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Una clase de valientes frente al acosador

El método para erradicar el "bullying", según Andrés González Bellido, cuyas ideas ya están aplicando cientos de centros educativos en España

Una clase de valientes frente al acosador

En un mundo de estadísticas, de números y comparativas, de rankings y evaluaciones, nadie se atreve a dar cifras terminantes sobre el acoso escolar en España. Cuando se aportan, se relativizan porque todos coinciden en que el acoso en el entorno académico tiene, como ocurre con la violencia de género, un "componente iceberg": vemos lo que aflora, pero tan sólo intuimos lo que hay debajo.

¿Por qué se acosa? Los pedagogos saben que las causas son variadas. Casi siempre concurren varias a la hora de consolidar una situación de violencia sistemática contra un compañero de clase pero, como punto de partida, la inmensa mayoría de los actos de acoso se produce con espectadores. En la microcultura del grupo, acosar refuerza roles, y al acosado se le acaba exhibiendo como un botín.

Un botín de guerra, de superioridad, de marca del territorio. Son conceptos antropológicos que en alguna medida se han venido reproduciendo desde hace cientos de miles de años. Nada del comportamiento humano es nuevo.

Andrés González Bellido es catedrático de Psicología y Pedagogía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Licenciado en Magisterio y Psicología, lleva 25 años en el mundo de la educación, es una de las principales referencias del "bullying" en el país y coordinador nacional del programa TEI ("Tutorías entre Iguales") para prevenir, identificar y solucionar situaciones de acoso. Lo siguen 800 centros educativos de toda España desde 2003 con resultados muy positivos. Bellido estuvo en Asturias días atrás para realizar un seguimiento del programa en algunos de los colegios asturianos donde se está llevando a cabo la experiencia docente.

Asturias está a la cabeza del país en casos de acoso escolar. No es que aquí haya más acosadores, sino que muy probablemente el sistema responde mejor y con más visibilidad a las agresiones. En general hay coincidencia en calcular que uno de cada cuatro escolares sufre algún tipo de acoso a lo largo de su vida académica. Pero González Bellido pone el acento en otra estadística que se da por buena: en torno al 16% de los alumnos que padecen acoso escolar no lo transmiten y generan estrategias para mantener oculta su situación.

"El problema añadido es que se ha comprobado que el 95% de las personas que sufren acoso de alta intensidad están dentro de esa franja del 16% que se lo callan". Es el caldo de cultivo perfecto para un desenlace dramático.

Carlos, 14 años, acosa a Juan, de 13 años. Clase de segundo curso de la ESO. La fórmula o maneras utilizadas por Carlos para sistematizar el acoso importan poco. "Los expertos han identificado 70 conductas que hacen daño", del ninguneo a la colleja, del insulto al hurto del bocadillo.

La situación de acoso tiene protagonistas: el que lo perpetra, el que lo sufre, el que lo jalea y el que lo contempla.

El acosador necesita visibilidad. Se cree que "ser acosador es guay porque encuentra una 'cla' que aplaude y unos espectadores que nunca dicen nada". Callar es una forma de asentir. Sin visibilidad el acoso pierde para muchos todo su sentido. Hay una minoría, sin embargo, que no requiere espectadores, y en ella se esconde un doble peligro. "Pueden existir determinadas patologías que expliquen un comportamiento así, pero la experiencia nos dice que casi nadie hace daño por el mero hecho de hacerlo. El acosador necesita aumentar su nivel de autoestima, y muchas veces ni siquiera piensa si está haciendo daño. Cuando les preguntas por qué lo hacen, las respuestas suelen ser del tipo de 'lo hemos hecho siempre', 'es algo que no tiene importancia' o 'lo hago porque es mi amigo', lo cual llama la atención", explica el pedagogo y orientador Andrés González Bellido.

El acosado trata inicialmente de solucionar el problema por su cuenta. "Ser víctima conlleva una autopercepción de debilidad y todos tendemos a ocultar esas debilidades". Entra en juego el concepto de culpabilidad de la propia víctima, reforzada si es el acosado quien al final abandona el centro escolar donde se quedan muy guapamente los acosadores. "Y muchos chicos se van de su centro educativo pensando que ellos son los raros, los diferentes. Como punto de partida hay que asumir que jamás la culpa la tiene la víctima", señala Bellido.

"Tutorías entre Iguales": el programa se inicia en Infantil y acaba en Bachillerato y FP. Cada alumno tiene un tutor, un compañero que le supera en dos años y que, por tanto, está matriculado en un curso superior. En Infantil las tutorías se reducen -y no es poco- al concepto de ayuda. En Primaria los objetivos ya son más ambiciosos.

Un alumno de tercero de Primaria, por ejemplo, tendrá un tutor de quinto de Primaria. Los profesores elevan una propuesta de elección de "parejas". Y todo alumno tiene la obligación de ejercer su tutoría, al menos durante el primer mes. "En realidad, los cambios son mínimos". Los dos alumnos quedan dos veces a la semana, "muchas veces sólo para un qué tal te va". Hay un baremo de vulnerabilidad, de 1 a 3 o, lo que es lo mismo, de poco vulnerable a riesgo alto. Un alumno con baremo 3 debería contar con un alumno tutor de baremo 1.

"El sistema hace que todos los alumnos de un centro educativo pasen por la experiencia de ser tutores y de ser tutorizados. El sistema funciona porque una estadística reciente en el País Vasco nos dice que las víctimas de acoso escolar que deciden denunciarlo lo hacen en un 60% a sus compañeros, y sólo en un 14% a su familia y en un 10% a los profesores. El menos próximo de los tres estamentos es el profesorado; es una cuestión de confianza".

Frente a una situación de acoso, la víctima se lo comenta a su tutor, que es el encargado de hablar con el acosador. Lo hace desde la perspectiva de ser mayor y estar en un curso superior, lo que le da cierta ventaja. Seis de cada diez casos de acoso se bloquean con esta primera iniciativa.

Si las cosas no son tan fáciles, el tutor de la víctima se pone en contacto con el tutor del acosador (que también lo tiene, como todos los alumnos del centro). Y el chaval que insulta, pega o descalifica ya se encuentra con fuego cruzado, dicho en el mejor sentido del término. Si fuera necesario -y casi nunca lo es- interviene el profesor coordinador del programa, que tiene en su mano poner en marcha el mecanismo de régimen disciplinario.

En Secundaria los alumnos de tercero de la ESO son tutores de los de primero. Es una etapa complicada, de cambios adolescentes, de necesidad de reafirmación. Asegura González Bellido que "entre los preadolescentes el primer criterio es su pertenencia al grupo. Un alumno de esas edades es casi capaz de cualquier cosa con tal de no ser excluido de él. Es en el seno del grupo donde se rompen límites. Un chaval no comienza a fumar o a beber alcohol en solitario".

Son edades en las que, además, se producen vínculos personales muy positivos. "Hay mucho chico de pongamos 13 años que presume de compañera tutora de 15. Y en ocasiones hemos comprobado que mantienen relación personal años después de su paso por el colegio".

La filosofía es convertir a los alumnos en auténticos protagonistas de la lucha contra el acoso. Y el objetivo es que "el alumnado tenga plena constancia de que alguien en clase está haciendo daño con intención de hacerlo. Cuando se da esto, la clase acaba posicionándose del lado del acosado. Un 'oye, que te estás pasando' de un compañero es mucho más eficaz que la bronca de un profesor", explica el psicólogo. No es cuestión de encontrar un valiente en clase "sino que sea una clase de valientes".

Hay que arropar a las víctimas, por supuesto, pero en ocasiones una mirada del resto del grupo ante una situación de acoso deja al agresor sin argumentos, desnudo y hasta en ridículo. Un "cuatrojos" o una "vacagorda" que generen silencio entre los demás quedan desactivados a las primeras de cambio. "Los espectadores no pueden ser pasivos porque si lo son están alimentando las conductas de los acosadores".

Hay que intervenir sobre las conductas, no sobre las personas. Hace falta identificar las conductas que hacen daño, enviar un mensaje claro de que no se pueden permitir conductas de este tipo. Al final, si se interviene públicamente sobre el acosador lo que se consigue es reforzarlo en relación con el grupo. "Lo mejor es decir: ha sucedido esto a este alumno, se le ha hecho un gran daño, que ese daño no vuelva a sufrirlo ningún otro. Y después sí, al acosador se le lleva al despacho y se le dice: fulanito, tío, esto no puede ser".

¿Cuál es el mejor desenlace posible a un caso de "bullying"? Responde Andrés González Bellido: "Lo adecuado es que la solución se dé dentro del entorno educativo, y que tanto el acosador como el acosado se queden en el centro escolar. Lo que no vale es la solución fácil de decirle a la víctima que se vaya a otro sitio. La víctima tiene un problema pero el que acosa también lo tiene y hay que intervenir sobre los dos".

Bellido cree que externalizar el problema "es una equivocación total". Es un mensaje para los padres, cuyo primer impulso es entrar en el colegio como un elefante en una cacharrería. "Cuando el padre o la madre dicen eso de 'esto lo arreglo yo' no están haciendo ningún favor a su hijo, que es el que tiene que volver al día siguiente a clase". El maestro y pedagogo tampoco cree que la visibilización de un problema de este tipo en los medios de comunicación sea favorable a los intereses del niño, sobre todo si acudir a los medios se hace antes de agotar todas las vías de resolución del problema en el centro educativo.

Cuidado con los mensajes familiares. "Si tu hijo llega a casa y te dice que un compañero le agrede, y lo que escucha del padre es la típica frase de 'pues te vuelves y le das el doble', lo normal es que ese niño que te está pidiendo auxilio llegue a la conclusión de que sus padres no entienden nada, y acabará callándose la boca. Es una típica situación de presuicidio".

Activar a los compañeros contra el acoso tiene un añadido. "Desde una perspectiva egoísta los chavales comprueban que los niveles de satisfacción que produce el ayudar son incluso mayores que los que se tienen al ser ayudado. Yo opino que la bondad se enseña". González Bellido cree en un alumnado protagonista en su toma de decisiones "y a la hora de asumir compromisos. Cuando aprueba o suspende el alumno tiene que asumir que la primera persona que ha fallado es él. Es el responsable de esos resultados y todos los demás somos personas que estamos cerca para poder ayudarle. En esas condiciones es asombroso ver cómo crecen".

En Gijón hay más de cuarenta centros que siguen el programa TEI. Bellido va más allá: "Hay que crear una red de ciudades TEI. Funcionan ya en poblaciones como Ibi, Masnou o Benidorm, En Ibi el Ayuntamiento homenajea cada año a todos los escolares tutores".

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