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PILAR GONZÁLEZ-QUIRÓS | Diseñadora de joyas y empresaria

"En mayo del 68 en París me caí por las escaleras del Sacre Coeur"

"Nací con una infección de riñón y fui una niña muy delicada: fui la primera persona en Oviedo a la que le pusieron penicilina, que me trajeron en un avión militar"

Pilar Quirós, con El Viti durante una jornada de pesca. LNE

Pilar González-Quirós Corujo (Oviedo, 1942) caminaba con un amigo vasco por París. No había hecho mucho caso cuando el día anterior en la Universidad de la Sorbona, en la que estudiaba, le habían dicho que se suspendían las clases y caminaba enamorada. De repente los coches ardían y los jóvenes arrancaban los adoquines de las calles de París. La policía cargó y Pilar Quirós y su acompañante echaron a correr. Aquella noche de mayo de 1968 la pasaron refugiados en un portal. A la mañana siguiente la ciudad estaba más tranquila y ella quiso dar un paseo. "Subimos hasta el Sacre Coeur y me rompí una pierna, me caí rodando por las escaleras". Lo cuenta entre risitas sentada en un sillón de la sala de estar de su casa en la ovetense calle Independencia. Tras ella, un cuadro de Regoyos; al frente, obra de Piñole, Muñoz Degraín y Paulino Vicente. Desde la terraza divisa la cúpula de la capilla del hotel de la Reconquista, que fue el hospicio en el que Pilar Quirós hizo el servicio social. Vive con su hermana Pique y disfruta de la jubilación, alcanzada hace dos años. Reconoce que ha tenido una vida privilegiada, con mucha suerte y mucho trabajo, pero también haciendo siempre lo que le ha dado la gana: estudios, viajes, negocios y muchos amigos y risas. Los cuadros y muchos de los muebles proceden de la casa familiar en la que se crió, 500 metros cuadrados en la calle San Antonio, con la plaza de Trascorrales como patio de juegos infantiles.

Una niña enferma pero feliz

"Fui una niña muy delicada de salud. Estuve a reposo hasta los 10 años. Nací con una infección de riñón. Soy la primera persona a la que pusieron penicilina en Oviedo. Mi padre, el doctor Pedro Quirós, había sido alumno de Marañón, que era quien distribuía la penicilina. Le llamó y le dijo que tenía una hija que se estaba muriendo. Marañón no estaba convencido pero mandó la penicilina en un avión militar, fue un acontecimiento. Fue pincharme y empecé a respirar y dejar de estar morada. Mis hermanos se turnaban para llevarme a recostinos cuando íbamos de excursión. Me mimaban mucho. Mi padre se pasaba las tardes leyéndome cuentos. En aquellos años me inculcó la pasión por la lectura y por el dibujo. Como estaba enferma estudiaba en casa con un profesor particular. Saqué mi única matrícula de honor en dibujo. Nací con un lápiz en la mano. A los 10 años empecé en las Teresianas, en la calle González Besada. Era una niña mimada porque estaba delicada. Una monja fue a darme una bofetada y le dije que me iba del colegio, que a mi sólo me daba una bofetada mi madre, cogí el sombrero y el abrigo y me fui a casa".

Trascorrales y la "fräulein" austriaca

"Aquel Oviedo era muy divertido. Vivíamos en la calle San Antonio y jugábamos en la plaza de Trascorrales al llegar del colegio. Allí aprendí a patinar y a montar en bicicleta. Los siete hermanos nos juntábamos con todos los niños del barrio. Lo pasábamos muy bien, nos llamaban por la ventana para subir a comer. Mi padre tuvo siempre la obsesión de que aprendiésemos idiomas y metió en casa a Berta, una 'fräulein' austriaca refugiada de la Segunda Guerra Mundial. Nunca conseguimos que hablase español. Mi hermana Pique aprendió a hablar alemán antes que español. Nos inventamos un idioma para entendernos con ella. Yo llegué a defenderme en alemán, pero se me ha olvidado, siempre pienso que tengo que dar unas clases para recuperarlo. Berta era hermana de Juan, el confitero de Peñalba, y nos traía como premio los recortes de los bombones. En casa no pasamos carencias, aunque sí me acuerdo de ir con la 'fräulein' con la cartilla de razonamiento a buscar azúcar y chocolate. Supongo que es un recuerdo que me quedó porque era lo que me gustaba. En mi casa nunca faltó nada. Además, mi padre era médico y muchas veces le pagaban en especies. Recuerdo el patio de casa lleno de pollos en Navidad. En aquella casa todos los días del año se ponía un plato de más en la mesa porque siempre venía algún amigo a comer".

Unos padres liberales

"Mi padre era psiquiatra, Pedro González Quirós, director del manicomio de hombres de La Cadellada. Era un hombre con muy buen carácter, muy bondadoso, muy buen amigo de sus amigos. Tuvo muchos problemas con la Diputación porque aunque era de derechas era muy liberal y poco convencional. Mi madre, Ángela González-Villamil Corujo, tenía muy buen carácter pero muchísimo genio. Es lógico, éramos siete hermanos y no hacíamos nada bueno. Recuerdo un día que explotó una bomba en el campo frente a los Dominicos y mató a un señor. Mi hermano Juan dijo: 'Era un patoso, no sabía cómo se quitaba la espoleta a una bomba'. Cuando estábamos en la casa que teníamos en Buenavista, que de aquella era el campo, nos sentábamos en un arenero y mis hermanos quitaban las espoletas a las bombas y las vendían porque eran de cobre. Cuando se enteró mi madre se desmayó del susto".

La adolescencia y el dibujo

"Al salir de las Teresianas mis padres me mandaron a una residencia de chicas en Ávila. Mi padre tenía la teoría de que no importaba perder un año allí viendo cosas de arte y escuchando música, pero no sé para qué gastaron aquel dinero, yo tenía muy claro que quería dibujar y diseñar. Volví a Oviedo y mi padre me dijo que tenía que estudiar algo. De aquélla apareció una carrera nueva que se llamaba Graduado Social y que eran tres años y dije: ésta es la mía. En clase éramos cuatro o cinco chicas y estábamos muy consentidas, yo copiaba como una loca. Había muchas fiestas en colegios mayores. Fue la época en que empecé a hacer mucho deporte. Montaba a caballo, esquiaba y jugaba al tenis. En segundo curso pensé que no era lo mío, que yo quería estudiar diseño y en España nunca podría estudiarlo ni dedicarme a ello, así que decidí irme a París".

París y mayo de 1968

"Decidí que me marchaba a París y no les dije nada a mis padres. Saqué un billete y escribí al Instituto Católico Francés para matricularme, busqué una casa para trabajar de 'au-pair'. No dije nada en casa hasta que cumplí la mayoría de edad, que entonces eran 21 años. Mi madre armó la de San Quintín, oficialmente dejó de hablarme, y mi padre le dijo: 'Ángela, es su vida, déjala'. El día que me fui, mi padre me dio un sobre y me dijo: 'No lo abras hasta llegar a París'. Cuando lo abrí encontré un billete de avión abierto y una carta que decía: 'Rectificar es de sabios, no de cobardes. Ésta es tu casa'. También había unos cuantos dólares. Fui de las pocas mujeres que en aquella época tuvieron la oportunidad de ir a estudiar fuera. Llegué a la casa con la que había contactado: él hombre era director de la petrolera Shell. Yo por las mañanas iba a la Universidad y al salir recogía a sus dos niñas en el colegio y me ocupaba de ellas el resto del día. Les daba la merienda. No tenía ni idea de cocinar. La primera tortilla francesa que les hice me dijeron que no se podía comer. Estudiaba en la Sorbona. Aquel París era maravilloso. Me pilló Mayo del 68, fue divino. Me encontraba con un amigo vasco que estaba de paso en París para organizar la primera expedición española al Everest. Fuimos íntimos, estuve muy enamorada de él. Yo sabía que había una huelga porque en la Universidad nos habían dicho que no había clase. No le dimos demasiada importancia, pero la manifestación nos encontró paseando por París. Con tanta suerte que cuando estábamos corriendo de la Policía, con los coches ardiendo y los jóvenes arrancando los adoquines de las calles para tirarlos, un compañero de clase que estaba en un portal abrió la puerta y dijo: 'Entrad que os van a dar'. Pasamos la noche en el portal encerrados y al salir por la mañana parecía que las cosas estaban más tranquilas. Mi amigo me dijo que fuésemos para casa y yo le dije que no, que íbamos a dar un paseo. Subimos al Sacre-Coeur y me caí rodando por las escaleras: me rompí una pierna. Bajé andando hasta casa. Había cambiado de casa y trabajaba para una prima de Alfonso XIII. Como yo era española me cogió un gran cariño. Fue muy divertido, me aficionó a la cocina. Se llamaba Caroline, una persona estupenda".

Las camisas de Omar Sharif y el taller de Pierre Cardin

"Entre las dos casas, la del directivo de la Shell y la prima de Alfonso XIII, me quedé sin trabajo. Las españolas teníamos fama de planchar muy bien y yo buscaba trabajo en los anuncios del periódico. Empecé a planchar camisas y entre las que planchaba estaban las de Omar Sharif. Nunca llegué a verle. Hablamos, le dije que me dejase una camisa para planchar y que si le gustaba pactábamos un precio. Le gustó cómo quedó. Él dejaba las camisas al portero del edificio, yo las recogía, las planchaba y las volvía a dejar allí y el portero me daba el dinero. Me inventé mil cosas, como que le faltaba un botón y otras muchas excusas, para conocerle en persona, pero nunca lo logré. Luego entré en el taller de Pierre Cardin. Entré a barrer el taller. Siempre he tenido mucha seguridad en la vida y un día dije: 'Estos dos colores no pegan', y empecé a opinar, entonces él me dijo: 'Ven aquí', y empecé a trabajar en el taller. Yo me llevaba muy bien con la encargada. Cuando hizo los primeros pantalones de cuero le propuse que me diese los patrones y ser la representante en España. Vendí pantalones de cuero por toda España viajando en mi 600".

Segunda entrega, mañana, lunes:

"La joyería de Oviedo y la detención en Nueva York confundida con una terrorista"

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