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El yo y los otros

Sentir que tenemos relaciones sociales y que podemos confiar en ellas es bueno para la salud

El yo y los otros

Somos una especie nómada, al menos en nuestros orígenes. Eso se desprende de la arqueología y la genética. A Europa nuestros ancestros llegaron en varias oleadas desde el Este, se supone que buscando mejor acomodo para sus vidas. En el Paleolítico posiblemente los pequeños grupos de población que ocupaban un territorio estuvieran en contacto con otros, ya que se encuentran objetos de procedencia lejana y hay muchas similitudes culturales. En el Neolítico la movilidad de objetos y saberes fue importante. Hay muchas semejanzas en los mitos que pudieron surgir de intercambios y préstamos. Desde que somos lo que somos ha convivido en nosotros el nomadismo y el sedentarismo. La española es una sociedad que valora mucho las raíces. Quizá porque llevamos asentados aquí muchos siglos sin apenas inmigración hasta recientemente. Antes, como cualquier otro país, nos formamos como pueblo en una mezcla de grupos nómadas que encontraron en estas latitudes una forma de vivir. Las últimas grandes invasiones fueron del norte de África.

Otros países, bien por ser más centrales o más atractivos, recibieron inmigrantes casi a lo largo de toda su historia. Los más afectados, los americanos. Norteamérica es el territorio más nuevo. Estaba poco habitada en el XVII, en comparación con el resto del continente, y sus habitantes fueron diezmados. Nunca se recuperaron como lo hicieron en Centro y Sudamérica. Norteamérica en un país de inmigrantes, quizá por eso hay esa enorme movilidad. Allí uno es de donde vive, donde está echa sus frágiles raíces que arranca si las circunstancias lo invitan u obligan. Un alto porcentaje de jubilados se muda a otra región que ofrece por clima o ambiente lo que desea. Ni los hijos, amigos o propiedades muebles son un impedimento para iniciar una nueva vida en otro medio con otras personas.

Desde el punto de vista de la producción de bienes y servicios, la disposición a cambiar de trabajo y lugar es positiva. Uno va allí donde puede encontrar el mejor empleo para sus capacidades y aspiraciones y la empresa tiene una oferta amplia de mano de obra de manera que puede conformar organizaciones más acomodadas a las necesidades y al cambio. Para el individuo hay también beneficios: tiene la oportunidad de desarrollar sus capacidades, de alcanzar ese ser uno mismo. Pero esa movilidad tiene un coste: el desarraigo.

La pregunta es cómo afectan las relaciones sociales, la sensación de pertenencia, a la salud. Desde el punto de vista teórico, se acepta que el ser humano tiene una serie de necesidades que van desde lo más básico, alimentarse, procrear y protegerse contra las agresiones, hasta la denominada autorrealización. En el medio está la necesidad de ser aceptado. Es lo que hace que los adolescentes formen pandillas, clanes que los distinguen y confirman. Hace muchos años que se especula sobre los beneficios que aportan las relaciones sociales. En el primer estudio, el denominado Alameda County, que siguió la trayectoria vital de un conjunto de personas blancas de clase media desde 1965, se mostró que hay siete hábitos que se asocian a un exceso de mortalidad: beber en exceso, fumar, ser obeso, dormir menos de 7 u 8 horas diarias, comer entre horas y no desayunar. Pero no pudo encontrar beneficios de una buena red de relaciones sociales. Quizá por cómo fueron definidas. Ésa fue la reflexión que se hizo Celentano, mi profesor de Sociología de la Salud en Johns Hopkins: ¿ es tener amigos en los que confías; amigos íntimos?, ¿ cuántos amigos íntimos tenemos? Celentano se dirigió a nosotros, media docena de estudiantes que nos sentábamos alrededor de la mesa. La primera, tras dudar mientras balbuceaba, concluyó que uno. El siguiente dijo, mostrando muchas reservas, que dos. A mi lado había un tanzano, le tocaba expresarse: 215. No sé cómo los contó, supongo que serían los miembros de su clan. El estaba enraizado. Los dos americanos habían evaluado la confiabilidad de sus relaciones, un análisis difícil de aprobar. Él simplemente confiaba en sus paisanos porque en esa disposición se había criado. En mi opinión lo que importa para la salud, en cuanto a relaciones sociales, es sentir que las tenemos y confiamos en ellas. Es un recurso en potencia.

House et al (1988) examinaron 148 investigaciones y encontraron, una vez se tenía en cuenta el estado de salud al inicio del seguimiento, un incremento del riesgo de muerte del 50% en personas con pocas relaciones y también cuando las relaciones eran de baja calidad. Se confirma en los estudios experimentales y casi experimentales en humanos y animales. Pero, de momento, desconocemos el mecanismo.

El estudio de Alameda County trataba de reflejar el concepto de salud de la OMS: bienestar físico mental y social. Yo prefiero el de los metges catalans: ser sano es ser independiente y solidario (y feliz). No es tanto acomodar la forma de ser y pensar al grupo, declinar la individualidad, como ser capaz de contribuir al bien común desde la propia personalidad y recursos.

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