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Así mató Tomasín a Manolo en La Llaneza

Tomás Rodríguez Villar protagonizó en 2011 una fuga de dos meses por los bosques de Tineo tras matar a su hermano mientras crecía una ola de simpatía social hacia él inédita en Asturias. LA NUEVA ESPAÑA desvela hoy en exclusiva las fotografías que la Guardia Civil realizó a Tomasín en aquella escapada en el bosque, en secreto, con cámaras de vigilancia de osos. Estas imágenes forman parte del libro "Tomasín, en lugares salvajes", de Eduardo Lagar, redactor jefe de este periódico, un volumen editado por Cronistar donde se reconstruyen minuciosamente aquellos meses que Tomasín vivió peligrosamente e incluye numerosas revelaciones sobre el caso. Hoy, además, LA NUEVA ESPAÑA, ofrece un adelanto de ese relato: el momento del crimen de La Llaneza.

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Las fotos inéditas de Tomasín

Ahora, en el cuartel de Oviedo, le están preguntando qué pasó exactamente entre el 1 y el 2 de septiembre. El día del crimen. Y Tomasín dará detalles que sólo el autor de la muerte de La Llaneza puede conocer. Lo que ha trascendido a través de los medios es que la muerte se habría producido por varios golpes en la cabeza, no por arma de fuego. El público no conoce las habilidades de Tomasín como maestro armero. Es un detalle trascendental que, al hacerse público, sorprenderá a algunos de sus partidarios y hará que decaiga un punto la simpatía casi absoluta que la sociedad tinetense ha desarrollado hacia él a lo largo de toda la operación de búsqueda y captura.

Qué pasó, le están preguntando. Tomasín tiene que echar la vista atrás y volver al momento en que los dos hermanos tuvieron su último encontronazo. Su mente ha de regresar al instante en que su vida cambió para siempre.

Es mediodía. Cuenta que todo se desató justo el mediodía del 1 de septiembre. Era jueves.

Tomasín está en su cabaña, en su refugio. Ahí sube otra vez Manolo, el hermano mayor, el que tiene cara de subnormal, dice. Otra vez viene a reñir. No hay forma de que lo deje en paz. Ya vuelve otra vez Manolo a insultarlo, a amenazarlo, como siempre, como cuando eran niños, como cuando ya se hicieron hombres y siguió pegándole, amenazándolo. Desde siempre fue así, declara. Al verlo acercarse, Tomasín coge la escopeta, la carabina Cometa que ha trucado. La tiene siempre cargada "por las personas que pudieran venir a atacarme", explica. Entre esas personas peligrosas cuenta a su hermano, pero también a otras: son "chavales" que pueden presentarse de improviso en su cabaña para acabar con él. ¿Qué chavales?, le preguntan. No lo especifica. Quizás esos enemigos estén sólo en su cabeza.

En esos momentos, mientras lo está contando, de esa procesión confusa y amenazadora de sombras que debe bullir en su mente sale Manuel. El hermano mayor está ya junto a su cabaña, junto a su desastroso fortín, donde Tomasín se siente protegido. Ha entrado en lo más sagrado del territorio delimitado por el cráneo de caballo colocado como advertencia junto a la puerta de la cabaña. No pasar, peligro de muerte.

-Te voy a quitar la comida que te da tu padre -lo amenaza Manolo.

Eso es lo que recuerda Tomasín que dice su hermano mayor ahí afuera. Eso dice la voz que viene del otro lado de la puerta de la cabaña. Estas palabras desatan el miedo en el interior de Tomasín. Tiene motivos para temer. En otras ocasiones, según revive en ese momento, Manolo anduvo cerca de matarlo. El dolor, vuelve el dolor, aquel dolor. Aquel accidente de moto. Tenía 19 años. Se pegó una buena trompada cuando volvía de Tineo de una juerga. Rompió las costillas, unas cuantas. Las tenía recién curadas pero discutió con Manolo y tanto le apretó, tanto le apretó que? Un dolor insoportable. Sí, era frecuente, aquello era frecuente, explica Tomasín. Manolo nunca lo dejaba en paz, nunca. Cuando Tomasín era chaval, y eso es lo que está contando ahora mismo, en esta sala del cuartel de la Guardia Civil, en El Rubín, en Oviedo, ya Manolo tomó la costumbre de insultarlo. Decía que lo iba a matar, lo humillaba con "insultos profesionales". Y hace sólo unos pocos días, en el prado de La Prohída, en La Llaneza, hace tan solo unos días, no recuerda exactamente cuántos, les está diciendo Tomasín a los guardias, pero fue el día del saneamiento del ganado, ese día sí que fue gorda, llegaron a las manos, lucharon. Lucharon. Tomasín tuvo que defenderse con un puñal.

Sí, confirma. Siempre ha mantenido unas relaciones muy malas con su hermano, testifica. Siempre bajaba a casa de sus padres cuando no estaba Manuel. Se dejaba ver cuando Manolo se había marchado, en uno de sus viajes a Portugal. Iba a pasar un rato, a recoger la comida que le daba su madre. Luego volvía a la cabaña. Llevaba diez años como un ermitaño. Alejado de todos. Se había ido a vivir allí precisamente por culpa de Manuel. Por no verlo. Para que lo dejara tranquilo de una vez.

-Mi hermano intentaba gobernar la casa. Mi madre decía que Manuel los maltrataba, mi padre decía que sólo lo buscaba para trabajar. Manuel subía a la cabaña cada cierto tiempo, una vez al mes, una vez a la semana, subía a decirme lo que tenía que hacer con mi vida. Me decía que no quería que comiera la comida que me daba mi padre. No sé si subía más veces, a lo mejor subía más veces y no me encontraba.

Es mediodía, el momento definitivo en La Llaneza. Manuel está dando golpes a la puerta de la cabaña de Tomasín. Otra vez viene a comerle la cabeza. Le dice esas cosas que dice Manolo y luego Tomasín se queda con esos pensamientos en la cabeza, venga y venga a darles vueltas. Los pensamientos circulan rapidísimo, zumban como los molinos de viento, que nunca se detienen y repiten y repiten y repiten.

La puerta es apenas siete tablas clavadas de mala manera, pero Tomasín la tiene cerrada por dentro y resiste cuando a su hermano le empieza a hervir la sangre y trata de arrancarla de cuajo. Manolo tira, pero no consigue entrar. Tomasín, en la penumbra de su cabaña, rodeado de basura y excrementos de animales, de paja, de tierra y botellas vacías de Mahou, de envases de Nocilla y natillas que rebañó con la cuchara hasta dejarlos casi impolutos, de yogures sabor limón con los que calmaba su soledad, Tomasín, como un animal acorralado, cuenta que en ese momento sintió miedo, que siente miedo. Se derrumba entonces la presa donde embalsó sus sentimientos de inferioridad. El vaso donde ha ido vertiendo su vida insignificante se desborda. Que lo dejen en paz. Que lo dejen en paz. Cuenta a los guardias que Manuel asoma su cabeza por una pequeña rendija que la puerta tiene sin cubrir. Tomasín coge la carabina.

-Entonces, con la escopeta perdigonera de aire trucada le disparé un tiro en la cabeza.

Mete el cañón por el hueco que hay entre la puerta y el marco. Dispara. No sirve de nada. No acierta. Manuel no muere, no se calla, no deja de molestar. Tomasín cree en ese momento que su hermano no puede morirse. Está vivo, está ahí, siempre estará ahí, riñéndolo, diciéndole déjate de andar ya de una puta vez por el monte como una alimaña y entra en razón, Tomasín, atiende a tu padre, Tomasín, que está perdiendo la cabeza y ya no se puede quedar solo cuando yo me marcho con la madera; mira qué facha tienes, Tomasín. Insiste en sus insultos. Es bravo el cabrón, no se arredra. Se enfada aún más Manolo, no se ha muerto, no se ha muerto. Es bravo. Al contrario: el primer disparo multiplicó su ira. Ahora sí está arrancando uno de los tablones de la puerta.

-Te voy a meter la cabeza en un bebedero, Tomás.

Tomasín vuelve a cargar su desastrosa escopeta. El proceso no es fácil. Mete la posta con la baqueta por el cañón, empuja. Está lista para disparar. Ve que Manuel sigue "funcionando", declara a los guardias, como si viera a Manolo ya como una máquina, un mecanismo que funciona, que no vive, que marcha implacablemente contra él. Tomasín ve a su hermano como un robot, un ser impermeable a la muerte. Pero ningún humano puede nada contra ella. Manuel está herido. Arrancó ya el tablón, pero no consigue entrar. Vuelve a asomarse por la parte superior de la puerta. Tomás ve su cara, la nariz que tanto le desagrada. El miedo, el miedo. Responde, haz algo, tienes que hacer algo. Y entonces es cuando Tomasín dispara de nuevo. También a la cabeza. Es el tiro mortal.

Ya le llega la muerte a Manolo, como a todos nos llega siempre, inevitable. Ya la oscuridad se tiende sobre sus ojos. Por fin se callará y dejará de decirle Tomasín, vete pa casa, déjate de andar por el monte, jodido, Tomasín atiende al paisano, que ya no está bien de la cabeza, Tomasín tienes que ser responsable, mira a ver qué es de tu vida, Tomasín?

Manolo percibe que le chorrea la sangre por la cara. Cae de rodillas. Se toca. Sangra. Intenta levantarse, se agarra donde puede. Mancha la madera de la puerta de sangre. Vuelve a caer. Pierde la zapatilla. Va a gatas, logra ponerse en pie. Maltrecho, perdiendo la vida, camina tres metros. Cae definitivamente junto a la esquina de la cabaña. Queda tendido para siempre en medio del camino.

Tomasín apenas ha podido ver casi nada desde dentro. La rendija de la puerta sólo permite unos diez centímetros de visión. No sabe en qué parte de la cabeza ha dado a su hermano. Sólo sabe que disparó. Le pareció que Manuel iba a vomitar. Sí, lo vio caminar unos pasos hacia arriba, iba algo agachado. Tenía la mano en la cara, se tambaleaba? A Tomasín le sorprende que su hermano "haya muerto antes, como los animales".

¿Pero estás muerto, Manolo? Tomasín no las tiene todas consigo. Todo son preguntas en su cabeza. ¿Quiere matarlo? ¿Realmente ha querido matarlo? No lo sabe exactamente. Qué lo va a saber. Lo único que quiere Tomasín, y así se lo dirá al juez, es que su hermano no le hable más, que lo deje en paz. No le pide más a Manolo, es lo único que pide Tomasín a todo el mundo. Que cese la vergüenza, el miedo, que cesen los otros para siempre.

Tomás nunca consiguió que Manuel lo dejara en paz.

Hasta ese día.

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