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Pablo Ardisana, geografía íntima de un poeta

El escritor llanisco, fallecido el pasado lunes, coleccionaba paisajes para convertirlos en verso o salpicar coloquios

Pablo Ardisana, geografía íntima de un poeta

El poeta Pablo Ardisana, fallecido el lunes a los 76 años, coleccionaba desde niño paisajes y los iba acomodando en el álbum de su memoria. Todos ellos, los que aún perduran y los que fueron desapareciendo -con gran pesar suyo- en nombre de un supuesto progreso que rehusaba, conformaban su paraíso particular, su geografía más íntima. Llanisco de H.ontoria y licenciado en Geografía e Historia, rescataba a veces sus paisajes para convertirlos en verso o para salpicar las conversaciones que mantenía con sus muchos amigos (otra de sus colecciones). En los últimos años -quizá porque sus rincones más queridos empezaban a peligrar- prefirió quedarse en casa y su despacho se convirtió en el centro de su universo. Con un cuadro de la playa de Gulpiyuri (obra de la artista naviza Claudia Carriles) a la izquierda, otro de Cuevas del Mar detrás y rodeado de libros, apuntes y papeles, recibía a las visitas y hablaba por teléfono con sus "corresponsales", que le informaban de cómo deambulaba el mundo.

Un paraíso llamado Santecilio

Si un lugar apasionaba a Pablo Ardisana era el río Santecilio, que nace en el Texedu y se rinde a la mar en La Güelga, cuando no lo han bebido por entero los “ocalitos”. Conocía todos los recovecos, pozos y meandros de su tramo final, desde Cardosu. Le gustaba pararse en la carretera que sube a Los Carriles, antes del cruce de Güerbu, para observar a lo lejos unas casinas viejas, los árboles rodeando al río y los prados salpicados de vacas en primer término. También en el pozu de Güerbu o el de la condesina, donde antiguamente podía alguien bañarse y pescar anguilas y truchas, mientras las mujeres lavaban la ropa y el ganado saciaba su sed.

H.ontoria, patria querida

Pablo Ardisana había nacido en H.ontoria (él escribía a menudo Jontoria, “porque la hache castellaniza la ‘jabla’ y el puntu no lu ve nadie”) y aunque se había criado en Cuerres y Cardosu, regresó a la aldea querida con el tiempo y ya nunca se separaron ella y él. En H.ontoria enraizó. Quizá influyó en él que, cuando era un rapaz, en los años cincuenta del siglo pasado, fue testigo de una conversación en la que un vecino del pueblo le preguntó a un indiano, recién llegado de América, dónde había hecho fortuna: “Oye, cuando muerra to madre tu non golverás, ¿eh?”. El indiano lo miró fijamente a los ojos y, con voz firme, respondió: “Cuando muerra mio madre quedarán las caleyas”.

Beón, monasteriu de páxaros perdíos

Llaman Beón los lugareños a un conjunto situado entre Naves y Bricia: la playa, el río y la iglesia del mismo nombre, y las tierras que los rodean. Aquel lugar, donde “los antiguos” aseguraban que vivía el cuélebre, era para Pablo Ardisana un santuario, pura poesía. Defendió el carácter público de la vieja iglesia (último resto de un antiguo monasterio) y alabó la lucha de quienes respaldaron ese empeño, empezando por el antiguo guardés, Juan Fulgencio -ya fallecido-, y su familia. El poema titulado “San Antolín de Beón” canta la belleza de ese “monasteriu de páxaros perdíos”, y lamenta su deterioro: “La ventana’l ríu / rompiérenla dafechu / los trenes y los coches”.

El Carmen, la fiesta al lado de casa

Pablo Ardisana era un ferviente defensor de las tradiciones. Ortodoxo. Disfrutaba con un pericote bien bailado, una danza de San Juan “como se bailaba antiguamente”, el izado de una h.oguera, una buena partida de bolo palma, una romería como la del Castañedu de San Antolín (“nes azules tardis de les músiques”, escribió)... La del Carmen (o Carme) es la fiesta del pueblu, y se celebra en la plaza, al lado de su casa. Desde rapaz, junto a sus hermanos, otros familiares y los amigos, disfrutaba de ella, al menos, hasta que caía la noche. Le gustaba la gaita y el tambor, la música “del país”; no las aglomeraciones, ni las verbenas “horteras” y “estridentes” surgidas de la amplificación.

Cuevas del Mar, playa de la tribu de San Xurde

Pablo Ardisana se reclamaba miembro de una tribu, la del valle de San Jorge o San Xurde. Una tribu usufructuaria de un paisaje extraordinario. Entre las playas que salpican el valle más oriental de la marina de Llanes, el poeta siempre destacaba tres: Gulpiyuri, en Naves, La Güelga, en Villah.ormes, y Cuevas del Mar, en Nueva. A Gulpiyuri y La Güelga hacía años que no iba, al menos, desde que se construyó la Autovía del Cantábrico y destruyó casi todas las erías de la zona y el asfalto devoró el Altu la Mula, en Naves, desde donde se adivinaba la singular playa, desde la que no se ve la mar. A Cuevas siguió yendo un tiempo, hasta que dejó de salir. La consideraba única, bellísima.

Picu Castiellu, un tótem para vecinos y poetas

El Picu Castiellu se alza majestuoso junto al valle que forma el río Beón, no muy lejos de donde empiezan a llamarle de Las Cabras. A sus pies, Rales. El Castiellu, verdadero tótem para los vecinos de la zona, era uno de los paisajes preferidos de Pablo Ardisana, quien, cada vez que pasaba cerca, no dejaba de soñar con la panorámica que ofrecería su cima. Cuando quería mostrar Llanes a algún visitante que llegaba por primera vez a la zona, el poeta lo llevaba por la sinuosa carretera que corteja al río Santecilio, le enseñaba el mirador de Los Carriles, desde el que se ve una fantástica estampa de los Picos de Europa (Urriellu incluido) y, para rematar, le presentaba el Castiellu.

El “milagro” del Santo Cristo de Triana

Pablo Ardisana era “muy del Cristo”, la fiesta del barrio de Triana, en Nueva de Llanes. Lo fue desde niño, porque “padre, madre y güela” lo llevaban junto a sus hermanos a comer allí el día de la fiesta. En 1997 el poeta cayó enfermo, fue trasladado al hospital y los médicos no daban esperanzas a la familia. El día grande del Cristo (13 de septiembre) el entonces párroco local, Ángel Obeso, se acordó de Pablo Ardisana en la misa y pidió por él. Al día siguiente, una enfermera informaba a los hermanos del poeta de que había despertado sorprendentemente bien y de que había muchas esperanzas de recuperación. Salió del hospital el 23 de diciembre, con renovada fe en el Cristo.

Ardisana, iglesia sin torre y cerezos en flor

El valle de Ardisana era uno de los lugares preferidos de Pablo Ardisana. Le encantaba visitar esa zona. Ya lo hacía de joven: en La Prida celebró con otros alumnos y profesores el fin del último curso de instituto, el PREU, con un cordero a la estaca. Cuando iba al valle le gustaba ver las vacas pastando en los prados situados junto a la carretera que conduce a Ardisana, con la aldea de Comezán y el aparentemente inexpugnable Picu Culobardos al fondo. Una estampa inigualable. Y en la iglesia de Ardisana, una de las pocas de Asturias sin torre, disfrutaba de momentos íntimos, contemplando desde allí los cerezos en flor en esta época del año y siguiendo a los pájaros que construían sus nidos.

Ería de Toranda, el recuerdo de Celso Amieva

La ería de Toranda, más allá de su belleza, le recordaba a Pablo Ardisana a otro poeta, Celso Amieva, al que admiraba y del que preparó una antología en 1985. En el centro mismo de las que Amieva llamaba “Costas de Tor” -de Cabumar a Tinamayor-, la ería de Toranda era uno de los paisajes preferidos de Ardisana; porque lo tenía todo: la mar a la izquierda, la ería y Niembru en el centro, la rasa a la derecha, y allá al fondo la majestuosa sierra del Cuera diluyéndose en el horizonte y casi siempre envuelta en nubes. “En inviernu, mejor en inviernu, que en veranu e tou xente”, decía a menudo el poeta de H.ontoria cuando alguien le proponía el viaje en temporada alta.

Torimbia, antes de que se pusieran “en purretas”

Y al otro lado de Punta Pestaña, y al otro lado del monte que sirve de límite a la ería de Toranda... la playa de Torimbia, hoy nudista, una de las más hermosas del Cantábrico y otro de los paisajes de Pablo Ardisana. El poeta presumía de haberse prendado de Torimbia mucho antes de que llegaran los turistas y se pusieran “en purretas”, cuando nadie miraba para ella ni apreciaba su belleza, más allá de para recolectar ocle. La miraba desde lo alto y, en los días despejados, sin calima, veía toda la costa hasta Lastres por un lado, y el Cuera al otro. Impagable.

Naves, la “prenda” querida de la “jabla” más cantarina

Pablo Ardisana escribió mucho del pueblo de Naves, más que de ningún otro lugar, tal vez porque colaboró con su amigo Juan Carlos Villaverde en casi todos los números de la revista “Bedoniana”, anuario de las fiestas de San Antolín. De ahí que escribiera sobre los paisajes navizos, sus fiestas, sus gentes... y la “jabla” cantarina de los navizos, que consideraba “su mayor distinción”. De todas las palabras, su preferida era “prenda”, la “más naviza de todas”, decía. Entre los paisajes preferidos del poeta, El Polledu, con sus castañares, sus robles y sus abedules.

Querencia por Cantabria, a la que dedicó poemas

“Val más una piedra de Santillana del Mar que la mitá de los conceyos asturianos”. Solía decirlo Pablo Ardisana, enamorado de la villa cántabra desde sus años mozos. Pero la querencia del poeta llanisco por Cantabria no se quedaba en la villa medieval: le encantaban también Tudanca, Carmona y la iglesia de Santa María de Lebeña. A estos dos últimos parajes les dedicó poemas. “Y anque lo digan los lletreros al usu / nun acierto a llamati Carmona (...) Siempre digo pa mio’l nome / -Carmina- / que ti dan agua y narbasu namoraos”.

La vaca, una segunda madre para el labrador

Se llamaba ni más ni menos que “Gilda IV-Citation-Baliant” y estuvo a punto de morir en un parto, pero alguien acertó a cortar la hemorragia con una pinza de la ropa y el veterinario pudo coser a tiempo. Era una vaca de la familia Ardisana y su muerte hubiera sido una tragedia. Porque la vaca, según el poeta, es “una segunda madre”. Más entonces, cuando en las casas había diez, a lo sumo, y si una moría se perdía el 10 por ciento de todo. Su poema “La vaca númberos” glosa el fin de la ganadería tradicional y la conversión de las vacas en números: “cuntabilidá”.

Esa mar que a veces “ponse a durmir”

Punta Pestaña y su cueva, Beón (el mayor arenal de Llanes), Gulpiyuri (la playa sin mar), La Güelga (con el sorprendente Castru las Gaviotas, puente natural inmortalizado en un millón de fotografías), Salmorieda (el recogido pedral de H.ontoria), San Antoniu (la arena más blanca y más fina del Cantábrico) y Cabumar (con la capilla de San Antoniu justo encima y una magnífica panorámica de los Picos de Europa) conforman el tramo de costa del universo más cercano de Pablo Ardisana. Con esa mar que a veces “ponse a durmir / nun semeyu de ñoble perra azul”.

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