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NATALIO VÁZQUEZ GARCÍA | Empresario

"Siempre digo que nunca fui niño porque al salir de la escuela siempre tenía alguna tarea que hacer"

"Empecé de albañil, pero mis tíos me dijeron que me hiciera mecánico, que era otra categoría; un chófer de autobús era como hoy un piloto de avión"

Natalio Vázquez, asomado a una ventana de su casa. Fernando Rodríguez

-Nací el 20 junio de 1935, en La Cabaña, Vega de Poja, Siero. Eran veintitantas casas, las mismas que hay ahora, pero con gente.

-Un año después estalló la Guerra Civil.

-Viví casi siempre en casa de los abuelos maternos. Mi abuelo era madreñeru y los fines de semana, abría peluquería. Era una casa probe de mucha familia.

-¿Cuántos eran?

-Los abuelos habían tenido seis hijos, tres varones y tres mujeres.

-¿Y su padre?

-Se llamaba como yo y fue mecánico de máquinas de coser y combatió en la guerra. Era socialista pero no debía de ser muy destacado. Pero como la represión fue brutal... Supongo que no era muy destacado porque en Oviedo estuvo en una celda con once más. Cada día sacaban a uno y los mataron a todos menos a él. Estuvo condenado a muerte.

-¿Dónde estuvo preso?

-Trabajó redimiendo pena en el Fondón, luego en Laviana y lo ingresaron en el Puerto de Santa María. Sé que estuvo con Avelino Cadavieco (un socialista histórico de Oviedo) porque me lo dijo Cándido García Riesgo (que fue concejal socialista en Oviedo).

-¿Lo vio mucho?

-Íbamos a visitarlo a la cárcel. Volvió a casa en 1943, estuvo tres años con nosotros y luego marchó. Entonces la familia no perdonaba al hombre que abandonaba a la mujer y los hijos. Volvimos a casa de los abuelos. Cuando se separaron yo no quería ir a la escuela. Entonces no se separaba nadie.

-¿Tiene hermanos?

-Somos tres. Yo soy el primero. El segundo, José Manuel, está en Oviedo, y el tercero, Celestino, 9 años más pequeño, vive en Gijón.

-¿Cómo era su madre?

-Se llamaba Celestina García Barrio. Era buena moza y fue muy buena para todos. Llevaba la casa con la abuela porque éramos muchos, sirvió a hijos y a hermanos, trabajaba en las huertas y atendía les tres vaques. No había agua corriente y tenía que ir a buscarla a la fuente y a lavar al río. Mi madre quitaba hielo con la mano para lavar y estaba abrasada de sabañones. También me acuerdo de no dormir yo de picores.

-¿Cómo era con sus hijos?

-Ella era cariñosa. Mi padre era más despegadón... de la cárcel la gente sale tocada. Mi madre murió joven, a los 54 años, de repente. Le dolía el vientre y cuando llegó al médico tenía peritonitis. No hubo nada que hacer.

-¿Qué estudió usted?

-Fui a la escuela en La Cabaña, con Vicente Arregui, un buen maestro, que luego fue para Oviedo. Me gustaba ir a la escuela y estudiaba bien la enciclopedia.

-¿Cuántos alumnos tenía la escuela?

-Éramos 60 chavales de 5 a 14 años para 40 plazas así que recuerdo días de estar en los pasillos. Las niñas estudiaban en otra parte. De los de la escuela sólo Valentín Pevida se hizo perito y otro hizo Magisterio y fue profesor. Era muy difícil poder estudiar. Lo dejé a los 13 años.

-¿Qué tipo de niño fue?

-Siempre digo que nunca fui niño. No supe qué era pirar de la escuela y cuando salía siempre tenía alguna tarea que hacer. Las huertas eran empinadas y eso hacia más difícil todo. Tiré mucho de palote, xuncí vaques y, sobre todo, subí mucha hierba a la espalda.

-¿No jugaba al fútbol?

-Corría detrás de una bola de trapos, pero nada más. En casa había mucha disciplina, así que cuando empezabas a salir armabas la de Dios. Enseguida bebías un poco y los chavales éramos más gamberros.

-¿Qué ambiente político había en casa?

-No se podía hablar de política. El único que se había metido en eso era mi padre. No iban a misa. Yo fui porque era obligatorio hasta antes de la mili. Ahora voy si hay un funeral, pero no porque necesite rezar.

-¿Cuándo empezó a salir?

-A los 15 años, en domingo, porque no había semana inglesa. Como la casa estaba un poco alejada de la aldea bajaba andando a la Pola, solo. Iba al cine, a ver la que pusieran, de vaqueros y a tomar un vino. Para beber las compuestas íbamos a La Petaca, al Rasan y al Colón. Siempre había alguna chavaluca.

-¿Cuándo empezó a trabajar?

-A los 13 años, de albañil, con un tío mío, Florentino Quirós, hermano mayor de Aurelio, el que fue alcalde de Noreña tantos años. Florentino había perdido un ojo en la batalla del Mazucu, a la que no fue voluntario. Yo trabajaba de pinche cuando todo se hacía a pala. Estuve un año de albañil. Mis otros tíos me decían que tenía que ser mecánico.

-¿Por qué?

-Un mecánico o un chófer era otra categoría. Un chófer de autobús entonces era como un piloto de avión ahora. Yo estudiaba por mi cuenta. Mientras llindaba vaques leía el libro de mecánica de Arias Paz. No cabe otro mejor. Lo sé porque también hice algo de curso por correspondencia de CCC y nada. Había que ser muy burro para no entender las explicaciones del Arias Paz, que me había prestado Cándido Moro, porque siempre hubo gente buena y siempre la habrá. Admiro mucho a los que hacen cosas por los demás.

-¿Cuándo empezó a trabajar de mecánico?

-Enseguida. Estuve seis meses en un taller de carros de Casimiro Argüelles, que era montañero, se mató despeñado y tiene calle en la Pola. Allí hacían carrocerías para camiones. A los siete días ya soldaba. Llegó un ajustador que hacía de chapista y aprendí con el soplete. No se ganaba un pijo, pero yo era feliz si trabajaba día y noche.

-Tenía facilidad con las máquinas.

-Lo había en casa. Mi güelu había construido una máquina para hacer madreñas, hacía herramientas en la fragua y afilaba muy bien. Marché con José González, que tenía el único taller que arreglaba coches en Siero.

-¿Por qué esos cambios de taller?

-No quería perder el tiempo. Lo que ganaba, que era poco, iba todo para casa porque hacía falta. En Oviedo había buenos oficiales, pero aquí no se encontraban fácilmente. Quería ir a un taller mejor para aprender, siempre sin salir de Siero, para no perder el tiempo desplazándome. Lo más lejos que trabajé fue en El Berrón.

-¿No tenía ambiciones?

-Trabajar. Estuve dos años en ese taller, hasta los 16. Se trataba de poder aprender. Por eso acabé en el Garaje Condal, de Francisco Roza y su hijo Paquito, donde aprendí mucho. Lo que hacíamos entonces era reconstruir. Cuando la guerra requisaron camiones para el Ejército y volvían quemados, deshechos y había que reconstruirlos. De ese taller salieron Lucio, Wilson, Cornelio y Tino "el torneru", que estaba muy formado porque venía de la Fábrica de Armas.

-¿No quería tener un coche?

-Era imposible. Ni lo pensaba.

-¿Por qué marchó a los cuatro años?

-Porque fui a la mili. Me tocó África, reemplazo de 1956, cuando la guerra de Ifni, el último reemplazo que fue. Estuve en Tetuán y en Larache. Ya empecé mal, en el tren me cayó encima la maleta, que era de madera, y me abrió una brecha en la cabeza que me tuvieron que coser en Valladolid. Tren a Algeciras, cruzar el estrecho y tren otra vez. Estábamos en artillería antiaérea.

-De Siero a Tetuán... vaya cambio.

-El calor, un calor... Allí conocí a mucha gente y me llevé bien con todos. Ya entonces los catalanes y los mallorquines hablaban catalán entre ellos porque no sabían otra cosa. Un día, al terminar la instrucción, volvía el convoy al cuartel y al sargento del camión que iba delante le cayó la gorra. Pararon a cogerla y nuestro camión lo conducía un chaval que sabía poco, como todos, se salió en la curva, dimos una vuelta de campana y murió un soldado, otro quedó parapléjico y yo perdí el conocimiento y desperté 24 horas después. Estuve de baja 15 días.

-¿Le gustó el Ejército?

-Cómo me iba a gustar. Perdí el tiempo durante 15 meses, menos los dos de permisos. Fui obediente, soldé perolas e hice guardias los domingos.

-Y volvió a Siero.

-Al Garaje Plaza, con Navarrín. Estuve cuatro años. Era muy pequeño y trabajábamos en la calle doce tíos, lloviendo y nevando. Luego vino un taller de Bilbao, "Eureka". Su dueño sabía mucho. Eso define cómo teníamos que aprender, de los que sabían, pero sin escuela. Estuve con él hasta que me casé.

-Primero tendría novia.

-Claro, Celestina Quirós Río, que vendía carne en la plaza cubierta con la madre.

-¿Cuándo la conoció?

-En junio de 1958. Ella tenía 15 años y yo 22 y acababa de llegar de la mili. La vi vendiendo, me fijé en que traía "Tinita" puesto en la bata, la llamé por el nombre, contestó y luego la veía todos los días. Estuvimos siete años de novios. Entonces para cogerse la mano pasaban cinco años. Yo no podía marchar de casa porque hacía falta mi salario.

-¿Recuerda cuánto ganaba?

-Cuatro mil pesetas. Al casarme pasaron a ser cuatro mil quinientas.

-¿Tinita trabajaba?

-En casa y ayudando a la madre. Mi suegra era un carácter y muy trabajadora. En una consulta de médico le dije al doctor que tenía 92 de vida y trescientos y pico trabajados. Al cumplir los treinta años decidimos casarnos. La boda fue en la iglesia de San Pedro de Pola y el banquete en Casa Lobato. Mi idea era tener mi propio taller.

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