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MIGUEL TREVÍN | Hotelero

"Del Instituto de La Calzada quedamos pocos vivos; fue una generación terrible"

"El primer día que me dejaron usar la bici en Gijón atropellaron a mi abuelo y tuve que dejarla; al mes exacto murió mi padre de un cáncer de garganta"

Miguel Trevín Lombán, en La Calzada (Gijón). JUAN PLAZA

-Nací en 1959 en Piedras Blancas, pero viví en Salinas. Mi padre tenía un GMC, un camión de General Motors de la II Guerra Mundial, bueno para todo, y andaba por donde había obra, entonces Ensidesa.

- ¿Cómo era su casa?

-Guapa, de pueblo, planta baja, pozo de agua, gallinero, sauce y prado grande. Allí crecí junto a Antonio, tres años mayor. Allí fui muy feliz, entre verde y árboles, en bici con el hijo del cartero, jugando en los prados.

- Su padre, Antonio Trevín.

-Era de A Ponte Nova (Lugo). Él y su hermano tenían la línea que hacía Vegadeo, La Garganta, los Oscos, Fonsagrada. Los que conducían entonces eran como pilotos. Mi madre vio a aquel paisano y dijo pa mí. Murió de cáncer de garganta cuando yo tenía 12 años. Ya vivíamos en Gijón, vino por Uninsa.

- ¿Cómo era?

-Gracioso, ingenioso, trabajador, rizoso, delgado, de amigos, nadador. Los Trevín somos coñeros. Cuando me junto con mis primos de Vegadeo somos difíciles de aguantar.

- Su madre, Carlota Lombán.

-De Santa Eulalia, seria, muy trabajadora y preocupada de que estudiáramos. Leía, le gustaba el teatro y cuando cerró la tienda disfrutó. Le gustaba hablar y fue especialmente querida porque la recuerdan como muy buena persona. Era digna hija de su padre, "Toñín del Tombo", herrero.

- ¿Su abuelo es importante para usted?

-Mucho. Cuando mi padre enfermó, mis abuelos vinieron a ayudar a mi madre, que había puesto una librería quiosco en Nuevo Jove. Yendo hacia allí, a mi abuelo lo pilla un 850 y se muere. Al mes, el mismo día, murió mi padre. Toñín era de su época y de los Oscos, culto, lindaba las vacas leyendo. Era del partido de Azaña. Era amigo de Luciano Castañón. Cuando vino a Gijón trajo para el Pueblo de Asturias un mazo y un telar que sabía hacer funcionar. Llevaba boina vasca, porque venimos de emigrados por el hierro. Tocó el fútbol, fue a París, mil veces a Madrid...

- ¿Sus padres eran cariñosos?

-No éramos de grandes gestos de cariño, pero al final, sí. Nunca tuve Cinexín, ni Scalextric, pero jugué con indios y vaqueros.

- ¿Qué tal se lleva con su hermano?

-Muy bien. Siempre nos defendimos lo que pudimos y nos quisimos mucho. Incluso nos respetamos en política. Somos muy distintos, pero eso nunca fue problema. Mi cuñada María Eugenia, "Maru", siempre fue muy buena. Mi madre no estaba de acuerdo con la relación porque eran muy jóvenes. Antonio me la presentó en Oviedo, la acompañé a Gijón y cuando mi madre me preguntó si la conocía le dije que mucho y que era estupenda. Acerté.

- Primeros recuerdos de Gijón.

-Pasé de la libertad a estar acogotado. Sólo estaban asfaltadas las calles Brasil y Argentina. El primer día que me dejaron salir en bici, por las buenas notas, fue cuando atropellaron a mi abuelo. A mi madre le dijeron "accidente, accidente" y creyó que era yo. Tuve que dejar la bici.

- ¿Qué tal estudiante fue?

-De aprobar. En Gijón inauguré la Primo de Rivera de La Calzada y al año pasé al Instituto de La Calzada, de los hermanos de La Salle. En mi clase había compañeros brillantes y salieron profesionales buenos. Del instituto de mi época quedan pocos vivos porque fue una generación terrible. A partir de cuarto, la clase fue mixta: dos hileras de chicas juntas delante y cuatro de chicos, detrás.

- ¿Cómo reaccionaron?

-Estuvimos asustados de aquellos seres extraños a los que no entendíamos nada. En quinto, nos sentaron por apellidos y tuve compañera de pupitre. El cura Bardales me daba Religión y me hacía bromas con ella.

- ¿Cómo era usted?

-Siempre me gustó la gente. En sexto hubo follón en la Universidad y con la selectividad, y en el instituto se pusieron muy duros. Me expulsaron 15 días. No había hecho nada. Elvira Muñiz, la directora, nos echó a Vicente Ríos, hoy médico, y a mí. Antonio fue a ver a Elvira, que era un desastre de despiste, y dijo que yo era malísimo. Mi tutora le aclaró que el malo era otro. Mi hermano se quejó de la expulsión grave y por error y Elvira lo echó.

- ¿Andaba en política?

-Empezaba a ir a manifestaciones. Mi madre me mandó interno a Valladolid, al colegio más pijo de La Salle, Nuestra Señora de Lourdes, en el paseo de Zorrilla, donde estudiaban los hijos de Miguel Delibes. Entonces inicié mi acercamiento a las chicas.

- ¿Qué tal llevó estar interno?

-Muy bien. Éramos tres asturianos. Hice amigos. Los curas no eran demasiado intransigentes, aunque sí duros académicamente. A la semana de llegar me castigaron a dormir con los pequeños porque en las habitaciones individuales sólo podías estar con otro haciendo los deberes. En la mía había siete.

- 1975: Fachadolid.

-Las manifestaciones de Gijón eran de tú a tú con la Policía. Allí era un salto y a correr.

- ¿Cómo se acercó a la política?

-Mi madre y mi abuelo eran de izquierdas. Mi padre era apolítico. Yo con 15 años andaba con los del Partido Comunista-Marxista Leninista (PC-ML) cercano al FRAP. Tenía amigos en el MC, en Bandera Roja y en la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y en la Juventud Estudiante Católica (JEC). En una celebración del 27 de septiembre los del ML tiraron cócteles molotov. Me salí de la mani. Cayó casi todo el partido. Pasé a ver a un par de amigos curas, Manolo y Nacho, gente absolutamente buena que me escondió en la parroquia durante un día. Manolo dejó la Iglesia y tuvo turismo rural. Nacho sigue, pero siempre tuvo novia y sigue teniéndola.

- ¿Nunca le detuvieron?

-Corría mucho. Un gris que no me podía coger me perseguía llamándome "hijoputa".

- Quería estudiar Psicología en Madrid.

-Sí, pero era un año complicado, no daban traslados universitarios y entré en Magisterio. Empezó Bueno con Psicología en Gijón y yo iba a sus clases. Acabé Magisterio en 4 años. En León rematé dos asignaturas.

- Vino a vivir a Oviedo en la carrera.

-En tercer curso a un piso patera de estudiantes en la Tenderina. Dos chicas acabaron en la potente comuna hippy de Foxo, en Grandas de Salime, pasando hambre y frío tremendos.

- Progresía a tope. ¿Tenía novia?

-Era un poco pendón. Tuve noviucas de la época, con falda india, zapato bajo y pelo rizado o melena larga, algunas muy guapas. A principios de los 80, Magisterio lleva la bandera de los Indios Metropolitanos, anarquistas, copia de algo italiano. En Magisterio los primeros representantes de los alumnos fuimos Avelino Cárcaba, montañero importante, y yo. Yo era el moderado del extremo.

- ¿Porros?

-Hachís a tope. Fui a los dos primeros festivales de música celta de Santa María Marta de Ortiguera. El cura era primo de mi madre y le tuve cariño. Firmé para pedir una playa nudista y llamó a mi madre para quejarse.

- ¿Dio para risa esa época?

-Sí, fue muy vital. Un verano fui con dos amigos, 18 años y 5.000 pesetas, a Francia, al encuentro ecuménico de Taizé, una ciudad de tiendas de campaña. Yo seguí a dedo hasta Amsterdam. Durmiendo en un banco de París me recogió un peruano porque llevaba una cosa de lana andina y creyó que era compatriota. "Te van a matar", dijo y me llevó a su casa. Vivía de cuidar hámsters para un laboratorio. Me enseñó a colarme en el metro entre pandillas de negros.

- ¿Qué le gustó más?

-Me impresionó Avignon y su festival de teatro. Fui y soy muy curioso. Me trajo en cochazo un burgués catalán que venía de comprar a su hijo un mono de motorista que le costó 500.000 pesetas. Recorrí Levante y volví para casa. Llegué para el día de la Cultura.

- Trabajó en hostelería.

-Sí, en El Llar, en el Oviedo antiguo, mientras hacía un año en Psicología y acabé Magisterio en León. Vi que podía vivir de mi trabajo, tenía una novia estupenda, andaba con Teresa Meana, María José Olay, Luis Antonio Suárez..., la pandilla que luego creó La Santa Sebe. Empezaba la movida. Comprábamos calzado en una zapatería antigua de la Felguera, pintábamos pantalones, aprovechábamos liquidaciones. Yo era el más duro: cuero y bota campera. Me fui a Madrid.

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