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MISAEL CAMPO | Publicista

"Entré en el periódico a vender publicidad y con la idea de ser periodista, pero no me dieron cancha"

"Haciendo crónicas de ensayos de la ópera para 'Región' descubrí una pasión y tuve a dos palmos a Pavarotti, Plácido Domingo, Carreras y Pons"

Misael Campo, en la plaza de la Gesta de Oviedo. irma collín

De 1987 a 2005, Misael Campo (Oviedo, 1958) tuvo una agencia de publicidad que llegó a ser de las mejores del norte de España. En los años buenos para el negocio llegó a tener 19 empleados, aunque no pretendía ser la mayor, sino la mejor haciendo comunicación global. Organizó la Feria Industrial de Mieres, tuvo entre sus clientes al Principado de Asturias y a la Xunta de Galicia, a Cajastur, Ceyd, Siemens, Pescanova...

Fue fundador del Club de Creativos de España y realizó en 2000 el libro “100 años de publicidad en Asturias”.

Pero su vida está marcada por una atracción muy temprana por el alcohol -ya bebía a los 12 años- y a la vez una vulnerabilidad muy alta a sus efectos. A los 25 años le diagnosticaron alcoholismo y pancreatitis crónica, dos enfermedades que le devastaron física y psicológicamente y le retiraron antes de cumplir 50 años.

Todavía lucha contra el alcohol. Está escribiendo una novela que es una indagación en su dipsomanía.

-Nací el 24 de octubre de 1958 en la calle González del Valle de Oviedo, entonces una caleya en la que había un Mercedes y un burro. Al derribar el chalé de Concha Heres, a mediados de los setenta, se hizo peatonal.

-¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre, Eduardo Campo, era chófer de un empresario minero y eléctrico, Misael León Muñiz. Cuando murió Misael, pasó a ser encargado de su mina de yeso La Progresiva, de Veriña, y acabó de especialista metalúrgico en Uninsa.

-¿Cómo era su padre?

-Una mole de 130 kilos. Su jefe pesaba otros tantos y cuando iban a Torre del Bierzo en el Mercedes se sentaban transversalmente para que no se les fuera al tomar las curvas del Padrún. Cuando tenía prisa, Misael le mandaba pisar. “¿A cuánto vamos, Eduardín?”. “La aguja dice 150”. “¿Y si revienta una rueda?”. “Nos matamos”. “¡Mecagun el obispo, pues tira palante!”. Mi padre era estricto, de pocas palabras, cariñoso pero con dificultades para mostrar sus afectos. Nunca sentí falta de cariño.

-¿Como era su madre?

-Se llama Ángeles Fernández Valle y era con la que hablábamos porque era protectora y más cómplice. Anciana y pachucha aún conserva su sonrisa de entonces. Era más práctica en el día a día y llevaba una casa en la que nunca faltaba ni sobraba de nada. Me mimó más que a mi hermano Eduardo, cuatro años mayor, con el que me llevo muy bien pero cuando nací dijo de mí: “Cogei ese hijo de puta y tirailu por la ventana”. El palabreru era de Carbonero, el pueblo materno.

-Cuándo empezó a estudiar.

-Sin tener 4 años en La Milagrosa de sor Blasa, sor Benilde, sor Julia, sor María Teresa... Cada semana hacían un señalamiento público grotesco y abusivo: imponer la banda de oro al mejor de la clase, y la negra, al peor. Se salía con ella a la calle. Llegué a llevar las dos. No soy técnicamente bipolar, pero en mi vida he circulado bien por la frecuencia modulada y me he dado hostias de calibre en la onda media, según el alcohol.

-¿Dónde estudió?

-En la Gesta, por influencia de Pilar Gómez de Caso Castañón, mujer de Misael, jefa de negociado de Orden Público en Oviedo siendo gobernador civil Mateu de Ros. Era alta, fuerte, de mirada penetrante, soberbia, ególatra. Tenía mando en plaza y lo ostentaba. La llamaba “madrina” aunque no lo era.

-¿Le amadrinó?

-Misael y Pilar eran jefes y vecinos. Ellos no tuvieron hijos y mis padres tuvieron dos. Yo nací en el número 10 y ella era propietaria del 12 entero. Pasaba a su casa por el muro de la terraza, sin esfuerzo. Alguna vez dormí allí. Convivía con su hermana Ramona, “Mimi”, una ciega muy religiosa a la que yo leía el “ABC” los domingos y acompañaba al sorteo del cupón pro Ciegos en la calle Uría.

-¿Por Pilar entró en la Gesta?

-Dando por hecho que entraría por ella, mi padre se despreocupó y quedé fuera. Le dijo a mi padre que se presentara conmigo al día siguiente, a las 10, en la Gesta, que preguntara por Urdangaray, la directora del colegio de niñas, y que, “por encima de mi cadáver, el niño queda en el colegio”. En una conversación telefónica suya a continuación oí decir por primera vez “no sabe usted con quién está hablando”.

-¿Cómo fue?

-Se lo dijo a don Elías, mi primer maestro, que no quería dar su brazo a torcer, con razón. No sé qué sentiría mi padre cuando llegamos al aula, levantaron a un niño de su pupitre, le hicieron recoger sus cosas y le vi marcharse llorando mientras yo me sentaba en su sitio. Empecé a vivir en un mundo que no era el mío. Fui un niño pijo con calderilla en el bolsillo. Vivíamos bien por obra y gracia de Pilar Gómez de Caso. Por ella iba al palco del circo con un policía al lado, subía gratis a la montaña rusa y tenía entradas para ver a Mary Paz Pondal en el Filarmónica.

-¿Qué chaval era usted?

-Muy extravertido, descolocado por ese estar en la tribu equivocada: recuerdo ir a Carbonero en el Mercedes los domingos y que la Guardia Civil nos hiciera el saludo.

-¿En su casa se hablaba de política?

-No. La madre de Lito el de la Rebollá y mi abuelo eran hermanos, pero en casa no me orientaron políticamente. En casa de Pilar, sí, hasta la había visitado el cardenal Tarancón. Tenía el diccionario Espasa-Calpe grande y yo navegaba en él. Pero yo tenía otra vida en la puerta de la izquierda.

-Cuente.

-Allí vivía Martín Andreu Valdés-Solís, un canónigo de la Catedral jubilado, muy culto, hablaba 7 idiomas, miembro de número del IDEA que firmaba como “Fidelio” sus críticas musicales en LA NUEVA ESPAÑA. Nunca me habló de religión ni de Dios, me enseñó a hacer crucigramas, a rimar y contar versos, me ayudó en latín, me imbuyó de amor por la letra y me puso en relación con el periodismo.

-¿Cómo?

-Después de la Gesta, donde había sido de los peores alumnos, cursé Bachiller en la Fundación Masaveu. Estaba en la revista escolar, presenté un soneto a María Auxiliadora y me dijeron que ya habían cerrado la edición. Me reboté, se lo conté a Martín, hizo una llamada y “Región” publicó mi soneto al día siguiente.

-Eso tendría repercusión.

-Cuando llegué a la fundación había revuelo de periódicos y en la homilía leyeron mis versos. Fui primero de clase hasta cuarto curso, delegado de clase, solista en la iglesia y jugué en el equipo de fútbol que ganó el campeonato de la SOF. La motivación surgió de que mi hermano tenía muy buen cartel en la Masaveu.

-Publicar en el periódico fue importante.

-Quería ser periodista. En quinto y sexto de Bachillerato veraneábamos en La Bañeza y un amigo de mi padre, Manuel Gómez, administrador del teatro Campoamor, me sugirió que hiciera un reportaje en el café Pasaje, donde había estado Pilar Primo de Rivera, actuado Lola Flores y se jugaba a las chapas. Se publicó en “Región”: “Café Pasaje, orgullo y tradición de La Bañeza”. Gómez me facilitó un pase a los ensayos de la ópera. Iba, hacía unas preguntas, escribía una crónica y “Región” me publicaba. Así descubrí una pasión y tuve a dos palmos a Pavarotti, Plácido Domingo, Carreras, Pons... Eso y la mejor nota en crítica literaria y comentario de texto en la selectividad iba a ser mi bagaje para hacer Periodismo en la Complutense.

-¿Entró?

-No. En una carta en la que se dirigía a mí como “María Isabel”, el ministro de Educación, Cruz Martínez Esteruelas, me respondió que las 400 plazas estaban cubiertas. Entré en Derecho en 1976 sin convicción.

-¿Cómo era usted entonces?

-Un chaval que a los 12 años, en la Fundación Masaveu, cambiaba el agua de los materiales escolares por vodka y ginebra que compraba en botellines delante de la Gran Vía. Empecé a beber antes que a fumar. Tomaba sorbos como para atemperar alguna inquietud que no recuerdo. Lo hacía en secreto y para mí. Debajo de mi casa, en la Sociedad Deportiva Astur, algunos chavales mayores pillaban trompas con botellines. El alcohol se agravó en el Alfonso II porque teníamos clase a primera y última hora y, por el medio, descanso. Íbamos al bar Chema de la calle Rosal y mientras otros tomaban café o refresco yo bebía 2 o 3 copas de coñac.

-¿Llegaba colocado a clase?

-Tuve una altísima tolerancia al alcohol. Me afectaba en que costaba dinero. En sexto y COU era compañero de clase de Fernando Fernández-Kelly, Javier Fano, Santiago García Noblejas y Regino López Olivares, que explotaban la discoteca Arizona los sábados de 7 a 10 y la sesión vermú del domingo. Fui portero y ganaba 200 pesetas hasta que le dije a Fano que le compraba la sociedad y eso me dio acceso a la barra libre y a mis primeras borracheras de una botella de licor.

-¿Qué fue de Derecho?

-Nada. A finales de 1978 me enteré de que “La Voz de Asturias” necesitaba comerciales. Pensé que dentro de un periódico sería más fácil ser periodista. Vendí el primer anuncio, cobré la primera comisión y llegué a adquirir capacidad comercial. Llevé al director, José Díaz Jácome, un artículo sobre las trampas de las funerarias.

-¿Cómo llegó a ese tema?

-Tenía una funeraria debajo de casa. En verano controlaba las esquelas, leía el periódico, jugaba a las cartas, fumaba, bebía y ganaba algún dinero. Gracias a eso conocí Asturias y perdí el miedo a los muertos metiendo en el cajón más de 500 cadáveres.

-¿Qué fue del artículo?

-Jácome me preguntó si quería que acabáramos todos en la cárcel por acusar de delitos. Le dije que lo había vivido y que tenía pruebas. No me dio cancha. Pronto aprendí que vendiendo publicidad ganaba más dinero que escribiendo.

-El 23-F le cogió haciendo la mili.

-Era escribiente en la base aérea de Torrejón de Ardoz. Como era muy raro que me hubiera tocado por sorteo ese destino, era asturiano y me apellidaba Campo Fernández, algunos creían que era familia de Sabino Fernández Campo, lo que nunca desmentí ni confirmé. El 23-F estaba en la calle, era ya veterano, volví y por la mañana me dijeron: “Hay trabajo, soldadito”. Pasé dos días infernales escribiendo documentos confidenciales. El teniente coronel Lombo nos felicitó y luego me dijeron que iban a proponerme para soldado ejemplar por mi comportamiento responsable en el 23-F, que te daban una metopa y diez días de permiso.

-Otra vez la banda de oro.

-Sí, me jodía, pero eran 10 días para ir a ver a mi novia a Pamplona. Tres días antes de licenciarme, tiraron un brik de leche contra un puesto, fueron a buscar responsables y al final de la nave nos encontraron bebiendo a cuatro amigos. El cabo primero, al que había ayudado a hacer el curso de cabo, se puso nervioso, le dije que no habíamos sido y que nos dejara en paz. Nos mandó correr en el patio y le respondí que correr era de cobardes y que estaba rebajado de ejercicio por arritmias cardiacas.

-¿Qué hizo?

-Me puso a dar vueltas. Otros cabos primeros salieron a pitarle, me pidió que me pusiera firme, acabé arrestado. Dijo que estaba borracho en estado de servicio -lo que no era cierto porque no estaba de servicio- y me mandaron dos meses al calabozo, hacinado con 16 tíos, algunos por drogas, sin poder hacer nada. Iban a visitarme conocidos y uno de ellos me dio acceso a unos libros, entre los que descubrí el Código de Justicia Militar. Lo leí en busca de algo que me beneficiase.

-¿Encontró algo?

-Un artículo por el que los soldados de la base, aun estando en el calabozo, debían licenciarse con su reclutada, siempre que no tuviesen abierto un proceso judicial. Era mi caso y el de unos cuantos más. Se lo comenté a un sargento y me dijo que sabían que lo descubriría. Al día siguiente intentó disuadirme. Le contesté: “Mañana tengo que hablar con el periódico porque ya debería estar trabajando. No sé si les diré que estoy arrestado o que me tenéis secuestrado”. Salí por la mañana. Por la tarde salieron los otros que estaban en igual situación.

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