La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tras la muerte de Fidel Castro

Cuba, un futuro de realismo mágico

El fallecimiento del Comandante de la Revolución abre un nuevo y trascendental capítulo en la historia de la isla, que habrá de afrontar su apertura comercial y una liquidación aseada del régimen

Una de las calles de La Habana Vieja, fotografiada recientemente. R. S.

Cuba es el primer país del Tercer Mundo. Ésas fueron las palabras que me dijo el añorado José Antonio Fernández, coordinador del hermanamiento de Oviedo con Santa Clara, nada más aterrizar en La Habana, en febrero del año 2000, en el primero de los tres viajes que ese año realizamos juntos para culminar todas las fases del hermanamiento. Y lo dijo como una muestra de cariño y respeto hacia el país que gobernaba su admirado Fidel Castro, pero, también, como una especie de código para entender y situar en su merecido contexto lo que es y lo que se ha logrado en la Gran Antilla. "Éste es un paraíso, civil y distinto", añadió.

Y éste es un consejo que he repetido posteriormente en muchas ocasiones a amigos que iban a viajar a la Isla, para que tomaran conciencia de que la comparación final para enjuiciar el régimen no puede ser con cómo vivimos nosotros, sino con cómo viven países de su entorno, como Guatemala, El Salvador, Nicaragua?

Un jurista asturiano muy destacado me comentaba en esa misma época que había tenido la oportunidad de ir a Guatemala para colaborar en la constitución de grandes tribunales en el país. Su estancia, prevista para un año, duró apenas 20 días porque, me confesó meses después, "no podía vivir con niños muriéndose de hambre a la puerta de casa". En Cuba, en cambio, eso no ocurría ni ocurre. En mayo del año 2000, el entonces alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, quedó impresionado en Santa Clara por cómo se atendía a los niños, con escolarización total y con una pulcritud en el vestir y en el trabajo en las escuelas que realmente parecía imposible en el marco de profunda crisis del periodo especial. "Si una niña o un niño no va al colegio, sus papas van a la cárcel", le resumió una de las autoridades santaclareñas presentes, como muestra de la firmeza del régimen con la educación de las generaciones futuras.

Cuando José Antonio Fernández, todo bonhomía y vehemencia revolucionaria, cantaba las loas de los vales de alimentación generalizados y permanentes para todos los cubanos y del sistema educativo y sanitario de Fidel, mirando a la Habana Vieja desde la lejanía ensoñadora del Malecón, sus palabras parecían una ilusión, pero cuando entras en contacto con los cubanos, cuando les preguntas y les respondes, te das cuenta de que es un pueblo que intelectual y vitalmente está muy por encima del país en el que vive. Y muy por encima de las condiciones políticas que padece. Y ése es, sin duda, también un logro de la Revolución.

Desde el primer viaje que hice a Cuba, en noviembre de 1999, acompañando a los concejales de Oviedo que iniciaron los trámites para sellar el hermanamiento con Santa Clara, hasta el último -el quinto, el único de turismo familiar- este mismo año, apenas un mes antes del fallecimiento de Fidel Castro, el país experimentó profundos cambios y se percibe ya un clima de poscastrismo que madura lenta pero inexorablemente. Baste una referencia menor: en 1999 y 2000, todavía en fase dura del llamado periodo especial, era imposible recorrer una calle o un establecimiento de La Habana o Santa Clara sin escuchar los sones de la guaracha de Carlos Puebla "Y en eso llegó Fidel" o de su "Hasta siempre, comandante", dedicado al Che Guevara. En octubre de este año, sólo escuché esta última en un establecimiento estatal, como es la Bodeguita del Medio, después de que los músicos aceptaran muy a regañadientes, y tras tres horas intensas de postre musical, la petición de un cliente venezolano. En otro establecimiento estatal de referencia, el Floridita, con una escultura de Hemingway a tamaño natural y una foto de Fidel presidiendo la barra, sucede lo mismo: música cubana por doquier, daiquirís exquisitos, pero libre de loas revolucionarias.

Una ciudad que estremece el corazón

Sin embargo, la magia de Cuba, la magia de La Habana, sigue intacta. Hay una prueba intangible, pero incontestable, que me descubrió José Antonio Fernández: "Si alguna vez vienes con alguien al Malecón y mira a la Habana Vieja y no se estremece es que no tiene ni alma ni corazón". Y es una gran verdad que experimenté por última vez en octubre de este mismo año: mi mujer no quería viajar a Cuba y sólo mi insistencia para que la conociera antes de la muerte de Fidel consiguió que cediera y viajara: su cara cuando miró a la Habana Vieja desde el Malecón, pasado el hotel Nacional, resucitó a mi amigo del alma, José Antonio Fernández. Él diría: "¡es la Revolución!".

En 1999, por supuesto, todos los grandes logros de la Revolución eran ya pasado. Cuba vivía aún bajo la enorme presión de necesidad que impuso el distanciamiento de la URSS y subsistía con mesurada penuria en el llamado periodo especial. Pero ya entonces había un karma singular. La primera delegación del Ayuntamiento de Oviedo viajó a Cuba, en noviembre de 1999, coincidiendo con la cumbre de jefes de Estado Hispanoamericanos. Había concejales de todos los partidos con representación municipal, con sensibilidades muy distintas, pero todos vivieron momento especiales. Un ejemplo: 9.30 de la mañana; oficina del vicepresidente de Cuba, José Ramón Fernández, el "Gallego" Fernández; la noche anterior Fidel invitó a cenar a mandatarios hispanoamericanos en una reunión que concluyó a las 7.30 de la mañana y en la que, por supuesto, estaba su vicepresidente.

La delegación ovetense esperaba en el despacho cuando apareció (descripción real y veraz de Roberto Sánchez Ramos) el Gary Cooper de "Sólo ante el peligro": el "Gallego" Fernández, 76 años, casi 2 metros de altura, pantalón, camisa, cazadora y botas vaqueras. Todos se sientan alrededor de una mesa redonda y a los cinco minutos el vicepresidente se duerme. Primero, a cabezadas; luego, profundamente. Silencio. Nervios. Alguno pensó: "¿Y si se nos muere aquí?". Tras tres amables, aunque contundentes, empujones de Sánchez Ramos, vuelve en sí: no hay problema. La Revolución sobrevive.

No fue la única situación especial que vivió en Cuba, en estos viajes oficiales, Roberto Sánchez Ramos, un hombre que siempre reconoció su felicidad habanera. Nunca como aquél día de junio del año 2000 aprecié su capacidad para solucionar con ingenio lo que parece que la razón no admite: puerto de La Habana; 12 de la mañana a 40 grados centígrados, un sol de justicia y una humedad asfixiante; el buque fletado por el Ayuntamiento de Oviedo, el "Santanita", llega a Cuba con una gran carga solidaria (49 vehículos, incluidos dos camiones de basura y un autobús, mil luminarias, decenas de ordenadores y material de oficina, camas de hospital y material de enfermería, miles de bolígrafos? y tres ambulancias). Y el problema surge con las ambulancias, porque en el parte de embarque figuran dos y en el barco llegan tres. Nervios. Trasiego. Y los mismos que devuelven un paquete de más de tres mil bolígrafos porque estaba abierto dudan que se puedan desembarcar las ambulancias porque no son dos, sino tres. Tras muchas conversaciones fallidas, Rivi encuentra la solución: "¡Compañera!", le dice a la oficial portuaria, "hay que llamar al Comandante porque en el Atlántico, camino de Cuba, se ha producido un milagro revolucionario: si de Gijón salieron dos ambulancias y aquí llegan tres, ¡estamos ante un milagro revolucionario!". La oficial de aduana lo miró intensamente y, al final, terminó poniendo un 3 donde figuraba un 2. ¡Otro éxito de la Revolución!.

Son detalles, sí, pero desvelan lo que era Cuba hace 16 años, casi en los estertores del castrismo, mucho antes de la muerte de Fidel. Y hay más ejemplos. La delegación de Oviedo al completo estaba en Santa Clara sellando el hermanamiento. El alcalde Gabino de Lorenzo y su familia vuelven a La Habana para regresar al día siguiente a España, mientras el resto de la delegación, Roberto Sánchez Ramos, los concejales del PSOE y periodistas incluidos, permanecen en Santa Clara. A las 10 de la noche le llaman al hotel: Fidel Castro le invita a cenar a él y a su familia. Cambio de planes y una noche intensa: más de 9 horas de cena y conversación distendida con el Comandante, sin relevancia política, sin buscar disensos, sino, más bien, puntos de encuentro, con receta de langosta manuscrita incluida, y unos cuantos ministros cubanos durmiéndose sobre la mesa incapaces de seguir el ritmo de su líder. Entonces las relaciones entre España y Cuba no pasaban por su mejor momento, pero el Comandante hizo una demostración de diplomacia y habilidad para acercarse a un alcalde de Partido Popular que, seguro, hubiera sido feliz si le dejaran modernizar La Habana.

Una nueva Cuba

En octubre de 2016, hay ya una nueva Cuba. Los cubanos pata negra -cada vez hay más clase media distribuida por los preciosos barrios de La Habana- y algunos de los españoles que allí viven trazan una línea muy gruesa, casi infranqueable, para distinguir a quienes disfrutan de lo fácil - la Habana Vieja, con el Floridita y la Bodeguita del Medio como grandes referentes turísticos- y quienes quieren ver la nueva -¡y verdadera!- Habana. Es decir, una línea que pone a un lado al simple turista de ocasión y a otro a quien quiere ver, realmente, el potencial de este gran país.

Esa distinción, sin embargo, es día a día más difícil porque cada vez la nueva Cuba está más activa en todos sus espacios. Y un buen ejemplo es el gastronómico, por más que la gastronomía no sea un valor extraordinario de la Gran Antilla. Pero ya hay una iniciativa privada consolidada que invade la Habana Vieja y la vieja Cuba. No hay como visitar el paladar San Cristóbal, en plena Habana Vieja, en la calle San Rafael, para darse cuenta de la magnitud del cambio que se está viviendo: es cierto que el hecho de que Obama fuera a este establecimiento con su familia ha servido para amplificar su proyección, pero, con el presidente americano o sin él, este negocio privado marchaba ya viento en popa ofreciendo calidad, singularidad y un trato excepcional a un precio verdaderamente asequible, pues cenar en la misma mesa que Obama y su familia, con su mismo menú y pagando lo que él pagó de su bolsillo, no sube más de 20 euros por barba. Eso sí, sin el vino español que pidió su esposa (un Ribera del Duero, Conde de San Cristóbal), a precio imposible en Cuba.

Pero lo importante para entender los nuevos derroteros de este país es conocer que mientras un cirujano cardiovascular del hospital central de La Habana cobra 45 o 60 euros al mes, un camarero del paladar San Cristóbal puede llegar a los 80 euros por día -trabajan tres o cuatro días a la semana- sólo en propinas. Ésa, sin duda, es la principal fuerza de la contrarrevolución. Y como dato a considerar: en La Habana hay más de 600 paladares, tantos que el propio régimen quiere poner freno a sus concesiones controlando los suministros y exigiendo normas de calidad estrictas para disuadir a nuevos emprendedores.

En La Habana, en Miramar-playa, hay otro paladar con trascendencia para tratar de descifrar los nuevos vientos que guían a Cuba. Lo regenta Pilar Fernández, una avilesina de nacimiento y de convicción, 60 años, un habano en ristre y un ron Mulata 15 para saborear, que ha adoptado a La Habana como su casa y que la interpreta con cariño, sensatez e inteligencia. Es un sitio con clase ("Pilar de La Habana", así lo definió Carlos Herrera), pero, por encima de eso, es un ejemplo de la nueva Cuba que está avanzando con el castrismo póstumo o sobre el castrismo póstumo. Es una iniciativa privada en expansión y con consciencia y respeto al país en el que se desarrolla. Y una iniciativa que mira a la nueva Habana y a la nueva Cuba, a la que deja a un lado al turismo de aluvión para centrarse en opciones empresariales serias y de futuro. Es la otra Habana, la de Miramar, el Vedado, el Nuevo Vedado o Siboney, donde empieza a notarse un nuevo impulso, una nueva fuerza de muchos cubanos y algunos extranjeros, que empiezan a vivir muy bien y a construir un nuevo horizonte, a ritmo lento pero seguro.

Si miramos a la Cuba turística, en la que la Revolución parece un complemento menor de los daiquirís y el son musical que los anima, tendremos una sensación irreal porque la Cuba de verdad está construyéndose aprovechando esa pantalla, con el castrismo y sobre el castrismo, buscando nuevos horizontes y aceptando día a día nuevos avances, de tan modernos, poco revolucionarios.

Y vayan dos ejemplos para reforzar esta afirmación. El primero: en los años 90 del pasado siglo, el Malecón era el feudo de las jineteras y de miles de turistas que pagaban a precio de oro viejo sus hazañas de conquistadores frustrados; hoy es el territorio de miles de jóvenes cubanos que hacen "botellón" con la misma libertad que si estuvieran en la calle Rosal, pero con la amplitud y la grandeza que concede este mirador eterno y sin tiempo de La Habana. Escuchan la misma música, beben los mismos licores y disfrutan de la misma libertad puntual que nuestros adolescentes y jóvenes en todas sus citas de "botellón".

Segundo ejemplo: en la calle 26, cerca de la desembocadura del río Almendares, y a un paso del inicio de la avenida del Malecón, la Fábrica de Arte Cubano es una muestra impresionante de la nueva Cuba que vive y se proyecta con o a pesar del régimen. Es un proyecto que sorprende e impresiona: una vieja fábrica convertida, sin apoyo explícito del régimen, en un espacio para exponer y desarrollar proyectos artísticos, para nuevas músicas, para encuentro de multitudes. Al verlo no pude dejar de pensar en que éste era el sueño de mi admirado y debatido Chus Neira para la Fábrica de Gas de Oviedo. Pero a él le faltó la revolución. O la contrarrevolución. Lo cierto es que un día cualquiera se puede ver en la FAC a miles de jóvenes y no tan jóvenes, la mayoría cubanos, proponiendo y disfrutando de iniciativas culturales novedosas, sin ataduras, sin ideología y sólo dirigidas por un afán incontenible de resurgir y de pervivir. Allí, en una sala básica, sin elementos ni adornos innecesarios, sin ocultar las heridas de la fábrica, se siente que estás en una ciudad, en un país, que no necesita comandantes y que no puede ser limitado por ellos.

El otoño del patriarca

Fidel, como el patriarca cuya historia convirtió en obra de arte Gabriel García Márquez, murió dos veces: la primera cuando se retiró, hace ya diez años, y la segunda, y definitiva, ahora. Su suerte, frente al protagonista de la gran novela del realismo mágico y de la lengua española, es que ni en una ni en otra sintió el desapego de su pueblo. El dictador del "Otoño del patriarca" vio cómo destrozaban el cuerpo de su doble y, al final, no vio, pero el gran autor describió, cómo lo olvidaban a él "las muchedumbres frenéticas que se echaban a la calle cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte". Y tampoco en Cuba (igual en Miami sí, pero eso son sones de "los bárbaros del Norte"), ahora, con la muerte de Fidel, han resonado "las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado".

Y es que el tiempo del castrismo, en Cuba, no termina con la muerte de Fidel ni lo hará con la de su hermano Raúl. No habrá una transición inmediata ni, por supuesto, una ruptura. Los tiempos en Cuba, como dice una empresaria española, llevan otros ritmos más sosegados "y hay que tener en cuenta que los dirigentes del régimen son muy listos: han impuesto un modelo que se irá cambiando a sí mismo lentamente. Va a ser una agonía larga y, esperemos, fructífera".

Desde fuera parece que el principal problema de la Isla es la dictadura, la falta de libertades políticas. Sin embargo, ésa es una apreciación que, dentro de Cuba, salvo en los sectores claramente opositores al régimen, no se nota fácilmente. Y para entender la situación real que viven los cubanos, lo mejor es acudir a los propios cubanos. Y, en este punto, recurro a Armando Ramírez, un hermano del alma, casado con la tigresa de mi Cuenca (la del Caudal), mi tigresa por tanto, Tina Gutiérrez, y un hombre tan alto como bueno. Armando es un personaje muy singular. ¿Quién si no pudiera haber aprendido ruso en un año para licenciarse en Física Nuclear en la URSS? Él fue uno de los primeros beneficiarios de la política impulsada por el primer hijo de Fidel para crear una red nuclear en Cuba y él fue, también, uno de los primeros olvidados por el régimen cuando optó por no regresar. Pero ahora, con 25 años de residencia y una nacionalidad española que le permitió volver a Cuba para ver a su familia, mira a Fidel sin ira y sin revanchismo y confiesa: "A mí y a mi generación la Revolución no nos quitó nada; nos lo dio todo". Él, nada sospechoso de connivencia con el régimen, entiende que "hubo luces y sombras, pero Cuba sin Fidel no sería mi Cuba". Él, un joven de un pueblo de Matanzas, sin medios para sobrepasar el horizonte de su hogar, sólo gracias a la Revolución pudo estudiar y formarse, lo mismo que miles y miles de jóvenes cubanos a lo largo de todos estos años.

Y a eso hay que añadir que en muchos sectores de la población cubana todavía no se ha olvidado que con Batista se vivía peor. Por ello, cuando paseas por Cuba y hablas con los cubanos muchas veces percibes que te dicen lo que quieres oír -ligeras críticas al régimen y a las penurias que padecen-, pero no existe una confrontación definida y real contra el castrismo. "Hay que dejarlo ir", confesaba un taxista en su Cadillac del 50, "porque hasta tiene su atractivo para que vengan turistas."

El resumen de Armando (hay sombras, pero también luces) se presenta como una verdad sin ira y sin sospechas que comparten muchos cubanos y muchos españoles que aspiran a hacer negocio en la Isla. Por ello, atemperan las criticas y prefieren hablar de oportunidades, buscando una convivencia pacífica y fructífera con un régimen que se diluye lentamente. Y desde ese sentido práctico, muchos son críticos con el hecho de que nuestro país pueda confrontar abiertamente con el Gobierno cubano. "No perdonan ni olvidan", me decía una persona que conoce bien el régimen, "y tienen una paciencia eterna para perjudicarte. Ahora es más necesaria que nunca la diplomacia y actuar pensando en los intereses de los españoles que viven, trabajan y hacen negocios en Cuba".

Vuelvo a Gabo y a su patriarca como guía, en el pasaje en el que al coronel marquiano le empiezan a contar sus acólitos "que habían llegado unos forasteros que parloteaban en lengua ladina pues no decían el mar sino la mar y llamaban papagayos a las guacamayas, almadías a los cayucos (?) y estaban vestidos como la sota de bastos", y él para entenderlo se asomó a la ventana y vio "el acorazado de siempre que los infantes de Marina habían abandonado en el muelle, y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas".

Es una buena parábola de realismo mágico para el futuro de Cuba y de España: ¿quién va a acompañar a este precioso país en su nuevo futuro: el acorazado americano o las carabelas españolas y europeas? Ésa sigue siendo hoy la cuestión, diez años después de la retirada de Fidel Castro.

Y es que parece evidente que estamos ante un régimen y un futuro que necesitan ser afrontados con realismo mágico. Así lo ven quienes hacen o intentan hacer negocios en Cuba. Algunos empresarios y emprendedores lo que piden es que nuestro país no caiga en la política fácil del postureo: "Estamos ante un régimen en lenta disolución, pero fuerte y con recursos; todo lo que suponga un ataque a ese régimen va a repercutir en los intereses de España en la Cuba del futuro". Parece evidente que desde Miami, los EE UU están a la espera de que Cuba vuelva a caer en sus manos para poder reconstruir lo que perdieron con la Revolución. Los cubanos esperan a los americanos con interés, porque echan cuentas fáciles: "Imagínese, mi hermano," me decía un profesional del sector en La Habana, "son tantos millones de gente que sólo con unos poquitos que vengan con sus dólares nos daría para vivir a todos los cubanos". Les esperan, sí, pero no olvidan sus recelos: "Que vengan, pero no para mandar", concluía el mismo profesional, empleado en una compañía hotelera española.

No lo dicen abiertamente, pero muchas personas con intereses económicos en la Isla no quieren oír hablar de la oposición al régimen y cambian de tema cuando se habla de los que están en las cárceles. "Es una situación injustificable, pero lo importante para España es mirar con perspectiva y preparar el futuro. Enfrentarse al régimen no va a beneficiar ni a los opositores ni a los intereses españoles. Hay que hablar de negocios y no de política". Ésa es la vertiente práctica del realismo mágico cubano.

El futuro de Cuba es difícil de prever, pero parece una aventura apasionante, en la que vamos a tener que contemplar aún la larga sombra del castrismo. En 2018, Raúl Castro cerrará definitivamente la etapa de los guerrilleros de Sierra Maestra y dejará el poder en manos de un revolucionario sin galones. El favorito, al parecer, del régimen y de los extranjeros que creen en el potencial económico de Cuba, es el actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, un tecnócrata sensato que podría asumir una liquidación aseada y sin estridencias del régimen. Hay otros candidatos, como el hijo del propio Raúl Castro, pero parece que para los cubanos y para los negocios es mejor alguien con menos ideología y más experiencia en el devenir del régimen. Queda un año largo y eso para el castrista es un mundo. Como me decía con total sosiego un cubano viejo que contemplaba impresionado a un centenar de jóvenes y no tan jóvenes apostados a la puerta del hotel Ambos Mundos para utilizar su wifi, "mire, amigo, los cubanos siempre estamos preparados, lo mismo para un acto de repudio que para un homenaje". Veremos cuál es necesario en el realismo mágico del futuro de Cuba.

Compartir el artículo

stats