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Así nos conquistó Roma

La aparición de nuevos campamentos romanos levantados durante las guerras contra los astures abre el debate sobre la presencia militar del Imperio y las dimensiones reales del conflicto

Los calzoncillos de lino.

En media hora el calderero asturiano Víctor Vega Roza, 37 años, miembro de la Asociación Cultural Kérberos de recreación histórica, se convirtió en un legionario de la Legio V Alaudae, con emblema del elefante, creada por el mismísimo Julio César y una de las que participaron en las guerras contra los astures y los cántabros (del 29 al 19 a. C.).

En el transcurso de esa transformación Víctor Vega se puso encima una docena de elementos de vestimenta, cuatro armas y todos los accesorios para la marcha. En total, unos 45 kilos, desde el subligaculum (calzoncillo de lino en forma de pañal) hasta la calea, el casco con penacho de crin de caballo. No es un disfraz, es el resultado de mucho estudio y mucho acercarse a las fuentes documentales.

Así vestían, así aparecían y así asustaban los legionarios que entraron en tierras de lo que hoy es Asturias, Cantabria y Galicia, para conquistar el único rincón inconquistado de la Península. Sabemos que decenas de miles de soldados del Imperio participaron en las operaciones, y hoy también comenzamos a saber que en ese paso de marcha y campaña dejaron vestigios, huellas difusas que comienzan a aflorar.

En el año 1990 se conocían once yacimientos militares romanos de época altoimperial en el noroeste de España. Hoy son más de cien. Roma llegó a estas tierras con militares y todo un aparato administrativo detrás y tejió una red de campamentos de marcha, sobre todo en el occidente asturiano, que permitía movimientos muy ágiles de tropas.

El equipamiento romano en las guerras contra los astures incluía la túnica, el subarmalis (una especie de chaleco que por una parte evitaba desgastes a las túnicas y por otra acolchaba y protegía los hombros), las caligae (sandalias con clavos en las suelas. En momentos de mucho frío se añadían udones, parecidos a calcetines con pieles de conejo), la fascia ventralis (la faja que mantenía la altura de la túnica, siempre por encima de las rodillas del soldado), el focale (pañuelo al cuello para evitar el roce de la armadura), el signaculum (chapa identificativa, por lo general metida en una pequeña bolsita de cuero y colgada del cuello) y la cota. Explica Víctor Vega que "pesa unos 12 kilos, y es muy tupida. Lleva refuerzo de hombros y un enganche metálico, de latón, en el pecho. Ésta la compré a una empresa de la India y cuesta unos 600 euros. Se puede hacer a mano, pero con esta cota remachada de cinco milímetros de diámetro llevaría meses de trabajo".

"Estamos justo encima de lo que fue un campamento romano de marcha hace 20 siglos". Los arqueólogos asturianos Andrés Menéndez y Valentín Álvarez saben mirar el terreno con ojos de experto. Ellos buscan y actualizan las huellas del paso de las legiones romanas por Asturias. Para cualquier otra persona ajena al oficio lo que tiene bajo sus pies es un prao alfombrado de brezo y lleno de desniveles, que se achaca a la orografía asturiana.

Pero hay más. Parte de esos desniveles tienen que ver con la acción humana, con el trabajo apresurado de miles de soldados de las legiones romanas que entre los años 29 y 19 participaron en las guerras contra los cántabros y astures. Andrés y Valentín muestran una fotografía en blanco y negro. Está tomada en 1984 y forma parte de los fondos del Instituto Geográfico Nacional. En ella se ve un contorno perfectamente limitado, de forma rectangular, con las esquinas redondeadas y una de las caras que coincide con un brusco desnivel, un crestón con acantilado. En el centro del rectángulo, una mancha oscura. Y en una de las caras, un pequeño corte en esa línea bien visible a vista de pájaro: la puerta del asentamiento.

En medio de ese contorno en forma de naipe, en lo alto de la sierra de Penouta, concejo de Boal, nos encontramos nosotros. A pocos metros, ese manchón difuso que se dejaba ver en la fotografía aérea. Hoy es una zona embarrada, una poza que en ciertas épocas del año se convierte en una pequeña charca para usos ganaderos.

El campamento romano del Chao de Carrubeiro es uno de los diecisiete documentados en Asturias, desde La Carisa, en Lena, hasta las sierras fronterizas con Galicia. Hay dos más muy probables a la espera de confirmación, pero Valentín Álvarez y Andrés Menéndez intuyen que podrían encontrarse muchos más gracias a las nuevas tecnologías, fotografías por satélite o el avanzado sistema de imagen LiDAR, que proporciona un modelo en 3D del territorio, algo así como un radar que "está revolucionando la arqueología en lugares donde hay vegetación espesa". Ambos pertenecen a un equipo de investigación denominado Romanarmy.eu, compuesto por arqueólogos de Asturias, Galicia y Portugal en busca de vestigios de la conquista romana en el noroeste peninsular.

Llegar hoy hasta el Chao de Carrubeiro es sencillo, aunque los amortiguadores del coche sufran. A escasos metros del campamento se levantan hoy las antenas de telefonía que permiten cobertura a toda la zona. Desde allí se controlan decenas de kilómetros cuadrados: Coaña, Allande, Grandas, los Oscos, Tapia, El Franco... No es casualidad que el Ejército romano, la máquina de guerra más eficaz en la época, eligiera Carrubeiro para resguardar a las tropas.

Valentín Álvarez es licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo en 2005, forma parte del equipo arqueológico del Castillo de Gauzón y de las excavaciones de Jebel Mutawwaq, en Jordania. Especialista en arqueología del conflicto.

Las legiones estaban lejos de Roma, "pero conocían muy bien el terreno que pisaban. Sabían escoger las zonas de paso. Desde Lugo al río Navia fueron capaces de avanzar sin abandonar las sierras, las tierras altas".

Evitaban así las emboscadas. Y tenían una dramática referencia para cumplir al pie de la letra su estrategia. Hacia el año 53 (a. C.) Roma había sufrido uno de sus mayores desastres militares durante la guerra contra los partos, precisamente por dejarse emboscar en zonas bajas que propician mayor vulnerabilidad.

"Hay que suponer que tendrían en vanguardia un contingente técnico, con topógrafos militares. Buscarían terrenos con agua y con dominio visual. Elegida la zona, la construcción de un campamento de campaña era relativamente sencilla y rápida", explica Andrés Menéndez Blanco, licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo, especialista en arqueología centrada en los años de conquista romana en el noroeste ibérico. En Asturias, que se sepa, los romanos nunca cometieron el error de dejarse sorprender.

Hoy está aún por ver las verdaderas dimensiones del conflicto entre la Roma invasora y la población indígena. "Hay un dato que llama la atención, y es que en los castros del occidente astur todavía no se han encontrado restos de destrucción", señala Andrés Menéndez. Quizá no fue necesario en una guerra tan asimétrica como aquélla.

El mapa de los asentamientos romanos nos muestra a las claras las líneas de avance desde el Sur y una red de infraestructuras que permitían recorrer buena parte de Asturias de campamento en campamento, con marchas de un solo día.

A tan sólo cinco kilómetros en línea recta de el Chao de Carrubeiro se encuentra otro campamento estudiado, el de A Pedra Dereta. A otros diez kilómetros, el Pico el Outeiro, y más o menos a la misma distancia el de A Penaparda, en la frontera misma entre Asturias y Galicia. Estructuras que ayudaban al mantenimiento cotidiano de miles de hombres en plena montaña y en tierra extraña, que en un momento dado podían servir de zonas de repliegue y que, en todo caso, formaban parte de la visualización de la enorme fuerza militar de Roma. Típica violencia simbólica.

Los campamentos de marcha estaban perfectamente estandarizados, como correspondía a un Ejército que dominaba el mundo conocido. La forma rectangular era canónica, pero en Asturias se han encontrado contornos irregulares y de muy distintas superficies. El del Chao de Carrubeiro se acerca a las cinco hectáreas y es -dicen los arqueólogos- un asentamiento de tipo medio. Los hay que superan las diez hectáreas (una hectárea es algo más que el terreno de juego de un campo de fútbol).

En lo fundamental el campamento se levantaba a partir de la construcción de un foso, que no tendría más de un metro de profundidad. La tierra excavada serviría para construir un talud y ganar altura. Talud y foso se complementarían con sistemas defensivos con estacas hincadas en la tierra. Estas estacas, de madera probablemente, venían con el contingente, pero lo que hoy es paisaje de puerto de montaña quizá en el siglo I antes de nuestra era los bosques estuvieran más -accesibles.

Valentín Álvarez y Andrés Menéndez señalan una zona en la que el talud parece esfumarse durante unos metros. "Ésta era la puerta del campamento, en forma de clavícula. Una estructura defensiva curva impedía el ataque directo y dejaba muy vulnerables a los atacantes", con la espada en la mano derecha y el escudo en la izquierda, avanzando en diagonal y con los defensores bien situados en altura y dominando el flanco derecho de los asaltantes. La puerta tiene una longitud de ocho metros en su parte más ancha.

No sabemos cuánto tiempo fue ocupado el Chao de Carrubeiro. Días, quizás semanas. Puede que de forma intermitente en momentos distintos, escenario de un ir y venir militar que lo más probable es que tuviera más que ver con la intendencia que con situaciones bélicas directas.

-Si excaváramos, ¿qué podríamos encontrar?

-No mucho. Cosas como clavos de las suelas de las botas, restos de armamento y puede que alguna moneda. Lo ideal aquí será desbrozar para dejar claras las superficies del campamento y luego hacer un trabajo de mantenimiento.

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