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Otoños romanos

Bernini, escultor de lo inefable

El maestro del Barroco romano logra con "Éxtasis de Santa Teresa" y "Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni" que el mármol adquiera la viveza del sentimiento

"Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni".

Ni una sola de las muchas veces que he visitado la iglesia de Santa María de la Victoria para ver la que para muchos es la mejor escultura del Barroco romano, el "Éxtasis de Santa Teresa", de Bernini, he dejado de encontrarme con españoles. Algo que me agrada de forma especial.

Me gusta sentarme y mirar detenidamente el grupo escultórico que conforma el "Éxtasis". Cierto es que cuantas más veces lo veo más me percato de que bien podría ser la secuencia de una representación teatral. La capilla Cornaro donde está situado invita a pensar en ello. En las paredes laterales aparecen en balcones los relieves de distintos miembros de la familia del cardenal Cornaro, que fue quien encargó el trabajo y pidió al artista que les perpetuara convirtiéndoles en espectadores de lo que sucede con el ángel y la santa. En el techo los querubines asomando en un cielo de trampantojo, con una luz muy especial reforzada por unos rayos de bronce, proporcionan a la escena un ambiente un tanto irreal, de aparición milagrosa. Todas las figuras parecen levitar suspendidas en el aire. El movimiento del hábito de la santa, como impulsado por un fuerte viento, proporciona un perfecto dinamismo a la composición.

Sin duda, Bernini, a quien el Papa Urbano VIII calificaba como "arquitecto de Dios", poseía tal dominio sobre el mármol que en sus esculturas afloran los sentimientos. Cada miembro del cuerpo de la santa refleja el estado de arrobamiento en el que se encuentra; su boca entreabierta, los ojos semicerrados, la languidez de la mano y del desnudo pie llevan a muchos a buscar un fondo de sensualidad. Conocidas son las opiniones de Stendhal, que maravillado exclamaba: ¡"Qué divino arte, qué voluptuosidad!", o de Carlos des Brosses, que afirmó: "Si esto es el amor divino, yo lo conozco". Más crítico fue el historiador del arte suizo Jacob Burckhardt al escribir: "En histérico desmayo, con la mirada quebrada, yaciendo sobre una masa de nubes, extiende la santa sus brazos mientras el lascivo ángel con la flecha apunta hacia ella".

No resultan extrañas estas opiniones si tenemos en cuenta que cuando Santa Teresa quiso dejar constancia de la exaltación de su alma al experimentar la intensidad de esta vivencia espiritual, muchos fueron los que dejándose llevar del significado de las palabras que utiliza la santa opinaron que aquel texto más parecía la descripción de una relación sexual. Pero no nos parecen justas estas apreciaciones porque pensamos que es necesario comprender la dimensión simbólica del texto, llegar al nivel connotativo. No olvidar quién es, en este caso, la autora y lo que pretende con lo escrito. Teresa tiene que recurrir a comparaciones, símiles o metáforas para intentar describir algo que por ser inefable no se puede explicar con palabras. Ella misma diría: "Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma cuando está en esta divina unión" (V 18, 2). No sorprenden pues muchas de las opiniones vertidas sobre esta magnífica obra.

Nunca sabremos lo que Bernini pensaba al respecto, pero nos parece que su obra se ajusta a lo contado por la santa: "Veía un ángel. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios".

Claro que es probable que a la hora de dar vida a la escultura, Bernini tuviera en cuenta tanto el aspecto místico como el sensual.

Pero casi nos atrevemos a afirmar que el artista se sintió cómodo y satisfecho con el trabajo realizado porque años más tarde, poco antes de morir (y de forma gratuita), volvería a ocuparse de un tema similar al esculpir a la beata Ludovica Albertoni en parecido trance al de la monja española.

Descubrí la escultura de la beata, que se encuentra en la iglesia San Francisco a Ripa, en el Trastevere, gracias a una amiga que de vez en cuando me acompaña en mis paseos romanos y que al saber que iba a escribir sobre el "Éxtasis de Santa Teresa" quiso que viera el de Ludovica, que, para ella, es una creación más hermosa.

Yo no diría más hermosa, tal vez más íntima. La beata reposa sobre un colchón, con la cabeza apoyada en la almohada. Aparece con expresión turbada. Al contrario que Santa Teresa, ella no tiene espectadores, sólo unos cuantos ángeles la contemplan.

La escultura, situada sobre el sarcófago en el que reposan los restos de Ludovica, fue encargada a Bernini por la familia Altieri.

Perteneciente a la nobleza romana, Ludovica al quedarse viuda dedicó su vida al cuidado de los más necesitados bajo la dirección de los Padres Franciscanos. Una de las características de su vida espiritual fueron las experiencias místicas.

No han sido muchas las personas que han gozado de la gracia de experimentar estas vivencias, pero sí las dos mujeres a quienes Bernini inmortalizo en mármol. Dos mujeres muy cercanas en el tiempo: Ludovica había nacido en Roma en 1473 y Teresa en Ávila en 1515.

Es enormemente enriquecedor contemplar estas dos esculturas, admirar la belleza y emoción de unos rostros esculpidos en mármol con una maestría inigualable. Escribía al comienzo que en las esculturas de Bernini afloraban los sentimientos y, ciertamente, cuanto más las observo mayor cuenta me doy de ello. Las diferentes texturas conseguidas por el artista hacen que parezcan seres vivos que a punto están de mirarnos.

Después de Trento, la Iglesia católica acometió reformas, una de ellas sería la de buscar nuevas formas de catequizar. El arte le brindó la oportunidad de penetrar en el corazón de los fieles a través de recursos emocionales.

Creo que los "Éxtasis" de Santa Teresa de Jesús y de la beata Ludovica Albertoni pueden ser exponentes claros de esa corriente artística que pretendía mover conciencias.

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