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Mañana se cumplen 80 años del inicio de la Guerra Civil

El escalofrío que llegó desde África

La sublevación militar se supo en Asturias el día 17 y el diario socialista "Avance" la llevó a primera página, pero el Gobierno censuró un editorial que pedía defender la República con "cojones y dinamita"

Devastación en el Oviedo de 1939. Ignasi Escudé

La sublevación militar contra la Segunda República la debía iniciar el Ejército desplegado en el Protectorado de Marruecos a las cinco de la mañana del 18 de julio de 1936, según orden cursada por el general Mola, el "director" del movimiento subversivo, en telegrama cifrado. La víspera, el 17, se descubrió en Melilla que un alijo de armas estaba siendo repartido en la Comisión de Límites entre miembros de Falange Española. El coronel Solans y el teniente coronel Seguí, dirigentes en esa ciudad de la sublevación, pasaron a la acción y detuvieron al general Romerales, comandante general de Melilla, y a otros militares leales. De seguido, el movimiento se extendió a otras plazas como Ceuta y Tetuán y al resto del territorio, que tras alguna resistencia fue controlado por los rebeldes.

Mientras tanto, el general Franco volaba desde Canarias hasta Tetuán, con escala en Casablanca, y en la madrugada del 19 recibía en el aeropuerto a la plana mayor de los sublevados, que puso el Ejército de África a sus órdenes.

El Gobierno tuvo noticia de lo que ocurría en el norte de África en la tarde del 17 de julio, pero ni el presidente Manuel Azaña ni el jefe del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, supieron reaccionar, creyendo que en la Península no pasaría nada. Varias emisoras de radio informaron al atardecer del 17 de que el Ejército se había sublevado en Marruecos, y esa misma noche las direcciones nacionales de los sindicatos UGT y CNT declararon la huelga general.

Casares Quiroga presentó la dimisión y el presidente Azaña encargó la formación de un nuevo Gobierno al republicano Diego Martínez Barrio, que no cuajó. Finalmente, en la madrugada del 19, Azaña encomendó la misma tarea a su correligionario José Giral, que formó un gabinete integrado sólo por republicanos. Una de sus primeras medidas fue ordenar la entrega de armas al pueblo.

En Asturias la noticia de la sublevación fue conocida por el gobernador civil Isidro Liarte Lausín el mismo día 17, informado desde el Ministerio de Gobernación, y llegó también a la redacción del periódico socialista "Avance" con tiempo para incluirla en su primera página, pero la censura del Gobierno Civil obligó a retirar un editorial, en el que se incitaba a defender la República "con cojones y dinamita".

Los rumores sobre la inminencia de un golpe militar habían sido moneda corriente en las semanas precedentes y las organizaciones de izquierda asturiana permanecían alerta. En la mañana del día 18 y a lo largo de todo el día se reunieron en el Gobierno Civil con el gobernador representantes de las organizaciones integradas en el Frente Popular formando un denominado Comité Provincial.

Dos asuntos centraron sus discusiones: la entrega de armas a las organizaciones obreras y la preparación de una columna que, en tren y en camiones, partiría hacia Madrid esa misma noche a ayudar en la capital.

En la misma mañana del 18, el gobernador llamó al coronel Antonio Aranda, comandante militar, para que se sumara a la reunión, pero el militar había ido a Gijón a entrevistarse con los mandos de esta plaza.

Posteriormente, Aranda se incorporó a la reunión y dio el visto bueno a la expedición a Madrid, si bien se negó en todo momento a armar a las milicias. Éstas salieron en la noche del 18 desarmadas, a la espera de recibirlas en León. Esta actitud de Aranda empezó a despertar sospechas entre algunos miembros de la izquierda, pero el militar tenía convencida a la mayoría socialista que era fiel a la República.

El Gobierno Civil estaba en la actual calle General Yagüe y la redacción de "Avance" en la cercana calle Asturias, por lo que su entorno y el Campo San Francisco registraron durante todo el día un gran movimiento de gente ansiosa de noticias, pues las organizaciones obreras habían llamado a sus militantes para acudir a Oviedo.

Entre la población ovetense había una gran expectación ante las noticias que transmitía la radio sobre la marcha de los acontecimientos. Fueron unos días pasados junto a estos emisores.

Aranda siguió negándose a entregar armas y a final de la mañana del 19 se cursó desde Madrid un telegrama ordenando su detención y la del comandante Caballero, antiguo jefe del Grupo de Asalto de Oviedo, pero se apoderó del mismo el secretario del Gobierno Civil, el abogado Benigno Arango Alonso, quien lo entregó a Aranda en vez de al gobernador.

Aranda había tenido contactos con varios de los implicados en la sublevación y ordenó el día 18 de julio que todas las unidades de la Guardia Civil se concentraran en Oviedo, pero a nadie reveló cuáles eran sus verdaderas intenciones.

El paso definitivo lo dio hacia las 16.30 horas del domingo 19 de julio, cuando se recibió el telegrama de Madrid en el que se le ordenaba repartir armas a las organizaciones obreras. Una vez leído, argumentó que la entrega no podía ser ordenada desde allí, por teléfono, sino personalmente. Con esa disculpa, Aranda se trasladó a la Comandancia militar, en la calle Toreno, desde donde dio la orden de preparar las fuerzas y marchó al cuartel de Pelayo (actual Facultad de Humanidades) para tomar el mando. Antes ordenó por teléfono al coronel Pinilla de Gijón que tomara las posiciones previstas para dominar la ciudad, y al coronel Franco, director de la Fábrica de Trubia, que la defendiera hasta donde fuera posible y la volara antes de entregarla.

Comenzaba la sublevación en Oviedo y en pocas horas los militares rebeldes se hicieron con el control de la capital asturiana. Los primeros muertos se registraron poco más tarde, al irrumpir a tiros el comandante Caballero y una veintena de guardias civiles en el cuartel de Asalto (actual Delegación de Hacienda), donde cientos de obreros esperaban la entrega de las armas.

Pronto la noticia corrió como reguero de pólvora por la ciudad y cuando los miembros del Comité Provincial del Frente Popular quisieron reaccionar, descubrieron que tenían ya cortadas las comunicaciones telefónicas.

Todos los representantes políticos abandonaron el Gobierno Civil y emprendieron la huida de Oviedo. A algunos ya les costó mucho trabajo salir de la ciudad, porque por todas las salidas había patrullas, y otros no lo lograron, siendo posteriormente fusilados.

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