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Salud

La plasticidad cerebral

La capacidad adaptativa y regenerativa de nuestro cerebro, descubierta por Marian Diamond, recientemente fallecida

La plasticidad cerebral

Cuando yo estudié la carrera, tanto mis profesores como los libros consideraban que el cerebro, que es el órgano más inmaduro al nacimiento, adquiría su máximo desarrollo en la primera juventud y desde entonces empezaba el declive, la pérdida de neuronas. Entonces apenas se hablaba de conexiones ni de redes o circuitos neuronales. Ya se sabía que ciertas áreas de la corteza cerebral se especializaban en funciones. Sobre ella se dibujaba un ser humano deformado, un homúnculo, pues, por ejemplo, la mano tiene mucha más representación motora que la pierna o los labios más sensitiva que la espalda. Se atribuye a Broca, un médico francés del XIX, la idea de que diferentes áreas del cerebro se corresponden con funciones. Él había demostrado, mediante el examen de los cerebros de pacientes afásicos, que todos los que tenían dificultad en la expresión tenían dañada la misma área, hoy conocida por su nombre. De manera que, simplificando, había dos dogmas: el cerebro apenas se adapta y cada función tiene su representación en una zona del cerebro. Esta forma de ver las cosas invitaba a examinar cerebros de personas fallecidas con diferentes aptitudes o déficits para localizar esas capacidades. Eso fue lo que hizo la doctora Marian Diamond cuando tuvo la suerte de que se le entregara el de Einstein. Sin embargo, su mayor contribución a la ciencia no fue descubrir qué había en la estructura de ese cerebro que le diera las altas capacidades que había demostrado en vida, sino que pasará a la historia por haber introducido el concepto de cerebro plástico, una verdadera revolución científica. Vale la pena contar cómo ocurrió.

Es bien conocido el experimento realizado por el doctor Rosenzweig sobre la funcionalidad cerebral como respuesta al medio. Dividió una camada de ratas al azar, la mitad la colocó en un medio enriquecido, la otra en uno empobrecido. Cuando las sacrificó para examinar su cerebro descubrió que las primeras estaban cargadas de neurotransmisores, mientras las otras apenas tenían. La traducción a los seres humanos, cuyo cerebro es mucho más dependiente del medio que el de cualquier otro ser vivo, es que donde se cría y vive un individuo va a tener una importancia capital en el desarrollo de las capacidades. Hay muchos estudios posteriores que certifican esta hipótesis que tiene consecuencias no menores para el diseño de una sociedad justa. Pero no era esto lo que intrigó a la doctora Diamond. Ella se preguntó si además de modificarse la función se modificaría la forma: ¿son diferentes esos cerebros?

Escribió al doctor Rosenzweig, quién la invitó a trabajar en su laboratorio en Berkeley. En 1964 sacrificó varias ratas, algunas criadas en medio enriquecido otras en el depauperado. Y encontró lo que buscaba: las primeras tenían una corteza cerebral mucho más gruesa. Se cuenta que cuando lo presentó en la reunión anual de anatomía, un viejo profesor se levantó y le dijo: "Joven, el cerebro no cambia". Años después, ya en 1998, en el libro, creo que no traducido, "Árboles mágicos de la mente: cómo desarrollar la inteligencia, creatividad y emociones saludables en su hijo desde el nacimiento hasta la adolescencia", escribió: "Fue la primera vez que alguien vio cambios estructurales en el cerebro de un animal basado en diferentes tipos de experiencias vitales".

Si la ciencia tuviera la capacidad de hoy de difundirse y llegar a todos los rincones del mundo, yo probablemente hubiera estudiado la plasticidad del cerebro. Pero mis libros y maestros pensaban como aquel viejo anatomista. Fue una persona ajena a la medicina, aunque gran aficionado, Aquiles Tuero, el primero que me descubrió esa propiedad. Se lo había explicado en Nueva York Arturo Buylla jr. ,un mexicano hijo de españoles exiliados que entonces trabajaba en la Rockefeller. Había demostrado que algunas aves canoras perdían y adquirían neuronas en función del ciclo anual.

Arturo Buylla es hoy uno de los neurocientíficos más interesantes e importantes del mundo. Su trabajo en neurogénesis, ahora en la Universidad de California, sigue la línea de su padre, que había demostrado cómo el trasplante de parótida al cerebro de las personas que habían sufrido necrosis de la hipófisis podía regenerarla. En otra línea, Rafael Yuste, también relacionado con Asturias, trabaja en la Universidad de Columbia en los que denomina microcircuitos cerebrales, como si fueran las unidades computacionales mínimas, estables a lo largo de la evolución desde que aparecieron, presentes en todos los cerebros de mamíferos y en todos las áreas de la corteza. Un modelo que promete.

Marian Diamond acaba de fallecer a los 90 años. Cuando examinó el cerebro de Einstein descubrió que tenía más células gliales de lo esperado en la región donde se localiza el cálculo matemático, concluyó que estaban ahí para proteger y alimentar las muy activas neuronas. Esta hipótesis nunca progresó, pero su aportación a la capacidad adaptativa y regenerativa del cerebro abrió muchas puertas. Que no estamos condenados a ser lo que resultó de nuestra herencia y crianza ya lo sabíamos, pero conocer la base anatomo-fisiológica para ello nos da más esperanza.

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