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Los "locos solitarios" y el nuevo terrorismo de la revolución tecnológica

El Ejército patrullando las aceras de París, "incluso en sitios antes impensables como Montmartre o los Campos Elíseos", es la lastimosa evidencia de que el terrorismo yihadista "ha alcanzado una de sus metas, que la gente esté inquieta, que tenga miedo". Luis Arias, diplomático de raíces en Barcia (Valdés), viene de tomar tierra en su nuevo cargo de cónsul de un París distinto, acosado por la amenaza del terror de raíz islamista que se ceba con Francia, "porque es Francia", interpreta, "en algún sentido el corazón de Europa y de la civilización occidental, en algún sentido el lugar donde se han formulado los principios de los derechos humanos y las libertades del individuo".

Si la primera triste victoria es el miedo, y con él el populismo y la xenofobia, una de las víctimas puede llegar a ser todo "un modelo francés de organización social". "Hay un atentado a un modelo de sociedad integrador". Federico Torres Muro, destinado en Estrasburgo como representante permanente adjunto ante el Consejo de Europa, añade que "en el debate público francés se resiente el fracaso de una línea de actuación" genuinamente gala "basada en la adhesión a unos valores comunes, a través de la educación y la integración, de quienes llegan de fuera". Se duele en su integridad un diseño social abiertamente divergente, por ejemplo, del paradigma inglés de acogida a comunidades de inmigrantes "que hacen su propia vida" y la intuición de haber fracasado ha conducido ya a toda la sociedad francesa a una profunda reflexión colectiva.

Enfrentados a la escalada de la sinrazón terrorista, los diplomáticos asturianos reunidos por LA NUEVA ESPAÑA advierten, eso sí, contra el riesgo de la "demonización a priori" de todo lo musulmán que resalta Javier Sangro, en otro tiempo embajador en Gabón, Guinea Ecuatorial y Jordania y ahora director general de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Asuntos Exteriores. En ese mismo territorio llama Eva Martínez a "no creerse el discurso del terrorista". Ella observa el problema desde la butaca preferente que le da su puesto como subdirectora general de Países del Magreb y asegura que "si ellos hablan de una guerra de religión, que lo sigan haciendo", pero eso no debe llevar a Occidente a comprar el planteamiento sin cuestionarlo. Las portadas de los periódicos de Túnez con las fotos de los féretros de los tres tunecinos asesinados en Niza le dan pie para asegurar que "la mayor parte de las víctimas de los atentados yihadistas son musulmanes", pero también para complicar en extremo un problema que se desenvuelve en territorios inexplorados.

"No es una cuestión de política exterior, sino en gran parte de gestión interior", afirma. Desde que los terroristas están dentro ha perdido el sentido reaccionar cerrando fronteras. Todo se complica también desde que "el auge de la ideología coincide con la revolución tecnológica", desde que esa combinación dificulta hasta el extremo el rastreo de las conexiones de los llamados "lobos solitarios" y trastoca inopinadamente las investigaciones. "Los servicios de seguridad", concluye, "deben adaptarse a un mundo desconocido en el que no hay reglas y para el que no han sido preparados".

Con la facilidad para el flujo de la información fluyen los problemas y el desafío desemboca en la paradoja de aquello que en la voz de Laura García, subdirectora general de Diplomacia Pública en el Ministerio de Asuntos Exteriores, añade al cóctel de difícil arreglo y motivaciones multiformes la rabia de "jóvenes musulmanes de tercera o cuarta generación de emigrantes a Europa que no tienen una perspectiva económica que les permita aspirar a un futuro mejor. Que se dejan radicalizar porque no tienen nada que perder".

"Buena parte de las motivaciones de los terroristas", aporta Sangro entrando en la perspectiva islámica del problema, "viene de la situación en sus países, en los que dirigentes muy autoritarios les inducen a comportarse de esa forma con la connivencia, piensan, de Occidente".

No se escapa la dificultad de una pelea en la que cada bando juega con reglas distintas. Ni, otra vez, que el lenguaje importa y que yerra quien caiga en una "mística terrorista perjudicial". En la línea de no llamar "Estado islámico" a lo que no es más que una organización terrorista, Miguel Fuertes, embajador en Serbia, concluye que "nosotros mismos cometemos el error de "magnificar utilizando la expresión 'lobo solitario' ". Él propone algo sin connotación admirativa. Por ejemplo, "loco solitario".

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