Mirador de sombras

Sanfermines

Este país lo quieren todo: encierros sin riesgo, millones de coches circulando sin accidentes, deportes sin peligro

Cuando llega julio, los americanos caen más en San Fermín que en Vietnam, lo que es explicable, ya que se trata de una fiesta norteamericana que jamás hubiera alcanzado el éxito internacional que actualmente tiene de no haber sido por el éxito internacional de una novela famosa, cuyo propio título fue modificado a causa de ese éxito. El título de la novela de Ernest Hemingway procedía del capítulo primero del Eclesiastés, del que bebieron los autores más diversos, desde San Pablo a Jorge Manrique. Lo sonce versículos de este capítulo condensan la posición sombría del hombre en el mundo: se nos dice en pocos versos que todo es vanidad, que el hombre no saca provecho de su trabajo pero el sol vuelve a salir, que los ríos van al mar y el mar no se llena, que todas las cosas son fatigosas y el hombre no se sacia, que no hay nada nuevo bajo el sol ni memoria de lo que precedió ni de lo que sucederá después. Hemingway tomó su título de este capítulo impresionante: "También sale el sol", pero la novela no tardó en ser conocida con una voz española, escueta, colorista y alegre como una tarde de toros: "Fiesta". Pues la fiesta es su asunto: fiestas nocturnas en París y la fiesta en Pamplona como algo incontenible, como una explosión que todo lo llena y todo lo arrasa. Por todas partes había gente gritando, bebiendo, bailando y haciendo ruido. "Era una fiesta y duró siete días". Se trata de una fiesta de verdad, en la que todo lo que sucede es verdadero. Tal vez esto pertenezca a la literatura, pero Hemingway estaba convencido de que es una de las últimas fiestas con sentido que se celebran en el mundo y consiguió transmitírselo a sus compatriotas, que primero van a Pamplona y después a Madrid, a comer en Botin, como hicieron lady Brett y Jake Barnes: esto es como hacer el camino de Santiago hasta Finisterre. El punto culminante de la ceremonia es el encierro: allí es donde muchos turistas y lugareños dejan el pellejo o están decididos a dejarlo. Ya en su novela, Hemingway habla de una víctima de los encierros, un mozo de una aldea cercana.

Ahora estas autoridades que tanto velan por la salud ciudadana y por el turismo aspiran a que haya encierros sin peligro para lo que se toman las precauciones burocráticas oportunas, siempre traducidas en forma de multas. La televisión mostró a un joven que al tiempo que corría delante de los toros iba haciéndose fotografías con su móvil; se le calificó de "inconsciente" y se anunció por podía ser multado con 650 euros. ¿Por ser entusiasta de las nuevas tecnologías que tanto entusiasman a todo el mundo, gobernantes y gobernados, o solo por ser "inconsciente"? Pero prohíben la inconsciencia en Pamplona y se acabaron los encierros, y con ellos, los sanfermines. Porque no hay que ser muy consciente para echarse a correr delante de los toros. Pero en este país lo quieren todo: encierros sin riesgo, millones de coches circulando sin accidentes, deportes sin peligro. El día menos pensado imponen casco protector a los corredores ante los toros, como si fueran ciclistas.

Mi amiga Patricia ha organizado en Infiesto unos sanfermines estupendos, con éxito creciente y sin riesgos: el toro es de madera, los que corren son niños y aunque todas las tardes se ofrece el "parte médico", no se produce ninguna baja por asta de toro. Tenían que enviar a Patricia a dirigir los sanfermines de Pamplona para que las bondadosas autoridades que tanto sufren cuando se produce un accidente, estuvieran tranquilas.

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