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Fernando Fueyo en el jardín del Edén

Doce "retratos" de árboles centenarios a cargo del mejor pintor de naturaleza de la región, que el RIDEA recoge en una muestra imprescindible

Higuera de Cam Toni Mestre.

Es más que probable que la inmortalidad artística de Fernando Fueyo (Vall d'Arán, 1945) radique en haber probado los frutos del "Árbol de la vida" en el Jardín del Edén, porque desde siempre su gratitud hacia ese conjunto de seres vivos y su particular forma de dialogar con ellos denotan una complicidad tal que de sus pinceles salen no sólo sus bellísimas imágenes, sino también el alma que se encierra en los vetustos troncos.

Es verosímil que, tras adquirir la inmortalidad en el Paraíso, Fernando comprendiera también por qué no debería comer los frutos del "Árbol del conocimiento del bien y del mal" y de ahí que exhiba esa bonhomía ingenua y un tanto pícara con la que tantas veces es capaz de desesperarnos a alguno de sus amigos, entre los que tan orgullosamente me encuentro.

De profundas raíces asturianas, pese a su nacimiento circunstancial a orillas del Garona, Llanes fue el escenario de sus correrías infantiles y allí, bajo la atenta mirada de una abuela valiente, "bolita", recorría montes y valles para hablar con los árboles, siendo probablemente uno de los pocos humanos a los que estos seres tan queridos por él no le impiden la visión de los bosques que conforman.

Seguramente Fueyo habrá inspirado a René Goscinny y Albert Uderzo a concebir, en 1959, al anciano y venerable Panoramix, el druida, personaje principal de las historietas de Asterix y Obelix, quien, además de inventar la fórmula de la poción mágica, inculcó en la irreductible aldea de los galos el amor a la naturaleza, el culto a los árboles, la defensa contra los invasores romanos y el ambiente divertido de los habitantes del último bastión libre de La Galia. La defensa numantina de los árboles, personalizada en el perrito "Ideafix", que siempre se abalanza sobre aquellos que intentan talar alguno, es la misma que lleva a nuestro Fernando a detestar el ruido de las motosierras cuando retumban en el bosque autóctono.

Cuando en 2006, LA NUEVA ESPAÑA nombró a Fernando Fueyo como "Asturiano del mes", algunos de sus amigos aportamos textos para componer la página que se regala a los galardonados y de la que se imprime un pequeño número de ejemplares. En mi caso, como hacía años Fueyo me había diseñado un exlibris reflexioné sobre él y emergió el pequeño texto que hasta hoy permanece inédito y que, sin consultarle pero seguramente con su permiso, me atrevo a publicar: "Todos mis libros me hablan de Fernando Fueyo. Merodea en ellos, se asoma como un solitario lobo confiado que mira hacia el fondo de un valle infinito. Cuando en las noches de insomnio aúllan los recuerdos, mi biblioteca es el refugio forestal en el que busco compañía. En todos sus rincones aparece la mágica silueta de Fernando, como verde coartada de silencios".

Personalmente pienso que si Fernando Fueyo hubiera redactado el libro del Génesis, Adán y Eva no hubieran sido expulsados del Paraíso por comer una manzana del "Árbol del bien y del mal", su Creador los hubiera arrojado al exterior solamente si hubieran osado desgajar una rama para acceder a los frutos más maduros.

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