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Pantallazos

Una última partida para poner fin al juego de Hollywood

"La excepción a la regla", probable testamento de Warren Beatty como cineasta, no llega a Asturias ni siquiera tras el "show" del "Oscar"

Warren Beatty

Vaya papelón. Seis décadas de cine trabajando con algunos de los directores más importantes ( Rossen, Kazan, Stevens, Altman, Penn?), atreviéndote a rodar películas de Rojos en Hollywood o diatribas contra la esclerosis política de tu país ( Bulworth) para que, de pronto, tu nombre pase a protagonizar chanzas en internet y tu cara de octogenario que un día fue carne de carpeta adolescente se convierta en blanco de memes. Y todo por un maldito sobre equivocado por un inepto que daba como ganadora a La La Land y no a Moonlight. Y miles de dedos (los suyos eran la envidia de Woody Allen por las legiones de pieles femeninas que tocaron, según las buenas lenguas) se pusieron a teclear en internet en busca de datos: W-a-r-r-e-n B-e-at-t-y.

La última película de Beatty como actor y director, La excepción a la regla, no se ha estrenado en Asturias y su paso por otras carteleras ha sido discreto. No será por falta de nombres conocidos (o lo fueron) que acuden en auxilio del amigo que no tiene mucha pasta para gastarse ante la indiferencia de los estudios que antaño lo adoraban: Candice Bergen, Martin Sheen, Taissa Farmiga, Alec Baldwin, Matthew Broderick, Ed Harris, Annette Bening, Amy Madigan... Los protagonistas, Alden Ehrenreich y Lily Collins, no son malos actores pero tampoco parecen llamados a ser estrellas. Bueno, quién lo está en realidad en estos tiempos en los que Hollywood crea y desecha promesas a ritmo vertiginoso. La historia es muy querida por Beatty: siempre tuvo la figura del misterioso y neurótico magnate Howard Hugues rondándole la cabeza. Se le adelantó Scorsese en su impersonal El aviador. Lo más llamativo de La excepción a la regla es su condición de rara avis. Ahora y quizá siempre. Y no por las hechuras radicalmente clásicas (o sea, casi modernas) con las que está dirigida, muy lejos desde luego de los delirios amedrentadores de Dick Tracy, tan odiosa como fascinante a partes desiguales, sino por la forma tan extraña que tiene de aproximarse al enigma Hugues, no por casualidad adherido casi siempre a las sombras (de paso el coqueto Beatty disimula sus arrugas).

Lo que hace el guionista y director es rondar al millonario (aventurero, intrépido, arrogante, cabezota, imprevisible, osado y huidizo, sentimental y despiadado, finalmente enloquecido) dejándolo en un segundo plano y siempre en relación a la historia principal, que no es otra cosa que la típica trama de chico conoce chica: ella quiere ser actriz y espera que Hugues la apadrine, él trabaja para el ricachón tras el volante. Y al principio ni le ven, pero cuando empiezan a tener encuentros de muy distinto signo con su jefe sus vidas van a sufrir un vuelco. De duración excesiva para lo que cuenta (no deja de ser una comedia sentimental), con un humor que pasa de lo burdo a lo sutil con despreocupada alegría y en cierto modo conmovedora por lo que tiene de suicida apuesta personal de Beatty (simbólica y preciosa escena del superavión imposible varado en la noche), este probable testamento de su autor es una excepción viejuna a la regla del Hollywood actual, y, sobre todo, una forma de recordarnos que hablamos de un hombre que es historia del cine y no un simple inspirador de chascarrillos y memeces en las redes sociales.

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