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LUIS TOYOS | Ingeniero de Minas, exdirector de Radio Asturias

"Mi padre murió cuando yo tenía 11 años y desapareció la seguridad que daba"

"Mi familia era de derechas y católica y yo sigo siendo las dos cosas"

Luis Toyos, asomado al balcón de la emisora en la calle Asturias de Oviedo. MIKI LÓPEZ

-Soy ovetense de 1945. Nací en la travesía de Víctor Chávarri (hoy Alfonso III el Magno), segundo de cuatro hermanos, el mayor de los varones. Mi padre era perito industrial, jefe de laboratorio en la fábrica de gas de Hidroeléctrica del Cantábrico y director de Radio Asturias.

- ¿Qué recuerdos guarda de su relación?

-Muy buenos. Trabajaba muchísimo. Comía en casa pero llegaba a las 10 de la noche todos los días. Las Navidades eran de mucho cariño y reyes generosos. Antes los padres eran más severos que ahora.

- ¿Eso vale para su madre?

-Exigía mucho pero ayudaba mucho. Era muy entregada, sacrificada y con la pasión de que estudiáramos. Mi hermana avanzó mucho en Derecho y lo dejó. Dos somos ingenieros de Minas y uno biólogo.

- Quedó viuda joven.

-Mis padres se hicieron novios en 1933 y, como a tantas parejas, la guerra les retrasó la edad de casarse. Quedó con cuatro hijos, la mayor adolescente y el pequeño con 7.

- ¿Cómo era?

-Se llamaba Susana y era hija de un militar que fue a la guerra de África y se casó con una gaditana, que murió cuando mi madre tenía 7 años. A los 14 vino a Oviedo.

- Usted aprendió piano de niño.

-En casa había atención a la música. Mi padre había tocado algo el violonchelo. A los dos años pedí a mi madre que me pusiera junto a la radio porque me gustaba la música y en seguida canturreaba con mi media lengua. A los 6 años empecé solfeo y piano.

- ¿Dónde?

-Hasta los 8 hice párvulos en las Dominicas, donde estudiaba mi hermana. Allí tenían una planta dedicada a la música con cinco o seis pianos. Te examinabas por libre en el Conservatorio. Hice todo el solfeo, que acabé a los 9 años, y hasta quinto de piano.

- ¿Por qué lo dejó?

-Cuanto más avanzas en piano más dedicación te exige. A esa altura necesitas entre tres y cinco horas diarias. Hacía quinto de Bachiller, que también exigía estudiar, y estaba en la adolescencia, que pide disfrutar. Lo dejé y lo ahora lo siento.

- Sonaba la radio en su casa

-Siempre. Mi padre era un enamorado. La emisora funcionaba con lámparas carísimas y cuando cambiaba una me decía: "¿Notas la diferencia, cómo suena ahora?". De niño nunca noté que tener una emisora era diferente, infrecuente. Me enteré luego.

- ¿Cómo era la relación entre hermanos?

-Muy animada. También vivíamos con nuestro abuelo materno, que sobrevivió a mi padre cinco años. Fue una presencia muy importante. Tras mi padre, fue la figura masculina, lo quise mucho. Lo asistí al final en la agonía de una trombosis que se lo llevó en dos días.

- Cuente.

-Maximiliano era muy fuerte, alto, serio y honrado, un militar clásico. Tenía manos como palas y, poco antes de morir, echábamos pulsos, yo en la fuerza de los 16 y él mayor, y me ganaba. Me enseñó a respetar a las mujeres, desde niñas. Me quedó grabado con 5 años porque quedé con ganas de dar un bofetón. Llevaba la disciplina de horario.

- ¿Contaba batallas?

-Claro, y además entonces se escuchaba aunque se repitiera. Libró de morir en África. Cogió el tifus por beber agua contaminada, quedó en el hospitalillo, su compañía salió de un fuerte a otro y los moros de dentro y de fuera se sublevaron y los mataron a todos.

- ¿Su familia era de derechas y católica?

-Todos. Yo lo sigo siendo. Los domingos íbamos a misa de 12 a la Catedral y a tomar el vermú al café Cervantes, donde había un piano de cola en una entreplanta y caí dos veces de cara en quince días. Cuando cerró, íbamos al Riesgo y al Cobalto, frente al Vasco, luego restaurante Cervantes.

- ¿De qué murió su padre?

-De un derrame cerebral masivo, en diez minutos de la mañana de un domingo. Yo estaba jugado al futbolín en la sala de Acción Católica del colegio Auseva, donde había pimpón y billar. Vi por la ventana un revuelo de frailes y a un vecino mío. Supe que había pasado algo malo. El vecino dijo que mi padre estaba grave, pero ya me hice la composición. La vuelta con el vecino me quedó grabada. Yo iba impresionado, sin nervios.

- ¿Y luego?

-No me dejaron ver a mi padre. La casa ya estaba llena.

- ¿Qué cambió entonces?

-La seguridad que te da un padre desaparece. Entonces la viudedad no era lo mismo que ahora. Tampoco económicamente.

- ¿Quedaron desasistidos?

-No, pero la pensión era baja. Mi madre hizo lo imposible para que no nos enteráramos. No se notó en las comidas y los cuatro seguimos en colegios de pago, pero no sabes qué será de ti el año que viene. Los estudios no eran baratos entonces. Dejó de haber personas de servicio en casa y el veraneo pasó a ser de los lujos que no se podían.

- ¿Qué estudiante era usted?

-De matrícula de honor. La orfandad me afectó. Bajé de cinco matrículas y el resto sobresalientes a una matrícula y sobresalientes. Luego subí; luego vino la adolescencia.

- ¿Qué sentía entonces?

-Al principio, tristeza: sabes que no va a volver pero esperas y deseas que tu padre aparezca por la puerta. La orfandad tenía un relato social entonces, por la guerra y la literatura. Como huérfano te queda la sensación de orfandad. Tengo dos hijas y me obsesionaba que acabaran las carreras antes de que me pasara algo.

- ¿Te preocupas de cosas que no te preocuparías?

-No puedes estar fuera de bolos. En casa los hijos se dividieron en mayores y pequeños. Por edad, estaba más cerca de los pequeños, pero como varón era de los mayores.

- Su adolescencia.

-Tuve una infancia muy buena y una adolescencia relativamente mala. A la orfandad sumé los cambios de la edad.

- ¿Afectó a sus estudios?

-No, saqué bien las dos reválidas.

- ¿Desobedecía en casa?

-No, pero quería salir. Tenía amigos del colegio y de la calle que me dejaron buenos recuerdos: Armando Fidalgo, Álvaro Ruiz de la Peña, Francisco Díaz, Toño Mazón, Luis García, que murió joven en Argelia; Pepe González, Pepe Hevia. Íbamos por la vía del tren a jugar al fútbol en prados cerca del Orfanato Minero... a Lugones, a Colloto, al Naranco. No era del Carmelo, pero entraba. Veía cine en los Maristas y en las matinales de domingo del cine Santa Cruz, programa doble y todo críos, y las del cine Principado, que tenía arriba entradas muy baratas.

- ¿Por qué estudio Ingeniería de Minas?

-Armando Fidalgo era hijo de un perito industrial y vecino mío. Mi padre me puso por Reyes una estación radiotransmisora que teóricamente debía oírse. Tiramos un cable de mi casa a la suya sin tener claro nada, ni la resistencia del cable. Pero nos comunicábamos por morse con bombillas. Me habría gustado hacer Telecomunicaciones, pero se estudiaba en Madrid. Hice Minas y me siento minero, aunque no lo haya sido, y Santa Bárbara es mi patrona, pero de las cuatro especialidades escogí Energía y Combustibles, que no hacía casi nadie. Hoy es la que más estudiantes tiene.

- ¿Qué tal hizo la carrera?

-Fui de los sacrificados, porque cambiamos de plan y nos costó algún año. Empecé en 1962 y acabé en 1971. Era durísima, quizá porque era una escuela nueva y querían hacerse fama. Los suspensos de Oviedo eran número uno en Madrid.

- ¿Daba tiempo a conocer chicas?

-El sitio era el paseo de los Álamos y a través de las pandillas de amigos. Los guateques los organizaban ellas. Como estudiábamos todo el día, ligábamos en verano y en Santa Bárbara, las fiestas de la Escuela, en la primera semana de diciembre, que nos apañábamos para que durara hasta después de Reyes. Tengo un grato recuerdo de la carrera, de los viajes de estudios del ecuador y de fin de carrera, para el que vendimos pinos en el Fontán, con Mateu Cerezo, hijo del gobernador civil, que pasamos casi un mes en Hungría, Polonia, Austria, París por dos perronas y con alguna ayuda de las embajadas mineras del Este. Recuerdo muy bien a Luis y Pepe Tejuca, a Miguel San Pedro, Eduardo Brime y Domingo Nevot.

Segunda entrega, mañana, lunes:

"No quería dejar la radio antes de superar la crisis y la crisis casi me supera a mí"

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