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Los asturianos que ayudan en la verdadera crisis

"Nuestra labor es doble, combatir el padecimiento sobre el terreno y volver aquí y contarlo; concienciar es vital", afirman los doctores de la región que trabajan para Médicos Sin Fronteras

Hay muchos mundos, pero (todavía) están en éste. En uno de ellos, un niño discurre por delante de una cámara de vídeo sin prestar atención a quien le graba. Como si fuera un fantasma, sigue su camino distraído, pero antes de salir del encuadre da tiempo a ver que bajo su camiseta del Real Madrid hay una tripa hinchada. Detrás del chiquillo, otros tantos pequeños forman un corro, mientras un adulto trabaja. El ruido del aeropuerto, que está ridículamente cerca de la ciudad, silencia las conversaciones de todos. Nadie presta atención al avión que acaba de despegar, a pesar de que si estirasen la mano casi podrían rozar la goma de los neumáticos de la aeronave con sus dedos.

La pantalla se vuelve negra y donde estaba la República Centroafricana (RCA) aparece un reproductor de vídeo. Los visitantes de la exposición de Médicos Sin Fronteras (MSF) "#SeguirConVida" se quitan las gafas de realidad virtual con un gesto que enmascara un estruendo: los tópicos con los que entendían África se han resquebrajado. Uno de los responsables de la muestra que la organización tiene expuesta en la plaza de Trascorrales de Oviedo desde el pasado miércoles hasta hoy intercambia impresiones con los asistentes. Le dicen que es como haber estado allí, a lo que responde comprensivo: "Pero sin el calor ni el olor".

Eso y que en realidad no han estado allí. Como en realidad el niño de la camiseta del Real Madrid no tenía la tripa hinchada, sino que padecía "kwashiorkor". Como en realidad la ciudad no estaba cerca del aeropuerto: el aeropuerto era la ciudad. Una ciudad que se llamaba campo de refugiados de M'Poko. Una ciudad en las rodillas esqueléticas de Bangui, la capital de la periferia del mundo: República Centroafricana. M'Poko fue cerrado en enero de 2016, pero sólo era uno de los muchos lugares en los que el planeta tiene acné. Un infierno más en la tierra de los muchos que hay en RCA, en África y en el descuidado jardín de atrás del Primer Mundo, que ocupa todo el territorio que no es el Primer Mundo. Son lugares que los integrantes de Médicos Sin Fronteras (MSF) conocen bien porque los ha vivido o directamente son lo que queda de su hogar. MSF está formado por muchos perfiles profesionales: médicos, abogadas, enfermeros, psicólogas, funcionarios, biólogos y hasta economistas. Pero todos están integrados en dos grandes grupos. Los nacionales y los expatriados, con una proporción que es de diez locales por cada foráneo. Los asturianos Aurora Revuelta, Íñigo Marañón, Francisco Rodríguez y Carlos Javier Cabello pertenecen al grupo que deja su hogar para convertirse en una sala de urgencias en los "hospitales" más colapsados del mundo.

Aurora Revuelta nació y vive en Oviedo. Está casada y es médica especialista en cirugía digestiva. Acababa de regresar de Irak cuando contesta al otro lado del teléfono. En sus quince años de hoja de ruta ha estado en Argentina, el Congo, Kenia, El Chad, Haití, dos veces en República Centroafricana, Siria y en Sudán del Sur. Empezó como médica de campo en 2002, aunque tras toda la experiencia que acumula, ahora dirige operaciones de logística. No necesita gafas de realidad virtual para saber cómo está la República Centroafricana. Ha sentido el miedo en sus entrañas, cuando esperaba que saquearan su equipo alguna de las guerrillas que ocupan el 70% del país. Asesinos que están contra todos los que no son ellos, personal sanitario incluido. Tampoco necesita leer los datos que MSF tiene en su web sobre este país, aunque merece la pena reproducir uno aquí. República Centroafricana tiene una población que no alcanza los 5 millones de habitantes. De ellos, 900.000 son refugiados o desplazados. Es decir, Asturias casi entera.

Aurora Revuelta ofrece una conclusión experimentada que resume su trayectoria y la de sus compañeros. "Hacemos esto por aliviar el sufrimiento". Un testimonio que reproducen el resto de protagonistas. Francisco Rodríguez, economista, compagina su labor en MSF con la docencia en Ribadeo o "donde me toque". Nació en Ponferrada, pero vive desde hace 25 años en la capital del Principado, donde nació su hijo. "En la carrera mis compañeros querían ser Mario Conde, yo tenía claro que si ante el dolor ajeno no hacemos nada, como especie no merecíamos la pena". Íñigo Revuelta tiene los ojos claros y la voz tranquila. Es un médico apasionado de la desnutrición, quizá porque se ha movido en sus extremos: "Sacar un niño arrasado por el hambre es muy bonito", contesta con una inocencia que parece que se está desnudando por primera vez. Carlos Javier Cabello es de Avilés, biólogo y jefe de Misión de MSF en España. Corrobora lo que dicen sus colegas con un tono seguro y aporta un enfoque clave: "Nuestra labor es doble, combatir el padecimiento en el terreno y volver aquí y contarlo. Concienciar de lo que pasa es vital para contribuir a que esto acabe".

Un aspecto interesante es que, según el testimonio de los cuatro, el sufrimiento es una magnitud inmensurable. En Sudán del Sur no necesariamente sufren más que en Siria. Independientemente de si el daño se hace con un machete o un subfusil, no actúa en función del sitio. Por eso, la muerte también es como un coche escoba. Asumen que, por desgracia, "hay sitios a los que no llegamos. Vamos a lo muy elemental, un cáncer se escapa a nuestro poder por las limitaciones del terreno. Hay que adaptarse", explica Aurora Revuelta. "Yo estuve en Kosovo cuando ya no había disparos pero sí sus consecuencias y te aseguro que la guerra es muy perra, pero siempre hay alguien sufriendo, también en España y te impacta igual", añade Francisco Rodríguez. "Tienes que poner una barrera emocional fuerte, pero es que el salto que se produce de tener una medicina de atención primaria a no tenerla es mucho más grande que de una primaria a una especializada", completa Íñigo Marañón.

Sin embargo, sí que hay muerte más dolorosa que las demás. Dar a luz es un proceso natural, pero las complicaciones por paro son una enfermedad especialmente dura en las zonas de conflicto. En España, cuatro de cada 100.000 mujeres mueren al parir, pero en algunos de estos lugares en guerra la cifra se dispara a 1.200 de cada 100.000. Una tragedia elevada a una potencia cuyo exponente está delimitado por el número de familiares que tuviera la madre.

Lo que también parece inmutable a lo largo de la historia es la crueldad. Roma sembró de sal los campos de Cartago en una maniobra infame que la humanidad se ha encargado de perfeccionar. Siria es un ejemplo que ha impactado especialmente a los cuatros protagonistas, por la escala del combate y por la crudeza de los resultados: armas químicas, bombas de racimo y técnica "doble tap", que consiste en lanzar una bomba y esperar a que llegue el personal humanitario para detonar una segunda.

Por eso no es de extrañar que en Siria y en el resto de zonas de conflicto haya miles de refugiados, que es un tema con muchas aristas. El drama es innegable, pero tiene un matiz que suele pasar de puntillas: los que se están muriendo en las puertas cerradas de Europa son los afortunados porque hasta para ser refugiado hace falta dinero. Un dinero que viene de su trabajo en su país o de malvender todas sus pertenencias. El problema adquiere tintes vergonzosos cuando Francisco Rodríguez recuerda que los refugiados también son un negocio. "Hay mafias que se lucran vendiendo un billete de barco a una familia que escapa por mil euros. O un chaleco salvavidas por 300 euros. Cerrar los ojos a esto me hace sentir indignado con Europa como institución". Médicos Sin Fronteras rechazó precisamente en junio de 2016 cualquier tipo de ayuda de la UE. Actualmente, es una organización que se mantiene en más de un 90% con fondos privados procedentes de las aportaciones de sus socios.

En los campos de refugiados también hay clases. En Batanfago, en la República Centroafricana, las 25.000 personas que lo forman ni siquiera tienen el estatus político por lo que en la práctica no existen. En los campos, la enfermedad es variada. La malaria, la tuberculosis y las diarreas tienen un potente aliado: el hambre. Pero también en la clasificación de causas de muerte, el suicidio, la enfermedad mental y el alcoholismo empiezan a sumar de tres en tres cada vez con más facilidad. ¿La causa? Desesperación.

En estas circunstancias, es fácil elevar a los expatriados de Médicos Sin Fronteras a la categoría de héroes. Un calificativo que rechazan. "Yo me cago encima si me disparan igual que cualquiera", dice Francisco Rodríguez. "Somos personas normales que aportamos lo que podemos", confiesa Aurora Revuelta. "Una heroína de verdad es una madre que con sus siete hijos cruza la selva para salvarlos, no nosotros", concluye Carlos Javier Cabello. Y es que el mensaje de Médicos Sin Fronteras no es sólo comunicar el sufrimiento, sino también hacer ver que se puede mucho para evitarlo. Incluso también desde casa porque hay muchos mundos, pero (todavía) están en éste.

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