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La maternidad, ni tanto, ni tan poco

La militancia de las madres y su exacerbado discurso alientan y ponen de moda el debate con las que prescinden de tener hijos, en la necesidad de defenderse

La maternidad, ni tanto, ni tan poco

Ser o no ser? madre. Ésta es la cuestión que está de moda y que cada vez que se trata genera un debate intenso en el que siempre están por el medio los derechos y la liberación femenina, y todos los conceptos que caben en esa gran lavadora en la que están metidas (las han metido o se han metido) las mujeres desde hace medio siglo aproximadamente y no para de dar vueltas en torno a las mil y una cuestiones que las rodean. Lo que resulte está por ver.

Ahora está en pleno centrifugado la maternidad, un asunto de rabiosa actualidad pero que es tan antiguo como la humanidad. Porque la capacidad para reproducirse del ser humano está ahí desde que éste existe. Sin embargo, la rentabilidad social, política, ideológica e, incluso, personal que se le puede sacar a la maternidad convierte a ésta en un filón inagotable.

De un lado están las llamadas madres talibán o talibanes de la maternidad, que han convertido eso de parir en la única forma que tiene la mujer del siglo XXI para realizarse como persona. De otro, cada vez más, las que se rebelan contra esto último. Las segundas son consecuencia de las primeras. Es decir, nadie aborrece ser madre, sino que simplemente lo es o no. Pero si venden que eso es lo mejor del mundo y que no se está completa sin hijos, entonces salta la chispa y las segundas se defienden. Las talibanes de la maternidad son consecuencia y respuesta al azote que sufrieron las madres en los años 60 y 70, cuando eso de tener hijos era de conejas, de antiguas y sumisas, mientras que lo moderno y guay era pasar de los críos, de los maridos y vivir la vida.

"Mi teoría es que hubo una generación de madres atrapadas en el estereotipo de una educación tradicional que vieron cómo el mundo cambiaba ante sus ojos (?). Creo que la falta de interés reproductor que tantas mujeres de mi edad hemos mostrado fue el resultado del poderoso susurro de esas madres: 'No te encadenes, no tengas hijos, haz todo lo que yo no pude hacer'". Se lo dice Rosa Montero a María Fernández-Miranda en "No madres. Mujeres sin hijos contra los tópicos" (Plaza & Janés, 2017), un libro que trata de poner algo de orden en la lucha in crescendo entre un bando y otro con testimonios de mujeres que no han ejercido la maternidad por muy variopintos motivos. Unas cuantas, según Montero, no tienen hijos precisamente porque sus madres las educaron para no tenerlos, ser libres y "hacer todo" lo que ellas no pudieron. Esa educación también ha calado en las militantes de la maternidad actuales, pero para precisamente lo contrario: se han tomado lo de tener hijos muy a pecho y consideran que este mundo machista debe poner todo de su parte para facilitarles el camino (no ningunearlas como a sus madres), mientras consideran esquiroles, incompletas o pobres desgraciadas a las que no paren.

"Creo que, actualmente, la gente que tiene hijos se atonta y se amuerma, se vuelve prosaica y gris, envilece su mente y estanca su intelecto. Al mismo tiempo, creo que la gente que decide no tener hijos se vuelve psicótica y ególatra (?). En realidad, no sé qué efectos son más nefastos. Pero los efectos están ahí y, necesariamente, se ha de estar en uno u otro bando". María Fernández-Miranda recoge este testimonio de Purificació Mascarell (filóloga) para hablar de esas posiciones enfrentadas entre las que es muy difícil hallar una posición intermedia.

Medias tintas siempre las hay, y posiblemente lo más razonable sea hacer lo que se quiera y lo que se pueda. Porque no siempre se puede ser madre, aunque se desee: la autora del libro lo intentó hasta siete veces por el método in vitro y siete malos tragos que se llevó, tanto ella como su pareja. Y no siempre es tan fácil negarse a ello: la periodista Mamen Mendizábal, otra de las que aportan su testimonio, asume que se veía irremediablemente abocada a ello más que nada porque su antigua pareja estaba por la labor de tener hijos.

Lo cierto es que los datos están ahí: un 30% de las mujeres nacidas en los 70 no será madre; el resto sí lo son o están en ello, cada vez menos apuradas por un reloj biológico que ha ampliado los plazos hasta límites insospechados. Ahí están casos como el de Anne Igartiburu, mamá a los 46, o la pareja formada por Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, y la ejecutiva Eva Cárdenas, papás a los 55 y 52 años, respectivamente. Sin olvidar uno de los más mediáticos últimamente: el de la burgalesa de 64 años cuyo sueño era ser madre y lo consiguió en soledad, si bien le han quitado la custodia por "desprotección" tanto de sus recientes mellizos como de una hija anterior.

Las que no lo son y están en la edad idónea se dicen cansadas de que les pregunten por ello o de ser consideradas un caso extraño. Un ejemplo es Maribel Verdú, que confía en que con 46 años la dejen ya de cuestionar, o Jennifer Aniston, que tuvo que aclarar que había comido un poco más de la cuenta para despejar dudas de que su incipiente barriga no era porque venía un bebé en camino. El de Aniston clama al cielo, pues roza los 50 años y lleva casi 30 dando explicaciones de para cuándo el dichoso crío.

Libertad de elección, defiende María Fernández-Miranda, después de haber caído en las redes de los convencionalismos sociales y que tras casarse, sin pensarlo, dio por hecho que lo siguiente era ser madre, pese a no haber tenido nunca ese instinto y a que a su pareja le importaba más bien poco.

Más bien poco o nunca se paró a pensar en eso de traer un bebé al mundo Rosamund Stacey, un personaje ficticio pero no por ello menos válido como ejemplo de que hay que hacer lo que apetezca y también lo que sea viable. Porque, guste o no, hay muchos condicionamientos sociales, económicos o laborales a tener en cuenta. Rosamund es la protagonista de "La piedra de moler" (Alba Editorial-Rara Avis, 2013), una curiosa, sorprendente y estupendamente narrada novela de Margaret Drabble (Sheffield, Inglaterra, 1939). En la época del Swinging London (años 60) se queda embarazada la primera vez que se acuesta con un chico. Da clases de Literatura, prepara su tesis, no tiene grandes problemas económicos y ha recibido una educación más bien liberal, en la línea de defensa de la emancipación femenina.

Ella la aplicará al pie de la letra y va por libre: contra todo pronóstico opta por sacar adelante su embarazo, sin grandes dramatismos, sin pérdidas de tiempo excesivas en hospitales, tiendas de ropa para bebés o consultas de psicólogos por lo de su condición de madre soltera. El padre ni está ni se le espera. Y en los nueve meses durante los que transcurre la novela, ésta gira en torno a todo menos al bebé que viene en camino. "Me abstuve de no tenerla", dice Rosamund en una de sus explicaciones de qué la movió a traer al mundo a su hija. Es la celebración de la maternidad sin ñoñerías ni parafernalias varias, de ésas hoy en día tan de moda.

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