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Tres Oscos para los Reyes de España

Hace casi cien años el bisabuelo de Felipe VI visitó Las Hurdes, paradigma de la pobreza española l El próximo sábado su bisnieto entregará el premio "Pueblo ejemplar" a la comarca antaño más atrasada de Asturias y que hoy encontró su camino al futuro

Ferreira y el río Agüera, en Santalla. Aalvador Rodríguez Ambres, "Lumieira".

El próximo sábado, 22 de octubre, Felipe VI visitará los tres concejos de los Oscos para entregar el galardón "Pueblo ejemplar" 2016, concedido por la Fundación Princesa de Asturias. Este hecho se produce casi cien años después de que su bisabuelo, Alfonso XIII, entre los días 20 y 23 de junio de 1922, protagonizara su famoso viaje a Las Hurdes, la comarca cacereña paradigma de la pobreza española por aquel entonces. El viaje del Rey, propiciado por Gregorio Marañón tras evidenciar la miserable e insana vida de los moradores de aquel territorio, supuso un movimiento de apoyo que culminaría con la integración de los hurdeños en una España más solidaria y equilibrada territorialmente, al menos en la teoría.

En 1964, el escritor berciano Ramón Carnicer, fruto de un viaje por el sur de León, publicaba el libro "Donde Las Hurdes se llaman Cabrera", en el que describía los atrasos y la pobreza de esa hermosa comarca leonesa limítrofe con Zamora y Orense, culpabilizando a la Iglesia (Obispado) y al Estado (Gobierno Civil) de aquella lamentable y terrible situación de abandono.

Creo que fue en 1972 cuando un artículo de la "Hoja del Lunes" de Oviedo hablaba de la visita de un grupo de niños de los Oscos para ver el mar por primera vez, a pesar de la escasa distancia física que los separaba de las aguas del Cantábrico. Inmediatamente organicé un campamento de verano para un grupo de boy scouts de la parroquia ovetense de San Isidoro, que por entonces comandaba. Nos encaminamos a San Martín de Oscos tras unas seis horas de tren en el Ferrol-Gijón hasta Vegadeo, y dos o tres en autobús, "El Piñeiro", que ascendía lentamente hasta La Garganta y luego, a través de unas llamadas carreteras sin asfalto alguno, parando en una festiva Vilanova, nos aproximó a nuestro destino.

Allí pasamos veinte maravillosos días entre gentes amables y hospitalarias que vivían en un entorno casi abandonado de la mano de Dios, en el que el paisaje estaba dominado por enormes extensiones de piornos de flores amarillas, escasos bosques y excesiva resignación humana. Nunca olvidaré la llegada al Mazo de Mon, donde los niños se extrañaban de las pobladas barbas que lucíamos los responsables del campamento y, sobre todo, de aquella enorme cantidad de jóvenes, quince o veinte, que irrumpían por primera vez en su pequeño mundo; ni el paso por el Mazo de Caraduxe para llegar caminando a una Santalla que claramente sobresalía sobre las otras dos capitales.

Pocos años después visité la Cabrera leonesa en un par de ocasiones, primero La Baña y más tarde Odollo, donde la miseria, la brujería y la incomunicación aún convivían. Sin embargo, no encontré nada inferior a nuestros Oscos, pues allí ya empezaban a implantarse, aunque tímidamente, programas de desarrollo rural en forma de pistas de tierra para comunicar los pueblos y algunas otras infraestructuras.

Años más tarde viajé a Las Hurdes, donde ya se habían implantado numerosos programas de desarrollo, y aquella miseria constatada por Alfonso XIII ya era sólo un recuerdo legendario. ¿Eran nuestros Oscos la comarca más abandonada de España incluso en los primeros años 80? Seguramente sí. Pero la llegada de la autonomía asturiana logró modificar esta tendencia. El primer Gobierno del presidente Pedro de Silva impulsó el plan Oscos-Eo, que revolucionó el desarrollo rural no sólo con la mejora de las infraestructuras, sino también con la transformación paisajística del territorio, estableciendo de nuevo pastos para desarrollar la ganadería autóctona de carne, restaurando la arquitectura tradicional, dotando a los tres concejos de servicios sanitarios y un más que largo etcétera.

Paralelamente, los habitantes de los Oscos comenzaron a recuperar el orgullo milenario de sus orígenes, desarrollando unos medios propios de supervivencia y, lo que es más importante, acogiendo entre ellos a numerosos ciudadanos de otras nacionalidades que acudieron allí a la busca de su propio destino. Hoy en día los Oscos son la pequeña nación astur en la que conviven en armonía un conjunto de vecinos nacidos en diferentes lugares del mundo y que han encontrado allí la acogida hermana y solidaria de unos asturianos antaño tantas veces menospreciados.

Don Felipe y doña Leticia se encontrarán un territorio en el que habita una población rejuvenecida y emergente, satisfecha de sí misma e integrada en unos hermosos paisajes en los que todavía cabe el otoño, merced a su apuesta decidida por el bosque autóctono y los prados naturales, en donde se sigue construyendo a la manera de antaño, donde se han recuperado antiguos caserones para establecimientos hosteleros y pequeños museos, donde se prestan servicios sanitarios básicos, donde se han restaurado las antiguas escuelas para transformar en viviendas públicas que han sido ocupadas por inmigrantes de más de veinte nacionalidades distintas y, lo más importante, un territorio en el que habitan y corretean gran cantidad de niños que esperan un futuro mejor que el pasado de sus padres y abuelos, sostenible en el tiempo y respetuoso con su entorno. Confiemos que el premio al "Pueblo ejemplar" de Asturias sea otro punto de partida, como lo fue aquel ya lejano plan Oscos-Eo, y que los actuales responsables de las instituciones locales y regionales velen por ello.

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