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Macron, el presidente que surgió de las sombras

La larga trayectoria del alto funcionario y banquero, apadrinado desde hace quince años por pesos pesados de la tecnocracia, que hoy tomará las riendas de Francia

Emmanuel Macron. REUTERS

El socioliberal Emmanuel Macron se convertirá hoy en el 8.º presidente de la V República francesa, tras haber sido apoyado el pasado domingo por 20,75 millones de electores, el 43,6% del censo. Macron, 39 años, será el más joven de los 25 presidentes que ha tenido Francia, pero también exhibe otras marcas. Por ejemplo, la de haberse hecho con El Elíseo en los comicios con mayor abstención, voto en blanco y voto nulo del último medio siglo. Un récord que delata cómo su victoria, espoleada por el imperativo de cerrarle el paso al neofascismo, ha llegado envuelta en desconfianza, escepticismo y rechazo. En particular, los de un electorado de izquierdas que, al igual que el de ultraderecha, lo considera un instrumento neoliberal del capitalismo globalizador.

Sin embargo, Macron se presenta como un hombre nuevo, como un político "ni de derechas ni de izquierdas" que, sin apenas relación con el sistema, despertará la estancada economía de Francia, moralizará su vida pública e imprimirá al país un nuevo rumbo en una relanzada UE. ¿Con qué instrumentos? Su programa -difuminado por la microprecisión tecnocrática- y su paso por el ministerio de Economía permiten augurar que sus armas serán liberales y que incluirán una nueva reforma laboral. ¿Y más allá? "Los programas de 300 medidas no tienen ningún sentido. Nos traen sin cuidado los programas, lo que importa es la visión" ha sido su explicación más comentada, junto con el diagnóstico de que Francia necesita más jóvenes que quieran ser millonarios. De modo que, en espera de que hoy mismo o mañana el nombre de su primer ministro ofrezca más pistas, se impone adivinar esa "visión" buscando en su biografía las claves de su pasmoso ascenso a la Presidencia, sin haber disputado ni una sola elección previa y con el único apoyo, entre los partidos tradicionales, del escuálido centrismo.

Macron, de quien se dice que ha vivido tres vidas en menos de 40 años, es ante todo un enarca, es decir, un alumno de la Escuela Nacional de Administración, el vivero de los altos funcionarios franceses, donde estudió entre 2002 y 2004. Una vez titulado, 27 años, se incorporó a la prestigiosa inspección de Finanzas, cuyo jefe, Jean-Pierre Jouyet, un príncipe de la enarquía, sería su primer padrino. Jouyet, secretario general desde 2014 de la fontanería presidencial del ahora saliente Hollande, ha estado en muchas salsas durante treinta años. En el gabinete del socialista Delors, presidente de la Comisión Europea, cuando se fraguaba Maastricht. En el del primer ministro socialista Jospin cuando se preparaba el euro. En los albores del gobierno conservador de Sarkozy, como ministro para Europa, en 2007. A la cabeza de la autoridad financiera gala entre 2009 y 2012. En suma, Jouyet, hombre de las sombras, ha sido, con conservadores o socialistas, un pilar tecnocrático de la política y las finanzas.

Fue Jacques Attali, el todopoderoso consejero de Mitterrand durante casi un cuarto de siglo, quien en 2006 hizo que Hollande, por entonces líder del PS, conociera a Macron, aunque fue Jouyet quien los aproximó. Desde entonces, el joven enarca, que en 2001 se había apuntado al PS en la órbita del moderado Michel Rocard, empezó a asesorar a Hollande. En 2007, 29 años, intentó ser candidato a diputado por Picardía, pero los socialistas locales lo rechazaron. Fue una suerte para él, porque Jouyet lo colocó al poco en la comisión Attali, creada por el recién estrenado Sarkozy para estudiar cómo neoliberalizar la economía. Y Attali, otro príncipe de los enarcas, se convirtió en su segundo padrino y le nombró ponente adjunto de la comisión. "Fui yo quien se fijó en él. Fui yo quien lo inventó", presumió no hace mucho.

La comisión Attali, un intento de confluencia liberal-centrista entre socialistas suaves y derecha moderada, era el escenario perfecto para un Macron a quien sus compañeros de estudios recuerdan como un tipo inteligente, trabajador, maduro -no en vano inició a los 16 años su relación con Brigitte Trogneux, de 40, que dura hasta hoy- y siempre capaz de dar con el tema de conversación adecuado para parecer un amigo de toda la vida. Cerca de todos y con ninguno. En torno a la mesa copresidida por Macron, cuyas conclusiones fueron dejadas en "stand by" por la crisis, se sentaban abogados, profesores, altos funcionarios y relevantes empresarios galos y europeos. Será allí donde aprenda Economía -él era de Letras- y donde conozca a Serge Weinberg, un hombre de negocios que, en septiembre de 2008, 30 años, le introduce en el primer banco de inversión francés, la banca Rothschild. Comienza así la segunda vida de Macron, quien pide la excedencia como inspector de Finanzas, salta la valla y, en un quiebro nada extraño entre enarcas, se hace banquero y millonario.

La agenda, la personalidad y los padrinos de Macron son una mina en un mundo de contactos personales. Así que, tras darse de baja en el PS, sube deprisa en Rothschild. En 2010, 32 años, pasa a asociado. Un ascenso precoz que podría tener algo que ver con su turbio papel en la recapitalización de "Le Monde", donde jugó a agente doble y protagonizó una escena de vodevil al esconderse en el último piso de un edificio y ser descubierto por un miembro de la sociedad de redactores del diario, a la que engañaba. Pero su gran pelotazo, el que le valió el ascenso a gerente, le llegó en 2012, 34 años, al lograr que su cliente, Nestlé, que nunca antes había trabajado con Rothschild, se hiciera con la división de alimentos infantiles de Pfizer. Un millón de euros de comisión, dicen. El patrón de Nestlé, el ogro austriaco Peter Brabeck, a quien besaba con devoción filial, se sentaba, cómo no, en la comisión Attali.

Para entonces, Macron ya preparaba su tercera vida, la de político millonario. Recomendado por Jouyet y Attali, asesoraba en Economía a Hollande, listo para disputar las primarias socialistas de 2011. Tras la victoria de 2012, el enarca-banquero pasa a secretario general adjunto del Elíseo, en calidad de consejero económico, lo que le sitúa en el origen de varias medidas iniciales del mandato de Hollande. Por ejemplo, la exención de 13.000 millones a las empresas en cotizaciones sociales a cambio del compromiso de crear un millón de empleos. La suma alcanza hoy los 41.000 millones y el paro, principal causa de descrédito de Hollande, sigue rondando el 10%.

La salida de las sombras le llegó a Macron en agosto de 2014, hace menos de tres años. En abril, Hollande había girado al centro y nombrado primer ministro a Manuel Valls, que siempre ha competido en socioliberalismo con Macron. Sin embargo, Hollande mantuvo al responsable de Economía. Decepcionado por no ascender, Macron dejó el Elíseo en junio y, a través de sus ya numerosos padrinos, consiguió puestos de profesor en la Universidad Libre de Berlín y en la London School of Economics. Ya negociaba sumar Harvard cuando, en agosto, 36 años, Hollande le dio Economía. El nuevo ministro transformó un proyecto de su antecesor para inyectar 6.000 millones al bolsillo de los franceses en la Ley Macron, un texto ómnibus de desreglamentaciones varias, desde el trabajo dominical al transporte de viajeros por carretera o las notarías, calificada por sus detractores de "uberización social" y deudora clara de la comisión Attali. Rechazada por el ala izquierda de los diputados del PS, se impone por decretazo. Macron inspirará también la reforma laboral que agitó Francia en el primer semestre de 2016. Nuevo decretazo.

El resto de su trayectoria está fresca, desde que en abril de 2016, 38 años, crea el movimiento En Marcha hasta su dimisión en agosto, el lanzamiento de su candidatura en noviembre, la retirada de Hollande en diciembre y, ya en 2017, 39 años, una afortunada sucesión de carambolas: hundimiento del conservador Fillon tras filtrar alguien sus corruptelas, fracaso de Valls en las primarias del PS, transformación de Macron en dique ante Le Pen. Pero lo esencial viene de antes: los padrinos y la voluntad de adaptar Francia a la globalización con un golpe de centrismo liberal inspirado en aquella comisión presidida por el mismo Attali con el que la noche del 23 de abril celebraba su victoria en la primera vuelta.

El juego subterráneo entre enarcas, núcleo duro del poder político galo, es el que explica que Macron haya podido aspirar al Elíseo, rodeado por una legión de economistas. Al margen de los partidos tradicionales, sí, pero en íntima conexión con las finanzas y la gran empresa. Un juego subterráneo que, además, le ha protegido de salpicaduras de corrupción y le ha permitido aparecer, de repente, como el líder fresco y joven de un nuevo partido, La República en Marcha, un audaz intento de refundación centrista del social liberalismo y el gaullismo liberal. Una amalgama de políticos veteranos y neófitos con la que Macron quiere construir esa mayoría legislativa sin la que cinco años de sillón presidencial podrían hacérsele eternos.

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