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PEDRO ORTEGA CUADROS | Hostelero

"Entré en la mina porque necesitaba dinero para presumir, pero no aguanté un año, no fui tan duro"

"Recuerdo la llegada a Mieres con mis padres, en 1948; venía de un pueblo blanco de Jaén con plaza de toros y sol y me pareció que era gris y sucio"

Pedro Ortega, en el parque que hay detrás del Ayuntamiento de Mieres. Fernando Geijo

-Nací en Villanueva del Arzobispo (Jaén) en 1945. Soy hijo de maestro albañil y ama de casa perdedores de la Guerra Civil. Ninguno de los dos quería hablar de eso. Creo que mi padre venía del anarquismo, huyó de un campo de concentración y tuvo que dejar el pueblo porque no había trabajo para los rebeldes. Vinieron a Mieres buscando trabajo. Estuvieron en Somerón; luego en La Peña y, más tarde, en el barrio de Santa Marina, donde les dieron la primera vivienda como trabajadores de Fábrica de Mieres.

-¿Cuándo llegaron?

-En 1948, éramos cuatro hermanos. Faltaban tres por nacer. Tengo imágenes del viaje: en diligencia de caballos hasta Úbeda, donde estaba el enlace ferroviario, y dos días de cansancio y "estate quieto" en un tren de madera y hollín hasta Mieres.

-¿Qué le pareció Mieres?

-Gris y muy sucio. Venía de un pueblo blanco, con plaza de toros, luz y sol. Entré en una escuela en Requejo con dos aulas inmensas, un maestro y una maestra, niños y niñas separados, 70 por clase. El maestro explicaba para las dos primeras filas. Era más tener niños recogidos que enseñanza. A los 11 años cometí un error, entonces pecado, y me dio una paliza brutal.

-¿Qué hizo?

-Me cagué en Dios. Decidí no volver. Mis padres no dijeron nada porque entonces los niños trabajaban y vinieron a buscarme para repartir de la tienda de ultramarinos Casa Vincent, que era de ascendencia francesa, donde trabajé hasta los 17 años. Hacía Bachillerato nocturno.

-¿Qué tal estudiante era?

-Malo. Era buen dibujante artístico y me gustaba la geografía, pero en lo demás, nada. Copiaba láminas y del natural. Dibujé en casa un león en reposo, con hierba alta. El profesor lo vio en el bloc, me preguntó si lo había hecho, le contesté que sí y me mandó repetirlo en clase. Lo hice, me puso un 10 y me dijo que siguiera dibujando por mi cuenta. De ahí mi afición a la plástica. Lo intenté más adelante, pero había que trabajar.

-Se quedó haciendo recados en bici.

-Me hice un ciclista muy aficionado. Tuve bici hasta hace poco. Vi a Louison Bobét y a Fausto Coppi, Bahamontes, Anquetil, iba a los criterium del Batán. En Mieres también había afición a la lucha libre. Como no dejaban entrar a los menores, me subía por la tapia y me colaba. Vi a Peltop y "Chayson, el Tigre". Subía como un gato por los tirantes del circo y del Teatro Argentino. Era curiosidad, por ver el mundo de la fantasía. Hace poco vi en Gijón el "Cirque du Soleil", con congoja ante tanta belleza. ¡Cómo cambió el circo!

-¿Cuánto ganaba?

-Cincuenta pesetas al mes por 10 horas diarias. Era una explotación. El dinero era para mi madre y las propinas para ir al cine Capitol, donde podías ver tres películas en una entrada. Me encerraba en un mundo distinto. Me gustaban las películas del Oeste, no porque los vaqueros mataran a los indios, sino por las galopadas y los grandes horizontes en color y cinemascope. Era de Alan Ladd. La chulería de John Wayne no me iba.

-¿Cómo era su padre?

-Se llamaba Juan Ortega. Venimos de los Ortega... soy primo segundo de Ortega Cano. Hay por ahí marquesado y ducado que, digo yo, en algún momento se mezclaron con el servicio y de ahí nosotros. Los Cuadros también son de casa solariega, en Salamanca y Valladolid. Pero eso es lo de menos. Mi hermano, que es joyero en Suiza, indagó por curiosidad, pero no hablamos de ello. Mi padre era callado, buena persona y buen padre, no riñó, ni molestó. Iba del trabajo a casa. Hizo la casa de la librería Cultura porque era maestro cantero y ahí sigue, con unos sillares estupendos. Encontró trabajo en la mina, en el exterior, para encauzar aguas y hacer canales. Murió a los 58 años.

-¿Cómo era su madre?

-Fuensanta Cuadros Serrano era guapísima, ojos inmensamente azules, como inglesa. "La Rubia", la llamaban en el pueblo. Era una santa madre, celosísima con los más pequeños, una matriarca de carácter fuerte que con la mirada transmitía qué hacías mal.

-Fue el primer varón después de tres hijas. ¿Lo notó?

-No. Salía a las ocho y media de la mañana y regresaba cuando acababa el Capitol. Nos llevábamos muy bien, pero apenas nos veíamos. La mayor, Santa, se casó muy joven; la segunda, María Antonia, a los 18 años fue a Francia y luego a Suiza. La tercera, Manuela, fue a Suiza y allí falleció. Amador fue a Suiza de futbolista, le destrozaron una rodilla y le ofrecieron una indemnización o pagarle una carrera. Hizo Gemología: es joyero, fichó para Patek Philippe, una firma de alta joyería. Rosa es enfermera y trabajó en Murias; tiene una peluquería, está retirada. Juan, el pequeño, se pegó a mí porque era niño cuando murió nuestro padre y trabajó conmigo en El Gato, donde se hizo hostelero. Es muy amigo de Luis San Narciso. Falleció a los 53 años, pero hablo de él en presente como si trabajara en Argelia, por ejemplo.

-¿Usted no fue a Suiza?

-Sí, era frío, oscuro, con las calles desiertas. Fui a un bar y vi a cuatro hombres bajarse una botella de vino blanco en dos horas largas sin intercambiar palabra. Miré, no me gustó y volví.

-¿Cómo era usted?

-De rapacín era muy soñador y callado. Me metía en el río con chirucas e iba andando a contracorriente, solo. De pronto, rompía el silencio una bramida por todo el valle. ¿Qué diablos había allí? Al domingo siguiente regresé, subí por un palo de la luz como un gato y descubrí el fútbol por primera vez: "Mátalu, da-y, uuuy, gooool". El Caudal estaba en Segunda. Andaba sin pandilla porque no la necesitaba. Conocía a todo el mundo.

-¿Cómo llegó a la hostelería?

-Estuve en la tienda hasta los 17 años, pero lo compaginaba con ser ayudante de camarero en la antigua cafetería Nápoles de ocho a doce. Tuve buen maestro en Salva el del Nápoles. Estuve un par de años.

-¿Le quedaba tiempo para algo, para salir con chavalas?

-No, las miraba con una envidia... yo poniendo la terraza y, en frente, los autobuses que salían de excursión para Gijón o para Tazones. En el Nápoles paraba mucho personal administrativo de Fábrica de Mieres y Carlos, capataz, fue mi padrino de entrada. Le dije: "Quiero entrar en la mina", y me contestó: "Pasa por la oficina". A los 19 años entré en el pozo Barredo, de ayudante de minero, porque ganaba el doble y necesitaba dinero para presumir. Trabajaba de siete de la mañana a dos de la tarde, pero, como en casa había necesidad, doblaba en la maniobra del pozo: regresaba a las tres hasta las diez de la noche. No lo hice mucho.

-¿Cuánto bajó a la mina?

-No aguanté un año en Barredo. En el interior vi tres o cuatro accidentes, sufrí dos pero tuve suerte. Yo no era tan duro y me salí. A veces ayudaba en el Portofino, desde las siete de la tarde hasta las doce.

-¿Qué tipo de bar era?

-El primero con música disco, moderno, por el día café y por la tarde-noche copas. Lo hizo Chus Quirós. Allí paraba don Manuel, director general de Ensidesa, con su grupo de colaboradores. Cuando logré horario fijo en el Portofino dejé la mina.

-¿Dónde hizo la mili?

-Me sortearon por Oviedo y Jaén y mientras arreglaban ese lío me llevaron a Camposoto, en San Fernando (Cádiz) para el campamento. Estaba esperando, vestido de paisano, cuando llegó un grupo de captación de la Legión, morenos, cachas, limpios... parecían otra cosa. A uno de Gijón le pedí que me hablara claro y me contestó: "Si te gusta el deporte y andas espabilado, no hay problema. Es duro pero se come mejor". Fui voluntario a Ceuta, al "Duque de Alba". Compañerismo, formación militar de legionario, sin problemas ni castigos.

-"Fumaría" por primera vez.

-Vinimos 500 tíos, un batallón, al desfile de la Victoria en Madrid. Al cruzar la frontera, en Algeciras, registraron las maletas, pero no a los uniformados, cada uno con cuatro cartucheras de Cetme: en una, munición de fogueo; en otra, munición real, y en las otras dos, muchos llevaban un kilo de hachís en cada una. Era 1968, se vendía bien y se sacaban unas pelillas. A la vuelta, en el cuartel, formada la bandera, apareció una lista y decían "fulano de tal", "presente". "Dos meses de pelotón por encontrarse en posesión de grifa en la plaza de Madrid".

-¿Qué era "pelotón"?

-Levantarse una hora antes, perder adornos y trabajar en lo que fuera. No tuve ese problema. Más de la mitad del batallón, sí.

-Vuelve de la mili.

-Y me caso con Florentina, Tinina. La conocí con 13 años.

-¿Y se hicieron novios?

-Nos mirábamos. Nos hicimos novios a los 16 o 17 años. Fue a mi jura de bandera en Ceuta, acompañada por un matrimonio que tenía un hijo allí. Llegó al cuerpo de guardia, le dieron el alto. "¿A qué viene?". "A ver a mi novio". Ji, ji, ja, ja. Llamaron al oficial de guardia, contó que venía de Asturias. Llamaron al comandante y Tinina le dijo que yo había comentado que no me dejaban salir más que las dos horas del paseo, que el comandante era muy estricto y que ella quería verme. Me mandaron llamar, subí como una flecha, me la encuentro: "Qué haces aquí". "Vine a verte". Dice el comandante: "Así que soy muy estricto... ¡sargento!" -pensé que me iba a caer la gorda-, "déle un pase de una semana, que salga después de comer y regrese a las 11 de la noche". Una maravilla.

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