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Retrato inacabado de Lucy

Considerada nuestro ancestro más remoto, el hallazgo de sus restos demostró, en los años 70, que los primeros homínidos ya caminaban erguidos hace más de tres millones de años y continúa desvelando secretos de la evolución humana

Reconstrucción del aspecto que tendría Lucy.

Desde que fue descubierta en 1974 en un barranco de la región de Hadar, en Etiopía, no ha pasado ni un solo año sin que tengamos noticias suyas. Lucy, que así se llaman los restos de la protagonista de esta historia, es, además de una hembra de Australopitecus afarensis que vivió hace 3,2 millones de años, nuestro ancestro más famoso y uno de los esqueletos humanos más antiguos y más completos del mundo.

A lo largo de los 42 años transcurridos desde que el paleoantropólogo norteamericano Donald Johanson encontró sus huesos en una pendiente del terreno que exploraban aquella mañana en el desierto de Afar, los estudios ratificaron con creces la percepción que sus descubridores tuvieron poco después de examinarlos: Lucy caminaba erguida, caminaba como nosotros. Estaban ante la primera prueba anatómica de la postura bípeda.

El hallazgo era excepcional y pronto acaparó grandes titulares de prensa, a los que sucedieron encendidas discusiones científicas, debates que aún continúan hoy. Nunca antes se había descubierto nada parecido y la alegría por el hallazgo se adueñó del campamento a medida que crecían las posibilidades de estar ante algo único.

Aquella mañana del 30 de noviembre, mientras el grupo comentaba los detalles y examinaba una y otra vez los fósiles, en un magnetófono sonaba la canción de los "Beatles" "Lucy in the Sky with Diamonds". Sin saber cómo, ese nombre se adueñó del ambiente y acabó bautizando a la que iba a convertirse en una prueba irrefutable de que hace más de tres millones de años nuestros antepasados ya caminaban sobre dos extremidades, se desplazaban erguidos.

Sin embargo, ha sido precisamente esa forma de locomoción la que ha dado más de un quebradero de cabeza a los expertos y hoy continúa en el centro de la controversia por lo que significa a la hora de interpretar el modo de vida de los australopitecus. Se discute si Lucy era ya un homínido terrestre o si, por el contrario, pasaba aún la mayor parte del tiempo en los árboles. Las dos opciones tienen defensores y detractores, pero lo más probable, como apunta John Kappelman, profesor de Geología de la Universidad de Texas, en un reciente estudio publicado en la revista "Nature" es que alternara ambas posibilidades, es decir, utilizaría el día para desplazarse buscando comida en el suelo y se refugiaría por la noche en los árboles para protegerse de los depredadores que podrían acabar con su vida.

Kappelman sostiene en este estudio que Lucy murió a la edad de 20 años al caerse de un árbol. Distintas pruebas realizadas al esqueleto mediante tomografía computarizada (TC) permitieron observar que las fracturas que presentan sus huesos son compatibles con una caída desde una altura considerable. La famosa australopitecus cayó cuando se encontraba al menos a doce metros de altura, según determina el tipo de lesiones apreciadas en su esqueleto.

En época de Lucy, una pequeña hembra adulta de poco más de un metro de altura y escasos treinta kilos de peso, la región de Hadar era una sabana arbolada en la que el agua era un bien escaso y el calor, asfixiante. En ese ambiente, la que se iba a convertir en bisabuela de la especie humana cambiando para siempre los principios establecidos sobre los orígenes del hombre, ya no sólo se alimentaba de frutos, sino que comenzó a comer pastos y juncos y, posiblemente, carne. Sabemos que tenía mandíbulas fuertes, cerebro pequeño, brazos largos y pies arqueados como los nuestros, y que seguramente se desplazaba erguida en busca de comida y se cobijaba del sol en las horas más tórridas en los árboles, en los que también buscaría refugio durante la noche.

El hallazgo de su esqueleto puso sobre la mesa una vía fundamental para encajar las piezas de la evolución. Hoy sabemos, a pesar de que mientras vivió su aspecto poco tenía que ver con el nuestro y ofrecía más similitudes con los simios que con un humano moderno, que fue uno de los primeros eslabones de la cadena humana que nos ha traído hasta aquí. Todo indica que, aun no siendo humana, estaba en el camino de serlo, adelantándose en tres millones de años a los neandertales y al Homo sapiens, nuestros inmediatos antecesores.

Desde que Johanson consiguió recuperar el 40 por ciento de su esqueleto aquella calurosa mañana de noviembre a 150 kilómetros de Addis Abeba han pasado cuatro décadas y se han realizado nuevos e importantes hallazgos e innumerables estudios, pero no se ha encontrado ningún otro fósil capaz de robarle el protagonismo. Tras ella continúa habiendo medio millón de años de vacío, el que va desde los 3 a los 2,5 millones, periodo en el que evolucionamos de Australopitecus al género Homo. En ese tramo de tiempo están nuestros orígenes, el espacio en el que nos hicimos humanos a partir de los descendientes de Lucy, los mismos que aún se resisten a aparecer para cerrar definitivamente la historia evolutiva de nuestra especie.

Por cronología, Lucy es una australopitecus, pero si un homínido es un primate que caminaba erguido, ella lo era. Así lo sostiene Donald Johanson, el hombre que supo ver en aquellos primeros fósiles, a pesar de su cara proyectada y su pequeño cerebro, las peculiaridades que los convertían en un ancestro común de nuestro género Homo.

Hoy, varias décadas después, los estudiosos se refieren a Lucy como una australopitecus en la que ya se aprecian rasgos comunes con nuestro linaje. De esa realidad fue consciente su descubridor casi en el momento de tener los fósiles en sus manos y a ello contribuyó de forma determinante la articulación de rodilla que unía el fémur y la tibia. Johanson se dio cuenta de que formaban un ángulo, mientras que en los primates se unen en línea recta. Ese aparentemente insignificante detalle confirmaba que aquel individuo ya caminaba con dos extremidades. Nunca se había localizado un esqueleto así en ninguna parte.

Lucy podía desplazarse como nosotros, pero Carol V. Word, estudiosa del comportamiento del grupo y profesora de la Universidad de Misuri, va más allá y sostiene que la especie había perdido la capacidad de trepar y que pasaba la mayor parte del tiempo en el suelo en vez de moverse de árbol en árbol, teoría que choca con la mantenida por otros colegas que defienden todavía su naturaleza arborícola. En ese sentido, un estudio publicado en la revista "Science" defiende que la forma de sus hombros deja entrever que trepar y balancearse en las ramas seguía siendo parte importante de su estrategia de supervivencia y que, aunque bípedos, los australopitecus eran escaladores activos. Para Kappelman, convencido de que la muerte de nuestra antepasada más famosa se produjo al caerse de un árbol, las características que le permitían el bipedismo pudieron ser las que la hicieron más torpe entre las ramas.

Los estudios continúan y la especie más antigua y mejor conocida de la familia humana seguirá dando que hablar para reconstruir en su totalidad nuestro pasado en África.

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