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Desde Roma (4)

Los helados, una de las pasiones romanas

La heladería Giolitti, donde Audrey Hepburn degustaba su producto en "Vacaciones en Roma", es uno de los emblemas de la ciudad

Silvana y Nazzareno Giolitti.

No todo en Roma son monumentos, historia, arte, cultura... Aunque también es verdad que los helados romanos, a los que hoy quiero referirme, aúnan todos esos ingredientes.

Es cierto que no hay regla sin excepción, y, por ello creo, existirá alguna, pero serán muy pocas las personas que durante su estancia en Roma no hayan degustado un delizioso gelato. No importa que sea otoño, invierno o que llueva y haga frío, siempre verás a alguien tomándose un helado por la calle.

Dicen que ya existían sorbetes en el Imperio romano y que los postres helados llegaron a Italia de la mano de Marco Polo. En el siglo XVI, cuando Catalina de Médici se casa con Enrique II de Francia, hizo que se llevaran a la corte francesa las primitivas recetas de helados. Será una nieta de Catalina la introductora del helado en la corte de Inglaterra al casarse con un príncipe inglés.

Hasta el siglo XVII el helado sólo era consumido en sectores privados, pero sobrepasada la mitad de este siglo, en París, un siciliano, Francesco Procopio, abre la considerada como primera heladería, ya que en su establecimiento el Café Procope se vendían helados que muy pronto gozaron de la aceptación de los parisinos. Cuentan que el propio rey Luis XIV le hizo llegar su felicitación.

No es extraño que con esta experiencia los helados italianos estén considerados los mejores del mundo. Cualquier helado en Roma es bueno. Muchas y acreditadas heladerías dan cuenta de ello. ¿Cuál es la mejor? Es muy difícil aconsejar porque no todos los gustos coinciden. Aunque cada uno tendrá su preferida. La mía es Giolitti. En mi elección influye, además de la calidad del helado, el entorno en el que se encuentra situado el establecimiento, su fama consagrada, el tipo de negocio personal, como podría ser, Hermanos Helio de Candás, toda la familia trabajando en el negocio, y por el atractivo que encierra el haber sido de Giolitti el helado que tomó Audrey Hepburn en "Vacaciones en Roma". Con todos estos atractivos resulta evidente que mis helados preferidos son los de Giolitti que existe desde 1 890, fecha en la que Giuseppe y Bernardina Giolitti abrieron una lechería. Cuando en 1913 se inventa una máquina para elaborar helados, Giolitti comienza su andadura hasta hoy.

Todos estos datos, además de ser uno de los veinte establecimientos que en Roma cuentan con la acreditación de negocio histórico de excelencia, despiertan mi curiosidad y deseos de charlar con los propietarios.

Los empleados se muestran reticentes, pero ante mi insistencia me indican que vaya al mostrador de la pastelería (no sólo son deliciosos los helados, también los pasteles y frutas confitadas Giolitti son famosas). En un extremo veo a una señora que observa todo. Es la propietaria, doña Silvana Barghini Giolitti. Una señora que nadie diría que tiene 90 años y que posee una hermosa sonrisa.

Lo primero que me dice es que será mejor que vuelva dentro de un rato para que hable con su hijo Nazzareno. Le digo que sí, pero que seguro que ella recuerda mejor el rodaje de la película "Vacaciones en Roma". Sus ojos se iluminan y exclama: "Fue mi marido el que con un carrito se desplazó a la plaza de España, ya estábamos instalados aquí. Aquello incrementó nuestra popularidad, todavía hoy muchos clientes piden un helado como el que tomó Audrey Hepburn, que seguro sería de chocolate y crema. Pero mi hijo ha creado un helado con ese nombre, Vacanze Romane. Es de pera, nuez y ricota (más delicado que el parmesano) y un poco de caramelo". De acuerdo con su nombre resulta refrescante, como deben ser unas vacaciones, y al mismo tiempo intenso, como Roma.

-Lo que no le ha dicho mi madre es que yo nací al año siguiente de la película, en 1954 -dice un hombre que la besa cariñoso.

"Es mi hijo Nazzareno. Hace unos días ha regresado de Seúl, donde va a abrir una heladería. Que él le cuente", dice la madre.

Simpático, muy hablador y orgulloso de mantener viva la saga familiar (él es la cuarta generación), quiere dejar muy claro que no es comerciante, sino artesano.

Son las cinco de la tarde y en el local no cabe ni una sola persona. La cola ya se forma en la calle.

-¿Cuántos helados se suelen vender al día?

-En esta época del año, estamos en el otoño, unos tres mil quinientos. Los fines de semana rondamos los cuatro mil quinientos. Se habrá fijado con la rapidez que atendemos -me dice sonriendo-, tenemos cuarenta empleados, claro que abrimos muy temprano y cerramos tarde.

En el interior del establecimiento todo aparece en perfecto estado. Y algo que considero interesante, siguen manteniendo el estilo de comienzo del siglo XX. Cada vez que realizan trabajos de restauración -aseguran- les proponen modernizarlo, a lo que se niegan. Incluso los empleados mantienen el estilo de entonces. Lo mismo sucede con los helados, los tradicionales siguen siendo estrellas de la casa; la copa Giolitti que creó su abuelo y la copa Olímpica, hecha por su padre para conmemorar los Juegos Olímpicos de 1960 y una novedad que ha creado él: il Baccio.

Antes de despedirme les doy las gracias por su amabilidad. Ha sido un placer charlar con ellos y les comento que me sorprende que en el local no haya ninguna fotografía de los muchos personajes famosos que acuden a Giolitti. Nazzareno me dice que no le gusta presumir de clientes y que además todos son importantes para ellos, aunque sí guarda en su móvil muchas fotografías que me enseña.

-¿Sabe quién venía cada vez que estaba en Roma a tomar nuestros helados?, el Rey Juan Carlos. Lo recuerdo como un uomo attraente -dice doña Silvana.

Me voy tomando un helado. He elegido Vacanze Romane y como Giolliti se encuentra a menos de diez metros del palacio de Montecitorio, actual Congreso de los Diputados, hacia allí me dirijo para recrearme con la visión de este edificio obra de Bernini que para adaptarse al terreno proyectó una fachada curva. El palacio lo terminó Carlo Fontana, que añadió el campanario.

Sentarse un rato al caer la tarde contemplando esta plaza y degustando un helado Giolitti, es una delicia inigualable. ¿Será verdad que en Roma lo sencillo puede llegar a convertirse en sublime?

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