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ANTONIO G. ARECES | Maestro y escritor

"Paseaba y leía, y me miraban como a un loco porque odiaban a los intelectuales"

"Mi primer Grado era un pueblo lleno de culpa y remordimiento, casi en ruinas, con luces pobres y cientos de niños para cubrir las bajas de la guerra"

José Antonio González Areces, en su casa de Sama de Grado. LUISMA MURIAS

-Nací en Grado en 1938. Había acabado la guerra, Asturias ya estaba tomada. Mi padre, Salustiano, tenía tienda. Había emigrado a México de niño, donde tenía cuatro hermanos, y se hizo abarrotero. Volvió a Cabruñana, con 28 años, se casó y tuvo la taberna de allí. Somos seis hermanos: el mayor me llevaba 14 años, cuatro hermanas y yo, el último. Mi madre era ingeniera de hogar.

- ¿Cómo vivían económicamente?

-Nos arreglábamos bien, sin lujo. Estudiamos dos y las hermanas se casaron. Mi hermano fue directivo de Galerías Preciados en Madrid. Murió en accidente de tráfico.

- ¿Cómo era su padre?

-En México había caído de un caballo persiguiendo a unos ladrones y se rompió la cadera. Con la edad, la pierna se le atrofió bastante y andaba con bastón y agachado.

- ¿Y de carácter?

-Buena persona, afable, pero rígido por sus concepciones puritanas. En México había tenido contacto con alguna secta protestante. Vino con una actitud muy crítica con el catolicismo y su rueda de "pecar, confesarse, arrepentirse y volver a pecar". Tenía la cultura anglosajona de "trabajar y trabajar" y de "la letra con sangre entra". Intentó enseñarme a leer cuando yo tenía 4 años y fue un desastre. Era muy colérico. Fue la lucha entre el poderoso cojo y el niño que escapaba.

- ¿Políticamente?

-No practicaba la religión, y de Franco, ni hablar. En su tienda se reunía una tertulia por la tarde, tomaban unas copinas y lo pasaban bien. Recibió un aviso administrativo de que la cerrara porque se hablaba de política.

- ¿Cómo era su madre?

-Estefanía Areces era de Cuero (Candamo), de una familia de diez hermanas muy bellas y un hermano. Fue a servir en Cabruñana, donde conoció al "americano", al que no se le notaba la cojera. Su hermano, Pacho Areces, fue general republicano y gobernador por el Sur, hombre notable, de presencia asombrosa, alto, fuerte. No hizo daño a nadie y no lo fusilaron.

- ¿Y como madre?

-Una santa. Conmigo no fue tan cariñosa... estaba harta de seis hijos. No le recrimino nada. Tampoco era culta porque había tenido que trabajar de niña. El culto era mi padre, aficionado a leer, que trajo muy buena biblioteca de México. Cuando la guerra, las columnas gallegas se llevaron muchos libros, pero quedó para que yo pudiera leer y explorar en la buhardilla de Grado.

- ¿Sus primeros recuerdos de Grado?

-Un pueblo con muchas casas quemadas y casi en ruinas, luces pobres por la noche, otoño seco y cientos de niños jugando en la calle, una generación nacida para cubrir las bajas de la guerra. El río era un paraíso perdido. El pueblo estaba lleno de remordimiento y culpa. Había muchas procesiones donde la burguesía iba cantando "perdona a tu pueblo, Señor", conscientes de la tremenda bestialidad que se había hecho.

- La escuela.

-El grupo escolar, luego Bernardo Gurdiel, en un edificio grande, bueno, construido en la República según el principio higiénico de la amplitud, bueno contra la tisis. No guardo buen recuerdo: era terreno de luchas; perdí muchas y aguanté. Los profesores daban palizas. Yo era bueno, modesto, más observador que activo. Jugaba, pero no al fútbol. A los 10 años pasé al colegio del Sagrado Corazón.

- ¿De quién era?

-Estaba constituido por una asociación de señores de Grado, en la que estaban el marqués de la Vega de Anzo y el Arzobispado. Era para que estudiaran los hijos de los burgueses. Entré para hacer Comercio, pero como no había bastantes alumnos, le pidieron a mi hermana Alicia, profesora allí, que me pasará a Bachiller. En la reválida de cuarto nos masacraron en Oviedo.

- ¿Qué tal estudiante era?

-Irregular. Un mes todo dieces y otro mes, dieces y ceros. Los ceros eran de castigo porque decían que no aprobaba por pereza. También fui monaguillo cuatro años.

- ¿Y qué tal?

-Los amigos lo pasábamos bien en la iglesia. Era terrible quedar adormilado en un funeral por el canto gregoriano y también el frío de la mañana, con el pantalonín corto. Me gustaba tocar las campanas y el ritual católico, que tenía más misterio en latín. Hubo momentos bellos: en Semana Santa decorábamos el campanario con cabos de vela.

- ¿Qué decía su padre?

-No se metía. Fui del Frente de Juventudes. Cuando inauguraron la Biblioteca de Grado vino el gobernador civil, Labadie Otermin, con las autoridades locales y me encontraron leyendo. Era chavalón de 14 años, de patas largas, pantalón corto y alpargatas.

- ¿Qué le gustaba leer?

-Aventuras marinas de Stevenson, de Verne, de Salgari, mucho Mark Twain. Me reía con las aventuras de Guillermo. Luego me encantaron "El discurso del método", de Descartes, y la enciclopedia "Universitas".

- El Frente de Juventudes.

-Era un lugar muy bueno para nosotros, un refugio, con salones y cómics: "Flechas y Pelayos", "El guerrero del antifaz", "Roberto Alcázar y Pedrín" y, luego, los americanos "Flash Gordon", "El hombre enmascarado". También había novelas del Oeste en rústica. En las excursiones lo pasábamos bien. No hacíamos caso a la filosofía política franquista, aunque la impartían con rigor. Las consignas nazis de "la dificultad templa los espíritu" y cosas ininteligibles como "por el imperio hacia Dios" no nos importaban nada.

- ¿Qué quería ser?

-Escritor y lector. Era gran nadador. No competía, pero había aprendido bien de las películas de "Tarzán" y saqué a gente del mar y del río. Resistía cuatro minutos bajo el agua. Gracias a ello quedé sordo.

- ¿Cuándo empezó a escribir?

-A los 12 años, en el reverso de un taco de facturas, inicié una novela de aventuras con tigres, subterráneos, trampas... Lo pasaba bomba por la tarde, en la hora de estudio, con el fluir de las ideas. Había llegado casi a la mitad cuando cometí el error de presumir en la tertulia de mi padre. Presenté la novela en ciernes y todos me felicitaron -"muy bien, Tonín"- pensando que halagarían a mi padre.

- ¿Y no fue así?

-A mi padre le asomó el puritano de los cojones, me observó y juzgó y empezó a contar que todos los escritores eran unos mamarrachos que pasaban hambre, que había conocido a uno asturiano en México que escribía libros que sólo les vendía a los amigos. Quedé boquiabierto y empezaron a asomarme las lágrimas. Aquellos señores callaron, avergonzados. Me destrozó. Yo pensé que lo pasaba bien y que no hacía daño a nadie. Empezamos una guerra.

- ¿Cómo fue?

-Intentó que no fuese a leer a la biblioteca. Se ponía en la escalera del vestíbulo para impedírmelo. Yo tenía mi estudio en el desván con una vista precisa del valle. Salía a la galería, me descolgaba a un tejadín y de allí a la caleya del río. Seguí escribiendo, pero sin esperanza ni ilusión de su disfrute. A los 20 años me recriminó, que no publicara nada en los periódicos. No era mal paisano, pero pensaba que podía vencer a un niño y torcer una vocación.

- ¿Era de ir al baile del Maijeco?

-Siempre me gustaron mucho las mujeres. A los 10 años estuve enamorado de una casada de 28. El amor era un estímulo de vivir intensamente. Era poeta desde niño. Intentaba llevar esa vida, pero en un pueblo estaba condenada al fracaso. La burguesía odiaba a los intelectuales y sospechaba del que sobresalía. Era una putada. "¿Eres poeta?, pues tírame de la teta". Los tiempos no estaban para Ezra Pound. Paseaba y leía, y me miraban como a un loco. De niño era ruinín, pero al llegar a la pubertad crecí de golpe y a los 17 años era un atleta -algo tímido, como de niño-, pero guapo, alto y bien peinado.

- ¿Y bailaba?

-Bailaba bien y apretaba a las chicas. Una extranjera me contó en una carta que tenía fama de loco. No tenía novia, tenía novias.

Segunda entrega mañana, lunes:

"Ni era ni soy partidario del capitalismo ni del comunismo, aspiro a pensar libremente"

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