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Arquitectura personal 1

Dentro y fuera de las cuevas

-Nací el 1 febrero de 1946 en el hospital alemán de Madrid porque mi madre era alemana. Somos cuatro hermanos, todos vivos. El mayor es cura del Opus; la segunda, licenciada en Filología. El tercero es arquitecto en Salinas. Mis padres eran gente ordenada y tenían un hijo cada dos años. Entre mi hermano Quique y yo hubo un aborto. Él dice que el aborto, soy yo. Cosas familiares.

-Su padre fue Rafael de Balbín Lucas.

-Catedrático de Filología Hispánica de instituto en Avilés y de universidad en Oviedo. Luego marchamos a Madrid.

-Su madre, Concepción Behrmann Aloy.

-Sus labores. Mi abuelo fue representante de Krupp en España, que tenía la central en Valencia, donde conoció a mi abuela, casaron y tuvieron cuatro hijos.

-¿Se notaba lo alemán en casa?

-Crecimos con la idea de ser mixtos y de tener dos patrias. Teníamos alguna familia en Alemania, aunque la mayoría murió en el bombardeo de Hamburgo. El capuchino que me bautizó, el padre Conrado, Konrad Asmunsen, había sido agente del servicio secreto de Wilhelm Franz Canaris. Los hermanos de mi madre habían nacido en España y lucharon en la Guerra Civil en la Legión "Cóndor". Uno murió en Barcelona y el otro actuó en la Inteligencia alemana.

-Eran nazis.

-Tras la reunión de Hendaya, aquí se vendió que Franco convenció a Hitler para que no entrara en España. A los alemanes que vivían en España los reunieron en Burdeos y estuvieron un año viendo la infraestructura para invadir España para llegar a Gibraltar. Hitler no entró porque España era un país muy atrasado y sus pocas infraestructuras estaban rotas por la guerra.

-¿Cómo era su familia?

-De derechas de verdad: por madre hitleriana y por padre requeté. Muy católica, del Opus Dei. Nos lo transmitieron de manera radical con tres rosarios al día: parte en latín, parte en español.

-¿Cómo era su madre?

-Muy humana, cariñosa, con muy discreto sentido del humor.

-¿Y su padre?

-Tenía un poco más de sentido del humor, pero era muy serio y callado. Cuando se alteraba, tenía bastante genio. Daba miedo.

-¿De dónde le viene a usted reírse?

-No lo sé. Me salió. De pequeño me echaban de clase pensando que la fingía. Mi hermano Quique ríe muy parecido a mí, aunque empezó después.

-¿Había mimos en casa?

-La formación muy germánica de mi madre la hacía de poco contacto. No le gustaba que los chavales se agarraran por el hombro.

-¿Qué tipo de chaval era usted?

-Bastante gamberro, vivaz y poco convencional. Di algún disgusto por travieso.

-¿Y como estudiante?

-Me chocaba la enseñanza. El Instituto Ramiro de Maeztu era muy rígido y tenía centuria de Falange, pero lo compensaba con algunos profesores de excelente calidad que habían formado parte del Instituto Escuela. El director espiritual, Eduardo Granda Granda, era un cura macho, jesuita, asturiano, que nos maltrataba y hacía por buscar adeptos. Intentó introducirme en su grupo cuando murió mi madre. Yo no era dócil, me insultó en público y tuve enfrentamientos con él y con otro par de curas.

-¿Cómo llevó la muerte de su madre a los 13 años?

-Fatal. Estaba muy unido a ella. Pasó dos años con un cáncer que la comió poco a poco. Esas cosas rompen la cohesión familiar. Mi padre no tenía habilidades de cercanía y se individualizó el comportamiento de todos. Yo había sido un alumno irregular, de matrícula en lo que me gustaba y aprobado raspado en lo que no, y la tristeza afectó a mis estudios. Mi madre me pidió que me acercara al Opus Dei. Mi hermano ya era.

-¿Estuvo descolgado en la adolescencia?

-Sí, pero siempre fui abierto y con facilidad para hacer amigos. Jugaba al baloncesto bastante bien -llegué al Estudiantes-, hacía atletismo, balonmano... Hacía pellas para ir a ver westerns y tenía un gusto algo especial, porque me encantaba el musical americano. Tocaba la guitarra y me gustaba el folk. Años más tarde toqué con Cafrune y con "Los Chalchareros".

-¿Qué no le convenció del Opus Dei?

-La falta de libertad y de auténtica amistad. Estaban expresamente prohibidas las amistades personales, quizá como medida profiláctica ante la homosexualidad.

-Hable de Villaviciosa, de donde procede.

-Pasábamos de mayo a octubre, la Semana Santa y la Navidad, alguna vez. En Tornón conocí una vida rural que ya desapareció.

-¿Cómo era?

-En la parte mediana de la ladera de Tornón, en una casa de dos pisos. Arriba, estábamos nosotros, y abajo, los llevadores de la finca, los Hevia, familiares nuestros. Se reunían a contar historias y leyendas en torno al llar. Manolo Hevia, el único varón, era pequeño, roxu, callado y encantador. Le quise, al menos, como a mi padre. Un día estábamos jugando Quique y yo debajo del hórreo y se escapó un toro, un semental joven. Manolo Hevia lo agarró por los cuernos y lo metió en el corral. Fue un espectáculo de Ursus. Me talló a navaja un cuchillo de madera que tuve hasta hace muy poco.

-¿Y en la Villa?

-La casa de mi familia es del siglo XVII, está en el Ancho y sigue en pie, aunque supongo que por media hora. Aquí hice mi pandilla, con nativos, en años muy felices que me constituyen. Tengo amigos de entonces aunque estamos cascaos. Íbamos en bicicleta a Cangas de Onís y -ellos sí, yo no- a los Lagos. Hacíamos deporte, tortilladas, guateques y aprendíamos a bailar rock con "El rock del angelito" y los discos de "Los Llopis".

-Pertenece a la aristocracia asturiana.

-Sí, y a mi familia eso le enorgullecía mucho. Mi abuelo recopilaba eso y escribía sobre Asturias y en asturiano. Manejé papeles familiares del siglo XV y unas cartas de nobleza del siglo XVI que son una maravilla; desde los 15 años aprendí en ellos que todos tenemos una familia igual de antigua, pero algunos lo sabemos. Eso no la hace mejor que ninguna. Se puede ser noble de familia y un canalla, y plebeyo dignísimo.

-¿Fue lector?

-De 10 a 14 años leía día y noche. Mi padre tenía una gran biblioteca. En la adolescencia pasé a hacer más cosas. Ligar no era pecado, sino milagro. Hacíamos lo que podíamos, pero como era poco teníamos mucho tiempo para todo, incluso para pensar.

-¿Por qué eligió estudiar Historia?

-Quizá por la documentación familiar.

-¿Dónde empezó?

-Había hecho Preu en Barcelona, en una residencia del Opus Dei, obedeciendo a mi hermano el cura. No me entusiasmaba pero estaba dentro de mi ambiente. Empecé la carrera en Navarra, en 1963, cuando mataron a Kennedy. Fui a una residencia del Opus Dei, lujosa, con habitación individual. Hacía de mi capa un sayo y no les gustaba. El horario era muy estricto pero pasaba las noches leyendo novelas de "El Coyote". Me gustó mucho aquel mundo de California.

-¿Salió del Opus con conflicto?

-Me fui sin explicarme, salvo a mi padre, que se llevó un gran disgusto.

-Complutense, 1964: ¿ambiente?

-Algún buen profesor, bastante gandaya, 280 en clase: 60% chicas, 40%, chicos. La mayoría era gente muy conservadora, y mi pequeño grupo, más bien conflictivo. Empecé estudiando por la tarde, hice amigos rápido y, al acabar, tomábamos vinos por Princesa. El grupo se formó en una excursión a Soria para ver iglesias románicas. Tuvimos un conflicto con los nativos por la defensa de las chicas, aparecimos, desaparecimos, a las 3 de la mañana nos reencontramos en casa de alguien que era de Soria y allí nos hicimos amigos. El grupo no era nada excluyente por la ideología.

-¿Qué ideología tenía usted?

-En Pamplona fui jefe de los monárquicos juanistas de Navarra y estuve en el ajo de una huelga de transporte en la Universidad porque nos querían cobrar no sé qué. A los cinco juanistas que éramos nos llamaba la atención el manifiesto de Estoril de don Juan, de 1947, que intentaba la vuelta a la democracia. En Madrid trataba con gente en la que había de todo, del Partido Comunista, demócratas cristianos de Acción Católica de la JOC y la JEC. Nos unía ser demócratas y antifranquistas.

-¿Se afilió?

-Desde el Opus los partidos políticos me parecían órdenes religiosas. Fui de Comisiones Universitarias, que duró poco.

-Acabó la carrera en 1968 y...

-En tercero de carrera, el catedrático de Prehistoria, Martín Almagro, ofrecía trabajar en excavaciones por el verano. Pensé que me gustaba más trabajar en el campo que en archivos, aunque luego he pasado la vida trabajando en cuevas que no tienen nada de aire libre. Empecé en el oppidum prerromano de Ensérune (sur de Francia). Luego viajamos a Córcega, Cerdeña y Civittavecchia y nos integramos en el grupo de Almagro.

-¿Qué le gustó de excavar?

-Mi tío, el espía, me enseñó a fotografiar a los 14 años con una máquina pequeña, japonesa, y aprendí a revelar y yo empecé a documentar con fotos. La arqueología tenía arte, aire libre, fotografía y dibujo. Tengo buena mano para el lápiz, pero mi hermano Quique dibujaba muy bien y decía que mis dibujos eran una mierda. Además de todo esto, iba siempre con Manolo Fernández Miranda, un amigo que era casi hermano.

-No dudó.

-Sí. También me interesaba la Historia Medieval, la de Asturias especialmente, y mi profesor José María Jover Zamora hizo que me interesara la moderna, pero al acabar la carrera era asiduo de las excavaciones y Almagro nos dijo que, si queríamos pedir una beca, nos apadrinaba. Tuvimos las primeras becas de investigación de España.

-¿Cómo era Almagro?

-Un gran jefe que acumuló mucho poder con el que tuve relaciones discretas. Fue un individuo de horca y cuchillo, un exfalangista que se hizo monárquico, que tenía buenas relaciones, simpático, muy aragonés y radical. La arqueología se basaba en investigadores del siglo XIX y era muy poco innovadora. Había marquesados que se repartían en Cataluña, Aragón, Madrid, Sevilla y Valencia, y los marqueses se llevaban mal. Los jóvenes aprendimos unos de otros, iniciamos contactos con nuestros compañeros catalanes y valencianos e hicimos una especie de arqueología federal y sin heredar rencores.

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