la vida y del conocimiento de nuestro mundo hasta el futuro, hasta llegar a qué puede ocurrir si el hombre se queda sin espacio en la Tierra y debe colonizar otro planeta, porque en el que estamos no lo puede habitar", trata de explica Laria, que pronto desvela que el objetivo primordial es fomentar una cultura medioambientalmente sostenible, e inculcar respeto por el resto de las especies que viven sobre la faz de la tierra. "Si existe alguna perniciosa, sin duda, es el ser humano".

Sobre el resto de actividades, el presidente de Cepesma reconoce que lo que más orgullo le ha generado en su vida es haber desterrado falsos mitos sobre serpientes y anfibios. "Logramos una conexión fantástica con estos animales, que está cambiando las mentalidades de miles de personas. Un niño que toca, que coge una serpiente aquí nunca va a matar una culebra".

Como esfuerzo personal que es, el Parque de la Vida le está pasando factura a un Laria al que no le duelen prendas en reconocer que afronta varias deudas tras invertir todos sus ahorros en su obra. Tiene tres empleados, y un grupo de fieles voluntarios, que son la savia que llena de vitalidad el parque. "No es una empresa al uso, es una filosofía, en la que no cabe ver el aspecto económico, sino su valor moral", defiende el conservacionista. La instalación sobrevive, en parte, gracias al aluvión de visitas que ha recibido en los más de dos años que lleva abierta al público general, que llega atraído a La Mata por el "boca a boca". La economía no permite pagarse anuncios.

Los jardines de El Chano ocupan veinte hectáreas que se asoman, temerarias, sobre el acantilado de la playa de Salinas, en Luarca. Concebido como un balcón de proporciones bíblicas hacia el Cantábrico, en su interior alberga una auténtica arca de Noé vegetal. Cruzar la verja de acceso a este jardín es viajar alrededor del mundo sin despegar los pies de Luarca. El espacio verde empezó a modularse desde cero, a partir de la construcción de la mansión de José Rivera en 1988. El empresario fue ampliando su sueño, al comprar 58 fincas de 38 propietarios diferentes. Puso el proyecto en manos del paisajista asturiano Rafael Ovalle, que se encargó del diseño de este jardín onírico. Desde hace dos años, tanto la casa como la finca se encuentran en venta, aunque aún no se ha dado con nadie que ponga sobre la mesa los nueve millones de euros en que se tasa.

Las cifras son, sencillamente, abrumadoras. En 200.000 metros cuadrados coexisten 568 variedades vegetales, entre las que se cuentan 25.000 azaleas, 25.000 rododendros, 10.000 camelias de más de 200 variedades, 4,5 km de hortensias, 4.000 acebos, magnolios y palmeras, miles de tejos, sauces, abedules y cedros. Hay un algarrobo milenario, y un castaño, traído desde Naraval, de 659 años. La excepcionalidad viene también por la variedad, que es posible gracias al microclima interno del valle. A un paso del pino de bola de Siberia se alza la pata de elefante de Kenia. Los papiros egipcios crecen a la sombra del arce rojo canadiense. La lista es interminable. Los cinco continentes nunca han estado tan unidos. El jardín se distribuye en 17 kilómetros de paseos, que se ven salpicados, aquí y allá, por nueve miradores, cinco estanques, 19 fuentes y decenas de elementos originales. Todo es auténtico.

A pesar de su carácter privado, la finca se puede visitar, avisando previamente a José Manuel Alba. Él es el guía, el cuidador, un segundo padre para las más de quinientas variedades vegetales que habitan en el valle. Junto con otras tres personas, se encarga del mantenimiento y conservación de este pequeño Edén. Lleva aquí desde su génesis, y se lo conoce al detalle. Habla con pasión de cada uno de los especímenes, de los que ofrece, de forma mecánica, descripción, lugar de procedencia, y algún dato curioso que estimule la curiosidad del visitante. "Alocasia del Amazonas. Tiene hojas de gran tamaño. Cuando llueve, las gotas se quedan en la superficie formando perlas. Es la foto que buscan todos los fotógrafos". Y así una tras otra, hasta 568.

Desde hace algún tiempo, son cuatro empleados de Rivera los que atienden el jardín y le sacan provecho. Además de las visitas guiadas, que duran unas dos horas y media, se ofrece un servicio de venta de plantas. Combinados con estos ingresos, llegan los del producto más característico de la Fonte Baixa: su miel. "Aquí tenemos un ingrediente especial, que la hace única, que la distingue del resto de mieles. Se trata de una planta, la palmera de la miel de Argentina", explica Alba. A pesar de todo, "el jefe es el jefe", como repite el guía, y a pesar de que todo corre por parte de los empleados, es al que hay que "rendir cuentas".

El Chano es un imán para los amantes de las plantas, los estudiosos, o aquellos que, por simple curiosidad, quieren asombrarse ante esta maravilla nacional. Son muchos, también, los pintores que lienzo en mano buscan aquí la inspiración, y quienes llegan desde la otra parte del globo sólo para contemplar su belleza. Es el caso de un matrimonio de Nueva Zelanda, que arribó a Luarca con su barco sólo para visitar la Fonte Baixa. "Aunque el récord lo tiene un señor de Gijón, que nos visitó 42 veces, y que tiene un archivo fotográfico con 13.000 imágenes", cuenta José Manuel Alba. Los jardines no se promocionan, no se anuncian, y el número de entradas está controlado, principalmente por motivos de conservación. "Controlamos los grupos para que no sean muy grandes, que vayan siempre unidos, y evitar así que se tire basura o se deteriore alguna planta", incide el guía.

"Recomiendo, en un día, visitarnos y después ir al Parque de la Vida. Es algo excepcional que estemos tan juntos", cree Alba. "Son los dos pilares fundamentales que tenemos en el municipio, y sin embargo, son dos grandes desconocidos. Es increíble que no haya ni un sólo indicador para llegar hasta ellos", añade Luis Laria, que cree que lo más sorprendente de todo es que "tanto uno como otro no han costado ni un solo euro a la Administración". Trabajo, sacrificio y esfuerzo, que han llevado a Valdés a ser la tierra de los sueños.

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