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Ricardo García Cárcel | Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona

"Nos hemos cargado los referentes del nacionalismo español"

"Es cierto que en los libros de texto de Cataluña hay un adoctrinamiento, pero me sorprende que los poderes políticos se alarmen ahora: empezó hace veinte años"

Ricardo García Cárcel, en el exterior del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. LUISMA MURIAS

Ricardo García Cárcel (Requena, Valencia, 1948) es Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona, donde ejerce desde hace más de tres décadas. Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia en 1970, obteniendo el doctorado tres años después con una tesis sobre "Las germanías de Valencia". Figura clave en el estudio de la Historia Moderna de España, García Cárcel ha profundizado también en los procesos de configuración nacional y en la memoria histórica. En 2012 obtuvo el Premio Nacional de Historia por su libro "La herencia del pasado. Las memorias históricas de España". Esta semana acudió a Oviedo para hablar sobre las relaciones entre Carlos V y Martín Lutero.

- El Emperador y el gran reformador eclesiástico, son dos figuras muy potentes...

-Son dos personajes muy distintos entre sí. Se llevaban diecisiete años, pero sus vidas se cruzaron en un contexto histórico singular, como fue el nacimiento de la Reforma Protestante, que coincidió con la emergencia de la dinastía de los Austria. Pero Carlos V era "el rey perplejo", todo le vino por azar y nunca controló los acontecimientos, que le desbordaron. En cambio, Lutero tenía una conciencia muy clara del tiempo que estaba viviendo. Incluso intelectualmente eran diferentes: Carlos V era de pensamiento más simple, mientras que Lutero estaba lleno de concavidades. Y la relación entre ellos se inicia hace ahora cinco siglos, en 1517, que es un año en el que se producen, en muy poco espacio de tiempo, tres hechos fundamentales: la llegada de Carlos V a España, a Tazones; el acto de Lutero de clavar a las puertas de la catedral de Wittenberg sus 95 tesis, y la muerte del Cardenal Cisneros.

- ¿Llegaron a conocerse?

-Si, aunque sólo tuvieron una ocasión: en abril de 1521, en la dieta de Worms. Un momento en el que hay una voluntad, en principio, de buscar una salida al problema que planteaba Lutero, que acababa de ser excomulgado. Esto no le venía mal a Carlos V, esta erosión del poder de Roma, pero a lo largo de su reinado, al menos hasta la década de 1540, siempre mantuvo una voluntad política de entenderse con Lutero. El intento más efectivo fue la dieta de Augsburgo, en 1530. Hubo un auténtico esfuerzo, por parte de luteranos y católicos, por llegar a un entendimiento teológico, haciendo incluso rebajas respecto a lo que entendían unos y otros. Pero se logró. En 1980, Juan Pablo II hizo una declaración solemne en Alemania, casi una invocación nostálgica de lo que pudo ser aquella conferencia. El momento en el que estuvieron más cerca de entenderse protestantes y católicos.

-Habla de un Carlos V que nunca controló los acontecimientos, pero tenemos una impresión diferente de su figura, quizás por los retratos de Tiziano...

-Sí, pero en realidad fue un rey que vino del azar, y fue además un hombre muy solo. Fue muy feliz cuando vivió con su mujer, Isabel de Portugal, pero sólo conviven doce años, ella se muere en 1538. Y proyectó su soledad a través de la comida, su glotonería era proverbial, y del sexo, manteniendo relaciones incontroladas. Pero Carlos V no tuvo un proyecto político definido, en todo caso lo tuvieron las personas de su entorno.

- ¿ Con Cisneros hubiera sido diferente?

-El problema es que no tuvieron ocasión de conocerse. Carlos V se retrasó al llegar a España y Cisneros, que agonizaba, se murió. Pero con Cisneros no hubiera habido Comunidades de Castilla, por ejemplo.

- La situación recuerda a la muerte de Prim, cuando llega Amadeo de Saboya...

-Son situaciones parecidas en cierto modo. Pero Cisneros fue regente dos veces, cubrió dos momentos de transición difícil, tras las muertes de Felipe "el Hermoso" y de Fernando "el Católico". En ambos casos tapó un vacío político peligrosísimo. Era un hombre con capacidad de estado, que supo darse cuenta de la trascendencia histórica del tiempo que estaba viviendo y evitó la ruptura de España. Garantizó la llegada de Carlos V y propició que su reinado saliera bien.

- Da la sensación que, en los últimos años, ha habido un florecimiento historiográfico, incluso social, en torno a los mitos y las memorias de la historia, ¿no cree?

-Efectivamente. La historia de España ha sido muy manipulada por infinidad de mitos, de distorsiones interesadas que fundamentalmente tienen dos caracteres: los mitos épicos, una tendencia a sublimar gestas militares y grandes héroes, y los mitos dramáticos, victimistas, sobre todo en relación con la "Leyenda negra", eso de que "España ha sido sujeto paciente de una campaña de desprestigio".

- Durante la autarquía franquista convivían ambas vertientes, esa que denunciaba el ostracismo español y la mítica, articulada a través de la retórica de "La Cruzada"...

-Exactamente, la retórica de "La Cruzada". Y efectivamente Carlos V forma parte del imaginario épico de la historia de España: "el hombre con la idea imperial que construiría una España inserta en Europa". Es la imagen clásica de un Carlos V sublimado, siempre se ha hecho una bipolaridad, que no responde a la realidad, entre un Carlos V de la proyección hacia fuera y un Felipe II de los complejos, "la España encerrada". El fracaso de la épica conduciría a la exaltación de la dramática.

- Dentro de esta visión de Carlos V, se le ha llegado a situar como antecedente del proyecto de Unión Europea...

-Sí, para (Manuel) Fernández Álvarez, era el creador de Europa, el hombre que conectaría con Carlomagno y que sería el "gran hacedor de Europa".

- ¿Hasta qué punto comparte usted esa visión?

-Es una visión, a mi juicio, excesivamente triunfalista. A él le preocupó sobre todo la dinastía, y en primer lugar la competencia que para su mandato representó su hermano Fernando.

- Otros estudiosos, como Tomás Pérez Vejo, profundizan en esta idea y hablan de España como "el imperio que quiso ser nación", ¿qué le parece este planteamiento?

-Me parece muy razonable, "el imperio que quiere ser nación, no la nación que se convierte en imperio". La identidad nacional de España posiblemente era muy frágil. En la España de los Reyes Católicos, que tanto se ha sublimado, su identidad nacional se puso en una situación límite en 1516, cuando muere Isabel "la Católica" y Fernando se casa con Germana de Foix. La nación española como tal era enormemente frágil, y fue justamente el imperio lo que a la postre acabó de dotar de identidad, de cohesión, a la nación española.

- En cambio, da la sensación que nuestra visión de la historia, al menos en un ámbito ciudadano, es heredada de la posguerra, en la que reverdecen estos mitos?

-Somos herederos de esa visión, es cierto. Es un tema interesante. Los de mi generación nos educamos en toda la mitología de la España del franquismo y los viejos mitos históricos. Toda la épica y la dramática. Lo curioso es que mi generación, antes incluso de la muerte de Franco, es justamente la generación que empieza el proceso que podemos llamar de "desmitificación", de desescombramiento de esos mitos rancios de la historia del franquismo. La ironía es que hemos dejado a la historia de España carente de iconos: nos hemos cargado los mitos y con ellos, también, todos los referentes del imaginario simbólico del nacionalismo español. Y qué ha ocurrido: pues que hemos dejado los altares vacíos. Nuestra iconoclastia ha dejado los altares absolutamente vacíos de referentes emocionales y han sido sustituidos por los nacionalismos periféricos, que han poblado de inmediato los altares de referentes épicos, y dramáticos también, pero de sus propias identidades específicas. Y entonces... No es que yo tenga nostalgia de aquellos mitos perdidos, en ningún caso. Pero sí que me suscita una cierta tristeza constatar que ahora, precisamente porque nosotros vaciamos aquellos altares, aquellos referentes emocionales, han sido poblados con un dogmatismo, una radicalidad, que ni remotamente nosotros, en su momento, podíamos imaginar.

- Esta vocación de los nacionalismos periféricos se ha puesto de manifiesto estos días, con la polémica sobre el adoctrinamiento en los libros de texto de Cataluña...

-Se ha visto claramente y, efectivamente, ese tema del adoctrinamiento es cierto. Pero lo que me sorprende es que se alarmen ahora los poderes políticos españoles con un proceso que lleva en marcha veinte años. El tema del adoctrinamiento no es un tema de ayer ni de hoy: es un tema de hace ya muchos años y es cierto que ha habido un proceso de manipulación, de adulteración, de la memoria histórica por los nacionalismos periféricos. A costa, naturalmente, de adelgazar, de raquitizar, la identidad española. De acomplejarla. Es decir, que somos víctimas de nuestro propio proceso de desmitificación.

- Vamos, que al acabar con los mitos del franquismo, casi por un efecto dominó, se han caído los iconos nacionales...

-Sí, porque al final uno de los problemas que arrastra el nacionalismo español es una ecuación falsa, reduccionista y falsa, que es: "Nacionalismo español igual a franquismo". Yo les tengo que decir a mis alumnos que España no fue inventada por el franquismo, porque ha habido, y hay, un proceso de adoctrinamiento en el mundo catalán, que es el que yo conozco, por el cual se establece esa ecuación: "franquismo igual a españolismo, Franco inventó España. Ergo nosotros, que somos antifranquistas, no queremos saber nada de España". Y se olvidan que el concepto de España es un concepto de largo recorrido. A un hombre como Manuel Azaña no creo que nadie lo pueda considerar franquista, y sin embargo Azaña fue un absoluto y total conocedor y valorizador del concepto de España. Hay una España que no tiene nada que ver con el franquismo, que tiene toda la legitimidad moral del mundo para definirse como España y que sin embargo ha sido minusvalorada, ninguneada, completamente adulterada, porque presuntamente "España" era igual a "franquismo".

- Lo que sorprende de este proceso es que la instrumentalización que el franquismo hace de la historia de España es zafia, en muchos aspectos. Una manipulación muy evidente, y de alguna manera se está tomando eso como referente, de una historia mucho más compleja...

-Creo que el problema, y es uno de los dramas de nuestro tiempo (y tiene que ver con la revolución mediática que estamos viviendo), es simplicidad / complejidad. Es decir: hemos dado unas visiones de la historia de España tan simplistas, tan maniqueas, que a la postre se han vuelto contra nosotros. La historia de España es compleja, no se puede simplificar en un tebeo, en un cómic de buenos y malos. Si lo hacemos así, estamos condenados a que en unas épocas determinadas los buenos sean unos, y en otras épocas los malos cambien de posición y se conviertan en los buenos. El reto está en superar ese maniqueísmo y asumir una realidad más compleja en la que los perfiles morales no puedan despacharse con cuatro calificativos. Y asumir que los grandes héroes tienen sus sombras, y sus luces, por supuesto. Pero no podemos convertir la historia en un vaivén de reemplazo permanente de iconos. Que es lo que nos está pasando con los callejeros. Unos están esperando a que lleguen al poder los suyos para que se produzca el reemplazo de referentes.

- ¿Tendemos a simplificar el debate de la memoria histórica? Quiero decir que no hay esa reflexión, se tiende a simplificar y se focaliza en cuestiones como sacar a Franco del Valle de los Caídos...

-En ese tema concreto de Franco y el Valle de los Caídos a mí lo que me sorprende es que nadie se acuerde ahora de José Antonio Primo de Rivera. Todo el tema está en "Franco sí, Franco no", cuando resulta que la gente tiene que saber que hay dos tumbas, una al lado de la otra. Me parece que es fruto de la enorme ignorancia en la que nos movemos. Ahora todo se identifica con la figura de Franco. Pero no tiene sentido quitar la de Franco y dejar allí la de José Antonio, independientemente de la posición que uno adopte en la polémica.

- Por fin se ha convertido en "el ausente"...

-"El ausente", efectivamente, el ausente incluso del debate (risas). Me gusta. Ni siquiera sale su nombre.

- En relación con estos debates sobre la historia, ¿quizás tenemos una hipertrofia de estudios sobre la Guerra Civil y el Franquismo, a costa de descuidar otras épocas?

-En el ámbito académico hay un fenómeno interesante de análisis: ha habido una hipertrofia de la historia reciente. No sólo de la historia contemporánea respecto a la moderna o la medieval, sino que incluso entre los investigadores en historia contemporánea hoy día ya se considera el siglo XIX como algo completamente antiguo. Sólo interesa la historia reciente: República, Guerra Civil y Franquismo.

- Una figura clave en estos estudios fue Hugh Thomas, recientemente fallecido...

-Un hombre fundamental, yo lo conocí mucho. Fue un hombre clave en la relectura liberal de la Guerra Civil. Los historiadores anglosajones de esa generación son historiadores que abordaron un tema que en los años sesenta era un tema maldito, intocable. Ellos lo abordaron y lo hicieron con capacidad de distanciamiento, con la mirada lejana del hispanista que no está involucrado emocionalmente en una determinada problemática. Y en el caso de Thomas, aparte de esa mirada del hispanista, está la mirada liberal, en el sentido de que él era tan crítico con los comunistas como con los franquistas. Thomas no era militante más que de la libertad de opinión, o de la libertad de conciencia.

- Otro hispanista, Archer M. Huntington, también está de actualidad por el premio "Princesa de Asturias" de Cooperación Internacional a la Hispanic Society of America, que él fundó...

-En el tema del hispanismo siempre me ha llamado una cuestión: por qué España se ha convertido en sujeto paciente de la atención de los historiadores o de los filólogos extranjeros y por qué no existe un italianismo o un francesismo. Por qué España ha despertado esa mirada paternalista, porque detrás del hispanismo hay un punto de paternalismo que ya arranca en la Guerra de la Independencia. El punto de partida que supone identificarse emocionalmente con la sociedad española, pero en contra de sus políticos. El último eslabón de esa cadena emocional es la Guerra Civil, que suscita una simpatía exterior que se refleja en el mundo anglosajón y en el francés: el de "la pobre España", "España nos necesita".

- ¿No aprecia también un punto de fascinación?

-Sí, pero es una fascinación que tiene un componente paternalista, la fascinación por "la pobre España" y la crítica enorme por esa España dominada por sus políticos. No hay que olvidar que cuando Napoleón invade España, usa un discurso regeneracionista...

- La pena es que nuestros políticos parecen empeñados en darles la razón.

-¡Sí, exactamente! (risas). Al final la conclusión que se saca es que los políticos le acaban dando la razón a ese paternalismo.

- ¿Qué opinión le merece una serie como "El Ministerio del Tiempo"?

-Me parece muy positiva, una de las series más inteligentes que se han hecho en la televisión española. Y lo veo a través de mis propios alumnos: he constatado la admiración, la fascinación, de mis alumnos más inteligentes, que son seguidores vocacionales de "El Ministerio del Tiempo". Me hace pensar que efectivamente supone una especie de ocasión para una reeducación en historia de la gente joven, de las generaciones más jóvenes. Ése sería mi sueño.

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