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Los Lagos en versión original

Una ocasión para repensar el parque nacional de los Picos de Europa a partir del best seller del pastor de ovejas James Rebanks sobre su vida en el distrito de los Lagos del Reino Unido

Pastores de los Lagos y de las majadas del Cornión con sus perros, omnipresentes. De izquierda a derecha, y de arriba abajo: Antonio Ribera, Abelardo, Ángel el Mellizu, José Suero, Alfonso Cortina, Ismael, Orlando con sus dos hijos Ángel Antonio y Landín, Antonín, Manuel el de Concha, Eugenio Suero, Emilio Sierra, Aurelio Suero, José el de Pachín y José Ramón Gao. Foto cedida por Luis Blanco Caso, de la Tiese.

James Rebanks, un pastor de ovejas de los Lagos -no de los de Covadonga, sino del conocido como distrito de los Lagos, en el Reino Unido-, ha escrito un libro, cuya edición en castellano se titula "La vida del pastor. La historia de un hombre, un rebaño y un oficio eterno", en el que cuenta, en versión original (V.O.), cómo es la vida de los pastores de su tierra, cuál es su cultura y cómo él y sus antepasados construyeron el paisaje que ha cautivado a millones de visitantes urbanos. La faja promocional del libro da suficientes pistas al lector sobre lo que se va a encontrar: "El campo no es sólo una postal".

El mérito del libro, que se ha convertido en best seller en la edición inglesa, estriba en dos elementos inusuales: en primer lugar, es un pastor el que escribe con brillantez de sí mismo y de la vida de su comunidad, y en segundo lugar, desmonta la imperante perspectiva urbanocéntrica -una modalidad, en sus propias palabras, de "imperialismo cultural"- por la que su tierra ha dejado de ser suya para convertirse en un lugar de esparcimiento, interpretado por otros, para "ilustrar filosofías e ideologías" turísticas o conservacionistas.

La breve introducción, que lleva por título "Hefted", es suficiente para entender el calado de lo que James Rebanks destila en su obra. Hefted, un vocablo del habla local de los Lagos, tiene muchos significados: como sustantivo es la "zona de pasto en las tierras altas" y, también, "el animal que está allí asentado"; como verbo, el acto de sentir "apego por una zona de pastos" que desarrolla un rebaño, o un pastor, como querencia vital, y como adjetivo, lo que se dice del "ganado que ha desarrollado ese apego". Si hubiera que traducir "hefted" al idioma de los pastores queseros de reciella de los Picos -los de los Lagos y sus alrededores-, estaríamos hablando de "saber y querer estar en el puertu".

Saber estar en el puertu

La primera vez que fui consciente del significado de saber estar en el puertu tuvo lugar hace más de 15 años en la majada de Las Fuentes. Bertu Asprón oteaba con los prismáticos apuntando a la base del Jultayu en busca de su rebaño de ovejas. Era una tarde luminosa de primeros de agosto. "Antes de cinco minutos la cabeza del rebañu aparecerá detrás de aquella peña", dijo señalando un lugar lo suficientemente alejado como para necesitar prismáticos. Me reí, pensando que era una broma. Al tiempo, sin decir nada, me pasó los prismáticos y, exactamente por donde había dicho Bertu, asomó el rebaño familiar de ovejas de los Asprón que, desde ese punto, el más alto del recorrido circular que hacen todos los días, todavía tardaría más de dos horas en llegar a recogerse al dormitoriu de Las Fuentes. El rebaño de los Asprón estuvo haciendo ese recorrido estival por los siglos, pues su linaje de familia de pastores no conoció otra tierra, otro oficio, que no fuese ese trajín. La segunda vez fue con Cándido, su hermano, una tarde que regresábamos a la majada de Belbín con un cargamento de quesos recién sacados de la cueva. Hombre de pocas palabras y buenas reflexiones, me dijo: "Esto ye muy atáu, pero yo aquí soy muy libre". Y la tercera, con Berto Valle, entonces regidor de pastos de la montaña de Covadonga, una tarde de un otoño recién estrenado, asomándonos a Comeya. De fondo, el mugido de decenas, quizá centenares, de vacas. Berto caminaba cabizbajo, en silencio, parecía incómodo. Le pregunté si le pasaba algo y en un primer momento negó con la cabeza. De pronto, se paró y dijo: "Vámonos, no soporto oír el llantu de les madres". Las decenas, quizá centenares, de nodrizas, no mugían? lloraban. En ese tiempo tiene lugar la retirada de los terneros y las madres las llaman durante días con un mugir desesperado que inunda la montaña y resulta desgarrador para aquellos que, estando "apegaos al puertu", saben cómo lloran las vacas.

Mirar la montaña desde la montaña misma

Que el libro de Rebanks haya causado tanto impacto en el gran público casi parece una paradoja. Pero lo cierto es que una actividad como el pastoreo, que lleva milenios entre nosotros y ha sido el principal agente modelador de algunos de los más bellos paisajes de montaña en Europa, ha pasado desapercibida para cientos de científicos, funcionarios y políticos que llevan años intentando "conservar" la montaña con patrones, leyes, modelos e ideologías nacidas en la ciudad, y en la perspectiva industrial, y con unos métodos científicos no sólo ajenos a la cultura y al empirismo del pastor, sino inapropiados, pues, al segregar el conocimiento en especialidades, descoyunta lo que quiere conocer y lo mata convirtiéndolo en información descodificada y, por ello, estéril, inútil a los efectos de su conservación. La aproximación externa que hemos hecho a los Picos de Europa a lo largo de estos casi cien años de parque nacional no está sólo carente de "hefted" -vamos a recurrir al término utilizado en los Lagos británicos, que dice tanto con tan pocas letras-, sino de sentido de la historia y, peor aún, de sentido común.

La cultura de los pastores tiene tres características: es local, es enorme y es antiquísima. Al ser local, su forma de expresión tiende a adaptarse a la disposición y disponibilidad de los recursos de cada territorio hasta crear vínculos inextricables que afectan a la propia estructura biológica y ecológica del lugar, por no hablar de la geográfica o la social, creando paisajes muy singulares. Por eso su estudio y conocimiento no puede hacerse como "objeto", sino como "sujeto", tal como defiende Gonzalo Barrena. Es enorme porque está presente en prácticamente todos los territorios de Europa, y en especial los de montaña, los más escarpados, no aptos para usos agrícolas. La propia forma de los concejos de los Picos, alargada y vertical, se explica por la necesidad de disponer de pastos en todas las estaciones y es, por tanto, consecuencia de una economía y ecología tributarias del pastoreo sobre las que las comunidades de pastores escribieron, a escala 1:1, su periplo. Y es antiquísima, porque salimos de las cuevas cuando nos hicimos pastores. Al ser tan antigua, hereda no sólo los comportamientos de los herbívoros silvestres -probablemente las cabras domésticas que ahora invernan en les cuestes bajes, orientadas al Sur en la sierra de Cuera lo hacen en los mismos lugares que sus antepasadas silvestres y prehistóricas-, sino que la flora de la que se alimentan los necesita para vivir. No es posible entender la dinámica vegetal, la botánica y la ecología vegetal, desvinculándola de los animales que la llevan pastando miles y miles de años. Esas tres características, cuando son tan contundentes, tan obvias, tan envolventes, pueden llegar a pasar desapercibidas. Cuando todos los resquicios del territorio destilan cultura de pastor, puede suceder -como ha sido el caso en el parque nacional de los Picos de Europa- que no la veamos, porque a los que la miran desde fuera les falta perspectiva. La cultura de los pastores queseros de las montañas del oriente astur era tan grande, y estaba tan cerca, que no la vieron. Como en el cuento hindú de los tres sabios ciegos que, tocando cada uno una parte de un elefante, no alcanzaron a definir al animal.

Y digo que casi parece una paradoja pues esto que ahora dice James Rebanks, esto que es evidente y bello, lo sabían desde siempre los pastores de los Picos, aunque nunca lo hubieran escrito. Los que no nos hemos enterado todavía somos los millones de visitantes que subimos a los Lagos como domingueros y los gestores conservacionistas que, suplantando a las comunidades de pastores, llevan casi un siglo fracasando en su intento de administrar con papeles un espacio que llaman "natural". En este tiempo, además de permanecer impasibles ante el desmoronamiento de la extraordinaria y milenaria cultura de pastoreo quesero de reciella de los Picos de Europa -cuando no se aplicaron con contundencia para acabar con ella-, han conseguido convertir lo que era un extraordinario ecosistema calizo de pastos de altura, salpicado de bosquetes -probablemente el más complejo y completo de la cordillera Cantábrica- en un enorme y monótono matorral. Ya es hora de pedir disculpas y de rectificar.

Una oportunidad para repensar un parque nacional con alma de pastor, con quesos de altura y con mayor biodiversidad

El libro de Rebanks viene a darle la razón al geógrafo canario Fernando Sabaté, que en su tesis sobre los pobladores del sur de Tenerife ("El país del pargo salado") rescata un dicho local: no te metas con un pastor porque tiene mucho tiempo para pensar. El autor ha encontrado la manera de sacarle a su propia identidad cultural un bello relato. El fondo es tan impactante como la forma en la que está escrito, al más puro estilo pagano: siguiendo el ciclo de las estaciones, y los ciclos de la naturaleza, para que la cultura se funda en ella como la mantequilla sobre un pan caliente.

Por lo demás, es de esperar que el libro tenga en su versión en castellano tanta repercusión como en la versión inglesa. James Rebanks podía haber hablado de Aurelio Suero, que amajadó hasta la última semana de su vida en Arnaedu y por las noches pastoreaba el firmamento y sabía, según el mes, por qué risco de la peña salía la Luna y por cuál se acostaba, llamándolas por el nombre de su universo en el puertu: la Luna de Llorosos, la de Ostón, la de Cubiembru... O de Cirilo, o de Remis, o de Covadonga la de Umartini, o de Emilio Suero, que tenía una vaca que daba setenta bocaos antes de dar alzada. Podía haber escrito de los nuestros, pero escribió de los suyos, que son los mismos.

En 2018 se celebra el centenario de la declaración del parque nacional de Covadonga, hoy de los Picos de Europa. Qué mejor ocasión para que, a los que les toque gobernar entonces, pidan disculpas por todos los desatinos cometidos contra los pastores por un siglo de Administración conservacionista y por una ciencia segmentada que no supo entender su cultura. Para que hablemos con los gobiernos británico, francés, suizo y austriaco y nos cuenten cómo gobernar parques con pastores. Para que nos planteemos la reintroducción del pastor del siglo XXI, tal como hacen en los países citados, como los mejores profesionales para gestionar la montaña y para que invitemos a James Rebanks a explicarnos lo que tan maravillosamente cuenta en su libro. Al fin y al cabo, él también nació en los Lagos, es de puertu y cree, como yo, que el pastoreo puede volver a ser un oficio "eterno".

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