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Renovarse o morir

La velocidad a la que ocurren los cambios deja atrás la vigilancia del ambiente que perjudica nuestra salud

Dice Damasio, celebrado neurólogo y escritor científico, que la velocidad a la que ocurren las innovaciones en nuestra era hace imposible que un sistema tan antiguo y lento como es el de las emociones se acomode a nuevo ambiente en el que se desarrolla y vive el individuo. Cada día se da más importancia a ese sistema que actúa por debajo de la conciencia para tomar infinidad de decisiones que realizamos a lo largo del día. Durante mucho tiempo pensamos que éramos seres racionales, que eso nos distinguía del resto de los seres vivos. Ahora sabemos que estamos mucho más próximos a ellos y que como ellos dependemos de nuestros sistemas inconscientes para vivir. Desde el XIX se sabe que mantenemos un fino equilibrio interno gracias a un complejo sistemas de alertas y efectores que actúan sin que nuestro aparato cognitivo tenga noticia de ello. Ahora hemos aprendido que el equilibrio externo, el que buscamos con el medio, se logra en la mayor parte merced a un sistema también inconsciente que es el de las emociones, el módulo cerebral que juzga la situación en la que nos encontramos y dicta el curso de acción. El aparato cognitivo actuaría como garante de la bondad de esa elección, aunque la mayoría de las veces prefiere buscar justificaciones para ella antes que exigirse un cambio. Sometidos como estamos a un ambiente nuevo, es posible que las emociones sean incapaces de apreciar bien el entorno y dirigirnos con solvencia. Se produce ese desconcierto en el que algunos viven que los arroja en manos de substancias modificadoras de la percepción. En EE UU la mortalidad en blancos de mediana edad aumentó en los últimos años. Se piensa que es por el abuso de analgésicos con compuestos opiáceos, un subterfugio para sobrevivir con la angustia que produce un mundo donde las emociones yerran demasiadas veces.

La lentitud en la adaptación a los rápidos cambios que vivimos se percibe también en el sistema de vigilancia que la sociedad ha desarrollado para evaluar el ambiente. Es un sensor que complementa a los que tenemos fisiológicamente: los órganos de los sentidos que nos alertan de algunos contaminantes. Las redes públicas miden sistemáticamente dióxido de azufre, partículas en suspensión (PM10) y sedimentarias y en ciertas circunstancias, ozono, CO, plomo, amoniaco, compuestos de nitrógeno y flúor. Además las industrias contaminantes están obligadas a medir en su entorno compuestos de azufre y nitrógeno. Está claro el objetivo: detectar tóxicos en el ambiente procedentes de la combustión de fósiles. Era la gran contaminación de hace 50 años, y sigue siendo quizá la más importante. Pero no es la única desde hace ya muchos años.

El incendio del depósito de neumáticos de Seseña lo puso de manifiesto. Los medios informaban del nivel de partículas respirables y otros contaminantes clásicos, pero nada decían otros productos de combustión de esa materia orgánica con compuestos químicos añadidos: el conjunto de compuestos orgánicos persistentes. Son substancias en las que el cloro se une al carbono, de ahí que sean orgánicos. Una unión sólida de manera que una vez en el ambiente no se degradan. Además del daño que producen cuando son respirados, viajan con el viento, se depositan en los suelos, incluso en los pastos más recónditos y, absorbidos por la vegetación, entran en la cadena trófica. Los animales los almacenamos en la grasa, desde allí ejercen sus acciones, unas veces cancerígenas, otras modificadoras de la regulación hormonal. Me remito al buen artículo de mi compañero y amigo doctor Payo en LA NUEVA ESPAÑA del 15 de junio para saber más.

Tampoco se mide la emisión de otros compuestos que la industria arroja en el ambiente: los compuestos orgánicos volátiles. El benceno y sus compuestos, formaldehído, clorobenceno y disolventes como la acetona o percloroetileno, son los principales disolventes usados en la industria de lavado en seco. Varios decretos del siglo XXI regulan en parte su emisión (la de disolventes y gasolinas) y su composición (la de las pinturas y barnices), pero si no hay control ambiental difícil es que se cumpla. Una de las más importantes funciones de la salud pública es vigilar el estado y evolución de la salud, el ambiente y la comida y bebida. Vigilar con un brazo ejecutivo capaz de ejercer la autoridad. Que las competencias de control ambiental estén en otro departamento no importa, la salud pública debe ser el objetivo último del buen gobierno. Adecuar el sistema de vigilancia ambiental al medio y estado de la ciencia es importante. Hoy ya sabemos que las partículas más peligrosas son las menores de 2,5 micras, las responsables del daño cardiovascular. Por su tamaño son más ubicuas que las PM10. Además pueden incluso formarse en la atmósfera desde los dióxidos de azufre o los nitratos. Se deben vigilar. También los otros contaminantes donde se sospecha que se emiten.

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