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La dama de las comedias

Katharine Hepburn, la estrella que desmontó todos los estereotipos de la clase media americana, sigue generando admiración y aplausos entre legiones de cinéfilos cuando se cumplen quince años de su desaparición

Katharine Hepburn y Colin Clive, en "Hacia las alturas".

Aunque siempre encarnó como nadie la fuerza, la rebeldía y la tenacidad femeninas frente a una sociedad gobernada por hombres, el carácter altivo, inquieto, polémico y batallador de Katharine Hepburn (Harford, USA, 1907/Fenwich, USA, 2003) componiendo personajes de notorio perfil feminista no encontró nunca el eco que se le suponía entre la miríada de estrellas que integraban, durante los años treinta, cuarenta y cincuenta especialmente, la abultada nómina laboral de los grandes estudios de Hollywood. Y no porque en la meca del cine escaseara el talento entre sus actrices ni porque no surgieran en aquellos tiempos figuras igual de rotundas y subyugantes, sino por el encanto intransferible que irradiaba su pulimentada personalidad dentro y fuera de los platós. De ahí que, durante más de cincuenta años, no encontrase rival de su altura que le pudiera arrebatar su reinado imbatible en el arte de la comedia, con los mismos méritos que Bette Davis o Susan Hayward lo ostentaron en el ámbito del melodrama, o Cyd Charisse y Lena Horne, en el género musical.

Por eso, a lo largo de más de siete décadas, Kate, como era conocida en los círculos más exclusivos de Hollywood -a los que, por propia voluntad, se incorporó desde sus orígenes profesionales-, proyectó una imagen de vigor, seriedad e independencia que no le abandonaría nunca, imagen a través de la cual lograba transmitir al espectador una gozosa sensación de seguridad, reforzada por la integridad moral que acompañaba a muchos de sus personajes en la ficción y con su actitud de rechazo rotundo a las prácticas totalitarias capitaneadas, en los años de la posguerra, por el senador McCarthy, a quien declaró como "enemigo visceral de la democracia americana". Por eso, la memoria que guardamos hoy de ella es la de una mujer resuelta, vindicativa, capaz de afrontar los más enquistados conflictos sentimentales desde la seguridad de quien se sabe con el derecho a disfrutar plenamente de su independencia y a defender sus propias opciones vitales, aun a riesgo de perder al hombre que le ha arrebatado el corazón.

Películas como "María Estuardo" ("Mary of Scotland", 1936), de John Ford; "Damas del teatro" ("Stage door", 1937), de Gregory La Cava; "La fiera de mi niña" ("Bringing up baby", 1938), de Howard Hawks; "Historias de Filadelfia" ("Philadelphia Stories", 1940) y "La costilla de Adán" ("Adan's rib", 1949), de George Cukor; "Pasión inmortal" ("Song of love", 1947), Clarence Brown; "Mar de hierba" ("The sea of grass", 1947), de Elia Kazan, y "La reina de África" ("The African Queen", 1951), de John Huston, son, en este sentido, enormemente ilustrativas pues en cada una de ellas se resumen, con impetuosa expresividad, inteligencia e ironía, todos los rasgos que dibujan su enérgica y versátil personalidad: la de una mujer profundamente comprometida con sus propios principios en una sociedad, la norteamericana, sembrada de alarmantes contradicciones.

Desde su última intervención en el filme de Glenn Gordon Caron "Un asunto de amor" ("Love affair", 1994), un argumento clásico del cine romántico, adaptado en dos ocasiones por Leo McCarey, y que no aportó nada especial a su por otra parte intachable trayectoria profesional, llevaba siete años sin pisar un rodaje, pero su imagen estilizada y temperamental, muy innovadora para una época en la que, salvo escasas excepciones, las estrellas representaban siempre el papel de bellos y sofisticados objetos decorativos o, en el mejor de los casos, de víctimas de un disputado enredo amoroso, sigue estando omnipresente en la memoria colectiva de varias generaciones gracias en buena medida a las continuas reposiciones de sus viejas películas en las salas de repertorio y en las cadenas televisivas de medio mundo.

Llevaba un apellido -tan ilustre y venerado como el de los Fonda, los Barrymore, los Douglas o los Marx- con mucha solera cinematográfica pues la otra Hepburn, Audrey, fallecida prematuramente en 1993, también logró, tras un puñado de actuaciones inolvidables, similares cotas de popularidad, aunque el destino terminara cebándose sobre su precaria salud, truncando una de las carreras cinematográficas más luminosas y estimulantes de su época cuando aún no había cumplido los 63 años. Katharine, en cambio, corrió con mucha mejor suerte al disfrutar de una vida casi centenaria y de un largo y excepcional recorrido por las etapas más florecientes del cine estadounidense de la mano de los cineastas más reputados de su tiempo.

Hija de un afamado urólogo de Hartford (Connecticut) y de una feminista avant la lettre, la heroína de "La costilla de Adán" disfrutó del privilegio de ser la estrella más nominada -en doce ocasiones- y la más laureada -cuatro Oscar y un sinfín de galardones internacionales- en toda la historia de la Academia de Hollywood y a punto estuvo de convertirse en la actriz más longeva de la historia de haber superado los 97 años que alcanzó la gran Lilian Gish o los 101 recién cumplidos de los que aún disfruta la incombustible Olivia de Havilland. Tuvo además la enorme fortuna de ser una de las seis últimas finalistas que, en 1938, aspiraron a representar el rol de Scarlett O'Hara, la joven heroína sudista de "Lo que el viento se llevó" ("Gone with the wind", 1939), trabajo que, como casi todas las actrices que se sometieron a aquel disputado casting, codiciaba especialmente, aunque con las lógicas reservas de quien se sabía muy lejana, en físico y en espíritu, a la protagonista de la popular novela de Margaret Mitchell. El papel, naturalmente, fue a parar a manos de otra estrella, cuyo perfil dramático y cuya figura se ajustaban como un guante a tan díscolo y enamoradizo personaje: la por muchas razones admirable intérprete británica Vivien Leigh.

Sus nominaciones al "Oscar" incluyen títulos de culto como "Sueños de juventud" ("Alice Adams", 1935), de George Stevens; "Historias de Filadelfia", "La reina de África", "La mujer del año" ("Woman of the year" (1942), de George Stevens; "Locuras de verano" ("Summertime", 1955), de David Lean; "El farsante" ("The rainmaker", 1956), de Joseph Anthony; "De repente, el último verano" ("Suddenly, last summer", 1959), de Joseph L. Mankiewicz, y "La jornada hacia la noche" ("Long day's journey into night", 1962), de Sidney Lumet, películas dirigidas en su mayor parte por cineastas que supieron entender las peculiaridades de esta intérprete inclasificable que con su escuálida figura y su imponente voz fue capaz de expresar las más broncas pasiones y las emociones más sutiles sin que le temblara un solo músculo de su cuerpo.

La pequeña frustración que le supuso su descalificación como posible protagonista de "Lo que el viento se llevó" no le impidió, sin embargo, que aquel mismo año encarnara junto a Cary Grant a la frenética y entrometida heroína de "La fiera de mi niña", una comedia trepidante y narrativamente insuperable que se convertiría, al cabo del tiempo, en uno de los grandes iconos del género, y a la rica heredera inconformista y contestataria de "Vivir para gozar" ("Holliday", 1938), de George Cukor, otra auténtica maravilla que contribuiría, además, a estrechar aún más los sólidos lazos de amistad y de acoplamiento profesional que la unían al maestro Cukor desde que, en 1932, la dirigiera en su debut ante las cámaras con "Doble sacrificio" ("A bill of divorcement").

Protagonizó más de 40 largometrajes y otras tantas obras de teatro a las órdenes de cineastas de la solvencia de George Stevens, Gregory La Cava, Frank Borzage, Elia Kazan, Frank Capra, David Lean, Sidney Lumet, John Huston, Stanley Kramer, John Ford, Mark Sandrich, Jack Conway, Anthony Harvey, Richard Wallace, Vincente Minnelli, Clarence Brown, Brian Forbes, Michael Cacoyannis y Mark Rydell, sin renunciar nunca a su indomable espíritu feminista ni a sus profundas convicciones personales acerca de la vida, del amor y de su intensa y disciplinada vinculación profesional con el cine, el teatro y la televisión durante muchísimas décadas.

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