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MARY PAZ PONDAL | Actriz

"Debuté en el cine con 'El Lazarillo' y fue 'Oso de Oro' en Berlín; desde entonces no paré"

"Me casé en Biarritz porque estaba convencida de que yo acabaría divorciándome y en España no se podía, pero di con una maravilla de marido y me dije: 'Cómo voy a dejar yo a un hombre así'"

Mary Paz Pondal, en el Café del Ateneo de La Calzada, en Gijón, donde acaba de comprar un piso cerca de la playa del Arbeyal.

Mary Paz Pondal se recuerda encaramada a unos tacones, sin decir ni pío y acompañada de su madre en una sala de espera de la Escuela de Arte Dramático, en la calle del Pez, en Madrid. Habían pedido cita con el director del centro para ver si la niña -15 años- se podía matricular a pesar de que no cumplía los requisitos de edad mínima.

Y en eso aparece por la sala un señor. "Se sienta al lado de mi madre y ella comienza a hacerme propaganda. Que si la niña ya ganó no sé cuántos premios, que si recita de maravilla, que vaya guapa que es... y yo no sabía dónde meterme. Total, que aquel señor le da una tarjeta a mi madre y le dice: 'Mañana, a las seis, en tal productora de la Gran Vía, le hacemos una prueba a la chica'. Fuimos, me cogieron y llevo más de cincuenta años trabajando sin parar". Una de las carreras artísticas más intensas y prolongadas de la escena española del siglo XX.

Mary Paz González Pondal "perdió" el González a las primeras de cambio, cuando de niña -hija única- participaba en saraos benéficos en Oviedo, su ciudad, y LA NUEVA ESPAÑA hablaba de ella casi con tintes de niña prodigio. "Una vez se decía en una de aquellas crónicas que yo era una 'eximia' recitadora. Y en el colegio de las Dominicas, donde estudiaba, alguna niña me empezó a tomar el pelo llamándome mona. Mona de simia, no de guapa, se entiende. Y llegué a casa desconsolada: 'Mamá, que en el periódico me insultaron'. Hasta que no me enseñaron el Diccionario con el significado de la palabra 'eximia' no me quedé tranquila".

Aquel señor de la sala de espera era César Fernández Ardavín, director y guionista, fallecido en 2012. Tenía buen ojo para los actores y actrices, vio a aquella ovetense quinceañera pero con cuerpo de mujer hecha y derecha y no se lo pensó dos veces para ficharla.

"'¿Te gusta el cine?', me preguntó. Mi madre, dándome por debajo para que contestara, y yo, sí, sí, el cine me encanta. Y dicho y hecho porque Ardavín me contrata para hacer un papel en 'El Lazarillo de Tormes'. Y vaya debut, porque la película gana el 'Oso de Oro' del Festival de Cine de Berlín en 1960. La rodamos en La Alberca, un pueblo de Salamanca. Todo el equipo en un hotel y una auténtica plaga de moscas. Nos caían en el plato, al principio mandábamos cambiarlo, pero con el tiempo nos acostumbramos. Caía una mosca en la comida, la apartábamos y a seguir comiendo. Mi madre iba y venía para controlar un poco porque, claro, yo era una cría. Antes del rodaje me pintaba los labios por mi cuenta y había una maquilladora, también muy joven, a la que tenía desesperada detrás de mí: 'Mary Paz, ésta es una película en la que no puedes salir con carmín'".

Vuelta atrás en el tiempo. Al Oviedo de los años cuarenta. "Nací, como quien dice, al lado de la Catedral. Mis padres tenían un estanco en la calle San Antonio, y la casa del estanco era nuestra. Nunca me faltó de nada. Mi padre, Isidro, era leonés; mi madre, Albina, de Oviedo. Mi abuelo materno era buenísimo trabajando la piedra, pero enfermó por el polvo inhalado y tuvo que cambiar de actividad. Puso una empresa de almacén y distribución de quesos de toda España y le fue fenomenal. En aquellos tiempos de escasez yo iba al colegio con quesos y se los cambiaba a compañeras por cualquier tontería o los regalaba. Bueno, no hay por qué negarlo, en mi casa sobraba el dinero. Recuerdo que una vez acompañé a mi abuela a 'variar' colchones y en uno de ellos encontró 350.000 pesetas. ¿Usted sabe lo que era ese dinero en la época? Pero en casa siempre existió la idea del ahorro. Mi padre, que era un hombre muy recto, siempre me decía: 'Mary, tú guarda y no derroches'".

-¿Le hizo caso?

-Pues sí, y eso que yo comencé a ganar dinero de una forma asombrosa. A aquella niña que interpretaba un papel en "El Lazarillo" ya le pagaban 5.000 pesetas por sesión de rodaje. Estuvimos un mes en La Alberca, así que eche cuentas. Con 25 años me compré un piso de casi 200 metros cuadrados en la Castellana.

Los primeros pinitos artísticos de Mary Paz Pondal en Madrid fueron considerados por doña Albina como un triunfo personal y familiar porque se le metió en la cabeza que su hija tenía que ser artista. "A mi madre le gustaba coser, y venga a hacerme vestidos. Tenía en casa unos zapatos que yo llamaba los zapatos de recitar. Cada vez que actuaba en algún sitio me ponía aquellos zapatos rojos de piel de serpiente, una falda de tubo, que tanto se llevaban entonces, y a subir al escenario sin el menor temor. Siempre fui muy valiente".

Pero Madrid era otra cosa, otra dimensión y otro mundo. "Yo tenía una tía monja allí y mis padres decidieron que el convento de mi tía era un buen sitio para que me quedara. Pero aquello duró poco porque yo empecé a trabajar en pequeños papeles en el teatro nada más llegar. Funciones de tarde y noche. Llegaba al convento a la una de la madrugada, y las monjas dijeron que allí las puertas se cerraban a las diez de la noche y que no había excepciones. Acabé alquilando una habitación en una casa que estaba cerca. Y después, está mal que yo lo diga, pero tenía cola de admiradores. Chicos muy jóvenes a las puertas del convento. Y las monjas mirándoles por la ventana y haciendo comentarios".

Su primer novio era 18 años mayor que ella. "Era yugoslavo, millonario, andaba por Madrid en coches Mercedes y estaba empeñado en casarse. Pero yo no creía en el matrimonio y en aquellos años, ya sabe, si te casabas no había forma de divorciarse. Tenía compañeras que estaban hartas de sus parejas y yo me decía: 'A mí no van a pillarme'".

Hasta que conoció a Fernando Pereira, un joven -casi un adolescente- que no tenía nada salvo talento y ganas de abrirse camino en el mundo de la dirección de escena. "Desde la mili me mandaba unas cartas maravillosas. Cuando regresó se quedaba a vivir en mi piso, pero cuando llegaba mi madre le echaba con cajas destempladas. Y el pobre cogía la maleta y a la calle. Así que decidí casarme, pero con una condición, hacerlo fuera de España para poder divorciarnos sin problemas".

-¿Dónde se casaron?

-En Biarritz. Me lo preparó todo un abogado amigo. Yo estaba trabajando en el teatro, en una obra de Pedro Amalio Herrero, que era de La Felguera. Se titulaba "La balada de los tres inocentes", con Pepe Sacristán, que hacía de cura. Aproveché un lunes, día de descanso, y nos fuimos a Francia. Yo, con un traje blanco de media pierna en la bolsa para ponérmelo en la ceremonia civil. En la expedición íbamos los novios, el abogado y nuestras respectivas madres. Mi padre dijo que él a una boda tan rara no iba. Y no fue. Llegamos al Juzgado con el tiempo justo y el juez dijo que rápido, que tenía otra boda detrás. No me dejó ni ponerme el traje, que volvió a Madrid tal y como había ido. No hubo ni viaje de novios, pero sí una gran fiesta en el piso de la Castellana, que se llenó de gente conocida. Allí estuvo, entre otros muchos, Alberto Closas. Salimos en todas las revistas.

Cuando poco después la rutilante Mary Paz Pondal comenzó a desmejorar y a sentirse fatal, el ojo clínico de una actriz genial, María Luisa Ponte, dio en el clavo: "A ver si vas a estar embarazada".

"Fui a un ginecólogo que era asturiano y me dijo: 'Usted no está embarazada... está embarazadísima'. Y tuve que dejar de trabajar en el teatro de un día para otro. Me sustituyó en el papel Lina Morgan. Fue un parón total en mi carrera, tuve a David y engordé bastante. Fernando y yo decidimos montar una compañía de teatro. Siempre me fue bien como empresaria, que es como una vocación que muchos desconocen en mí. Unos pocos años antes había abierto un café cantante en Madrid, por Serrano, el Jaleo Mary Paz Pondal. De aquélla, años sesenta, mi nombre vendía mucho porque fue una década en la que hice decenas de películas. Unas mejores, otras no tanto, pero jamás he renegado de nada de lo que hice".

Fernando Pereira y Mary Paz Pondal formaron un tándem bien compenetrado mucho más allá de su vida privada. "Mi marido era guapísimo y, además, un actorazo, lo que pasa es que él no siempre estaba dispuesto a actuar. Una maravilla de hombre, trabajador y muy buen padre. Y, claro, cómo vas a dejar a un hombre así. Yo me casé con la idea de dejarlo con el tiempo, se lo digo en serio, porque no me imaginaba un matrimonio para toda la vida, pero ya ve".

A David, el único hijo del matrimonio "lo llevamos a todos los teatros de España. Al niño y a nuestros cinco caniches. Nos acompañaba una chica para ayudar y el niño dormía en el camerino mientras yo actuaba".

Pero Fernando Pereira se fue prematuramente. Un infarto cortó de cuajo aquella historia de amor. Era el año 2004.

"Habíamos comprado un molino en ruinas en Oviñana y lo habíamos dejado de lujo. Fernando era sevillano y se empeñó en que él también se iba a hacer algo en el Aljarafe. Yo con mi molino de Cudillero, muy cerca del mar, y él con su chalé en Sevilla. Estaba muy ilusionado. Recuerdo que yo había tenido actuación en Alicante y que había vuelto a Madrid la noche anterior para volver a marchar a la función del día siguiente. Era un sábado por la mañana, me suena el teléfono, era uno de mis cuñados y me dice: 'Mary, Fernando ha muerto'. Di un grito, tiré el teléfono... y me fui a Alicante para la función de las siete de la tarde. Sentí que tenía que hacerla en su memoria y comprobé hasta qué punto se sacan fuerzas de donde no las hay. Sólo pedí que me esperaran para el entierro. Fernando tenía 55 años y se murió de la forma más inesperada del mundo".

El año 2004, horrible en la biografía de Pondal. "En ese mismo año murieron mi padre y mi madre. Él con 90 años y mamá unos veinte días después. Estaba enferma, no se enteró del fallecimiento de su marido".

Las décadas de los sesenta y setenta fueron un torbellino para aquella ovetense de pelo largo y pecho generoso, a la que de niña su madre esperaba a la salida del colegio para ir juntas a ver películas en los cines de la ciudad. "Hubo épocas en las que llegué a compaginar diariamente teatro, cine y televisión".

Su currículo está lleno de pequeños hitos cinematográficos y teatrales. En 1970 trabajó en "Tristana" con Luis Buñuel. "Él era ya muy mayor y estaba completamente sordo. Rodamos en Toledo. Era un hombre meticuloso en extremo, hizo cambiar el empedrado de una calle porque el que había no se ajustaba exactamente a lo que Buñuel quería para la escena. Recuerdo que andaba detrás de mí diciéndome: 'Mary, qué pena que tu papel no sea un poco más grande'. Y yo trataba de tranquilizarle: 'No se preocupe, don Luis, que para mí trabajar a su lado es un placer'. Y así una y otra vez".

"A partir de 1984, y ya un poco harta de tanta comedia, comencé a hacer lo que realmente quería, que era escribir y poner en marcha un espectáculo en torno a Lorca. 'Mi querido Federico' fue un éxito increíble. Después llegó 'Compañero del alma, compañero' (1990), en torno a la figura de Miguel Hernández. Veinte años de actuaciones por España y América. No lo llevo contabilizado, pero con el espectáculo de Miguel Hernández quizá nos acerquemos a las dos mil actuaciones. Actué en teatros, en universidades, en residencias de mayores y en cárceles. Una experiencia maravillosa. Más tarde le tocó el turno a Blas de Otero ('Pido la paz' en 2000) y ahora tengo el espectáculo 'Unidos en el tiempo', sobre Machado, Hernández y Lorca. Sigo siendo feliz sobre el escenario, haciendo teatro y poesía. Un privilegio".

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