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CARLOS GARCÍA-OCHOA | Andrólogo

"Mi padre murió cuando yo tenía 16 años; quedé, con mi madre, al frente de la casa y maduré rápido"

"Mi problema siempre ha sido la hiperactividad: tener la cabeza en diez cosas te permite tener diez vidas en vez de una pero afecta a la concentración"

Carlos García-Ochoa, en el paseo de Begoña de Gijón. Ángel González

-Nací en la calle Uría de Gijón, el 6 marzo de 1953. Mi padre era director de la Fábrica de Tabaco y mi madre ama de casa. Tengo un hermano mayor, Rafael, que fue ingeniero de Tabacalera, y una hermana pequeña, Carmela, profesora del Corazón de María.

-¿Cómo era su padre?

-Se llamaba Juan Manuel. Era honesto y estricto, en la fábrica y en casa, y religioso pero no del Opus: en casa se rezaba el rosario.

-¿Después de que llegara la televisión?

-Sí. Era un castellano de Fonseca, Toledo, muy austero. Tabacalera ponía de servicio un chófer, un valet y dos muchachas. Recuerdo a mi padre en el asiento de atrás de un 4L blanco de tres marchas y delante un chófer con gorra de plato. Los obreros tenían mejores coches que él. Vino a Gijón por Tabacalera y conoció a mi madre. Era cariñoso a su manera y cantaba, no era triste.

-¿Cómo es su madre?

-Cuqui nació en Nava, tiene el carácter más asturiano y, genio y figura, sigue siendo extrovertida y alegre. Era doce años más joven que mi padre. Cuando él murió, en 1969, quedó con tres hijos de 9, 16 y 18 años y nos sacó adelante.

-Vivían con la abuela materna.

-Se llamaba Elvira y la llamábamos Tatá. Era una sorda muy bien tomada, risona y genial. Había nacido en el balneario de Fuensanta y mi bisabuela murió en el parto.

-Primeros recuerdos de Gijón.

-Ir en jardinera (vehículo arrastrado por un tranvía con los laterales abiertos) a Somió Park, los heladeros que cantaban por la calle los helados, las lecheras y jugar al balón y a la peonza. En 1960 trasladaron a mi padre a Cádiz, al depósito de tabacos, y ahí estuvimos cinco años.

-¿Qué significó ese viaje para usted?

-Una aventura. Tenía 7 años. Mi abuela y yo fuimos en tren hasta León y allí nos recogió mi padre con el resto de la familia. En el 600, primer coche que hubo en casa, íbamos felices mi padre, mi madre, mi abuela, mis dos hermanos y yo. Hicimos noche en Madrid y tardamos dos días en llegar.

-¿Qué le pareció Cádiz?

-Vivía en los depósitos de tabaco y era maravilloso e inmenso. La casa era cuadrada, con 16 ventanas, con un pasillo inmenso en el que jugábamos a las chapas. Teníamos una mesa de ping-pong en la habitación. Había sol, luz y olía a tabaco. Los trenes entraban en el depósito a dejar los fardos. Teníamos cancha de tenis, terreno para andar en bici y un gallinero. Cada año íbamos a Chiclana a comprar un cerdo negro y vino quinado, lo criábamos, hacíamos matanza y mi abuela hacía los chorizos. Me acuerdo de ver el cerdo colgado, abierto. Íbamos a La Línea de la Concepción a comprar paraguas pequeños, prismáticos de teatro, relojes...

-¿Le influyó Cádiz?

-Influye todo. Ahora que dejé de trabajar estoy pensando en vivir allí temporadas porque me gustan el flamenco y el ambiente único, algo rancio, de los sesenta o setenta, como si se hubiera parado el reloj.

-¿Dónde estudió?

-En los Marianistas, que enseñaban muy bien. Era del montón. Mi problema siempre fue la hiperactividad. Tener la cabeza a cien por hora te permite tener diez vidas en vez de una pero pierdes concentración. Mi hermano mayor era un lince. Cuando estábamos en los jesuitas y daban distinciones mi hermano volvía más condecorado que Kruschev y yo traía un diploma de jefe de filas.

-¿A qué edad regresó a Gijón?

-A los 13 años, en tercero de Bachillerato. Volví sin dolor. Hice amigos muy rápido porque es mi carácter. Cuando fui a Cádiz pronunciaba la "s" en vez de la "z" y cuando regresé la "z" en vez de la "s".

-Vivieron en la fábrica de Cimadevilla.

-Era un barrio de putas y lumpen con un ambiente sin mal rollo ni peligro. Todos se llevaban bien. Rambal, que era superquerido y cosía debajo de la fábrica.

-¿Qué tipo de rapaz era usted?

-Como ahora. Sincero, a veces demasiado porque digo las cosas bruscamente, y alegre porque me di cuenta en seguida de que había nacido en el sitio apropiado, en el lado más claro del lado claro de la Luna. Me cabreo con mis hijos y con cualquiera cuando ven muchas pegas. Yo viví bien, con alegría y sin problemas económicos.

-Su padre murió cuando usted tenía 16 años.

-De un cáncer de hígado. No bebía nada. Mi madre dice que le contagiaron la hepatitis B por las jeringuillas en la época en que los americanos iban de la base de Rota a la guerra del Vietnam. No lo puedo asegurar. Estuvo enfermo cinco años. Me acuerdo de que en una huelga mandó que le bajaran en pijama, en una silla, para pedir a los obreros que entraran al trabajo. Y entraron.

-¿Pesó mucho su enfermedad en casa?

-Claro, aunque la llevó muy bien, y mi madre también. Pasó un par de años en cama, bajaba al despacho y trabajaba.

-¿Esperaba su muerte?

-Sabía que estaba malo, pero no sé si me hice una coraza y no quería verlo. Cuando murió, yo estaba en Fuente Dé con los scouts y me llamaron. Me cogió de sorpresa esa inmediatez. En aquel momento fue un trauma, pero se veía venir. La vida no te deja parar. Tuvimos que dejar la casa casi inmediatamente. Previendo eso, mi padre había comprado un piso en el Náutico que ni se había acabado de construir. Luego le dieron un estanco en la calle Aguado.

-¿Llegaron a sentir indefensión?

-No. Mi hermano estaba estudiando Ingeniería Industrial en Madrid y mi hermana era pequeña. Quizá fue la que más lo sintió. Al frente de la casa, junto a mi madre, estaba yo. Maduré más rápido.

-¿Se notó en sus calificaciones?

-No, pero al año siguiente me hice novio de Dolores, Lola, que es mi mujer. En las Navidades de 1970 quería regalarle algo y fui a Madrid con mi hermano a repartir cajas de champán y cestas de Navidad que enviaba Movierecord a los artistas. Me acuerdo de subir un baúl a un cuarto sin ascensor, de que no había nadie y de lo que me cagué en su madre. Pero compré un anillo a mi novia que todavía lleva en su mano. Vendí lotería y di clases particulares para no pedir un duro en casa. Eso forja: valoras más las cosas.

-¿Cómo conoció a Dolores?

-Por unos amigos, en la Plazuela San Miguel. Yo entonces tocaba la guitarra en un grupo que se llamaba "Viejo folk". Éramos Juan y Ángel Cobos, Blanca Cañedo, Pili Laviada y yo. Nos gustaba "Nuestro pequeño mundo" y cantábamos "Me casó mi madre". Grabábamos maquetas en Radio Gijón para el programa de Pedro Pablo Parrado. Nos presentamos a un campeonato de Asturias de conjuntos en el Pabellón de Deportes del barrio La Arena, ganamos y tuvimos que salir por pies acusados de un tongo del que no sabíamos nada.

-¿Qué le llamó la atención de Lola?

-Es totalmente distinta a mí, más tranquila y sensata, y creo que por eso congeniamos. Me deslumbró, pensé que era la mujer de mi vida y no me equivoqué, porque sigo con ella desde hace 46 años. Era de mi misma edad, pero mentalmente me llevaba años luz. No me dejaba arrimarme mucho. Entonces era un juego diferente al de hoy. En seguida fuimos novios. Yo era un coñazo, creo que era un acosador agobiante, enamorado hasta las cachas, y no sé cómo no me mandó a hacer puñetas. Ella era muy buena estudiante. Hizo Geografía e Historia y luego Historia del Arte. Fue profesora del Instituto Calderón durante 27 años.

-¿Cuándo supo que quería ser médico?

-Desde niño. Siempre fui solidario. Me pegué poco, pero siempre en defensa del débil. Tengo grandes problemas con los abusones, en el colegio y fuera. A los 17 años, cuando acabé Preu pedí acompañar al doctor Hurlé, un urólogo muy famoso. Su mujer era pariente de mi madre. Yo pasaba las vacaciones de verano y las Navidades en su consulta de la calle Cabrales.

-¿Qué aprendió con Hurlé?

-El trato humano a los pacientes. En treinta y tantos años detrás de una mesa siempre intenté pensar que quien estaba al otro lado era yo. Cuando estás enfermo necesitas el diagnóstico y algo más.

-Hizo la carrera en Oviedo.

-Iba y venía en autostop por la carretera antigua. Era muy habitual entonces. Mi novia estaba en el colegio de las Adoratrices.

-¿Cómo era la Universidad entonces?

-Diferente, era la de la lucha por la igualdad y por las libertades. Yo no era de primera línea, ni militaba, pero en 1971 hubo manifestación tras manifestación, huelgas y palos. Iba a oír las clases de Gustavo Bueno, que estaban hasta arriba de alumnos. No le entendía, pero me parecía increíble. Tampoco entendía un carajo de las películas de arte y ensayo en el Brisamar, pero me parecía que debían de estar bien. En tercero mi novia tuvo que dejar el colegio y fue a una pensión en la calle Uría, y yo detrás.

-Notó un cambio.

-Era una gozada. Había personajes para escribir tres historias: un policía, un director de banco, estudiantes... Casi hicimos un año sabático, porque estábamos todos los días de cachondeo y tuvimos que apretar los machos para aprobar en septiembre. Mientras había "Un, dos, tres" no daban de cenar, hicimos una huelga de hambre por la mala calidad de la comida. Galerías Preciados estaba abriendo en la calle Uría y yo hacía abonados a su tarjeta por los barrios de Gijón. Al año siguiente volví a casa y a hacer dedo. Acabé la carrera en seis años.

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