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Alfonso Camín: rebelde, valentón, donjuán y poeta aclamado

Antología de textos de la autobiografía del "Poeta de Asturias", cuyo cuarto y último tomo ("Entre madroños") se publica después de cuatro años de rescate editorial

Alfonso Camín, a la izquierda, el día en que regresó a Asturias, el 25 de septiembre de 1967. A su lado, su biógrafo Albino Suárez.

A mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, Alfonso Camín ya había trazado un plan para sus memorias. No se engañaba al encontrarle posibilidades al tema: la vida del autor gijonés fue cualquier cosa menos aburrida. En un primer momento (así lo evidencian los papeles de su legado depositados en la Biblioteca de Asturies Ramón Pérez de Ayala), había concebido tres volúmenes, cada uno de ellos vinculado a un determinado territorio vital: Asturies, Cuba y México. Esta parcelación obligaba a romper la continuidad cronológica a partir del segundo volumen pues sus estancias en los dos países americanos fueron discontinuas. Más tarde, Camín planificaría un nuevo capítulo al relato de su vida, es decir, un cuarto volumen: el dedicado a sus andanzas madrileñas. Con un acertado golpe de ingenio, bautizó los cuatro libros dándoles un aire de familia evocador: "Entre manzanos", "Entre palmeras", "Entre nopales" y "Entre madroños".

Los dos primeros vieron la luz en México, respectivamente en 1952 y 1958. Se publicaron en el sello que dirigía el propio Camín: Norte. Un autor tan prolífico como él estaba obligado a la autogestión, ninguna editorial hubiera estado en condiciones de canalizar una producción tan continua y abundante. Sobre esto, permítaseme un inciso: es indudable que Camín tuvo que dedicar miles de horas a la escritura. Sorprendentemente, no hallaremos ni una sola referencia a esta ocupación en sus memorias. No sabemos con qué disposición se sentaba ante la máquina de escribir: resignado o feliz. La imagen del hombre sedentario y reflexivo no cuadraba con la que él pretendía transmitir de sí mismo: trataremos más adelante esta cuestión.

"Entre manzanos" es una obra deliciosa, un retrato, que transmite credibilidad, de la Asturies tradicional sobre la que ya se ve la sombra de la transformación inminente. Diríamos que Tom Sawyer se extravió en las páginas de "La aldea perdida". Escrita en la distancia del exilio mexicano, no está libre de algunas imprecisiones o exageraciones, pero esto último casi podríamos considerarlo rasgo de estilo del autor. "Entre manzanos", no podía ser de otra manera (y siempre dentro de los límites que condicionan las letras locales), gozó de éxito popular en Asturies, en particular en Xixón: ha sido reeditada en varias ocasiones.

Injustamente, no corrió la misma suerte "Entre palmeras". De la edición mejicana, única hasta hace tres años, apenas existían ejemplares a disposición de los lectores asturianos, y esos pocos siempre en depósitos no prestables de las bibliotecas públicas. El segundo tomo biográfico enlaza perfectamente, en su comienzo, con el final de "Entre manzanos". Si en éste Camín niño despedía su tierra a bordo del vapor "Reina María Cristina", apiñado entre otros miserables emigrantes como él, "Entre palmeras" abre con el grito "¡La Habana!" que éstos pronuncian, emocionados y nerviosos, desde la cubierta del barco. Viene a continuación una narración interesantísima, por lo veraz, de las difíciles circunstancias que pasaban los recién llegados a la isla: su internamiento inicial en algo semejante a lo que hoy son los CETI, la explotación de la que eran víctimas una vez se les permitía abandonarlos, la vida picaresca en las calles? El Tom Sawyer al que nos referimos antes se convierte, en Cuba, en Lázaro de Tormes. Pero los años van pasando en la isla y Camín deja atrás la adolescencia. Poco a poco, va introduciéndose en el mundo de la prensa y las letras: ya nunca lo dejará.

De Asturies había salido con 15 años escapando de las consecuencias de un precoz hecho de sangre; de Cuba, lo hace por precaución, como periodista que se juega la vida tras denunciar al Gobierno y sus ramificaciones. El nuevo destino será México, en donde construirá su vida profesional. La etapa mexicana quedó apuntada en forma de artículos en prensa y de textos que dejó esperando en su legado. Hace dos años se recogieron y, por fin, "Entre nopales" se transformó en libro. Sus páginas transcurren en una mezcolanza de militares revolucionarios y literatos de café. Finalmente, con motivo del Día del Libro de 2017, acaba de salir de las imprentas el cuarto volumen, "Entre madroños", que reúne los apuntes inéditos de sus intermitentes estancias en Madrid como enviado de la prensa americana. Su relato va de la década de los diez hasta el umbral de la Guerra Civil.

En los papeles atesorados en la Biblioteca de Asturias, que el autor había preparado, a lo largo de años, para conformar este libro, hay una interesantísima introducción de Rafael Cansinos Assens. Está fechada en 1961. Cansinos Assens estaba ya, por aquel entonces, cerca de cumplir los 80 años, Camín acababa de estrenar los setenta. Para el que esto suscribe, que se encargó, a lo largo del pasado lustro, de trabajar las memorias de Camín, estas cuatro páginas inéditas que el polígrafo sevillano escribe por encargo ("solo la razón de un mutuo y antiguo afecto ha podido mover al gran Alfonso Camín a rogarme unas líneas de presentación para esta sección madrileña de sus interesantes Memorias") tienen el extraordinario valor de lo inesperado: son un sarcófago sin expoliar, milagrosamente respetado. Conociendo la obra del de Roces, uno está convencido de que nunca jamás las habría publicado tal y como las recibió: niegan frontalmente, como veremos, el dibujo que, con tenacidad admirable, fue trazando de sí mismo. ¿Por qué las conservaba, entonces? ¿Por qué no se deshizo de ellas? Camín, y habría mucho que tratar sobre las razones de tal hecho, parecía tener un respeto mayúsculo por determinadas personalidades consagradas de las letras hispanas. Por más que le ofendieran algunas de las cosas que Cansinos Assens expone sobre él en su introducción (y así debió ocurrir, de lo cual el prologuista tuvo que ser perfectamente consciente en el momento de la redacción: he ahí otro asunto interesante), habían salido de la pluma de un prócer literario: podían ser ocultadas, pero no destruidas. Pero leamos lo que nos cuenta Cansinos Assens hablando de los años pasados, cuando ambos coincidieron en el Madrid de los 20: "A los mayores que él en edad, nos hacía gracia aquel muchacho arriscado, que alardeaba de su fuerza y amagaba tanto con el garrote como con la pluma sin llegar a dar ni con el uno ni con la otra." Y: "Camín era simpático a todo el mundo por su misma ingenua egolatría, su convicción de ser un gran poeta y hasta sus baladronadas de hombre terrible, tan en contraste con su figurilla leve y grácil." Y: "?aquel puro para los amigos, comprado en el estanco, y que, por venir de él, parecía un auténtico habano." Entra después Cansinos Assens en terreno estrictamente literario: "...cual todos los poetas de su línea romántico-modernista, [...] pagaba esas audacias de vuelo con el precio del ripio inevitable..." Y: "Camín es un hombre que cruza el valle de la poesía, florido y espinoso, cogiendo sus flores y enredándose en sus zarzas e hiriéndose en ellas." Hay que decir que el prologuista remata en términos laudatorios: el tiempo ha pasado y Camín es ya una figura grande (aunque los iguales con los que le compara son Teodoro Cuesta, Marcos del Torniello, Pachín de Melás y Pin de Pría, que no creemos que fueran, para Cansinos Assens, la flor y nata de la literatura), un polígrafo que "respira humanidad, amor a la libertad [?] y a la belleza", "leal a sí mismo, a sus ideales", y que merece el tiempo del lector.

Nada tiene que ver la descripción de Cansinos Assens con el personajes protagonista de las memorias de Alfonso Camín. El sevillano niega los rasgos sobre los que se fue construyendo el asturiano a lo largo de muchos años y de cientos de páginas. Si le hacemos caso a Cansinos Assens, habría más de leyenda que de realidad en las incontables aventuras que conformaron su mito. Si le hacemos caso a Cansinos Assens, el gran triunfo de Alfonso Camín, escritor, fue la creación de un personaje de ficción: Alfonso Camín el rebelde, el valentón, el donjuán, el poeta aclamado.

El rebelde

"Entre los motivos que había para aumentar la ojeriza del maestro acerca de mí, no hay que pasar por alto que cuando castigaba a otros discípulos, me mandaba a mí a cortar las varas de fresno, extendiéndome su navaja.

-Tráelas buenas.

No ignoraba él que yo no gozaba con el mal de los demás, que era un rebelde, pero no un soplón".

("Entre manzanos")

[En una visita a Xixón, Alfonso XIII merienda con escolares, entre ellos Camín.]

"El desayuno o refrigerio consistió en unos grandes emparedados, dos pedazos de pan blanco llevando adentro unos una sardina y otros, un chorizo. Al rey le tocó el pan con chorizo. ¡Naturalmente que al rey no le iban a dar el pan con sardina! Pero el rey, que ya tenía unos diecisiete años y que a mí me pareció un cuco con cara bobalicona, queriendo congraciarse con nosotros, dijo con fina voz de cornetín:

-¡A mí me gusta más la sardina!

Y alargaba el brazo para cambiar el emparedado con el de otro.

Nadie se dio por aludido entre los que estaban a su vera. Entonces yo me incorporé y dije, dándole el mío que era de sardina:

-Échalo para acá, que yo llevo ya un año comiendo pan y sardina y, en cambio, no cato el chorizo.

Mis compañeros aldeanos alzaron la cabeza y me miraron con asombro, pareciéndoles todo aquello una osadía, un desacato al rey de todas las Españas".

("Entre manzanos")

"Yo amaba la libertad sobre todo, sentía odio por los tiranos, desde el gendarme al rey".

("Entre palmeras")

"Un hombre sin libertad es como un pájaro en una jaula. De ahí la canción del preso. Un pueblo sin libertad es como una bandada de pájaros en una jaula mayor, que suele ser la geografía del país. Los leones viven en libertad. Hasta los perros de la calle, amigos de los niños, prefieren la libertad y el mendrugo que la cadena y el buen manjar en el cautiverio, para guardar las cosas de los grandes señores. Yo amaba mi libertad como los niños, como los leones, como los perros de la calle, como las águilas de las cimas".

("Entre palmeras")

"Somos cristianos a nuestro modo, anárquicos desde que nacimos, rebeldes desde el pecho de nuestras madres, y así vivimos y así moriremos por los siglos de los siglos. No iba yo a ser distinto a la raza. Sería deshonrar a los muertos".

("Entre palmeras")

"[?] había aceptado [?] detenerme, meterme en el calabozo y darme una gran paliza para ver si así me entraba el miedo.

-Estoy completamente arrepentido -me dijo el comisario- y, con haberle conocido a usted [?] me gozo de no haber sido copartícipe en una gran canallada.

A lo que yo contesté:

-De no dejarme muerto, no se hubiera adelantado gran cosa. Recuerde que los leones cuando más los acosan es cuando avanzan más y cuando dan con más fuerza el zarpazo o la dentellada".

("Entre madroños")

El valentón

"Di un salto sobre él y del primer estacazo rodó por el suelo. Sentí un ¡ris ras! y vi que se levantaba navaja en mano. Tiré yo de la charrasca, que resonó como cuando se desgaja un árbol, y, palo en mano y navaja en mano, no sé cuántos palos le di, ni cuántos navajazos le asesté. Sé que le daba con la punta y que no entraba bien en el hueso, ni le rasgaba la piel del todo al primer golpe, quizás porque me faltaba fuerza en la mano".

("Entre manzanos")

"A cada estacazo que yo daba, cabeza al suelo. Pero se les juntaron otros y ya no eran diez, sino veinte, treinta, cuarenta. Aprovechándose de una barda que estaba allí medio en escombrera, no quedó un pedrusco ni un ladrillo que no me viniese encima. Y yo al quite como en los toros. Me sonaban en las orejas, pasaban cerca de ellas, pero no me tocaba ninguno. Sin embargo, avanzaban, avanzaban sobre mí dejando atrás los caídos, uno tras otro, con los brazos deshechos o las cabezas rotas".

("Entre palmeras")

"Puse en juego mi bastón de Malaca, hubo un estruendo de cristales, se rompieron las jaulas, volaron los pájaros, chorreaba sangre el boxeador por hocico y cabeza, pero el hombre era una estampa de raza. No rodaba en la arena. Por su mala suerte, quiso sacar algo de la parte trasera y, por si no era el pañuelo para limpiarse la sangre, al tiempo que disparé al aire, le di el cañonazo de gracia. El hombre, confundiendo el golpe benefactor del cañón con el plomo, rodó en redondo, gritando al piso segundo:

-¡Me han matado!"

("Entre nopales")

"-¡Agáchese, patrón!

Yo, en calzoncillos, con una sábana a la cintura, imitando a los santos y a los gladiadores romanos, iba de un lugar a otro con la pistola 45 en la mano. Medio me asomé a la cancela y vi que por la parte del campo avanzaban cien o doscientos hombres a caballo tirando por el cauce de mi calle hacia el tren presidencial de Carranza, que estaba parado en el crucero, mientras que su escolta -todos muchachos bien uniformados y jóvenes- echaban pie a tierra y, sin guardarse el cuerpo, disparaban también sobre los rebeldes que avanzaban por mi calle. Corrían algunos obreros en mangas de camisa y se parapetaban en las puertas con las carabinas al brazo. En consecuencia, que yo estaba entre dos fuegos, en grave peligro si me seguía asomando a la ventana y en una postura grotesca".

("Entre nopales")

El donjuán

"Lo de mujeres me caía bien, pero lo de casorio lo pasaba yo por alto, quizás por no pensar yo en ello, aunque, como asentaría más tarde Atanasio Rivero, ya desde muy temprano me olía el aire a pierna de moza".

("Entre palmeras")

"Bailé con ella varias piezas y, a las primeras, ya se iba deshojando en mis hombros como si efectivamente fuese una mujer de jazmines. Yo, cada vez que la iba a sentar, ceremoniosamente, en el taburete de piel vaquera, tenía que atarme los zapatos o hacer como que los ataba".

("Entre palmeras")

"Yo miraba aquellas montañas y me atraían como si fueran mujeres. Era necesario cortejarlas, vencerlas".

("Entre palmeras")

"La mujer se perdió, como un perfume, en la esquina.

Me había dicho:

-Si a las once hay un pañuelo blanco en el balcón, puede usted subir".

("Entre nopales")

"Los indios de más peligrosa catadura nos abrían el paso:

-¡Ábranse, que lleva bala!

Yo iba delante con las dos mujeres del brazo".

("Entre nopales")

"Nos dimos al coñac y a la guitarra, la dama hablaba por los codos, los ojos encandilados, y yo no entendía una palabra. Por toda respuesta, servía otras dos copas de coñac. Así, y entre otras caricias, pasamos de la media noche hasta cerca de la madrugada. Se despidió de mí tiernamente y me escribió unas letras en inglés con una letra magnífica que demostraba haber estudiado en buen colegio, seguramente de monjas, o en algún centro universitario".

("Entre madroños")

"Cuatro días con sus noches duró la juerga sevillana. Hasta que llegó la hora de partir. La 'doña', desvelada por sus muchos quehaceres nocturnos, se había ido a descansar con su coime a otra mansión aparte. Pero había dejado la cuenta: dos mil pesetas.

Las cinco mujeres se encresparon como serpientes del paraíso.

-¿Pero qué se habrá creído esa furcia? Con lo bien que te has portao con nosotras. No pagues ná".

("Entre madroños")

El poeta aclamado

"En diferentes fechas, se me dieron en Cienfuegos dos homenajes, dos banquetes, apadrinado el primero por Patricio Castaños y el segundo por Acíscolo del Valle, en su residencia de Punta Gorda".

("Entre palmeras")

"Yo era un invitado de honor y me dieron un asiento en el escenario, con la directiva y otros artistas que tomaban parte en la velada".

("Entre palmeras")

"En el teatro Albisu se autoprepara su beneficio el barítono Villarreal. Mi pariente, apuesto que con la mejor buena fe, sin otro motivo que el de ganarse unos pesos como revendedor de entradas [...] me propone tomar parte en el beneficio, con una de mis poesías, a condición de darme cincuenta pesos si me dejaba anunciar en los programas.

Cincuenta pesos entonces eran una fortuna. No obstante, me negué. Mi pariente trajo a Villarreal. Argumentaron lo que yo me creía: que si yo tomaba parte les ayudaba en su negocio colocando todas las entradas entre mis amigos de los centros regionales. Yo no soy hombre de escena. Nunca he sido hombre de escena. Las pocas veces que salí a un escenario, lo hice forzado y a beneficio de los menesterosos. Me convencieron y acepté. No teniendo ninguna poesía dedicada a los cómicos, ni ese fue mi camino, escribí 'Los comediantes' especialmente para esa noche del beneficio a Villarreal.

Puesto mi nombre en las carteleras y en los anuncios de la calle, se llenó el teatro Albisu".

("Entre palmeras")

"El hombre tomó la copa y se echó a llorar:

-¡Perdóname! Soy un vencido que te tiene envidia. Un simulador, un truhán de los que, sin producir nada y a fuerza de vivir del prójimo, nos creemos poetas y literatos, incomprendidos y demás farsas, cuando, el que más y el que menos de esta truhanería española de La Habana y de México, no sólo hemos hablado mal de ti sino que te hemos robado los libros, les hemos puesto nuestro autógrafo en tu nombre y en tu nombre los hemos llevado a un compatriota para comer ese día. Eso es todo. Los demás, son peores que yo. Ocultan su envidia y no se confiesan ni vencidos, ni miserables, ni ingratos".

("Entre nopales")

"-Soy su gran admirador -nos dijo [nota: el plural es mayestático]-. Usted no escribe los versos de rodillas como la mayoría de los poetas decadentes, sin que se salve de ello ni el propio Rubén Darío. Usted escribe los versos de pie".

("Entre madroños")

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