La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MANUEL PIZARRO | Actor

"No tuve infancia, El Requexáu era el sitio más feo del mundo, y La Villa, el purgatorio"

"Soy inseguro porque siempre supe que era feo, y eso me acomplejó; la apariencia agradable a los demás anda mucho camino por ti"

El premiado actor Manuel Pizarro. MIKI LÓPEZ

-Nací en 1951 en Guadalmez, que significa "fortaleza del río", un pueblo de Ciudad Real que tendrá 1.500 habitantes. Era como "el pueblo blanco" de la canción de Serrat que "por no pasar, ni pasó la guerra, sólo el olvido". Mis recuerdos de allí son sensoriales: el estercolero junto a la casa de mi abuelo, que me ha dejado la imagen de las moscas sobrevolando; las matanzas de cerdos y las procesiones de Semana Santa, que eran lo más importante porque está donde se juntan Ciudad Real, Córdoba y Badajoz.

- Eso es teatro de calle.

-Sí, mi madre contaba que me estrené allí con 4 años, cuando me subió a una silla y recité un romance que me había enseñado: "La Virgen del manto negro / que de largo lo arrastraba / lleva en su mano derecha / un cáliz lleno de plata".

- ¿Cuántos hermanos son?

-Mis padres tuvieron seis hijos. Una niña de año y medio murió de miseria cuando emigramos a Asturias.

- ¿Adónde llegaron?

-A Requejado de la Reguera, El Requexáu, el sitio más feo del mundo. Vivíamos en una cuadra que mi padre había rehabilitado algo y había hecho una pared de cartón. Por mitad de la casa pasaba una reguera y por las paredes bajaba agua de la montaña. Arriba vivía otra familia con muchos hijos y lo que vertían bajaba a casa.

- Es el mayor de los hijos, ¿qué edad tenía cuando murió su hermana?

-Siete años. Guardo la imagen tristísima de un día de lluvia en el cementerio de Xana y del ataúd blanco y pequeñito entrando en la tierra, que era barro. Cuando nos mudamos a La Villa de Mieres mi madre tuvo cuatro hijos en dieciocho meses, dos pares de mellizos. Éramos siete en casa.

- ¿Qué era Escolástico, su padre?

-Había sido jornalero y esperado en la plaza a que lo escogiera un amo. Pronto tuvo amo fijo, Pedro Quero, para el que hacía de todo. Pasado el tiempo le dijo que se iba a ir del pueblo y Quero le contestó: "Colástico, quédate, vas a tener siempre trabajo conmigo". Mi padre le replicó que además de trabajo quería sueldo. Le pagaban con grano.

- ¿En qué trabajó en Asturias?

-En la mina, poco tiempo porque no podía pasar de trabajar en amplísimos horizontes a meterse allí. Salía de trabajar en la construcción, iba a descargar camiones y luego a cargar carbón. Era un desconocido que llegaba a medianoche y se iba a las cinco de la mañana.

- ¿Cómo era?

-Muy serio, muy noble, sin doblez. Le era inconcebible faltar a la palabra. Sabía leer, escribir y las cuatro reglas. Leía novelas de Marcial Lafuente Estefanía y las cambiaba en un quiosco. Con los hijos era severo y exigente pero dentro de la bondad. Me pegó una vez con todo merecimiento porque piré una clase particular que estaban pagando. Me llevó a casa, se quitó el cinto y me dio. Ni bebía ni jugaba y era muy compañero de mi madre.

- ¿Cómo era Carmen Gordillo, su madre?

-Una mujer económica y una máquina integral de casa que cosía vestidos, pantalones y camisas y tejía jerséis. No era gran cocinera. Era amorosa pero no ñoña, de un cariño castellano sin abrazos.

- Fue el hermano mayor.

-Mi infancia no existió y no jugué con amigos. No había agua en casa y mi madre pasaba el día entero en el lavadero. Yo echaba agua a los guisos, hacía los deberes de la escuela y cuidaba de cuatro hermanos a los que sacaba 6 y 7 años y pico. Lloraba uno, los demás le seguían por contagio y, al final, yo también, de impotencia.

- ¿Cómo era La Villa?

-El purgatorio, casas desconchadas y arrumbadas, calles de barro. Sólo tenía acera una señora que vendía leche en casa. Mis recuerdos son muy malos. La casa era mínima. En un ventanuco alto se veían el cielo y la copa de un árbol y me deleitaba contemplándolos porque me parecía mi pueblo.

- ¿Qué tipo de chaval era?

-Me gustaban los tebeos. El regalo de Reyes era un par de cómics, un "Pumby" ajado y "El Aguilucho", un espadachín. Dibujaba bien y copiaba el cómic entero, con color.

- ¿Y en la escuela?

-Tenía memoria y era trabajador, no inteligente. Estudié en el Santiago Apóstol, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Un día pasó un visitador, el hermano Servando, y enseñó unas diapositivas del convento en Santa María de Bujedo (Burgos), premostratense del siglo XII, remozado, y echó la caña para conseguir frailes. Aquello era el cielo y los aspirantes sonreían, no como las caras de los críos que me rodeaban.

- Llegó a casa, lo contó y ¿qué le dijeron?

-Que no. No eran religiosos, mi madre iba a misa por lo que tenía de social y mi padre, que se definía comunista, ni eso. El director del colegio y un hermano fueron a convencerlos de que yo era bueno y tenía condiciones y vocación. Eso era mentira, iba por las diapositivas. Como no había que pagar y aprendería, aceptaron. Tenía 13 años, cursé primero y segundo de Bachiller en un año e hice hasta cuarto y reválida.

- ¿Qué tal en el internado?

-Al principio tuve morriña, pero me adapté pronto. La vida era más feliz. Sólo tengo buenos recuerdos de una sociedad idílica en la que se te valoraba por lo que eras capaz de hacer. Los profesores eran amables y los mejores que recuerdo. Me costaba mucho relacionarme con los compañeros. Siempre fui retraído. Aún hoy me cuesta ir a fiestas. Se prohibía tener una relación muy estrecha con nadie, pero yo no me atrevía a mostrarme. Descubrieron que me gustaba el dibujo, lo promocionaron y me enseñaron el óleo.

- ¿Había medios?

-Se nutrían de grandes tierras de patatas, viñas y remolacha azucarera. Recogíamos las cosechas con ellos. Todo lo hacíamos nosotros y todos hacíamos de todo.

- ¿Cuándo volvía a casa?

-Una semana al año, en verano. Me sentía desubicado. Los niños me señalaban como el bicho raro, y uno me llamaba "frailinos", lo que me descorazonaba. Me llevaban a ver familiares dispersos y para mí era un suplicio. Casi no reconocía a mis hermanos.

- ¿Conserva el vínculo?

-Sí. Viven tres. Uno murió a los 18 años en un accidente de coche.

- ¿Cómo descubrió el teatro?

-La primera vez fue en el Santiago Apóstol de Mieres, una función de los mayores, "El condenado por desconfiado", de Tirso de Molina, y me pareció tan guapo... Pensé que eran muy listos para hacer aquello. La siguiente vez fue en el convento. Un hermano me dijo que tenía voz de locutor y me hizo aprender "El Cristo de la buena muerte", un poema largo de José María Pemán, seguramente para que venciese mi timidez. Salir fue uno de los peores momentos de mi vida, pero debió de gustarme. Luego, nos reunió a cuatro y nos hizo aprender "Platero y yo". Fuimos "Los juglares de Platero" en la fiesta patronal. La primera obra de teatro en el convento fue "La estatua de Pablo Anchoa", de Florentino Lara. Para mi personaje de pintor y escultor me dejaron crecer el pelo.

- ¿Le gustaron los aplausos?

-Seguramente eran atractivos para alguien tan inseguro como yo.

- ¿Por qué es inseguro?

-Siempre supe que era feo. Mi madre era muy sincera y me lo hizo notar. Me decía "eres muy bueno pero muy feo", y contaba que mi padre cuando me vio recién nacido dijo "qué feo es, ¿no?". Eso me acomplejó. Sabía que era cierto. Ser feo hay que arrastrarlo toda la vida. La apariencia agradable para los demás anda mucho camino por ti. En cine y televisión más. Hay que formarse más para llegar, y a veces no se llega.

- ¿Por qué dejó el convento?

-A los 17 años había que iniciar el noviciado en Salamanca, y eso precisaba una vocación que no tenía. En la charla con el director del aspirantado dije que no creía tener fe y me contestó que la fe es un camino en el que hay que querer estar. Escribí a mi padre para que viniera a buscarme.

Segunda entrega mañana, lunes:

"Soy un respetuoso enamorado del teatro, pero entré en 'Gesto' por amor a una chica"

Compartir el artículo

stats