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Barrer para casa

"Sin la esencia religiosa, Covadonga puede reducirse a un parque temático"

"Somos cristianos vergonzantes, hace falta arriesgar para que nuestro compromiso de fe sea visible y no se quede en la misa del domingo; sin la dimensión pública de esa fe renunciamos al mensaje cristiano"

Adolfo Mariño, junto a la reproducción de la Santina en la iglesia de San José, en Gijón. JUAN PLAZA

- ¿Se va destinado a Covadonga con qué grado de entusiasmo?

-Voy de abad a un santuario que es el pulmón de nuestra diócesis. Claro que acepto el nuevo destino con entusiasmo, pero no ha sido fácil aceptar. Me costó un mes y recé mucho.

- ¿Y lo pensó mucho?

-El que reza, piensa. No acepto la nueva responsabilidad con resignación porque, entre otras cosas, no tengo madera de mártir. El obispo me lo propuso y nadie me obligó.

Adolfo Mariño Gutiérrez, 63 años, avilesino, fue nombrado días atrás nuevo abad de Covadonga en sustitución de Juan José Tuñón. Proviene de la parroquia de San José, en Gijón, donde ha pasado como párroco los últimos catorce años. Antes, otras dos décadas en Oviedo, en la parroquia de San Pedro de los Arcos, encargándose del trabajo pastoral en el barrio de Vallobín y de la puesta en marcha de la nueva parroquia de San Melchor de Quirós, en el barrio de La Florida. Fue arcipreste de Oviedo y de Gijón y lleva siete años ejerciendo de vicario de Gijón y la zona de Oriente.

- Abad de Covadonga. Seamos claros: muchos compañeros le envidian profundamente.

-La abadía no la entiendo como un privilegio. Lo entiendo como un servicio, tan importante como el que se puede llevar a cabo en la parroquia más apartada de Asturias. Soy consciente de que el nombramiento sorprendió. A unos gustó, muchos me felicitaron, y supongo que otros pensarán que yo no soy la persona adecuada. Y creo que tienen razón (risas).

- ¿Éste es un nombramiento como para que le tiemblen las piernas?

-Parto de la base de que un sacerdote tiene que estar disponible siempre. Acepté y estoy en paz, hice lo que tenía que hacer porque en su día acepté la promesa de la obediencia. No pedí este destino, no lo busqué y no tengo miedo, pero sí dudas sobre si voy a ser capaz de responder a lo que me solicitan.

- ¿Deja mucho atrás?

-Muchísimo. Las mudanzas siempre cuestan trabajo, son como un zarpazo que a la larga enriquece. Estás cómodo en un destino y de repente es como empezar de nuevo. Las mudanzas ayudan, pero es verdad que vas dejando un poco de tu vida. El corazón funciona a ritmos distintos de lo que uno a veces quiere.

- Catorce años en Gijón.

-Catorce años hermosos. Me encontré una comunidad maravillosa, fraguada a través del trabajo de tres párrocos impresionantes. Don Segundo, que vio levantar la iglesia en 1954; don Carlos, un religioso muy vinculado a la Acción Católica, y, por supuesto, José Luis Martínez. Conviví con él ocho años y aprendí muchísimo. Para esta parroquia José Luis fue un icono, pero para mí fue un padre y un hermano.

- Si tuviera que presentarse ante la feligresía de Covadonga...

-Les diría que vengo de una familia trabajadora, modesta y honesta. Mi padre, Alberto, era ebanista. Murió joven, a los 57 años; mi madre, Paz, falleció a los 79, hace ahora catorce años. Tengo dos hermanos y muchos sobrinos. Nací en Avilés, pero soy gente de pueblo. Y de la parroquia de Sabugo por los cuatro costados. Estudié Filosofía en la Universidad de Oviedo dos cursos hasta que me di cuenta de que aquello no era lo mío. Entré en el Seminario ya con 20 años y mi primer destino fue rural, Pesoz, Grandas de Salime y parte de los Oscos. Aquella experiencia me vino muy bien para convencerme de que por encima de saberes están las personas, y que la clave está en escuchar.

- Escuchamos mal.

-Mal y poco, apenas nos detenemos ante las personas. Escuchar es la mejor hoja de ruta. Y aceptar a la gente tal como es, no como nosotros queremos que sea. Con esa actitud me voy a Covadonga.

- Escuchar según qué cosas es duro.

-Cuando te vienen personas a confesar y tantas dificultades de la vida, tantas dudas, uno se siente un privilegiado, pero también interrogado con una pregunta inevitable: ¿cómo es posible que sucedan estas cosas?

- La muerte de un niño, por ejemplo.

-Me tocó vivir esa situación. Son muertes que no interrogan sólo al sacerdote, sino a todos. Y yo no tengo respuestas a eso. La respuesta es estar ahí, junto a la familia que sufre, muchas veces en silencio para no cometer el error de utilizar palabras que puedan convertirse en ofensas. Ese silencio dice "yo estoy junto a ti". No sé hacer otra cosa.

- ¿Se llora en el confesionario?

-La última vez hace apenas dos semanas. Claro que se llora. A veces son lágrimas de impotencia porque la confesión es un encuentro con el Dios del perdón y la misericordia, pero no puede ser un consultorio psicológico. Y en otras ocasiones son lágrimas de consuelo, cuando tienes delante de ti alguien que ha tocado fondo, que lo ha perdido todo, pero que quiere salir adelante. Ahí debe estar siempre la Iglesia. Acompañando.

- ¿Quién acompaña al sacerdote?

-Ésta es una vida muy intensa en lo emocional, con la obligación de estar muy en primera línea en momentos importantes de la vida de la gente que busca tu ayuda. Y hay que mantener el tipo. No somos superhombres ni versos sueltos, tenemos nuestras debilidades y nuestras frustraciones, y claro que nosotros también necesitamos acompañamiento. Por fortuna, lo encontré siempre en mi labor parroquial y tengo la suerte de formar parte de una familia en la que nos educaron con libertad de pensamiento, que cada cual tiene su propia ideología pero que nos llevamos muy, muy bien. Somos una piña.

- Estoy seguro de que el Arzobispo no le pidió que lidere una revolución en Covadonga.

-En el santuario hay una sucesión de siglos de abades y cada cual ha dejado su impronta. Soy deudor de los anteriores y todos nosotros somos eslabones de una misma cadena. Conozco a Juan José Tuñón, somos amigos y además del mismo curso.

- Covadonga es el santuario de santuarios, dice su antecesor en el cargo.

-Y lo suscribo. Es punto de referencia de todos los asturianos, sean creyentes o no. Trasciende de lo religioso pero, ojo, lo fundamental, la esencia de Covadonga es religiosa, una esencia de fe, y así hay que vivir el santuario para que no quede reducido a una experiencia turística.

- ¿Le molesta la idea de Covadonga como un escaparate más o menos festivo?

-Es que si perdemos de vista la dimensión de la fe nos arriesgamos a que Covadonga y otros santuarios se conviertan en parques de atracciones o, si se quiere, parques temáticos. Y no es eso.

- ¿Qué es lo primero que hará como abad?

-Ponerme delante de la Virgen y pedirle que me eche una mano. Sin su ayuda, soy hombre al agua. Ella es como la madre que siempre está ahí, que te sabe guiar por caminos insospechados. Y Covadonga es eso, la casa de la madre a la que uno puede ir en zapatillas.

- Esto de Covadonga es como una gran empresa, si me permite la comparación.

-Bueno, obliga a un trabajo de gestión sin perder de vista quién soy en realidad, un sacerdote. Tengo que alimentar mi vida no de gestiones, sino de oraciones.

- Y de gestiones también, insisto.

-Pues sí. Quiero reunirme con todos los trabajadores del santuario, que son un buen número, y con las dos grandes comunidades del santuario, la Casa de Ejercicios y la Escolanía, además del grupo de teresianas que viven en la sede de la Fundación Poveda. Vamos a ser tres canónigos y espero contar con alguien más de refuerzo. Algún sacerdote jubilado que esté en buena forma puede prestarnos un gran servicio, entre otras funciones ayudando en la confesión.

- ¿Su primer recuerdo de Covadonga?

-Cuando era niño de la catequesis y en la parroquia de Santo Tomás de Sabugo nos llevaban de excursión al santuario. Yo tenía unos 7 añinos y aquello era una aventura. Me acuerdo de la imagen de los canónigos, con aquellas regias sotanas. Y nosotros, con la merienda metida en una caja de zapatos porque no había ni para fiambreras. De esto hace 56 años.

- No lo veo con sotana por Covadonga.

-A veces lo exigirá el protocolo y habrá momentos en que haya que usarla. Es un asunto menor, no hago ascos a la sotana ni mucho menos. Andaré por lo general con alzacuellos.

- ¿Ya tiene preparada su última homilía en la parroquia de San José?

-No tengo preparado nada. Me he encontrado en este destino con muchísimos fieles que han colaborado como voluntarios y que han hecho un gran trabajo. Les pedí que no quería ni homenajes ni despedidas, y me lo han respetado. Vine en silencio, me marcharé en silencio, pero es verdad que estoy viviendo días complicados porque la gente se vuelca en el adiós y a mí eso me provoca cierta confusión interior. Y cuando tenga que despedirme en la homilía les diré que hasta luego, que los voy a llevar siempre en el corazón y que en Covadonga tienen su casa. Espero que no vengan a visitarme todos a la vez.

- Hace semanas se ordenaron en la Catedral dos presbíteros y cuatro diáconos. Y para el arzobispo Sanz Montes ese número ya fue un pequeño lujo.

-Si tenemos pocas vocaciones es que Dios nos está queriendo decir algo, probablemente que no estamos haciendo las cosas muy bien. Pero yo no veo esta situación con desesperanza. Vivimos en un mundo muy secularizado y eso afecta también a las familias. La natalidad lleva muchos años muy a la baja y tenemos pocos jóvenes. Y, por supuesto, nuestras comunidades parroquiales tienen que revisarse. Pero insisto, estos tiempos no me asustan.

- ¿Malos tiempos para la Iglesia?

-El entorno es hostil y en la sociedad los ánimos están crispados. ¿Sabe?, hace poco andaba por la calle y un hombre, al ver mi condición de sacerdote, se dirigió a mí, comenzó a insultarme a gritos y acabó con un "a ver si os morís todos".

- Llevaría media docena de "cacharros" encima...

-No lo parecía, no lo sé. Pero es terrible ver a gente que sólo con la mirada ya te está diciendo que no le gustas nada, simplemente por tu condición de sacerdote. Y después está esa actitud nuestra que no nos favorece. Somos cristianos vergonzantes. Tenemos un tesoro, que es nuestra fe, pero la sacamos poco a relucir. Y hay que ponerse las pilas, necesitamos cuadros de militantes que arriesguen y den testimonio. Eso de vivir la fe en las sacristías no vale. Nuestro compromiso tiene que ser muy visible en favor de los pobres, de los enfermos. También en política. Fe con dimensión pública.

- ¿No pide demasiado?

-Es que si renunciamos a esa dimensión pública de la fe estamos renunciando al mensaje cristiano. La fe cómoda es venir a misa todos los domingos, pero ese asistir a misa tiene que ser la forma de coger fuerzas para hacer camino. La misa es muy importante, pero también hay que recordar las palabras del Papa Francisco: "La Iglesia no es un museo para ver santos".

- ¿Vivirá en Covadonga?

-Viviré en Covadonga.

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