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El primero fue Pelayo

Las fuentes árabes de la época reconocen el gran error que supuso minusvalorar la revuelta de "30 hombres y 10 mujeres" en una peña de Covadonga

Retrato idealizado de Pelayo en Covadonga, obra de Luis de Madrazo y Kuntz. MUSEO DEL PRADO

A la muerte de Mahoma (Muhammad) en 632, sus sucesores pusieron en práctica sus prédicas que exaltaban el modo de vida relacionado con la práctica de la guerra e iniciaron desde la Arabia occidental, la conquista de los territorios situados a oriente y occidente, derrotando al imperio sasánida y reduciendo el de Bizancio. En etapas sucesivas, todo el norte de África quedó bajo el control del califato de Damasco, amenazando ya a comienzos del siglo VIII al reino visigodo de Toledo.

A la muerte del rey godo Witiza, en 710, se produjo en España un vacío de poder seguido de una guerra civil en la que se enfrentaron el futuro rey Rodrigo, entonces duque de la Bética, Suniefredo, que se hizo coronar rey en Toledo, y Agila II, que se apoderó de la antigua provincia Narbonense (el sureste de Francia, entonces bajo dependencia visigoda). Rodrigo derrotó a Suniefredo y cuando emprendía la campaña contra Agila II recibió la noticia de que un ejército beréber había desembarcado en Gibraltar. Ya el año anterior había habido una expedición musulmana de saqueo. Pero en esta ocasión se trataba de un grupo mucho más numeroso, que mandaba el beréber Târiq ibn Ziyâd y que era enviado por el gobernador del norte de África, Mûsâ ibn Nusayr.

El rey Rodrigo volvió grupas desde el norte para salir al encuentro de los invasores con su ejército, encontrándose con éstos en el lugar llamado Wadi Lakka, donde a lo largo de la semana que va del 19 al 26 de julio de 711 se desarrolló el choque bélico entre los dos ejércitos. A comienzos del siglo XIII, el arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada relató así la batalla: "Y habiendo llegado al río que se llama Guadalete, cerca de Asidona, que ahora es Jerez, el ejército africano acampó en la otra orilla. Por su parte el rey Rodrigo, con una corona de oro y un traje recamado en el mismo metal, era conducido en un lecho de marfil tirado por dos mulas, tal como exigía el protocolo de los reyes godos. Y se luchó sin interrupción durante ocho días, de domingo a domingo, hasta el punto de perecer casi 16.000 del ejército de Tárik. Pero ante el insistente empuje del conde Julián y de los godos que estaban con él son desbordadas las líneas cristianas, que resultaron indolentes, débiles e incapaces de combatir por el largo periodo de paz y la buena vida, y volviendo grupas ante los obstáculos [?], el rey Rodrigo y el ejército cristiano son vencidos y perdieron la vida en una huida sin esperanza".

La victoria de Târiq fue mayor de lo esperado, pues contó con la ayuda del conde Julián (o Urbano), autoridad visigoda en la parte africana del estrecho, y la muerte del rey Rodrigo, dejó a los visigodos descabezados. Al año siguiente, 712, el propio Mûsâ ibn Nusayr, el gobernador árabe del norte de África, se puso al frente de otro cuerpo de ejército integrado en su mayor parte por tropas árabes. En apenas cinco años, los invasores musulmanes se hicieron con el control de todo el territorio peninsular, sin tener que librar grandes batallas o poner largos sitios, sino pactando con frecuencia con los nobles locales su capitulación. El reino visigodo se desmoronó y toda la población hispana quedó sometida a las nuevas autoridades árabes, dependientes del califato omeya de Damasco.

Asturias, como el resto de territorios integrantes del reino visigodo de Toledo, quedó bajo el poder y la administración árabe, como lo relata en pocas palabras la Crónica de Alfonso III (versión Rotense): "Los árabes, dominada la tierra junto con el reino, mataron a los más por la espada, y a los restantes se los ganaron atrayéndolos con un tratado de paz. También la ciudad de Toledo, vencedora de todas las gentes, cayó vencida por el triunfo ismaelita, y sometida quedó bajo su servidumbre. Por todas las provincias de España pusieron gobernadores, y durante varios años pagaron tributo al rey de Babilonia [el califa de Damasco], hasta que eligieron uno propio, y afianzaron su reino en Córdoba. Por ese mismo tiempo era gobernador en esta región de los asturianos, en la ciudad de Gijón, un hombre llamado Munnuza, compañero de Tarik".

Varios cronistas árabes nos informan que fue el propio Mûsâ quien se apoderó de toda Galicia, nombre que entonces se daba al cuadrante noroccidental, comprendiendo las provincias gallegas, norte de Portugal, Asturias, Cantabria y norte de la Meseta, hasta el Duero. Mûsâ, dicen esos historiadores, llegó hasta Lugo, en Galicia, y desde allí envió "exploradores que llegaron hasta la Peña de Pelayo, sobre el mar Océano. No quedó iglesia que no fuese quemada, ni campana que no fuese rota. Los cristianos prestaron obediencia, se avinieron a la paz y al pago del tributo personal, y los árabes se establecieron en los pasos más difíciles". Después, Mûsâ, llamado por el califa Al-Walîd, se retiró y preparó el viaje a Damasco, a donde llegó a finales de 714 o comienzos de 715.

Toda la Península Ibérica había quedado bajo el dominio musulmán, que obtuvieron el control en unas zonas por la fuerza de las armas y en otras mediante pactos. El miedo que la crueldad de algunas intervenciones de Mûsâ generó entre los cristianos se alió con sus ejércitos para que en muchas partes se rindieran sin prestar oposición. La Crónica mozárabe de 754, la historia más próxima a los hechos, escrita por un clérigo del sureste hispano, lo expresa en estos términos: "Con el fuego [Mûsâ] deja asoladas hermosas ciudades, reduciéndolas a cenizas: manda crucificar a los señores y nobles y descuartiza a puñaladas a los jóvenes y lactantes. De esta forma, sembrando en todos el pánico, las pocas ciudades restantes se ven obligadas a pedir la paz, e inmediatamente, complacientes y sonriendo, con cierta astucia conceden las condiciones pedidas".

Algunos pequeños anales cristianos que se fechan hacia fines del siglo VIII, cuentan que derrotado Rodrigo, desapareció el reino visigodo, y los árabes se hicieron dueños de toda España. El llamado Cronicón de Alcobaça dice: "Antes de que don Pelayo reinara, los sarracenos reinaron en España cinco años". Otro de estos cronicones, el llamado de Vaseo, cuenta que tras la victoria de los árabes y la muerte del rey Rodrigo, "los sarracenos reinaron en Asturias cinco años".

No sólo estos cronicones señalan a don Pelayo como el primero que se interpuso en el dominio musulmán en España. Todas las historias cristianas y hasta las árabes son coincidentes en esa atribución. La más antigua de las llamadas "Crónicas asturianas o de la Reconquista", la Albeldense, terminada de escribir en 883, dice: "Y una vez que España fue ocupada por los sarracenos, éste fue el primero que inició la rebelión contra ellos en Asturias, reinando Yusef en Córdoba y cumpliendo Munnuza en la ciudad de Gijón las órdenes de los sarracenos sobre los ástures".

Una lista de los reyes asturianos contenida en la misma Crónica Albeldense dice que "recibió el reino en la era 756 [año 718], y reinó 18 años, 9 meses, 19 días. El fue el primero en meterse en las ásperas montañas, bajo la peña y cueva de Auseva". Se cumplen, pues, este año, 1300 del inicio de su reinado.

No sólo las fuentes cristianas destacan el papel primordial de Pelayo en la oposición a su conquista, sino que también lo reconocen las fuentes árabes. Al-Makkari, un historiador de origen andalusí, nacido en Tremecén (actual Argelia) en 1590 y muerto en El Cairo en 1632, que pese a lo tardío de la redacción de sus Analectes (1628-1629) dispuso de textos muy antiguos y fiables que utilizó con gran fidelidad, escribe lo siguiente sobre los inicios de la revuelta de Pelayo: "Cuentan algunos historiadores que el primero que reunió a los fugitivos cristianos de España, después de haberse apoderado de ella los árabes, fue un infiel llamado Pelayo, natural de Asturias, en Galicia, al cual tuvieron los árabes como rehén para seguridad de la obediencia de la gente de aquel país, y huyó de Córdoba en tiempo de Al-Horr ben Abd Al-Rahmen Atsakafi, segundo de los emires árabes de España, en el año sexto después de la conquista que fue el 98 de la hégira [716-717]. Sublevó a los cristianos contra el lugarteniente de Al-Horr, le ahuyentaron y se hicieron dueños del país".

También destaca de forma unánime la cronística árabe-andalusí la importancia que la revuelta protagonizada por Pelayo tuvo para la posterior evolución política de la Península Ibérica y el gran error que supuso no haber prestado a su acción la debida atención desde los inicios. "Dice Ibn Hayyan que, en su tiempo [el del valí Anbasa], se levantó en Yilliqiya [Galicia] un malvado bárbaro, llamado Pelayo. Reprochando a los bárbaros su prolongada huida y apelando a sus virtudes, logró estimularlos a la rebelión y a la defensa de su territorio. Desde su época, los cristianos de al-Andalus iniciaron la resistencia frente a los musulmanes en las tierras que habían podido preservar en sus manos y la protección de sus santuarios, algo que hasta entonces no habían anhelado. Se dice que no había quedado sin conquistar en el territorio de Yilliqiya aldea ni población de categoría superior, salvo la peña en la que se había refugiado ese bárbaro. Sus compañeros fueron muriendo de hambre hasta que no quedaron más de treinta hombres y unas diez mujeres, que solo tenían para alimentarse la miel de abejas de unas colmenas que tenían en las grietas de la peña. Se mantuvieron inexpugnables en ese lugar abrupto hasta que los musulmanes, no sabiendo qué hacer, los despreciaron, diciendo: "Treinta bárbaros, ¿qué pueden hacernos?". Nadie ignora la importancia que, después de aquello, llegaron a alcanzar por su poder, su número y sus conquistas". Y otro autor árabe, Ibn Sa'îd, dice: "el desprecio de esa peña y de quienes se refugiaron en ella dio lugar a que los descendientes de los que estaban allí se apoderasen de las principales ciudades, al punto que incluso la capital, Córdoba, Dios la restituya, está hoy en día en sus manos".

Estos textos de los historiadores árabes resaltan un doble aspecto en lo que se refiere a la resistencia de Pelayo. Por un lado, que fue el primero que se levantó contra su dominio y dio inicio a la resistencia cristiana, pero además que esta acción suya tuvo continuidad y fue determinante en las posteriores victorias cristianas, que tras un proceso de ocho siglos acabó con la expulsión de los musulmanes de España en 1492, bajo el reinado de los Reyes Católicos. España fue, junto con Sicilia, los dos únicos países que, conquistados por los árabes en su etapa de expansión, consiguieron librarse de su dominio y volver a la fe cristiana.

Pese a la manipulación ideológica que el término "reconquista" ha tenido en tiempos más recientes, y de la presentación del reino visigodo de Toledo como exponente de la nacionalidad española unitaria, es innegable que ya en el siglo VIII aparece claramente manifiesta la idea del lamento por la pérdida de España, expresada vivamente por el autor de la llamada Crónica Mozárabe de 754 que, tras narrar la conquista de España por los árabes, exclama: "¡¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables?! Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España ni tantos y tan grandes males como ésta soportó". Y continúa, "todo cuanto? soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén?, lo que padeció Babilonia? y, en fin, todo cuanto Roma? alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también en su deshonra, pues antes era atrayente, y ahora está hecha una desdicha".

Frente a esa desdicha, en la Crónica de Alfonso III, elaborada durante el reinado de este rey, muerto en 910, se manifiesta claramente la idea de la restauración de España. Dice Pelayo al obispo Oppa, que acompañaba al ejército árabe acampado a los pies de la cueva de Covadonga y le invitaba a disfrutar de la paz con los árabes: "Cristo es nuestra esperanza de que por este pequeño monte que tú ves se restaure la salvación de España y el ejército del pueblo godo".

Las crónicas de la época de Alfonso III no sólo expresaron claramente la idea de reconquista de España, sino que presentaron a los reyes asturianos, desde Pelayo, como los sucesores de los reyes visigodos, con legítimos derechos a lograr la recuperación de toda España. Esa idea, nacida en el Reino de Asturias, fue aceptada por toda la historiografía del resto de los reinos medievales en que se disgregó la Península hasta la unión con los Reyes Católicos. El cronista catalán del siglo XV, Pere Tomic, en su Histories e conquistes dels reys d'Aragón e comtes de Catalunya, tras afirmar que Rodrigo y los suyos "perderen, oh dolor, la Espanya", manifiesta que a Pelayo le corresponde con total legitimidad "lo primer titol de rey de Hispanya".

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