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Los estudiantes franceses que asustaron a Franco

El régimen franquista trató de establecer un "cordón sanitario" informativo en torno a las revueltas de Mayo del 68 por el temor a que las protestas pudieran extenderse a España

Los estudiantes franceses que asustaron a Franco

Las autoridades franquistas mostraron durante toda la crisis de Mayo del 1968 una extraordinaria inquietud ante la posibilidad de que los acontecimientos franceses pudieran extenderse a España. En consecuencia, además de apoyar al Gobierno presidido por Charles de Gaulle, el régimen español intentó establecer un "cordón sanitario" informativo en torno a la situación francesa, restándole gravedad a los sucesos parisinos. Esta iniciativa, perfectamente seguida por la radio y la televisión, de control estatal directo tuvo escaso éxito en una prensa cuyo interés por la información internacional resultaba en la época sorprendentemente significativo. En realidad, ya desde antes de la "ley Fraga" de prensa de 1966, que había remplazado el control directo de las publicaciones mediante la censura previa y las consignas por uno indirecto basado en las multas y la consiguiente autocensura, los periódicos españoles utilizaban los acontecimientos de política exterior para tratar de lo que preocupaba realmente a sus lectores, es decir, de "ce qui se passe et surtout ce qui se passera en Espagne même", en palabras del embajador francés en Madrid, Robert de Boisseson.

Así, desde el principio de la crisis, la prensa falangista perteneciente a la llamada "Cadena del Movimiento" se mostró particularmente virulenta frente a unos estudiantes detrás de los cuales veía la larga mano del principal enemigo del régimen, el comunismo. De esta forma, Manuel de Agustín, corresponsal parisino de la agencia de prensa falangista, Pyresa, consideraba en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA ya el 5 de mayo que "(...) resulta que entre esos ingenuos, buenos, nobles, entusiastas, generosos estudiantes, los había que estaban armados con bombas, pistolas, explosivos, cadenas de hierro y cachiporras de acero y caucho. Total, que puede afirmarse haber descubierto entre esa juventud una verdadera brigada de choque de saboteadores y revolucionarios (...)".

Frente a ellos, periódicos más cercanos a tendencias monárquicas se mostraron inicialmente menos críticos con el movimiento estudiantil, como el barcelonés "La Vanguardia Española", que consideraba el 8 de mayo en un editorial que "(...) se trata de un movimiento que tiene a quienes son privilegiados entre los privilegiados como protagonistas. Lo cual, lejos de constituir una afirmación acusatoria, es una constatación laudatoria: los estudiantes, en general, protestan contra lo que consideran injusticias y otros males de una sociedad en la que egoístamente podrían encontrarse muy bien situados. Lo que es una de las manifestaciones más acusadas de la proverbial generosidad y desinterés juveniles (...)".

Sin embargo, el agravamiento de la crisis con la entrada en su fase social llevó pronto al conjunto de los periódicos legales (la escasa prensa clandestina, como el comunista "Mundo Obrero", adoptó posturas esencialmente favorables a la revuelta) a un rechazo total de la subversión a imagen de José Luis Gómez Tello, que descalificaba el 18 en "Arriba" al "(...) alemán de origen judío Daniel Cohn Bendit (...). ¿Sus primeras reivindicaciones? Las declaró el Cohen-Bendit (sic): el 'derecho' de los estudiantes de entrar a cualquier día o de la noche en los dormitorios de las alumnas de una residencia femenina porque la discriminación sexual pertenece a la sociedad burguesa". Además, tanto este diario falangista como el monárquico "ABC" no dudaron en criticar lo que consideraban como la pasividad y debilidad del Gobierno francés frente a los estudiantes. Del mismo modo, la prensa se mostró escéptica en cuanto a los resultados de los acuerdos de Grenelle, defendiendo como LA NUEVA ESPAÑA el 26 que la prioridad inmediata era reprimir a los insurrectos y restaurar el orden y que "(...) sólo entonces, las negociaciones entabladas por el Gobierno y los representantes de los sindicatos tendrán valor de promesa para un restablecimiento del orden y la normalidad (...)".

Y es que los periódicos españoles no podían dejar de constatar con preocupación que la situación continuaba deteriorándose cada vez con mayor rapidez al entrarse en la llamada fase política de la crisis, marcada por la salida de la capital en helicóptero del presidente francés con dirección desconocida, lo que provocó la propagación de múltiples y contradictorios rumores acerca de una posible dimisión o un golpe de Estado. Fue éste el momento elegido por Rafael Calvo Serer para, desde las páginas del diario "Madrid" que controlaba, lanzar una violenta andanada por persona interpuesta contra Franco con su famoso "Retirarse a tiempo: No al general De Gaulle", en el que insistía en que "(...) lo que ha quedado claro es la incompatibilidad de un Gobierno personal y autoritario con las estructuras de la sociedad industrial y con la mentalidad democrática de nuestra época en el contexto del mundo libre (...). (De Gaulle) se ha encontrado ya anciano y queriendo mantenerse en el Gobierno con una crisis que puede acabar con él sin haber abordado a tiempo ni la organización del partido que pueda continuar su obra ni la preparación adecuada del posible sucesor (...), triste sino de los gobernantes que se hacen viejos en el Poder (...)".

Este vehemente requisitorio inequívocamente dirigido al dictador español le costaría a "Madrid" el secuestro del número del 30 de mayo, su suspensión por dos meses y una exorbitante multa para la época de 250.000 pesetas a la empresa editora, que iniciaría el declive que la llevaría a la bancarrota y al cierre del diario. Además, como sabemos, Calvo Serer se equivocaba: De Gaulle volvió a París y aceptó la propuesta de su primer ministro Pompidou de disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones, pronunciando un discurso enérgico y desafiante que fue seguido de una multitudinaria manifestación de un millón de simpatizantes gaullistas, que testimoniaban el apoyo popular al general y puede considerarse como el final de la crisis.

Las autoridades españoles acogieron con alivio y satisfacción el discurso del presidente francés y la subsiguiente manifestación, como mostraba una nota del consejero de Información de la Embajada española en la capital gala: "El poder, ausente durante varias semanas, ha reaparecido. El discurso de ayer quedará como uno de los mejores que De Gaulle ha pronunciado (...). Y este impacto explica la importancia de la manifestación de ayer, de la Concorde a la plaza de l'Étoile (...), es innegable el entusiasmo de la masa humana que aclamaba a De Gaulle y enarbolaba banderas tricolores como respuesta a las rojas y negras, y no cantaba la 'Internacional' sino la 'Marsellesa' (...), la vida política francesa ha dado un giro considerable (...). Desde la vigorosa reacción del poder, el tiempo juega a su favor (...)".

La reacción de la prensa española también fue unánimemente favorable al discurso y -con la significativa excepción de "Pueblo", diario de los sindicatos que utilizaba en la época una dialéctica socializante e izquierdista- a la manifestación gaullista.

Así pues, en conclusión, se puede considerar que el cordón sanitario de control de la información con el que las autoridades españolas pretendieron aislar a la opinión española de los acontecimientos franceses de Mayo del 1968 fracasó. Sin embargo, la victoria final de las fuerzas conservadoras y partidarias del orden en Francia y la coyuntura política y social interna española impidieron el surgimiento de cualquier tipo de movimiento significativo en la sociedad española que reivindicase o aprovechase el ejemplo del Mayo francés pretendiendo extenderlo al otro lado de los Pirineos.

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