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San Melchor de Quirós, treinta años del primer santo asturiano

LA NUEVA ESPAÑA publica el documento inédito de 1858, una carta a los Dominicos de Oviedo, que detalla la terrible tortura que sufrió en Vietnam el misionero canonizado por Juan Pablo II

Reproducción de la primera página de la carta sobre el martirio de San Melchor.

Transcripción íntegra de la carta en la que se detalla el martirio que sufrió fray Melchor García Sampedro

Reverendísimo P. Fr. Antonio Orge, comisario apostólico.

Macao, 11 de noviembre de 1858.

Mi venerado reverendo padre:

Con fecha 26 de octubre último tuve el honor de dirigir a vuestra reverendísima unas líneas poniendo en su conocimiento las últimas noticias recibidas de Tournon sin poder entonces dar noticia alguna nueva de nuestras misiones de Tungh'in.

El día 29 del mismo mes de octubre, día de la partida del vapor de Hong Kong para Europa, se presentó en esta Procuración un cursor del vicariato de Tungh'in Oriental trayendo un número muy limitado de cartas, pues las que escribieron primeramente los señores obispos y los padres misioneros fueron robadas por los piratas, y los catequistas que las traían fueron despojados completamente, más a puro de súplicas y ruegos pudieron lograr no perder la vida y echados a tierra no muy lejos de La Fu lograron regresar a la misión no sin pasar algunos trabajos. Llegados allí los catequistas o cursores mandaron inmediatamente a otro cursor por tierra, el que también fue robado en el camino, mas pudo conservar las cartas. Aunque en las cuatro que yo recibí se hace mención del horroroso martirio del Ilustrísmo Sr. D. Fr. Melchor, en una de ellas (que es la del padre Antonio Colomer) se haya más minuciosamente explicado este suceso, que será el asunto de mi carta.

En la noche del 7 al 8 de julio último, en el pueblo llamado Kiembao, donde 20 años hace fue prendido Fray Ignacio Delgado, fue preso también Fray Melchor García Sampedro, y en el día 8 del mismo mes fue conducido a la capital cargado con una muy pesada cadena. Habiendo sido calumniado el reverendo fraile de que era jefe de la conspiración que se declaró en Caoxá, no es posible ponderar lo que dicho fraile padecería en la prisión. Además de dicho señor fraile prendieron también a dos muchachos o fámulos del mismo, quienes por mantenerse firmes y constantes en la fe merecieron la corona del martirio.

En la noche del 26 de julio el Gran Mandarín hizo conducir a su pretorio al reverendo padre preso, y aunque no se sabe lo que le diría, es de suponer que entre otras cosas me manifestaría el género de muerte que se le preparaba, pues el reverendo padre avisó a los que le traían la comida en la mañana del 27 que no le trajesen más ropa, únicamente pedía el reverendo padre un pantalón. El día 28, a eso de las 7 de la mañana, salieron de la ciudad para el lugar del suplicio la tropa armada, los elefantes, caballos y otros. Después de esto salieron otras tropas conduciendo al suplicio a los dos jóvenes fámulos del reverendo padre, los que salieron por la puerta del norte, llevando los dos su pesada carga al cuello, y ambos iban sumamente alegres, como que iban a recibir la gloriosa palma del martirio. Llegada que fue la tropa al lugar destinado, formó un gran círculo, y el verdugo ató fuertemente a los dos jóvenes a dos palos distantes uno de otro como unos 6 codos. Así los tuvieron atormentados por espacio de una hora poco más o menos. Después de esto sacaron al reverendo padre por otra puerta de la ciudad llamada del Oriente. Todo el aparato con que conducían a la víctima al suplicio era horroroso. Iba el último (Fray Melchor), cargado con una enorme cadena, y le condujeron por las calles de la ciudad y muchas veces metido por lodazales. Mientras así caminaba, llevaba el reverendo padre el breviario o diurno en sus manos. Iban a sus lados más de 20 esbirros con sus espadas desenvainadas. Todo el aparato de guerra para conducir las víctimas al suplicio se componía de unos 500 hombres, dos elefantes, cuatro caballos y la música infernal correspondiente. Ya es de suponer cómo llegaría el reverendo padre al suplicio empapado en sudor, cubierto de lodo y sumamente fatigado. Al verse el reverendo padre al frente de sus dos amados discípulos, o fámulos, los exhortó a la fortaleza y les echó su bendición. Al poco rato se oyó la voz del Mandarín, que montaba uno de los dos elefantes, quién mandaba primero degollar a los dos fámulos y después al "Cu" (nombre de la dignidad que se da a los sacerdotes católicos). Luego a otra señal cortaron la cabeza a uno de los fámulos, llamado Tiep, para lo cual dieron tres golpes. En seguida tiró el verdugo a lo alto la cabeza para que fuera vista de todos los circundantes. En seguida otro verdugo de un solo tajo o golpe separó del cuerpo la cabeza del otro fámulo, llamado Kien, e hizo la misma operación de tirarla a lo alto. Concluido este combate y triunfo de los dos muchachos, extendió el verdugo una esterilla, y sobre ella una manta, rompió la cadena del ilustrísimo señor y le obligo a tenderse boca arriba sobre aquella cama. (Fray Melchor) no llevaba más ropa que un pantalón, y éste levantado hasta la parte superior del muslo. De modo que no tenía cubierto más que lo que la decencia obliga a cubrir. Dichoso discípulo que logró morir desnudo como su Divino Maestro. Estando pues la inocente víctima en tal postura clavó el verdugo dos estacas en el suelo, frente a las manos, y a donde estas no pudieron llegar las amarraron con cordeles y tiraron hasta hacerlas llegar a las estacas, adonde fueron muy fuertemente amarradas. Atadas así las manos, y dado por supuesto el dolor que le causaría estado tan violento, clavó el verdugo otras dos estacas por bajo los brazos del paciente haciéndolas juntar por arriba oprimiendo el pecho, como es de suponer. Luego plantaron otras dos estacas cerca de los pies e hicieron la misma operación que con las manos. Clavaron otras dos junto a lo superior de los muslos, e hicieron como con las de los sobacos, amarrándolas tan fuertemente que llegaron a juntarse. Hallándose el reverendo padre en tal potro, con tanta ligadura tan estirado y tan oprimido es inexplicable el dolor que padecería.

A poco rato se oyó una voz que mandaba que le cortasen primero las piernas, después los brazos, después la cabeza y finalmente que se le abriese el vientre. Al oír los verdugos semejante mandato, cinco de ellos se colocan en sus respectivas juntas para hacer leña en el árbol que tenían ya tendido. Tenían una especie de hacha para cortar, la que era obtusa o sin corte para que fuera más prolongado y cruel el tormento.

Principiaron por las piernas cortándolas sobre las rodillas y para cortar cada una de ellas dieron como unos 12 o más golpes: encogiéronse los nervios y la piel, y la sangre regaba la tierra. Después hicieron lo mismo con los brazos, dando en cada uno como unos 6 o 7 golpes. Al llegar aquí, la lengua del reverendo padre paciente, que no había cesado de pronunciar el divinísimo nombre de Jesús en todo su tormento, ya se entorpeció, ya había perdido las fuerzas para pronunciar el Dulcísimo Nombre. Después de todo esto, y hallándose en la misma postura, cortaron la cabeza, dando para ello unos 15 golpes. En fin, aquellos hombres fieras con su agudo cuchillo le abrieron en el vientre, y con un gancho le sacaron las entrañas. ¡Oh fiereza inaudita! Después de tantas crueldades, tomaron la esterilla y la alfombra, y envolvieron en ellas el tronco del cuerpo y las piernas y brazos, y los colocaron en un hoyo o fosa que para ello tenían abierto no lejos del lugar del suplicio, sobre el cual, tanto los mandarines como los verdugos querían que pasasen los elefantes pisoteando el lugar de la sepultura del reverendo confesor de la fe, pero los elefantes, más humanos que los que los conducían, respetaran aquel lugar que contenía los restos del reverendo padre, no pasaron por sobre él, ni hubo fuerzas humanas para obligarlos a pasar, teniendo que desistir los verdugos de tal empresa y recibir esta lección dada por los irracionales que respetaron lo que los hombres deshonraron. La cabeza fue puesta en un cesto y llevada a la puerta meridional, y el día 29 después de haberla destrozado a golpes, la arrojaron al mar. Las entrañas, esto es, el hígado con el corazón y la hiel, fueron colgadas en una casa o cuartel que está a la puerta oriental.

Esta es la relación del martirio del reverendo padre Melchor García Sampedro, obispo de Triconia y vicario apostólico de Tungh'in Central, extractada (según me escriben) de la que dio por escrito el padre annamita llamado Khang, testigo ocular (aunque muy disfrazado) de toda la tragedia.

La sentencia del rey decía en sustancia que por ser sacerdote europeo ya tenía la muerte merecida, y por ser el principal de los rebeldes al Estado (negra calumnia a todos conocida, e inventada por unos pocos falsos calumniadores) tenía que sufrir muerte más cruel.

Dichoso él una y mil veces, que en vida supo agradar a Dios padeciendo cruces sin cuenta por su amor y en la muerte supo conservar el espíritu de fortaleza en medio de los más horrendos suplicios.

El nombre annamita del reverendo Melchor es Xüyen en carácter chino, que en chino se pronuncia Chuan y significa río.

El ilustrísimo padre Jerónimo Hermosilla en su última carta de 11 de septiembre, además de darme noticia aunque muy compendiada del martirio del ilustrísimo señor fray Melchor y de sus dos muchachos: de los trabajos y privaciones que en aquella época seguían padeciendo, añade: "Al presente hay 5 padres indígenas presos, dos en el vicariato central, 3 en el vicariato del sector rectoral (que es el occidental), los desterrados por confesores de la fe son ya muchísimos, las cárceles están llenas, unos con frecuencia sitian y pillan a padres o catequistas o cristianos. Los hermanos del central ya han pasado a este vicariato, solo queda allá el padre Estevez, que está haciendo las diligencias para hoy para pasar también aquí.

El padre Domingo María Muñoz en su carta del 5 de septiembre me dice sobre el mismo asunto: "El padre Estévez, que se ha retrasado y ha sido sitiado donde estaba, se salvó, mas cogieron a un padre que le acompañaba, el padre Man. Éste y el padre Luong esperan de un día para otro salir del patíbulo: el padre Estévez andamos para sacarle, más no sé cómo se pueda pues todos los puntos de salidas están obstruidos.

Díceme también el mismo padre Muñoz: "El padre Salgot, que salió de la misión con dirección a Macao, fue sepultado en las aguas del océano por los chinos juntamente con un catequista y dos fámulos: un chiquito que llevaban a bordo para hacer la cocina y que también quisieron matarlo los chinos, más le arrojaron a tierra, es el que ha contado a su madre que es cristiana semejante catástrofe.

El ilustrísimo fraile señor don Valentín Berrio-Ochoa, obispo centuriense y vicario apostólico del Tungh'in Central, nada nuevo me refiere en su última de 7 del mismo mes, pues se remite a las otras de que ya ha hablado anteriormente.

Es cuanto puedo comunicar a vuestra ilustrisima sobre nuestra misión de Tungh'in Central a expedición franco-hispana de Conchinchina, aunque espero pronto noticias no creo que lleguen a tiempo que pueda yo comunicarlas a vuestra reverendísima por este correo pues suele llegar a Hong Kong muy poco antes de partir de allí la mala para Europa. Concluyo pues ésta suplicando a vuestra reverendísima tenga a bien manifestarla a los padres y hermanos de ese mi amado colegio, y que rueguen a Dios por nuestras afligidas misiones sin olvidarse de este último de los hermanos y disponga vuestra reverendísima de este su seguro servidor, fray Francisco Roy.

La crónica, por cercana al tiempo en que ocurrieron los hechos narrados, resulta aún más escalofriante. En una fecha no determinada entre finales de 1858 y principios de 1859, el padre dominico Orge recibía una carta procedente de Macao de cuatro páginas, cuidadosamente caligrafiada y fechada el 11 de noviembre de 1858. En ella se daba cuenta detallada de las torturas y público descuartizamiento que, cinco meses antes y a manos de unos "hombres fieras", había sufrido un fraile de la orden de Santo Domingo en una lejana misión del Pacífico, en Tonkín, un país marcado por la influencia china, situado en la parte septentrional del actual Vietnam y gobernado por un emperador llamado Tu-Duc, quien había intensificado la persecución a los misioneros y fieles cristianos. El fraile víctima de aquel ensañamiento que la carta pormenorizaba era fray Melchor García Sampedro, nacido en la localidad quirosana de Cortes en 1821, quien con el tiempo se convertiría en el primer asturiano en ascender a los altares de la Iglesia católica. Fue hace ahora 30 años, el 19 de junio de 1988, cuando el Papa Juan Pablo II canonizó a San Melchor de Quirós.

LA NUEVA ESPAÑA ha tenido acceso a aquella crónica que recibió el padre Orge con la que los Dominicos recibían acaso la primera noticia cierta del martirio de su hermano en la Orden de Predicadores. En estas dos páginas se reproduce íntegramente el contenido del documento, que recientemente ha sido recuperado del archivo del convento de los Dominicos de Oviedo por el prior de la comunidad, el padre Salustiano Mateos.

Tu-Duc gobernó en Tonkín entre 1847 y 1888, pero entre los años 1856 y 1863 de esa centuria tuvo lugar la fase más cruel de la persecución religiosa, en un territorio donde ir a misiones era sinónimo de citarse con la muerte. Según consta en la biografía de San Melchor escrita por el sacerdote asturiano Silverio Cerra, en ese periodo fueron asesinados seis obispos, 40 padres dominicos y varios miles de cristianos. García Sampedro, cuyos restos descansan en la capilla de Nuestra Señora de Covadonga de la catedral de Oviedo, fue uno de ellos. Sólo por entrar en el país, los misioneros ya se hacían acreedores de la pena de muerte dictada por Tu-Duc.

El 3 de febrero de 1848, Melchor García Sampedro sale desde Macao hacia Tonkín y el 28 de febrero del año siguiente logra entrar en este vicariato. Durante casi una década desarrolló allí su labor misionera, adaptándose al país. Estudió la lengua local, el anamita, y cambió incluso su nombre. Lo llamaban Xüyen, que significa "río". En agosto de 1855 fue nombrado obispo titular de Tricomía y coadjutor del Tonkín central. La población católica en la zona era, según un informe del propio García Sampedro, de 155.000 fieles. La persecución, un año después, se hace especialmente intensa. En una de sus cartas de aquella época escribe: "El infierno entero se ha conjurado contra nosotros". En la noche del 26 de julio de 1858, según consta en el relato al que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA, fue detenido. Se le acusó de estar al frente de una conspiración contra el emperador Tu-Duc.

Ahí comenzó un martirio cuya noticia llegó a España de la mano de Fray Francisco Roy, que es quien rubrica el detallado informe, cuya veracidad se apoya en un testimonio de primera mano, un padre dominico anamita llamado Khang, que asistió a todo el descuartizamiento bajo un disfraz. La carta que en estas páginas se reproduce en su integridad explica cómo el día 28 primero le descoyuntaron a Melchor García Sampedro las extremidades para atarlas a estacas y luego se las cortaron con un hacha sin filo. También le abrieron el vientre y le sacaron las entrañas con un gancho. Finalmente cortaron la cabeza que, tras ser expuesta durante días, fue arrojada al mar. El cronista de aquella tortura, en la que también perecieron dos criados domésticos del misionero, refiere también un suceso singular con el que terminó la tortura. Una vez descuartizado el misionero, sus restos fueron envueltos en una esterilla y sus verdugos llevaron a los elefantes en los que llegaron al lugar del martirio a que pasaran por encima, "pero los elefantes, más humanos que los que los conducían, respetaron aquel lugar que contenía los restos del reverendo padre, no pasaron por sobre él, ni hubo fuerzas humanas para obligarlos a pasar, teniendo que desistir los verdugos de tal empresa", dice la carta.

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