El oso pardo lleva algo más de un millón de años ejerciendo como el mayor superdepredador terrestre, en disputa con el más moderno oso polar (que se separó de aquel hace solo 150.000 años) y, en los últimos 200.000 años, en coexistencia con el hombre. Como consecuencia de esa prolongada interacción entre osos y hombres, el segundo ha investido al primero de una identidad cultural, simbólica, que ha ido cambiando a lo largo de esa historia en común: los grupos de cazadores del paleolítico lo trataron como un trofeo honroso y mágico (más que como un enemigo o un rival), mientras que los pueblos agrícolas y ganaderos del Neolítico lo catalogaron como alimaña, una imagen que se asentó y perduró hasta tiempos muy recientes; en las últimas décadas, la figura del oso fue "rehabilitada" por medio de su consideración como paradigma de la conservación de la fauna, como esencia de la naturaleza salvaje y como recurso turístico. Pero este nuevo tótem, en gran medida de entidad comercial, se ve ahora en cuestión; la "vulgarización" del oso pardo a partir de su reciente aumento de población, acompañado de cierta expansión geográfica -firme en algunos casos y en otros tentativa-, ha causado desconcierto en la población rural, temerosa, ante una vecindad a la que no estaba habituada, de sufrir ataques y acusar daños más cuantiosos que los actuales en los cultivos, los colmenares y la cabaña ganadera.

El ídolo del "paraíso natural" tiene las zarpas de barro. Ha dejado de ser intocable. Hay quien no lo quiere cerca. Rebrota el furtivismo. Incluso hay quien ha tenido la osadía de plantear la restauración de su caza -ya que hay tantos-, ignorando (intencionadamente o por desconocimiento) que el oso pardo cantábrico siempre estará en la UCI, nunca superará el umbral demográfico necesario para dejar de estar en peligro de extinción. Porque, sencillamente, esa población de "viabilidad asegurada" no cabría en un territorio redu- cido y tan humanizado como el cantábrico.

En el principio fue el mito. El oso pardo fue un día, en el amanecer del hombre paleolítico, un dios. Aunque no un dios invencible ni intocable. Admirado por su tamaño, por su fuerza y por la agudeza de sus sentidos, tal vez incluso venerado (un sentimiento derivado en parte de su apariencia antropomorfa), era cazado para tomar sus poderes y lucir sus atributos (las garras, los dientes o la piel). El folclore ancestral de las regiones oseras ofrece, de hecho, una imagen, si no positiva, sí al menos desprovista de connotaciones peyorativas. Entonces, hasta hace 20.000 años, el oso pardo rivalizó con el más corpulento oso de las cavernas, estrictamente herbívoro, que disfrutaría de su misma consideración (de hecho, mantuvo un contacto más directo y continuo con los hombres paleolíticos, pues ambos buscaban refugio en las cavernas y se disputaban o se sucedían en su utilización). Fue, precisamente, la extinción del gran oso cavernario, a manos del hombre, lo que propició la expansión del "imperio" del oso pardo por todo el hemisferio Norte (incluidos el Magreb y algunas zonas de Oriente Medio). Una edad de oro que duró diez milenios, hasta que el hombre comenzó a cultivar y criar ganado, y se hizo sedentario.

El "pecado" original. La aparición de las sociedades neolíticas, fundamentadas en la agricultura y la ganadería, cambió las tornas: el oso dañaba los cultivos, mataba ganado... La fiera se transformaba en alimaña. Paralelamente, el hombre fue perfeccionando las artes de matar y el oso comenzó a perder terreno y población. Aunque el gran golpe para la especie en ese período no provino de la caza, sino de la deforestación, a cuya costa se construyeron, hace cinco o seis milenios, los paisajes agrícolas. El oso emprendía el éxodo a los bosques más remotos, a los relieves más abruptos; un camino que no abandonó hasta finales del siglo XX, cuando se frenó su continuado declive. A diferencia de los osos norteamericanos, que habitan en paisajes muy abiertos, los europeos son netamente forestales y siguieron a los bosques en su progresivo repliegue a las montañas. La huella del oso fue borrándose rápidamente de la península Ibérica, sobre todo a partir del siglo XVI, cuando se incentivó la talla de fieras (es decir, el exterminio de carnívoros); el siglo XVII marcó una fuerte regresión, que conllevó la ruptura de la continuidad de la población cántabro-pirenaica, por medio de una persecución sistemática, favorecida por la aparición de las armas de fuego y que se mantuvo hasta finales del XIX. Ya en la primera mitad del siglo pasado la población cantábrica se escindió en dos sectores, y, en la segunda mitad, los últimos osos pirenaicos quedaron repartidos en tres pequeños núcleos de viabilidad comprometida.

De hecho, el oso pirenaico terminó por sucumbir; la población actual se reconstruyó a partir de la introducción de ejemplares eslovenos. El oso cantábrico tocó fondo, con un censo inferior al centenar de individuos (algunos autores lo reducen a 40) en los años sesenta.

El nacimiento de un símbolo. Entonces, al borde del abismo, se produjo otro cambio: la naturaleza comenzó a ser valiosa en sí misma, no solo como un yacimiento de recursos explotables, y el oso empezó a verse de otro modo, como un superviviente de otro tiempo, una reminiscencia de lo salvaje en un ámbito muy domesticado. Nacía el "paraíso natural" y el oso pardo se erigía en su imagen, su símbolo, su gancho comercial. No fue una mudanza repentina, sino que llevó su tiempo "cocinarla". El primer movimiento fue la orden ministerial de 1952 que vedó la caza de osos durante cinco años; tres años después, se creó la Reserva Nacional de Caza de Somiedo para dar amparo al oso, aunque con la mentalidad de entonces, cuando aún era un trofeo cinegético: se querían más osos para poder cazarlos. El cambio real llegó en 1967, con el establecimiento de una veda indefinida, consolidada en 1973 con la declaración del oso pardo como especie protegida. Finalmente, la Ley de Conservación de Espacios Naturales y de la Flora y Fauna Silvestres, de mayo de 1989, puso en marcha los planes de recuperación que estructuraron el resurgir del oso cantábrico.

Volvían a correr buenos tiempos. Todo el mundo hablaba bien del oso, era respetado y querido, un orgullo. Ese cambio de actitud tenía detrás un arduo trabajo de concienciación, y su fruto más importante no fue ese "maquillaje" sino el beneficio real que obtuvo la población osuna, que entró en una tendencia de crecimiento sostenido, cada vez con más hembras reproductoras, con mayores índices de supervivencia, con territorios más amplios: hay más osos y viven en más sitios.

Un producto turístico de éxito. Conforme fue aumentando la población, los osos comenzaron a ser más fáciles de ver, por parte de los lugareños y de los turistas, y cada grupo reaccionó de una manera: los primeros con inquietud y temor, ante la frecuencia de los avistamientos y de los encuentros, la cercanía de los animales a los pueblos y el aumento de los daños; los segundos, con entusiasmo, lo que generó una demanda de turismo osero en crecimiento exponencial, que enseguida obtuvo respuesta. En ambos casos se perfila una situación de riesgo, pues el contacto, la proximidad entre osos y hombres favorece la posibilidad de un mal encuentro, especialmente si media la imprudencia. No obstante, los ataques son raros en esta especie, incluso en las zonas donde habitan los osos más grandes y agresivos, en la península rusa de Kamchatka y en Alaska (incluida la isla de Kodiak). Por ejemplo, en el remoto territorio siberiano, de 270 encuentros documentados, solo en dos el oso llegó a atacar y en otros ocho amenazó a la persona, sin cargar contra ella; en la inmensa mayoría de los casos evitó el contacto, se alejó de inmediato o mostró indiferencia. En Norteamérica, el 95 por ciento de los tropiezos de personas con grizzlies (la raza local del oso pardo) se resuelven sin ninguna incidencia.

En el ámbito de la cordillera Cantábrica, los ataques de osos son excepcionales; en cambio, sí se registran a menudo cargas disuasorias, en las que el oso (suelen ser hembras con crías) corre hacia la persona gruñendo, abriendo las fauces y rompiendo la vegetación a su paso en una impresionante demostración de fuerza, valentía y determinación. Pero es un farol. Aunque asusta, como es su intención. En estos casos es esencial no salir huyendo (como haría una presa) ni hacer movimientos bruscos, dejarle una vía de escape al animal y apartarse lentamente de su camino. Otras veces, en caso de encuentros bruscos a corta distancia, el oso se asusta tanto o más que el paseante, e introduzco por un momento la primera persona para atestiguarlo: hace más de tres lustros, en los montes casinos, tropecé con uno a apenas cuatro metros de distancia, con solo una mata de acebo entre ambos, y el oso, nada más detectarme (hice ruido a propósito), gruñó y huyó ladera arriba como alma que llevara el diablo mientras yo recuperaba las pulsaciones y el aliento.

¿Para qué sirve un oso?. La pregunta, llevada al cine, en tono de comedia, por el cineasta ovetense Tom Fernández, vuelve a suscitarse. No es que se plantee como tal, pero los habitantes de las zonas oseras se quejan de su vecindad, de que hay "demasiados". El símbolo del paraíso natural pierde lustre; la reconversión de la fiera en marca de calidad se tambalea. Y reverdecen viejos pleitos, viejas malas costumbres; se suceden las muertes a fuego, veneno y cruel lazo de acero. Por si alguien se lo pregunta, en fin, y parafraseando al biólogo Miguel Delibes de Castro cuando -siendo director de la Estación Biológica de Doñana- le pidieron argumentos -una tasación- para conservar ese emblemático espacio protegido andaluz, un oso pardo no sirve para nada, lo mismo que las pinturas del Museo del Prado.

Por un futuro con osos. La actualidad, marcada por las últimas muertes de osos, en el Suroccidente, lleva a recuperar el eslogan "Por un futuro con osos", que en su día tuvo fortuna y resultados. Por un futuro con osos hay que buscar, o perfeccionar, una fórmula de convivencia, el modo de que osos y hombres tengan cada uno su lugar, y también sus espacios comunes. Hay que consolidar la incipiente reconexión entre las subpoblaciones occidental y oriental, separadas por un corredor de unos 50 kilómetros de ancho, en el que se concentran infraestructuras viarias, industriales y de ocio que durante décadas lo hicieron intransitable, hasta que se emprendieron acciones de "camuflaje" mediante su reforestación. Es una restauración necesaria para la salud genética del conjunto de la población osera (el exiguo núcleo oriental está muy empobrecido y tiene una baja natalidad) y el único modo de garantizar la supervivencia individual y la adaptabilidad de la especie a unas circunstancias cambiantes (principalmente por mano y obra del hombre, directa -alteración y destrucción del hábitat- o indirectamente -calentamiento global-). Y es preciso eliminar o, al menos, frenar la mortalidad por causas humanas. El oso pardo es un animal longevo, con una madurez sexual tardía y con un bajo potencial reproductor, lo que significa que acusa mucho la mortalidad no natural, sobre todo si resta hembras reproductoras.

Cronología mortal:

26 de agosto de 2012

Un lazo furtivo mata un oso en Porley (Cangas del Narcea). Fue el primer plantígrado muerto en una trampa ilegal en los últimos veinte años en Asturias. El ejemplar, macho, de unos cinco años y cien kilos de peso, falleció durante las labores de rescate coordinadas por el Principado. El animal tenía una pata enganchada a un cordón de acero que pendía de un piornal. El 29 de junio de 2015 se sentaron en el banquillo un guarda del coto de Cangas del Narcea y un vecino de Gijón, acusados de matar al oso. La Fiscalía pedía para ellos dos años de cárcel, sin embargo, acabaron absueltos por falta de pruebas.

10 de junio de 2014

Un oso, de entre 3 y 4 años de edad, aparece muerto en Quirós junto a una pista forestal. El ejemplar, macho, presentaba una herida de bala que le había entrado por un hombro y le había salido por el pecho, según las primeras observaciones. Fue el dueño del prado cercano a la pista forestal el que alertó a la Guardia Civil. La necropsia, sin embargo, negó que la muerte se debiera a un disparo o a un envenenamiento y dejó entrever que fue por causas naturales. Estos resultados enfrentaron al Fapas y al Gobierno regional.

24 de mayo de 2015

El montañero Víctor Martín encuentra una cría de oso, de unos 4 meses y 4,8 kilos de peso, en un hayedo de La Llamera (Somiedo). El esbardo, recogido por un guarda de la Fundación Oso Pardo y un miembro de la Patrulla Oso de la Consejería, no presentaba ninguna lesión aparente. La necropsia reveló que falleció a causa de una hepatitis vírica contagiosa canina, que le produjo un shock endotóxico. El animal se encontraba en una zona de difícil acceso, concretamente, en una repisa de una ladera poblada con hayas.

9 de septiembre de 2016

Unos turistas localizan el cadáver de un oso joven, de 105 kilos de peso, en Moal (Cangas del Narcea), a las puertas del centro de interpretación de la Reserva Biológica de Muniellos. Las primeras inspecciones veterinarias apuntaban a una muerte natural. La necropsia reveló que el animal se desangró internamente tras recibir un disparo pocas horas antes (entre una o dos) y no muy lejos de donde lo encontraron. El Servicio para la Protección de la Naturaleza (Seprona) aún investiga.

8 de enero de 2017

Hallan el cadáver de un oso en Moal (Cangas del Narcea), a poca distancia de donde otro plantígrado murió de un disparo en septiembre. La voz de alarma la dieron dos turistas cántabros. La necropsia señala que el plantígrado murió por una intoxicación producida por setas venenosas del género amanita. El examen, ya entregado a la Fiscalía, asegura que el animal fue manipulado por un hombre y descarnado después de muerto "sin la actuación (o de escasa importancia) de alimañas o depredadores".

2 de abril de 2017

Un osezno de tres meses es encontrado muerto en un hayedo de La Llamera (Somiedo), el mismo en el que apareció otro esbardo en mayo de 2015. La necropsia señaló que la cría era una hembra de 3,5 kilos de peso, que sufrió una caída, aunque la causa más probable y última fue "la rotura del hígado favorecida por una hepatitis vírica canina previa". Es la misma enfermedad que padeció el anterior osezno aparecido. El virus puede ser transmitido por perros, lobos, zorros, visones o hurones.

20 de abril de 2017

El ganadero jubilado Marcial Álvarez Lago encuentra el cuerpo de dos plantígrados adultos prácticamente juntos en el arroyo de La Cimera, a 1,5 kilómetros de Combo (Cangas del Narcea). El hallazgo fue recibido con extrañeza y sorpresa por los vecinos. Una de las principales teorías es que fueron envenenados, ya que ambos ejemplares presentaban "derrames internos de fluidos", propios del veneno, y las fracturas óseas no explicarían por sí solas su fallecimiento. Habrá que esperar a los análisis de histopatología.